viernes, 15 de junio de 2012

Capítulo Décimo: LENGUAJE COMPARTIDO


Madre e hija navegaban felices por el cálido mar. La pequeña crecía fuerte, vigorosa y llena de vitalidad. Y era rápida. Mucho más rápida en el agua que su madre, tal y como ésta había podido comprobar unos Ciclos atrás, cuando abandonaron el lago y regresaron al océano. Había retado a la pequeña a disputar una carrera. La madre tensó sus poderosos músculos y empezó a nadar con gran potencia, surcando el mar cada vez más rápido y dejando una amplia y profunda estela tras ella. Navegaba con una fuerza y elegancia impresionantes, levantando una ola espumosa ante su hocico que era abatida y dispersada por el fuerte viento.

Durante unos momentos, la pequeña se había mantenido tras su madre, igualando su velocidad sin esfuerzo aparente. Estaba francamente sorprendida, pues no esperaba que fuese tan fácil. O mamá no estaba poniendo todo de su parte, o ella era más rápida. Pensó que era lo primero y la provocó, azuzándola. Ésta la miró, incrédula: estaba nadando casi al máximo de su capacidad y, sin embargo, la pequeña la seguía sin ninguna dificultad.

En ese momento la cría comprendió que mamá navegaba a pleno rendimiento, y eso la sorprendió todavía más. No podía asimilarlo. Tan fuerte y poderosa que parecía su madre y ella, tan pequeña, podía superarla. Así que decidió ver hasta dónde era capaz de llegar y se puso a aletear con toda su alma. Forzó sus músculos infantiles para que desarrollasen su máxima potencia, mientras desviaba instintivamente toda su energía hacia éstos para que alcanzasen el límite de su capacidad.

Su forma más esbelta, las aletas más largas y estilizadas, su gran potencial eléctrico y el reducido tamaño y peso, le imprimieron una contundente aceleración. Cortaba la superficie marina como si fuese un proyectil. Era más rápida que los Bocasierras. Más rápida, incluso, que los Masticadores, que eran capaces de alcanzar velocidades sorprendentes con su única aleta caudal. Adelantó a mamá por la derecha en un parpadeo y se alejó cada vez más rápido, dejando una estrecha y turbulenta estela a su cola. La adulta estaba anonadada ante la demostración de potencia que había realizado la pequeña.

“No puedo creerlo...”, pensó. “¿Cómo es posible que sea tan veloz? Ningún Navegante adulto es capaz de nadar tan rápido. Nos supera a todos.”[1]

Magtió un aviso a su hija para que no se alejase más y volviese a su lado. La carrera había finalizado. Estaba claro que no tenía nada que hacer contra ella. Su cría cada vez la sorprendía más. Y tan sólo era un bebé. Sentía una gran curiosidad por ver de qué sería capaz cuando fuese adulta.

La pequeña obedeció y desvió su curso, trazando una amplia curva hacia la derecha. Pasó la posición de su madre y volvió a girar a la derecha, situándose justo junto a ella, a una aleta de distancia de su suave piel plateada. Estaba exultante. Sus miradas se cruzaron. Percibió el brillo del orgullo y la sorpresa en el ojo de su madre.

Te he ganado—emitió, ufana.
—respondió mamá, tras tomarse un momento para comprender lo que le decía su hija. La pequeña se había propuesto enseñarle a comunicarse como lo hacía ella. Iba a resultar difícil. Estaba segura de que su mente, aunque muy avanzada en comparación al resto de los Navegantes que conocía, no estaría nunca a la altura de su cría. No obstante, había decidido intentarlo con todo su corazón.
Eres muy fuerte, mamá—hizo una pausa—.Me gusta mucho verte nadar.
Pero tú más... rápida, sí—y transmitió admiración.

A mamá le costaba mucho entenderla, así que ella usaba emisiones cortas y fáciles, complementadas con destellos de sus órganos bioluminescentes y con trasmisiones claras de emociones. Llevaban muy poco tiempo, apenas unos Ciclos, comunicándose de aquella manera, pero su madre progresaba más rápido de lo que ella misma creía. Con el tiempo estaba segura de que se entenderían sin problemas. Era una cuestión de paciencia. Solo había que dedicarle...

De repente, un pensamiento extraño cruzó su mente. Comprendió súbitamente que casi acababa de nacer y que en absoluto se comportaba como el bebé que se presumía que debía ser. Se suponía que eran los adultos los que enseñaban a las crías y no al revés. ¿Cómo era posible que pensase con tanta claridad? Y su avanzada capacidad para comunicarse, ¿de dónde venía?. Sus pensamientos, antes espontáneos y turbulentos, se habían centrado notablemente en un corto espacio de tiempo. Pero la pregunta que realmente la desarmó, la que la dejó completamente en blanco fue: “¿Y cómo soy consciente de todo esto?”

¿Qué pasa?—emitió mamá, algo inquieta al verla tan agitada.
Nada. Sólo pienso—y transmitió tranquilidad y un cálido afecto.
¿En qué?
Que me siento extraña. Distinta. Como si mi mente estuviese más avanzada que mi cuerpo...—dijo, casi para sí misma.
No... entendido nada—emitió su madre—. Complicado.
Lo siento. Soy distinta. Poco bebé. ¿Comprendes?—dijo transmitiendo expectación.
Sí. Ahora sí. No preocupes. Yo contigo. Nada pasa. (Cariño, Protección, Comprensión)
Lo sé. Te quiero mucho, mamá. (Amor, Seguridad)
Yo también. Vamos. —Y empezó a nadar, alejándose. Ella la siguió, justo a su lado, sintiendo las ondas que su madre provocaba en el agua contra su propia piel. Se sentía inmensamente feliz, como sólo una joven cría protegida por su madre puede sentirse.

*

El fondo de aquella bahía era muy rico en limo mineral, algas y minúsculos animalillos. En ella desembocaban dos ríos que regaban unas fértiles llanuras de origen volcánico, arrastrando con ellos inmensas cantidades de nutrientes. Esto propiciaba una exuberante biodiversidad concentrada alrededor de los dos amplios deltas. Grandes concentraciones de Nadadores se alimentaban de las densas nubes de animalillos que flotaban cerca de la superficie, arrastradas por las corrientes marinas. A su vez, los bancos de Nadadores eran acosados por otros tipos de Nadadores mayores. Y éstos, a su vez, eran perseguidos por distintos tipos de depredadores, Masticadores de diversas especies en su mayoría. También vieron algún Bocasierra, que se mantuvo a prudente distancia. La madre sabía que, durante la noche, ascendían desde las profundidades dos tipos más de cazadores.
 
Los primeras eran las Pegajosas, con largos y delgados tentáculos y ventosas por todo el vientre. Con casi la mitad del tamaño de un Navegante adulto, las Pegajosas poseen una gran boca adherente equipada con miles de dientes dispuestos en círculos concéntricos. Su lengua, capaz de girar sobre sí misma y llena de afilados pinchos, cumple la misma función que la de los Ensartadores. Con el tiempo suficiente, pueden llegar a horadar un agujero en la coraza de un Navegante y alimentarse de él hasta la muerte. Aunque para un adulto no son más que un incómodo fastidio, para las crías representan un serio peligro. No les afectan las descargas eléctricas, pero unos cuantos buenos golpes hacen que se suelten y se vayan a otra parte.

Y luego estaban los Desgarradores. Grandes predadores solitarios (por suerte) que podían llegar a ser casi tan grandes como ella misma. Poseen una gran cabezota con unas enormes mandíbulas erizadas de terribles dientes aserrados, un corpachón muy musculoso con cuatro fuertes aletas, dos a cada costado, y una larga y robusta cola extraordinariamente flexible. Uno de éstos animales es un rival formidable, perfectamente capaz de matar a un Navegante adulto, por lo que éstos evitan a toda costa un encuentro con ellos. Afortunadamente, viven en las tenebrosas profundidades marinas. Sólo suben a la superficie de noche, a causa de la extrema sensibilidad de su piel a la luz, y se concentran cerca de las costas, allí donde la comida es abundante. No obstante, no le preocupaban demasiado, pues para evitarlos bastaba con no estar en sus territorios de caza cuando ellos pudiesen merodear por la zona.

Puesto que en aquel momento era de día, era imposible que ninguna de aquellas dos peligrosas criaturas acechasen por allí, así que se tranquilizó y se dedicó a alimentarse y jugar con su hija.

Hacía seis Vueltas que su pequeña había nacido en aquella recogida cala, y crecía de manera espectacular. Medía casi la séptima parte del tamaño de su madre, por lo que era un poco más grande de lo habitual para su edad. Ya se entendían bastante bien. Su hija ponía todo su corazón en ello. Y ella debía reconocer que no era tan incapaz como en un primer momento se había sentido. La verdad era que no le estaba costando tanto aprender a comunicarse como lo hacía la pequeña. Y ésta absorbía con gran facilidad todos los conocimientos que su madre le transmitía. Tenía una curiosidad y un interés sin límites. Quería saber de todo y en el menor tiempo posible, de forma que a la adulta, a veces, le resultaba realmente difícil satisfacer la mente de su hija. Incluso podía llegar a ser francamente pesada. Pero bastaba con regañarla y dejaba de insistir, esperando paciente a que llegase el momento propicio para aprender algo más.

Faltaba poco para que el Mundo Vivo entrase una vez más en el cono de sombra del gran planeta anillado. La luz se iría y volvería a ser de noche. Debían adentrarse en el océano, alejándose del alcance de los Desgarradores. Las Pegajosas no suponían un problema especialmente serio. Ahora que la Navegante se encontraba en óptimas condiciones, no eran rivales para ella. Su velocidad de nado era muy superior a la de aquellas desagradables criaturas, con lo que las mantendrían a raya sin ninguna dificultad. Si se mantenían alerta, era imposible que las sorprendiesen e hiriesen a la pequeña.

Se hallaban totalmente saciadas, así que empezaron a nadar pausadamente, mar adentro, mientras enormes bancos de Nadadores las escoltaban. Era un increíble festival multicolor de pequeñas formas resbaladizas que se movían como un solo y gigantesco ser, ondulando y arremolinándose a su alrededor. Muchos se acercaban a ellas, para alimentarse de los parásitos acuáticos que se adherían a su piel. No las molestaban en absoluto, pues, además de limpiarlas, les hacían unas agradables cosquillas. Los parásitos no representaban un gran problema, pues no podían perforar sus corazas. Pero a veces les causaban molestias en los magtinos y los pliegues de la piel, o trataban de meterse en los ojos y los orificios olfativos. Entonces era cuando realmente agradecían la ayuda prestada por los Nadadores. Aunque no se hallaban indefensas ante aquellos irritantes bichos, ya que bastaba una moderada descarga eléctrica para acabar con ellos, sus conchas calcáreas se quedaban pegadas a la piel causándoles una molesta sensación. Los Nadadores, para alimentarse, arrancaban a los indeseables pasajeros, dejando sus corazas limpias y brillantes.

No obstante, cuando regresasen al espacio, dentro de algún tiempo, todos los parásitos que aún permaneciesen en su piel morirían instantáneamente, pero sus cáscaras tardarían bastante en desprenderse por sí mismas. Y a veces podían crear algunas interferencias en los sensibles órganos magnéticos, nada serio por regla general... excepto cuando se navegaba por los anillos de fuerza de la Zona de Cría, donde la precisión era vital.

Cuando los pequeños limpiadores las dejaron relucientes, imprimieron un poco más de vigor a su aleteo y se alejaron, rumbo a mar abierto.

*

Me encanta nadar a tu lado. No falta mucho para la Oscuridad, ¿verdad, mamá? (Felicidad)
No. La luz se va. En poco tiempo volverás a ver el Territorio. (Melancolía)
¿Porqué te sientes así cuando miras al cielo?
Estoy muy bien aquí, en el mar. Pero los Navegantes vivimos en el Territorio. No somos del todo felices hasta que... mmh... ¿Volvimos? No, volvemos a él. (Anhelo) Aún has de aprender mucho, muchísimo todavía. Yo te enseñaré.
¿Y porqué es tan especial? ¿Es bonito? ¿Cómo es, mamá? (Curiosidad, Expectación)
Ya lo ves... verás. Ya lo verás. No te voy a decir nada. Cuando vayamos, lo descubrirás. (Diversión)
Es muy grande, ¿no? (Ligera Inquietud)
Más de lo que tu mente es capaz de... de... No sé decirlo...
¿Imaginar...?
Eso. Sí. Más de lo que puedes imaginar. (Tranquilidad) No te preocupes. No tendrás problemas. Eres perfecta para navegar allí. (Orgullo, Admiración) Te encantará.
Y... ¿es peligroso?
Sí. Pero tranquila. Serás capaz. Yo te enseñaré. (Serenidad) O quizá tú a mí... (Esperanza)
Creo que será divertido. (Inseguridad, Curiosidad)
Más que eso. Será... tu vida—sentenció mamá, mirando nostálgica hacia el cielo que se oscurecía muy lentamente. El anillo de hielo cruzaba majestuoso el firmamento, como una desdibujada neblina blanca.

Tres Ciclos después el cielo exhibía, por séptima vez desde su nacimiento, aquellos increíbles tonos anaranjados de las lejanas nubes gaseosas. El gran planeta cubría casi la mitad del horizonte con su gran disco negro. La pequeña Navegante miraba extasiada aquella vastedad. Su instinto, contenido en gran medida por su poderosa conciencia, empezaba a ganar posiciones. Sentía en su fuero interno el tirón cada vez menos sutil que causaba aquel espectáculo. El Territorio la llamaba, y lo hacía cada vez con mayor insistencia. Pero aun faltaban más de dos Grandes Revoluciones, según mamá, para que pudiese sumergirse por primera vez en su seno. Por un lado lo empezaba a anhelar, pero por otro le inquietaba. Allí, en el mar, se sentía fuerte, importante. Pero era consciente que en el espacio sería una mota insignificante, un minúsculo punto perdido en la abrumadora inmensidad. Y aquello la atemorizaba un poco. Supuso que era una sensación normal, una inseguridad ante lo desconocido, y no le dio más vueltas. Se limitó a quedarse flotando en la superficie, admirando la grandeza del lugar al que pertenecía. Aunque sentía una viva curiosidad por saber cómo subirían hasta allí…

La comunicación con su madre mejoraba notablemente. Pasaban largos ratos hablando, emitiendo sentimientos, jugando con los destellos que eran capaces de generar. Mamá era muy inteligente. Más incluso de lo que ella misma creía. Y a la pequeña le encantaba. Sabía que le era difícil el aprendizaje y, por eso, sentía una gran admiración por su madre, por lo que estaba consiguiendo. Sabía instintivamente que siempre podría contar con ella, que pasara lo que pasase se mantendría a su lado, inundándola con su cariño y su cálida ternura. Quería con locura a su madre y nunca se separaría de ella aunque...

Se puso tensa de repente.

Algo se acercaba.

Inquieta, miró a mamá. No parecía alarmada.

La sensación iba en aumento.

Cuatro objetos, dos grandes y dos pequeños. Bajo el agua y ascendiendo hacia su posición. A un par de Cuerpos por delante de ellas.

Se puso aún más tensa, con la musculatura presta para la huída. Pero mamá seguía tranquila, relajada. Entonces emitió serenidad y la pequeña se sosegó un poco, pero no bajó la guardia. Eran seres vivos, estaba segura. Pero había algo familiar en ellos...

Entonces, con un sonoro chapoteo, los cuatro animales rompieron la superficie, emergiendo al frescor de la noche. Sus pieles reflejaban el color anaranjado del firmamento, mientras el agua resbalaba de sus lomos. Dos de ellos eran muy grandes, alargados y con varias aletas a los lados. Se acercaron lentamente, pero sin cautela. Cuando el más cercano se detuvo a una aleta de ellas, vio que su piel era metálica... Entonces lo comprendió. Eran hembras Navegantes, como mamá, como ella misma. De ahí la sensación de familiaridad. Y los dos pequeños eran sus cachorros, una hembra y un macho.

Se acercó a los pequeños con curiosidad, mientras las tres adultas se saludaban, reconociéndose. Eran las dos hembras que habían cuidado a su madre tras el ataque de los Ensartadores. Pero eso su hija no lo sabía. Solo pudo percibir el cruce de cálidas emociones que se emitían entre ellas. Su lenguaje era mucho más básico que el de su madre, incluso al principio, cuando ella nació y aún no había empezado a enseñarle. También sintió sus mentes más nebulosas que la de mamá.

Aun así, su presencia la llenó de calidez, pues, además de mamá, eran los primeros seres semejantes a ella que veía en su vida. Irradiaban bondad, cercanía y agradecimiento. Y eso le bastó. Se sintió inmensamente feliz.

Se detuvo justo delante de las dos crías, que se habían acercado también a ella. Las estudió con detenimiento. La hembra, algo mayor que el macho, tenía la piel lisa y suave y las aletas algo más gruesas que las suyas. También era más redondeada. El macho parecía más musculoso, de piel más fuerte, con las aletas más largas, pero algo más pequeño y más estilizado. No obstante, fueron las características de éste último las que la desconcertaron.

Tenía dos pequeños colmillos horizontales que salían de su hocico hacia delante. El borde delantero de las aletas presentaba un perfil metálico muy afilado, como ella, pero con un diseño aserrado que daba a los filos un aspecto temible.

Estaba muy confusa. Sabía que era una hembra, por supuesto, pero, ¿por qué compartía características con un macho? Siempre había pensado que las diferencias con su madre se perderían con el tiempo. En ése momento se dio cuenta de lo poco convencional que era su cuerpo. Al tomarse algo más de tiempo en estudiar al pequeño, se percató que no era tan parecida a él como había supuesto en un principio.

Su propio cuerpo era más estilizado y alargado, y las aletas también. Aunque tenían bordes cortantes como los del macho, estos eran más ligeros, lisos, mejor integrados en la fisonomía de la aleta. No eran tan... agresivos. Y tenía un colmillo, no dos, aunque el suyo era más corto y robusto. Asimismo, observó que los colores de su lomo también eran diferentes. Las hembras presentaban un tono básicamente plateado, reflectante, con ligeras vetas de otros colores, principalmente azules y turquesas. Los machos, en cambio, tenían la piel cruzada por amplias bandas coloreadas en toda su extensión. Eran mucho más vistosos que sus compañeras. Ella se encontraba en un término medio, quizá más cerca del diseño de las hembras. “Lo cual es normal, claro: SOY una hembra”, pensó.

Los pequeños se comunicaron con ella a un nivel muy básico, prácticamente emociones y poco más. Ella les respondió, tratando de simplificar todo lo posible el torrente de información que era capaz de emitir. Llevaba tanto tiempo hablando con su madre sin casi contenerse, que le costó mucho ser tan básica. Aun así, las crías y las otras dos adultas, se dieron cuenta de ello. Se sintió algo cohibida, pero también percibió que las mentes de los dos hijos eran más plásticas y abiertas que las de sus madres. Quizá podría intentar enseñarles a ellos también. Supo por instinto que ya no se separarían hasta el momento en que volviesen al espacio. Eso le daba un gran margen de tiempo.

Lo intentaría. Estaba decidida.

*

Hacía media Vuelta que la luz había regresado. Casi había transcurrido una Gran Revolución completa desde su nacimiento, y ya se había convertido en un ejemplar espléndido, aunque muy joven todavía. Las tres adultas descansaban juntas flotando cerca de la costa, mientras mamá se comunicaba con ellas en la forma en que lo hacía con su hija. Les estaba costando bastante más que a su madre, pero iban progresando. Por su parte, ella se divertía jugando con los otros dos cachorros, que aprendían muy rápido su lenguaje. Nadaban a toda velocidad, se hundían, salían de golpe a la superficie o se entretenían persiguiendo a los ágiles y escurridizos Nadadores. Los Masticadores no se acercaban a ellos por miedo a las tres adultas, pero se mantenían patrullando, por si cometían un error. Una cría de Navegante sería un nutritivo y abundante banquete y no estaban dispuestos a renunciar a él fácilmente. Claro que los pequeños no eran carne indefensa. Habían crecido bastante y su potencia eléctrica conjunta podía casi igualar a la de una adulta. Y de los tres, dos estaban armados.

Pero los tres jóvenes ejemplares todavía eran cachorros, y como tales se comportaban, disfrutando de la vida con la inocente y despreocupada indolencia propia de la infancia. Entre juegos, desafíos y travesuras, no era extraño que se alejasen y sus madres tuviesen que llamarlos con severidad.

Entonces se le ocurrió una idea genial. Exceptuando a mamá, a veces le resultaba complicado, e incluso molesto, dirigirse a algún miembro de su nueva familia en particular para decirle algo determinado. Sobre todo cuando no estaban a la vista, pues no había forma de diferenciar claramente a quién iba dirigida la comunicación. Así que pensó que quizá cada uno podría usar algún tipo de transmisión propia, como una identificación personal, de manera que los demás la pudiesen usar para definir que una transmisión iba destinada alguien en concreto. Le gustó la idea y se la propuso a sus dos amigos.

Se me ha ocurrido algo. Puede ser útil y cómodo. Y también divertido—magtió ella.
A ver. ¿Qué és? ¿Qué es? (Expectación) —preguntó la hembra cuando comprendió el mensaje. El macho se mantuvo en silencio, esperando.
Pues que a veces, cuando decimos algo, no es fácil dejar claro a quién se lo decimos... (Indecisión)... y sería genial usar algo para identificarnos sin dudas. Una emisión especial estaría bien. Los destellos no sirven si no nos vemos. (Ilusión)

Los dos pequeños dejaron pasar unos momentos mientras asimilaban aquello. Era un poco complejo, pero, al final, entendieron la idea. Las tres adultas, por su parte, prestaron atención con vivo interés.

O sea...—dijo el macho—. Quieres que... usemos algo como un... un... un nombre... Como cuando nos... mmh... decimos "mar" o "cielo"...
(Concentración)
Exacto! Eso es! (Satisfacción)
Y... ¿Y cómo lo hacemos? (Incertidumbre)—preguntó la hembra.
Es muy fácil. (Complicidad) Cada uno elige el que más le guste y lo hace saber a los demás, incluidas nuestras madres—explicó ella.
No he entendido (Ligera Turbación)—magtió el macho.
Escoges uno y nos lo dices (Paciencia)—le regañó la hembra.
Ah... Vale. (Alivio)
Ahora no se me ocurre nada... (Frustración)—dudó la pequeña.
No tiene por qué ser ahora. Tenemos mucho tiempo por delante—dijo ella, divertida.
Pues ya te lo diré cuando lo encuentre.
Y yo.
Y yo también—manifestó ella, girando y nadando hacia su madre.

Las tres adultas estaban en círculo, con los hocicos hacia el centro, comunicándose con dificultad de aquella manera extraordinaria. Su madre era la más avanzada, claro. El sistema de comunicación, basado en ondas electromagnéticas, no era lo que se dice privado, pues se podían captar las conversaciones a gran distancia. Pero si se debilitaba lo suficiente la señal, ésta no se alejaba más que unos cuantos Cuerpos antes de volverse tan tenue como para ser ininteligible. Aquello era una ventaja, pues así se ahorraban explicaciones. Cuando los tres pequeños llegaron al lugar en que estaban las adultas, éstas ya habían captado todo lo que sus hijos habían transmitido, aunque la única que consiguió entender algo fue su propia madre. Y ahora trataba de explicárselo a las otras dos, que le prestaban toda su atención. Al cabo de un buen rato consiguieron comprender el concepto y a todas les pareció una estupenda idea. Magtieron ilusionadas, mientras batían el agua con las aletas, alborotando el ambiente y haciendo las delicias de sus hijos.

*

Dos Ciclos después, todos excepto ella habían escogido un distintivo, un nombre. A mamá se lo habían puesto entre las otras dos adultas: Luchadora. Lo propusieron al recordar lo audaz e indomable que fue al enfrentarse al terrible ataque de los Ensartadores, antes del aterrizaje. Y a ella le había gustado, así que lo aceptó. La madre de la pequeña hembra eligió Río, porque le encantaban aquellas corrientes que traían información de tierra adentro, de lugares a los que los Navegantes no podían llegar. Los pequeños ayudaron a la otra adulta en su elección, pues se mostraba muy indecisa. La llamaron Bondadosa, por lo buena y cercana que siempre se mostraba.

En cuanto a los jóvenes, la hembra adoptó el nombre de Amanecer, porque no le gustaban demasiado los ciclos de Oscuridad en el mar. Siempre se sentía feliz cuando volvía la luz. El macho se decidió por Bandas, en alusión a las franjas coloreadas que surcaban su lomo, aunque no se le veía demasiado convencido. Quizá lo cambiase más adelante.

Pero ella no acababa de encontrar alguna denominación que realmente le gustase para identificarse. Paradójicamente, su conciencia tan desarrollada dificultaba sensiblemente la tarea. No dejaban de ocurrírsele términos, cosas y lugares que le gustaban, pero ninguno la llenaba lo suficiente como para decidirse. Y empezaba a sentirse frustrada. Al fin y al cabo, la idea había sido suya y era la única que no había podido realizarla aún. Comprendió entonces que una mayor inteligencia no tiene porqué ser siempre, por sí misma, una ventaja. Debía aprender a usarla con eficacia y a no creerse superior por ser más lista. Seguro que se reaccionaba mejor por experiencia que por inteligencia. Consideró que era una buena lección de humildad para el futuro.

Se encontraba sumida en sus cavilaciones cuando ocurrió.

Debido a una intensa distorsión en el campo magnético del satélite, provocada por una potente turbulencia generada en la estrella, se produjo una considerable desviación de las líneas de fuerza, que impactaron como una cuña contra el halo altamente ionizado que envolvía al gigante gaseoso, justo por dentro del anillo. Esto desencadenó una gigantesca sobrecarga eléctrica en una pequeña zona del halo, que se liberó creando un tremendo estallido luminoso. No era un fenómeno insólito, pero tampoco demasiado frecuente. Ocurría una o dos veces en cada Gran Revolución. Las adultas ya lo habían presenciado con anterioridad, pero era la primera vez que sus hijos lo contemplaban. Se quedaron completamente anonadados, impresionados por la magnitud de la silenciosa explosión luminosa. Fue un espectáculo inolvidable. Duró apenas unos parpadeos, pero pudieron ver y magtinar[2] cosas increíbles en aquella luz: millones de colores cambiantes, ráfagas magnéticas, cortinajes eléctricos ondulantes, ondas estáticas de energía… Parecía algo vivo, salvaje. También magtinaron las perturbaciones que la detonación eléctrica había creado en los campos magnéticos de los dos planetas, propagándose por éstos como perezosas ondas concéntricas que alteraban la forma de las líneas de fuerza, en un baile de energía de una belleza arrebatadora.

Estuvo mirando y magtinando largo rato, totalmente extasiada, hasta que los últimos restos del fenómeno se disiparon. Entonces se acercó a su madre.

Mamá... Mamá... ¿Qué ha sido eso? (Fascinación)—preguntó aturdida.
¿Te ha gustado? (Dulzura, Cariño)
Ha sido.. ha sido lo más bello que he visto… en toda mi vida... (Anhelo, Asombro, Éxtasis)
Eso es un Destello Salvaje—dijo su madre, emitiendo una transmisión modulada especial que la pequeña no había magtido nunca—. No pasa a menudo, pero son muy hermosos.

Permaneció en silencio, maravillada y pensativa a la vez. Aquel término sonaba tan bonito como el fenómeno al que se refería. Y decidió que, por fin, había encontrado una denominación que realmente le gustaba.

Ya tenía nombre: Destello.




[1] A efectos de calidad narrativa, hay que adaptar a nuestro lenguaje lo que los Navegantes dicen y piensan, por ello sus pensamientos y mensajes pueden parecer tan humanos. Recordemos que piensan mucho más complejamente de lo que son capaces de transmitir (como nosotros, de hecho). Así pues, en general, cuando transcriba sus pensamientos es normal que sean mucho más complejos y cercanos a nuestra capacidad lingüística; sería muy difícil escribir esto de otro modo. Igual pasa con sus conversaciones de ahora en adelante. Las escribiré como si hablasen humanos, en aras de facilitar la comprensión a cualquier lector. Pero habrá que tener en cuenta que no sería así en la realidad. Las transmisiones serían una mezcla de frases, nombres y conceptos sencillos (como tiempo, lugar, orientación), emociones y lenguaje bioluminoso. (N. del A.)

[2] Aquí se hace necesaria una aclaración respecto del uso del verbo magtir/magtinar. Se observará que lo uso en las dos formas, pero no de manera aleatoria. Hay que recordar que el magto (el sentido magnético) de los Navegantes es bidireccional: sirve para captar y para transmitir. Es como si nuestros ojos pudiesen, al mismo tiempo que ven, proyectar imágenes. Por ello hago una distinción para saber si están sintiendo o están transmitiendo (hablando, vamos). Así, magtir se refiere al lenguaje y equivale a "decir", a "transmitir" o "escuchar". Y magtinar se refiere al sentido del magto, y equivale a "sentir los campos electromagnéticos", "ver la electricidad/magnetismo" (N. del A.)



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