miércoles, 8 de agosto de 2012

Capítulo Trece: PECHOS Y LEYENDAS


No podía creer lo que estaba viendo. Había contemplado todo tipo de cosas extrañas, pero nada similar a la criatura que remolcaba tras de sí la Elcano. Toda la tripulación del puente del Aries se había apiñado en los ventanales blindados, mudos de asombro ante la visión del enorme ser espacial. Permaneció sentada en el puesto de comandancia, pues sentía que las piernas le flaqueaban a causa de la impresión. Pero su mirada desorbitada no podía apartarse de la reluciente piel metálica del animal. Era realmente magnífico. Su gran tamaño, sus colores, la sensación de vigor y fortaleza que emanaba de él... todo en aquel ser le parecía hermoso. Catherine Branighan, por primera vez en toda su vida, se sintió pequeña e insignificante. Pero era inmensamente feliz porque, si alguna vez debió sentirse tan humilde, agradeció infinitamente que fuese ante algo tan maravilloso como aquella fascinante criatura.


La noticia había corrido como la pólvora entre los habitantes de la Colonia, a pesar de los esfuerzos del Departamento de Seguridad para intentar mantener la información dentro de los márgenes de la confidencialidad. Decenas de pequeños vehículos de pasajeros se empezaron a arremolinar alrededor de la Elcano, tratando de ver más de cerca al animal. Cortés se vio en serios apuros para mantener a la curiosa turba a una distancia segura. Los cuatro cazas se tuvieron que emplear a fondo, e incluso hubo que efectuar algún disparo de advertencia.


Cortés maldecía sin parar a través de la radio, conminando a todo el mundo a alejarse de la nave prospectora y su extraordinaria carga. Pero cada vez que conseguía que un grupo se apartase, otro se acercaba. Los pilotos de los cazas también se sentían impotentes. No era una situación de combate en la que pudiesen inutilizar o abatir a sus oponentes. En aquella multitud de naves había civiles, mujeres, niños... No eran enemigos. Tan sólo curiosos. Y entendían perfectamente sus sentimientos, pues ellos mismos los compartían.


De repente, todos los vehículos se apartaron de la Elcano y el animal. Los pilotos de la escolta y los tripulantes del Neptuno no entendían nada... hasta que uno de ellos avisó a los demás por radio.


El Aries, por primera vez en dieciocho años, había encendido motores, abandonando su posición estacionaria de control y se había colocado en paralelo a la nave de Mónica y Li. El imponente y veterano navío de combate mantuvo fácilmente la suave velocidad de la Elcano, empequeñeciéndola a ella y al animal con su mole. Luego los envolvió con su potente campo de fuerza. Su severa presencia y el hecho excepcional de haber abandonado su posición ahuyentaron a los curiosos, manteniéndolos a una distancia prudencial.


Así escoltada, la Elcano y su maltrecho acompañante se acercaron a la Bóveda Diecinueve, la cúpula acristalada más reciente de la Colonia. Aún no estaba terminada. La estructura y la bóveda se habían finalizado, y toda la parte tecnológica había sido ya instalada, pero faltaba cubrir el suelo, de planchas metálicas, con quince metros de grava, tierra y humus para plantar los árboles, además de construir las estructuras de soporte de las plantaciones aeropónicas. Estaba previsto desarrollar un ecosistema de selva lluviosa tropical en su interior, con un pantano inundable, dos tramos de río, algunas cascadas... El techo acristalado se había construido muy arriba, a más de ciento cincuenta metros, para dar cabida a las especies vegetales más grandes y permitir que las aves volaran con comodidad. Aunque poseía un sistema de gravedad artificial, las plantas tendían a un mayor desarrollo en el espacio. En total, la cúpula medía casi setecientos metros de diámetro, con la tercera parte incrustada en el gran asteroide rocoso que constituía el cimiento básico de la Colonia.


*


Acompañando a la Nueva Esperanza, la gigantesca nave de evacuación estacionada sobre la cara superior de la Colonia, otras veinticuatro cúpulas invernadero incrustadas en la roca, de distintos tamaños y hábitats, rodean el asteroide que da cobijo al asentamiento humano del sistema Deméter.


Tras la conversión en gigante roja de Helia, millones de años atrás, los tres planetas interiores quedaron destruidos, dejando como residuo tres cinturones de asteroides. El asteroide que aloja la Colonia, uno de los mayores del segundo cinturón, es un fragmento del antiguo planeta rocoso que ocupaba esa órbita.


Mide cinco kilómetros de largo, tres y medio de ancho y siete de altura. Tiene forma de cono invertido de caras irregulares, con la parte superior aplanada y horadada por una antigua caldera volcánica de unos tres kilómetros de diámetro. Es un gran pedazo de corteza planetaria, como lo atestigua el cráter y la llanura que lo circunda. La Nueva Esperanza, con sus más de dos mil metros de diámetro, descansa firmemente anclada sobre el volcán extinguido, dominando desde su posición privilegiada a la ciudad que crece a sus pies y que se extiende por la planicie en todas direcciones. Como el asteroide, obviamente, carece de atmósfera, grandes generadores de escudos se hallan repartidos estratégicamente por toda la Colonia para proteger los edificios, los invernaderos y las demás instalaciones de las radiaciones espaciales y los frecuentes microimpactos de polvo espacial.


La roca ha sido completamente excavada, de forma que por dentro parece un auténtico hormiguero: enormes túneles circulares dividen el interior de la Colonia en sectores, dedicados a viviendas, almacenes, bóvedas blindadas, hangares, maquinaria, células de energía, factorías...


Existe una vasta caverna localizada en el centro mismo del asteroide. Es la antigua cámara de magma que suministraba lava a la caldera volcánica cuando ésta estaba activa. Fue una feliz casualidad encontrarla perfectamente conservada cuando se empezaron a construir los túneles. Actualmente se encuentra completamente llena de agua: una inmensa reserva líquida que abastece a todo el asentamiento, tanto de agua potable como de oxígeno e hidrógeno combustible.


Los complejos sistemas de depuración y reciclado del asentamiento humano aprovechan hasta la última gota del precioso líquido, que vuelve al inmenso aljibe completamente purificado, apto para ser usado de nuevo. Los residuos de la depuración se usan para fabricar distintos productos, como abonos o combustible para los motores espaciales. Un mínimo porcentaje de estos residuos no se puede reciclar de ninguna manera conocida y es destruido. Se congela en forma de cilindro y se dispara hacia Helia a gran velocidad, para que se incinere en su superficie.


Millares de ventanales cerrados por cristales de carbono de tremenda resistencia, manufacturados en el mundo altamente industrializado de Megger, en el Sistema Tilán, dejan ver el espacio exterior desde las estancias, para dar sensación de amplitud y reducir la claustrofobia. Cuando se mira la Colonia de lejos, con sus grandes cúpulas acristaladas brillando al sol y los miles de puntos de luz repartidos por toda su superficie, se tiene la sensación de estar contemplando un colosal árbol de Navidad invertido.


Recientemente se han instalado dos anillos de hiperlanzamiento para propulsar naves que carecen de impulsión súper lumínica. Están sintonizados con otro par de anillos gemelos en la órbita del planeta Vian’har, y son el primer eslabón de la nueva red de portales proyectada para dar servicio a toda la Confederación. Se hallan situados cerca del Acceso Principal, un pasillo balizado para acceder con seguridad a la Colonia a través de la Aglomeración. Aunque el resto del cinturón de asteroides es muy disperso, la zona periférica del asentamiento es mucho más densa. A lo largo de los años se han recolectado, mediante campos de fuerza y naves remolcadoras, todos los fragmentos que ha sido posible obtener, disponiéndolos alrededor de la Colonia como si de una crisálida se tratase. De esa manera se tiene un mejor acceso a los recursos minerales que atesoran y se reduce significativamente el tiempo empleado en procesarlos. Además, el elevado número de rocas y la proximidad entre ellas contribuyen a facilitar la defensa de la Colonia y el control de sus accesos.


Y ahí precisamente, al final de la línea de balizas y justo al lado de los anillos de hipersalto, es donde el Aries se encuentra estacionado desde hace dieciocho años.


*


La Elcano se detuvo suavemente junto a la enorme compuerta instalada en el frente de la cúpula. El Aries, el Neptuno y el resto de naves que la habían acompañado hasta allí, apagaron los motores y aguardaron, expectantes.


El borde exterior de la compuerta de cuatro hojas se iluminó con una potente luz azulada, señal de que el campo de contención atmosférica había entrado en funcionamiento. A continuación las macizas puertas metálicas se separaron lentamente, dejando un hueco cada vez mayor entre ellas. El acceso de carga de la Bóveda Diecinueve no se había diseñado para una nave del tamaño de la Elcano, pero la embarcación podría pasar. Eso sí, con mucho cuidado, pues apenas quedaban un par de metros de margen por cada lado.


Con la hábil Mónica Llanos a los mandos, el navío tan sólo hubiese necesitado unos centímetros por cada lado para introducirse donde su piloto quisiera. La pericia de la chica era impresionante, aumentada todavía más por la suavidad y precisión de respuesta de los controles.


Aunque podía orientar los motores y usar los impulsores de maniobra de manera automática, con un simple movimiento de la palanca tipo joystick que controlaba el rumbo, Mónica prefería gobernarla en modo manual cuando se requería tanta precisión. Con la palanca de la timonera en la mano derecha y la pantalla táctil del control de impulsión bajo la izquierda, la mujer deslizó el gran aparato por el estrecho umbral con una suavidad exquisita, disparando precisos chorros de impulsión de intensidad, duración y ángulo perfectamente calculados.


La Elcano entró por la compuerta remolcando al animal tras de sí con el rayo tractor. El aire del interior de la bóveda no se escapaba al espacio a pesar del enorme agujero dejado por la compuerta al abrirse, pues el luminoso escudo electromagnético del umbral contenía la atmósfera a la vez que permitía el paso de objetos sólidos. La gravedad artificial había sido desconectada en toda la cúpula, ya que el animal no poseía repulsores como la nave.


Ambos avanzaron flotando suavemente a unos seis metros del suelo metálico hasta que llegaron al centro de la estructura, sobre el lecho aún vacío del futuro lago. Mónica frenó la nave con delicadeza infinita, dejándola inmóvil. Desconectó el emisor del rayo de tracción de popa y la criatura quedó libre por primera vez en semanas.


Li salió al exterior por la esclusa trasera sin ponerse el traje. Dentro de la bóveda no le hacía falta. Adoraba flotar ingrávido sin necesidad de usar ningún tipo de protección. Apoyó los pies en el casco y se impulsó fuertemente, deslizándose a lo largo del cable eléctrico hasta que llegó casi a tocar al animal.


Dudó un instante. En la Confederación todos eran muy cuidadosos con el tema de la interacción entre especies alienígenas desconocidas. El riesgo de propagar bacterias o gérmenes, inocuos para unos pero potencialmente letales para otros o para el ecosistema de otros mundos, era muy grande. Li no tenía miedo por el animal. No se podía concebir nada más hostil a la vida que su medio ambiente natural, así que las bacterias de sus manos o de su respiración difícilmente podrían dañar a aquel ser. Pero lo que no sabía era si, en los pliegues y juntas de su piel metálica se escondía algún germen patógeno capaz de crear problemas en la Colonia. “¡Qué diablos!”, pensó, con una sacudida de cabeza. “Algo así sólo se vive una vez en la vida. Las radiaciones ya lo habrán esterilizado lo suficiente en estas semanas de vuelo. Si no, ya me lavaré luego”. Adelantó las manos desnudas, lentamente, hasta que hicieron contacto con la coraza de la criatura. Él sabía que estaría muy fría, pero no lo suficiente como para dañar la piel de sus palmas.


En cuanto tocó su helada armadura, una avalancha de sensaciones indescriptibles se transmitió desde el animal a su cerebro a través de aquel contacto. Durante unos momentos su mente, incapaz de procesar el salvaje caudal de estímulos, quedó abrumada y se bloqueó. Se sintió mareado. Jadeaba. Un sudor frío empapó su espalda y su frente. El corazón se le desbocó. Estuvo cerca de perder la conciencia. Tras unos segundos de absoluta confusión, provocada por el impacto emocional, su respiración y sus latidos se fueron normalizando.


Había sido increíble.


Había sentido algo muy superior al simple hecho de tocar, o de hablar; más complejo que cualquier sugestión.


Aunque se resistía a creerlo, una parte de él estaba firmemente convencida de que, de alguna manera que no alcanzaba a entender, se habían comunicado. Creía haber percibido las emociones del animal con toda claridad. Emociones puras, básicas, primigenias. Sentimientos de una magnitud tal que le habían causado dolor de cabeza. No obstante, no consiguió interpretar más que una mínima parte. La forma de experimentar las cosas que tenía aquel ser no debía parecerse casi en nada a la humana.


Pasado el shock volvió completamente en sí, maravillado por la experiencia que acababa de vivir. El ojo izquierdo de la criatura se abrió brevemente. Lo miraba fijamente, pero no percibió ninguna amenaza. En su mirada brillaba la curiosidad... y algo que no supo describir, algo puro, benévolo. A duras penas, consiguió apartar sus ojos del iris del animal, y concentrarse de nuevo en su cometido. El enorme párpado volvió a cerrarse. Li se deslizó rápidamente hasta los terminales eléctricos repartidos por el cuerpo. Diez minutos después lo había recogido todo, mientras varias personas con trajes protectores y máscaras instalaban un bioneutralizador. Otros distribuyeron unos generadores de campo electromagnético alrededor de la criatura, conectados a la red principal de la Colonia y que le suministrarían energía de manera ininterrumpida.


La verdad, no se podía quejar. El Consejo había dado a aquel asunto la máxima prioridad, a la espera del informe preliminar. El excelente equipo de profesionales movilizados lo había montado todo en un tiempo récord. El instrumental se encontraba en perfecto estado de funcionamiento. Y en los días sucesivos estaba previsto instalar más aparatos en el lugar para estudiar y atender al animal.


Los máximos representantes del Consejo de la Colonia estaban de camino en aquel mismo momento para ver con sus propios ojos al ser del espacio. Habían decidido que, tras la visita, una delegación viajaría a Vian’har para informar en persona a sus aliados y benefactores de todo lo sucedido en los últimos días.


Mientras los técnicos seguían con los preparativos, Li se dio cuenta de la desagradable intensidad que adquiría el ruido en la bóveda. El vasto espacio estaba totalmente vacío. Cualquier sonido rebotaba continuamente y sin obstáculos contra la cúpula y el suelo, creando unos molestos ecos cada vez más irritantes. Costaba mucho entenderse y, a más de cinco o seis metros de distancia, casi había que hablar por señas. “Cuando Mónica ponga en marcha los motores de la nave para salir, nos vamos a tener que largar todos de aquí a la carrera...”, pensó con incomodidad.


Li se agarró a las ondulaciones de la suave piel del animal y flotó hasta situarse delante del ojo. Se impulsó levemente con las manos en el párpado cerrado y se quedó suspendido a unos cinco o seis metros de éste, esperando alguna reacción.


Los expertos habían acabado con los generadores y los conectaron. Un contundente campo electromagnético se formó entre éstos y alrededor del animal, sumergiéndolo en energía pura. A Li se le erizaron todos los pelos del cuerpo. Sabía que no corría ningún peligro. Al estar flotando en el aire no hacía masa, por lo que no podía electrocutarse. De todas formas, el tamaño de su invitado superaba ampliamente al suyo, así que la energía era rápidamente absorbida por su enorme organismo. Oyó el breve rugido de los impulsores laterales de la Elcano, que se volvía a poner en movimiento con los motores principales inactivos. Mónica era perfectamente consciente del horrible estruendo que ocasionaría allí dentro si los encendía. Sólo usó los pequeños motores de maniobra el tiempo estrictamente necesario para girar la nave. Cuando la embarcación completó el giro, la cabina pasó a pocos metros del lugar donde flotaban Li y el animal. La mirada de los dos se cruzó, llena de ternura.


Mónica estaba cavilando cómo sacar la nave de allí. Aun a su mínima potencia, el rugido de los motores ensordecería a todas las personas que había en la bóveda. Contrariada, apoyó la cabeza en la mano, mientras la Elcano derivaba lentamente. De pronto, alzó la cabeza con expresión de incredulidad. Se le acababa de ocurrir una idea descabellada que la había sorprendido profundamente. Se incorporó en el asiento y manipuló varias pantallas, haciendo cálculos y simulaciones. Satisfecha por el resultado, decidió poner en práctica aquello que su intuición le había revelado.


La gente congregada bajo la cúpula quedó boquiabierta cuando vieron los rayos tractores de proa y popa usados para desplazar la embarcación hacia la compuerta. Todos dejaron lo que estaban haciendo y observaron extasiados las novedosas maniobras de la joven. Era la primera vez que se usaba un rayo tractor de aquella manera. Nadie tenía noticia de nada parecido.


Mónica, consciente de la expectación que su repentina idea había causado, se permitió una leve mueca de vanidad. Todo un logro, pues era una persona sencilla a la que incomodaban el halago y la prepotencia. Sabía que era una piloto excelente, pero no le gustaba vanagloriarse ni recibir alabanzas.


Apuntó el emisor de tracción de proa al marco de la gran compuerta y el rayo anaranjado se “agarró” a él, produciendo un leve zumbido. Aumentó el flujo de energía con cuidado, incrementando la fuerza de atracción. Lógicamente, la pared de la bóveda no se movió, así que, si la pared no podía ir hacia la nave, la nave iría hacia la pared. De aquella manera, la Elcano avanzó dócilmente y en silencio hacia la salida. El problema era que el rayo no estaba enfocado al centro de la compuerta, donde no había nada a lo que aferrarse, sino al pilar estructural de su derecha. Por tanto, la nave se desviaba inevitablemente hacia aquel costado. Pero la joven ya lo había previsto. Disparó el rayo de popa al suelo durante unas décimas de segundo para eliminar la deriva de la parte trasera, a la vez que apuntaba el de proa al pilar izquierdo del marco de la compuerta. Así, poco a poco, oscilando suavemente de un lado a otro, Mónica llevó a la Elcano casi en silencio hasta unos quince metros del umbral luminoso, donde quedó detenida por completo tras un pulso del rayo tractor de popa.


Li y los demás estaban vivamente impresionados y vitorearon a la joven por su pericia y su imaginación. Pero la nave aún no había salido de la bóveda. Sabían que ella no encendería ningún motor. De lo contrario, no se habría complicado tanto la vida con los rayos tractores. Así que se mantuvieron a la expectativa, pendientes de la siguiente acción de la joven. Se formaron corrillos por todas partes que se dedicaban a especular acerca de cómo saldría de allí la Elcano. Algunas personas aventuraban hipótesis a cuál más descabellada.


Y entonces, el improvisado público enmudeció. El rayo de proa atravesó el campo de contención del umbral, haciendo ondular perezosamente la barrera de energía, justo por el centro y se aferró... al casco del Aries, a más de mil quinientos metros de distancia, casi al límite del alcance efectivo del dispositivo. Una vez que estuvo completamente segura de la estabilidad del anclaje, Mónica aumentó repentinamente la intensidad del haz y la Elcano atravesó con fluidez la lámina de energía del umbral, flotando majestuosa en el espacio, al otro lado de la cúpula transparente. Los presentes la aclamaron espontáneamente, con una ensordecedora salva de aplausos y gritos. Coreaban sin cesar el nombre de Mónica y su extraordinaria habilidad como piloto, mientras Li, sonriente y henchido de orgullo, la seguía con la mirada.


Una vez en el exterior, y completamente ajena a aquellas muestras de admiración, la joven desactivó el rayo tractor, orientó los motores principales noventa grados hacia abajo y los puso en marcha. La veterana y fiable nave ascendió rápidamente en vertical, siguiendo la curva de la pared rocosa del asteroide. Giró levemente a babor y se dirigió hacia el complejo de atraque D-9. Estaba impaciente. En cuanto estacionase la nave, regresaría a la Bóveda Diecinueve con Alexia, para estar junto a Li y a la exótica criatura cósmica.


“Deberíamos empezar a plantearnos algún nombre para él...”, pensó, mientras maniobraba para entrar en el muelle de amarre.


*


El animal se movió levemente, se estremeció un par de veces y agitó lánguidamente las aletas. Li echó un vistazo a la espuma que cubría la terrible herida y comprobó que se mantenía intacta. Había perdido el blanco níveo del día en que la aplicó y presentaba un color amarillento a causa del polvo interestelar. Estaba salpicada por una multitud de puntos negruzcos de distintos tamaños. Eran micrometeoritos que se habían incrustado en el abultado recubrimiento durante el viaje. Sonrió satisfecho. La idea de usar la espuma había funcionado muy bien hasta aquel momento. Un aparato automático la rociaba regularmente con nitrógeno líquido, manteniendo la temperatura lo suficientemente fría para estabilizar la herida y la piel contigua a ella.


Entonces, reparó en que el ojo estaba abierto y lo miraba fijamente.


*


Según sus erráticas cuentas, había pasado poco tiempo desde que los cinco extraños objetos aparecieron en la lejanía. Sintió una desconocida e inquietante perturbación en el espacio, localizada en el punto en que habían aparecido aquellas cosas tan raras. Luego se acercaron y se distribuyeron a su alrededor. Había uno más grande, que se colocó delante, y cuatro más pequeños e iguales entre sí, que se repartieron por los flancos. Los pequeños le parecían peligrosos, pero no tenía claro por qué. En ningún momento mostraron una conducta amenazadora, así que, según fue pasando el tiempo, se fue tranquilizando. Esperaría a ver qué pasaba después. Parecían estar escoltándole a él y a la gran Cosa que lo había rescatado. Pensó que había sido una increíble casualidad que el enorme objeto lo hubiese encontrado cuando su situación era tan crítica. Estaba seguro de que, si aquello no hubiese aparecido, habría muerto en poco tiempo. El minúsculo ser que habitaba dentro de la Cosa había salido varias veces de ésta, evidentemente preocupado por el estado de su herida. Todavía no lograba comprender a qué se debía aquella actitud protectora.


Pero las sorpresas no habían acabado. Al cabo de un tiempo, sargrió una gran masa ante sí. Emitía una complejísima fuerza atractiva. En unos lugares era firme y en otros, casi inexistente. Miles de señales electromagnéticas incomprensibles llegaban a sus maltrechos magtinos, creando una gran confusión en el entorno. Había también varios objetos de gran tamaño en órbita alrededor de la masa central. Debía verlo. Así que, con un gran esfuerzo, abrió los ojos. Lo primero que vio, cuando consiguió enfocar, fue un gran asteroide cónico cubierto de luces, cosas extrañas y diversas formaciones redondeadas de gran tamaño, incrustadas a medias en la roca, que brillaban a la luz de una pequeña y no muy lejana estrella. La fuerza que emanaba de ella era la única que podía entender, la única que se comportaba con normalidad. Cerca del insólito asteroide flotaba un gran objeto de apariencia intimidante, pero absolutamente inmóvil. No mostró ninguna reacción a su presencia. Olió que su composición era similar a la de la Cosa y, a falta de otro nombre para definirla, la llamó Gran Cosa Inmóvil.


De pronto, muchas cosas pequeñas, rápidas y metálicas, se arremolinaron a su alrededor. Para su sorpresa, los objetos que le habían escoltado en el tramo final de su extraño viaje se dedicaron a acosar a los fastidiosos intrusos, manteniéndolos alejados de él. Parecía que se esforzaban al máximo en llevar a cabo aquella tarea. Otro comportamiento extraño e incomprensible que sumar a la ya larga lista.


Entonces, la Gran Cosa Inmóvil, que se había mantenido quieta e indiferente a su izquierda al llegar a aquel lugar extraño y fascinante, se movió hacia ellos y el molesto enjambre se apartó inmediatamente.


Continuaron avanzando hacia el asteroide. Desde luego, aquellas minúsculas criaturas no dejaban de sorprenderle. Estaba claro que eran muy hábiles y laboriosas. Algo en su mente le decía que todo aquello lo habían creado ellas, que no era el producto de un proceso natural. Estaba realmente asombrado. Todo lo que veía era mucho más elaborado y complejo que las Redes Luminosas, las enormes colonias cristalinas que orbitaban estrellas azules en muchos puntos del Territorio, al otro lado de la peligrosa Nube Del Dolor.


Se acercaron a una de aquellas cosas semiesféricas y transparentes. Se fijó en las otras. Juraría que había plantas dentro de ellas, como aquellas que había visto cerca de la costa del Mundo Vivo cuando nació en sus mares, mucho tiempo atrás. La cúpula transparente era mucho más grande de lo que creyó en un principio. Se encendió una potente luz y se abrió un agujero rectangular en el costado de aquello. La Cosa entró por el orificio. Casi no cabía. Él entró detrás, remolcado por ella. Sintió una fuerza extendida entre las luces de la entrada. Y también pudo oler que había una atmósfera dentro de la cúpula, a una presión y una temperatura muy confortables. Comprendió con asombro que la mezcla de gases, muy parecida a la del aire del Mundo Vivo, no se escapaba al espacio a causa de la fuerza que sentía en la entrada.


Al pasar por el rectángulo luminoso, un lacerante dolor atacó su costado malherido. Cerró los ojos con fuerza, tratando de soportarlo. Unos momentos después notó que la Cosa lo soltaba por fin. Tras un ratito de tranquilidad, durante el que se mantuvo flotando plácidamente a poca distancia del extraño y liso suelo, algo se desplazó por su lomo. Abrió el ojo izquierdo y vio a otra minúscula criatura desconocida, de aspecto frágil y delicado. No tenía ni rastro de metal en su piel. Se preguntó cómo sobreviviría algo tan débil en un ambiente tan hostil como el espacio. A lo mejor era por eso por lo que construían aquellas cosas tan raras... Transmitió agradecimiento y cerró el párpado de nuevo. Se encontraba muy débil. Pudo sentir que el ser lo acariciaba suavemente. Sin saber cómo, sus mentes se unieron fugazmente. Compartieron un torrente de emociones y sentimientos que se transmitió en ambas direcciones, pero no fue capaz de interpretar los del diminuto ser. Lo achacó a su mal estado y no pensó más en ello. Después le quitaron aquellos filamentos gruesos que le suministraban energía. Las laboriosas criaturas acercaron hasta él diversos objetos extrañísimos. Al poco sintió que una energía mayor lo envolvía cálidamente, como si estuviese inmerso en un capullo de fuerza vibrante. Por primera vez en muchos Ciclos se empezó a encontrar mejor. El ambiente a su alrededor había cambiado. Con la nueva energía que fluía a través de su organismo, sus sentidos se amplificaron un poco. Olía aire, múltiples metales y un montón de compuestos desconocidos. La temperatura era estable y muy agradable.


“Este lugar es muy cómodo. Aquí casi no me duele la herida”, pensó.


Abrió los ojos una vez más. Tardó unos instantes en enfocar correctamente. Comprobó que se encontraba en un amplio espacio vacío, con la parte de abajo plana y una superficie curva y transparente que cerraba el recinto por todas partes. A través de ella podía ver el espacio, las estrellas y la pared vertical del asteroide, cubierta de luces y formas extrañas. La Cosa que lo había remolcado hasta allí pasó lentamente por su lado y pudo ver en la parte delantera, tras unas placas transparentes, el apéndice redondo con ojos de otro ser similar a aquel que acababa de ver. La Cosa salió por el umbral luminoso, usando unos rayos extraños a modo de tentáculos, y se alejó en el espacio, tras lo cual se cerró de nuevo el agujero por el que habían entrado en aquel lugar sorprendente. La fuerza que había sentido rodeando el orificio rectangular se desvaneció. Centró su atención en un pequeño objeto que flotaba a su lado, muy cerca de su ojo izquierdo.


Se sorprendió al descubrir que volvía a ser la misma criatura que se había paseado por su lomo unos instantes antes. Esta vez se tomó un poco más de tiempo para estudiarlo mejor. Era muy parecida a la que había conocido cuando la Cosa lo encontró. Tenía la misma forma de cinco extremidades y un tamaño similar, pero carecía de la voluminosa piel metálica blanca de la otra, como había observado antes. Seguramente debía pertenecer a otra especie. Se fijó mejor en la extremidad superior, la pequeña y redonda, y miró sus ojos. Entonces lo reconoció. El shock que experimentó lo dejó abrumado por un momento: era el mismo ser, la misma criatura diminuta que lo había rescatado.


“¿Pero… dónde está su piel? No lo comprendo...”, se preguntó, aturdido. “A menos... A menos que no sea suya... Debe ser algún tipo de protección ajena a su organismo... Algo creado por éstas criaturas para poder sobrevivir en el espacio, igual que la Cosa, la Cosa Inmóvil y todos los demás objetos extraños que hay ahí fuera”, razonó un momento después.


Observó que a su alrededor había más seres de aquellos, todos sin coraza metálica. En su lugar presentaban una piel extraña, rugosa y suelta, de distintos colores en cada individuo. Se desplazaban apoyando las extremidades inferiores contra el suelo, y usaban las superiores para mover y manipular cosas. Los estudió atentamente. Parecía que aquella incomprensible gravedad sólo les afectaba a ellos. La parte superior de su cuerpo se movía regularmente, haciendo que entrase y saliese aire en su interior. Podía captar el olor que emanaban, una compleja mezcla de aromas que reconocía y efluvios que le resultaban extraños. Se comunicaban con sonidos complejos que brotaban de sus bocas. También gesticulaban mucho y no paraban de mirarlo y traer más cosas raras. Observó que la extensión lisa bajo él estaba compuesta por unas placas oscuras de formas regulares, encajadas entre sí. De todas emanaba una moderada fuerza atractiva. De todas menos de las que estaban directamente bajo él. Entendió que aquellas criaturas podían manipular y alterar la gravedad a su antojo y que les era necesaria para moverse con soltura. Intuyó que no la usaban con él para evitar dañarlo más.


De pronto comprendió que aquellos seres no eran propios del ambiente espacial. No estaban en absoluto adaptados para vivir en el exterior. Por lo que percibía, si alguno hubiese salido fuera sin su extraña piel protectora de quita y pon habría muerto instantáneamente. Pero parecían compensar sus severas limitaciones con sus extraordinarias habilidades para transformar y adaptar el entorno. La única explicación que se le ocurría para aquello era que debían de haberse desarrollado en algún mundo capaz de albergar vida y que, posteriormente, habían encontrado la forma de abandonarlo y habitar también en el espacio. El cómo era algo que escapaba completamente a su comprensión.


Presintió que su vida a partir de aquel instante ya nunca sería igual. Entraba en una nueva etapa, saturada de sorpresas inesperadas. Una época imprevisible y excitante.


*


Habían pasado varios días desde la llegada de la Elcano a la Colonia, durante los cuales no dejó de hablarse en ella de la fascinante criatura espacial que Mónica y Li habían rescatado.


Y también se hablaba mucho de su preciosa hija de turbadores ojos violetas. Habían nacido más de cien niños en el último mes; casi la tercera parte presentaba pequeñas mutaciones. Los médicos no tenían una teoría medianamente sólida para explicar los cambios. Quizá era algún tipo de radiación que los escudos no lograban detener, o un efecto colateral de las condiciones ambientales artificiales. Se practicaban análisis de ADN rutinarios a cada neonato. Los de las criaturas con alteraciones resultaron normales, sin ningún riesgo para su salud. Sólo algunos genes, en zonas de poca relevancia, presentaban ligeras alteraciones o regresiones de otros estadios evolutivos. Esto ocasionaba en los niños pequeñas variaciones en su aspecto, como el color del pelo o de los ojos, la forma de las pupilas, las uñas o la textura y color de la piel. Todos presentaban también un aumento de la talla corporal. 
 
Dos de ellos vinieron al mundo con seis dedos completamente funcionales en sus manos y pies. Una niña tenía unos auténticos ojos de gato con pupilas verticales e iris intensamente dorados. Dos niñas y un niño tenían el cabello gris claro, y otra, que nació con él completamente blanco, ahora lo tenía intensamente verde (como se descubrió más tarde, por ser cada cabello hueco y transparente y estar habitado por algas microscópicas, que de algún modo desconocido llegaron hasta allí). Otro niño era mucho más grande de lo normal a su edad (nació por cesarea casi cuatro semanas antes) y presentaba unos marcados músculos, incluso bajo la suave redondez de un recién nacido. 
 
Y uno había desarrollado una pequeña cola que, tras arduas discusiones por parte del equipo médico, fue preservada. El apéndice era perfectamente operativo, estaba muy vascularizado y recorrido por fibras nerviosas; los huesos se estaban formando correctamente, y su movilidad y posición no parecían estorbar, en principio, los movimientos del niño. Algunos médicos no creían que le molestase al sentarse o caminar, al contrario de lo ocurrido a lo largo de la Historia en casos similares. Se decidió que el tiempo pondría las cosas en su lugar; si había que extirpar la cola, se podía hacer en cualquier momento.


Pero, excepto éste último, la niña de ojos felinos y la del pelo esmeralda, ningún bebé mostraba nada capaz de rivalizar con la increíble mirada de la hija de Mónica y Li. Sus grandes y brillantes ojos de intensísimo color violeta atraían todas las miradas a su alrededor, sin excepción.


Cuando la niña llegó a la Colonia hacía veintidós días que había nacido. Por supuesto, la enfermería de la Elcano no podía realizar análisis genéticos exhaustivos. Y, con el ajetreo de la llegada de la nave y el animal, la cuestión había quedado un poco aplazada. Se le tomó la muestra de sangre cuando Alexia tenía treinta y tres días. En aproximadamente una semana tendrían los resultados.


Mientras tanto, la pareja dedicaba todo el tiempo posible a su pequeña, que crecía sana y feliz. Permanecían muchas horas al día en la Bóveda Diecinueve, cuyo nombre había cambiado de forma extraoficial. Se la empezó a llamar popularmente “La Dragonera”. Todos los científicos de la Colonia empezaron a estudiar al animal, pero siempre de forma indirecta, con aparatos de escaneo y tecnologías no invasivas. No se atrevían a tocar la herida hasta que se curase, por miedo a hacerle un daño innecesario. La fisiología de la extraordinaria criatura era un absoluto misterio. Le habían hecho algunas biopsias de los tejidos más superficiales. Los datos iniciales proporcionados por aquellos análisis, y por las observaciones preliminares de Mónica y Li, les aportaron una idea general bastante aceptable del tipo de biología del animal.


*


—Su sistema orgánico se basa en gran parte en el uso del oxígeno y la glucosa, como los animales terrestres, pero sus células pueden metabolizar otros “combustibles” sin problemas, con distinta eficiencia. Sus exóticas mitocondrias tienen la capacidad de usar silicio, metano, diversos tipos de proteínas, amoniaco, selenio y muchos otros compuestos como fuente de energía o de catalización. Y es capaz de usar la electricidad directamente para alimentar las células de sus tejidos. —Cynthia Paris, doctora en Biología, no podía disimular el brillo de excitación de su mirada. Trataba de leer su informe de manera aséptica y profesional, pero la emoción teñía su voz—. Además, puede incorporar materiales a su organismo de forma directa, como los metales que componen las placas de su armadura externa.

—A propósito de eso, la composición de su piel ha sido una gran sorpresa. Está constituida por una aleación múltiple de distintos metales, cuyos átomos forman nódulos entretejidos en una red tridimensional de nanotubos de carbono. Esta red actúa como soporte estructural, formando múltiples capas superpuestas. Intercaladas entre ellas hemos encontrado otras, compuestas exclusivamente por moléculas de fulereno encadenadas, con un átomo de tántalo en el interior de cada uno de ellas.

“Ésta estructura de capas alternas otorga a su piel una más que notable flexibilidad, sin perder por ello nada de su extraordinaria resistencia. Es un blindaje perfecto... Absolutamente perfecto. Bajo la piel hay una gruesa capa de tejido que, por su estructura, se parece muchísimo a un aerogel, aunque más complejo. Es un aislante extraordinario. Mantiene su organismo perfectamente protegido de las temperaturas extremas. Lo que aún ignoramos es cómo lo hace esta criatura para lidiar con la radiación secundaria. Todo metal expuesto a las radiaciones cósmicas reacciona a éstas emitiendo más radiación, al excitarse sus átomos. Eso debería irradiar todo su organismo… pero no es así. —Ouram Mwiti entrelazó los dedos detrás de la cabeza, mirando al techo. Se sentía como un niño pequeño. Todos sus conocimientos de Ingeniería de Materiales estaban a años luz de lo que había descubierto estudiando la coraza de la criatura.

—Los escáneres orgánicos han revelado que posee dos sistemas circulatorios claramente diferenciados, aparte del sistema endocrino. El primero, alimentado por un enorme corazón primario de seis cámaras y otros seis secundarios de dos, lleva una sangre de color entre bronce y dorado a todas las células de su cuerpo. Ignoramos por completo cuál es el agente causante de ese color tan peculiar, aunque suponemos que es debido a la mezcla de color entre su... hemoglobina, por llamarla de alguna manera, y unas proteínas masivas libres en su sangre, de tonos amarillentos y anaranjados. Hemos intentado analizarlas en profundidad, pero todavía sin resultados relevantes.

“La segunda red vascular transporta nitrógeno líquido. Es bombeado por cuatro grandes músculos alargados de apariencia cardíaca. Estamos seguros de que su función es controlar las temperaturas extremas, llevando calor o frío de un lugar a otro del organismo —terció Claudia Helmutt. La joven bióloga, ayudante de Cynthia Paris, no lograba borrar de su atractivo rostro la leve sonrisa que le provocaba el recuerdo de la criatura espacial. Se sentía completamente fascinada por su extraordinaria fisiología, hasta el punto de ser casi incapaz de pensar en nada más.

—Carece de ano y uretra —prosiguió la doctora Paris—. Los residuos son canalizados hacia su lomo a través de unos tubos musculosos parecidos a arterias, pero del diámetro de un muslo humano. Cuando llegan allí, se ramifican en millares de capilares que... —Hizo una pausa, para buscar algo en su pantalla táctil—. Sí, aquí está. Los conductos tapizan unas delicadas estructuras alargadas, protegidas bajo unas hendiduras móviles en la piel de su lomo. Los curiosos órganos, que tienen el aspecto de gigantescas alas de libélula blandas, también se hallan profusamente irrigados por el sistema circulatorio. Los desechos metabólicos del organismo, junto al dióxido de carbono que producen sus células, mantienen una densa y variada comunidad de algas microscópicas, que habitan en esas extrañas estructuras.

“Creemos que el animal extiende esos órganos en el espacio, a modo de alas o paneles, para que la luz de las estrellas los bañe y las algas puedan realizar la fotosíntesis. Los microvegetales deben suministrar así grandes cantidades de oxígeno a su huésped, a la vez que lo liberan de una parte significativa de sus residuos.

“Estas asombrosas algas poseen un metabolismo tan rápido y eficaz, que la simbiosis entre ellas y el animal funciona como un sistema cerrado casi perfecto de reciclaje y alimentación mutua.

—Además, hemos encontrado más de dos mil quinientos tipos diferentes de colonias bacterianas desconocidas localizadas en todo su organismo, que se encargaban de metabolizar todo aquello que el animal o las algas no pueden lograr por sí mismos. Su actividad produce sustancias de desecho que pueden ser usadas por el huésped en su propio beneficio, como gases combustibles. Sospechamos que, aún así, algo debe desechar. Y, dado que no dispone de conductos de expulsión, contemplamos dos posibilidades: lo regurgita o lo quema en sus propulsores. —Explicó Luca Chen, enumerando con los dedos de la mano derecha. El competente microbiólogo era el único del grupo que parecía inmune a los extraordinarios descubrimientos de aquellos últimos días. Se comportaba de forma metódica y racional. Pero tan sólo era una fachada. Se sentía tan tremendamente impresionado por el animal, que mantenerse frío y distante era la única forma que tenía de controlar sus emociones.


Todos guardaron silencio un momento, para ordenar sus ideas. Doce personas integraban el improvisado comité de información que se había reunido en la Sala Diplomática. Hacía un mes que la Elcano había llegado a la Colonia, remolcando a la extraordinaria criatura. Estaban sentados alrededor de una gran mesa redonda que contaba en su centro con un avanzado proyector holográfico. Los tres máximos representantes del Consejo, encabezados por Omar Kassim, escuchaban atentamente las conclusiones preliminares de los científicos que había a su alrededor, mientras las diversas imágenes del animal se mostraban en el centro, flotando en el aire. Por supuesto, Mónica y Li habían sido inmediatamente asignados al comité, apenas se conoció la intención de los miembros del Consejo de convocarlo. El matrimonio, además de encontrarlo, eran las dos personas que más tiempo habían pasado estudiando al animal y observando su comportamiento. Su experiencia era muy valiosa en aquellas circunstancias. También habían sido invitados dos Urisén vianhios, el maestro Luar y su joven aprendiz, Annevar. Eran los más prestigiosos biólogos de Vian’har. Puesto que su civilización llevaba décadas navegando por todo aquel sector de Orión, podían tener inestimables conocimientos del ecosistema nebular.


La presencia de los vianhios en la misma estancia que los humanos implicaba respetar escrupulosamente el Protocolo de Biocompatibilidad. Para no obligar a sus amigos a llevar puestos los trajes aislantes y los filtros respiradores, la Sala Diplomática estaba equipada con un campo bioneutralizador. Así, todos los presentes podían respirar tranquilamente, hablar o tocarse sin riesgo de contaminación. Si los microorganismos que habitaban el cuerpo de humanos y vianhios viajasen al medio ambiente que no les pertenecía, podía producirse un grave incidente biológico. Por tanto, las personas reunidas en la sala se encontraban sumergidas en un leve halo vaporoso de tenue luz azulada, que aniquilaba instantáneamente cualquier resto biológico libre en el aire, en la ropa o sobre la piel.

Debido a las peculiaridades de la evolución de la bioquímica de cada planeta, y los millones de posibles combinaciones, había especies con bioquímicas similares y otras que no se parecían en nada. En unos casos era obligatorio usar el sistema y en otros era inútil por completo. En el caso de los meggios, con un treinta por ciento de biocompatibilidad, el bioneutralizador se usaba por precaución, aunque el riesgo era muy bajo. Pero con los naderios, con menos del quince por ciento de compatibilidad (en las muy ocasionales veces en que alguna delegación naderia había estado en la Colonia), era innecesario. Y en el caso de los jurhanii, cuya bioquímica era en más de un noventa y cinco por ciento distinta a la terrestre, era del todo inútil.

Pero los vianhios, por alguna razón compartían con los humanos más del setenta y cinco por ciento de la bioquímica de sus ecosistemas, con lo que el riesgo de contaminación biológica era muy elevado. Ambas especies se podían considerar "hermanas bioquímicas". No obstante, gracias a aquella compatibilidad, en la Colonia se podían consumir muchos alimentos (esterilizados) de Vian'har y algunos de los de Megger, lo cual era de agradecer, porque la Colonia tenía una capacidad de producción algo limitada. En cambio, los alimentos jurhanii tenían un valor nutritivo nulo para humanos y vianhios, aunque se usaban para añadir sabores y aromas muy estimulantes.


El noveno asistente a la reunión era Vassili Renoir, un brillante ingeniero de sistemas. Era el Jefe de Operaciones del astillero Argos. Aunque su aspecto achaparrado ligeramente grueso, su mostacho algo descuidado y sus modales rudos daban una primera impresión poco agradable, Vassili era un amigable bonachón al que todo el mundo quería y respetaba, y al que jamás se había visto de mal humor. Parecía uno de aquellos viejos jefes de máquinas de un barco de vapor que se podían ver en antiguas películas. Y a él le gustaba dar aquella imagen. Pero sus conocimientos de ingeniería y mecánica eran absolutamente abrumadores. Se había graduado en la Universidad de la Colonia y en la Belorén de Vian’har con las máximas notas de la Historia, y un año antes de lo habitual. Además era un excelente mentor. Su caudal de conocimientos era tan enorme que había situado al Argos en el más alto nivel de calidad y eficiencia, y en uno de los destinos laborales más ansiados. Cierto día a alguien se le ocurrió que Vassili se parecía notablemente en físico, profesión y conocimientos al Jefe de Ingeniería de la Enterprise, la nave protagonista de la vieja serie de aventuras espaciales Star Trek. Desde aquel momento, Vassili Renoir pasó a ser conocido cariñosamente por todo el mundo como “Scotty”.


Pero aún no había abierto la boca en toda la reunión. Se limitaba a escuchar atentamente y a tomar notas sin parar. Aunque en sus ojos brillaba una intensa chispa de excitación. Se sentía completamente abrumado por la magnífica criatura, devorado por la curiosidad y el ansia de saberlo todo de ella. Era como un niño que se asomaba por primera vez a un ventanal y contemplaba la vastedad del espacio.


—Por favor, prosigan con la exposición —pidió Omar, con un ligero temblor en la voz.

—De acuerdo —Claudia Helmutt fue la primera en romper el silencio—. La boca es parecida a la de las rémoras o las lampreas. Está protegida por dos placas metálicas móviles que pueden cerrarse herméticamente. La mucosa de la boca está tapizada de glándulas secretoras. Producen un ácido terriblemente corrosivo, capaz de deshacer la roca y el metal con una rapidez pasmosa. Y su sistema digestivo, altamente eficiente, puede asimilar cualquier tipo de material, ya sea orgánico o mineral. Incluso en bruto.

—Ahí precisamente, en sus intestinos, es donde hemos localizado la mayoría de las bacterias exóticas. Aún estamos comprobando su actividad biológica, pero los resultados preliminares muestran que algunos de estos microorganismos poseen habilidades extraordinarias —añadió Luca Chen.

—Presenta una cámara especial adosada al intestino, muy vascularizada y llena de agua pura, que seguramente usa como reserva de líquido. Tiene un volumen de unos dos metros cúbicos. Hay también cinco grandes vejigas alargadas en el interior de su organismo, en la mitad trasera. La central es unas tres veces mayor que las otras cuatro y contiene oxígeno líquido. Las demás presentan restos de diferentes gases, como hidrógeno, metano o amoniaco. Al parecer, puede usar diferentes combustibles según la disponibilidad que de éstos encuentre en sus viajes por el espacio. Y la más grande también le sirve, seguramente, como reserva de oxígeno, a juzgar por la densa red vascular que posee. Pensamos que, en zonas en los que la luz de las estrellas sea demasiado débil para alimentar los pétalos, debe usar esa gran vejiga como fuente de oxígeno para su metabolismo principal. Si se ve escaso de este elemento, puede usar, como ya se ha comentado, otras fuentes de energía... o tal vez entre en estado de suspensión o criptobiosis... como en hibernación. —La doctora Paris iba señalando con su puntero láser las distintas partes anatómicas del holograma del animal.

—Un momento, un momento —interrumpió la Consejera Vala Ruano. Todos giraron la cabeza hacia ella.


Se sentaba a la izquierda de Omar Kassim, con los codos apoyados en la mesa y una mirada escrutadora en sus ojos castaños. Tenía sesenta años y una vitalidad agotadora. Ni siquiera se molestaba en teñir las abundantes canas de su cabello, porque consideraba que uno es lo que es, no lo que aparenta. Era una mujer enérgica y competente, de mente abierta, con un enorme sentido de la justicia y de decisiones rápidas y acertadas. Todo el mundo en la Colonia la tenía en muy alta consideración y siempre se escuchaban sus propuestas y se respetaban sus decisiones. En los veinticinco años que llevaba en el Consejo, jamás había defraudado la confianza que se había depositado en ella.

—Perdón, doctora Paris, ¿ha dicho que “usa combustibles”? —prosiguió la Consejera, con los ojos entornados—. Si no recuerdo mal, el señor Chen comentó hace un momento algo sobre propulsores. ¿Es que, acaso, nuestro notable amigo posee algún tipo de motor?

—Disculpe, Consejera Ruano. No recordaba que usted estaba de viaje en el Sistema Tilán cuando llegó la Elcano a la Colonia. Por tanto, no conoce los detalles que Mónica Llanos y Li Wong nos transmitieron durante su viaje de regreso. Le pido perdón por no haberla puesto en antecedentes —se excusó el Consejero Kassim.

—No se preocupe —dijo ella, sonriendo y agitando la mano—. Entiendo que estos días todos deben haber estado muy ajetreados y emocionados. A mí me hubiese pasado exactamente lo mismo. De hecho, yo habría estado tan absorta con ésta criatura extraordinaria, que en lo último que habría pensado sería en informar a una vieja gruñona de algo que ya debería saber desde hacía días.


Todos se quedaron callados, tratando de averiguar si el comentario de la Consejera había sido sarcástico o literal. Pero no tardaron en salir de dudas ni un segundo, pues Vala Ruano prorrumpió en sonoras y sinceras carcajadas ante la estupefacción de sus interlocutores. La leve tensión que flotaba en la Sala Diplomática desde el inicio de la reunión se disipó como una voluta de vapor en el aire. En su lugar se expandió un buen ánimo general que relajó en gran medida las formalidades.


—Pues sí, Consejera —respondió Ouram—. El animal tiene motores. Es un sistema de impulsión química, a causa del cual lo llamamos cariñosamente “dragón”. En la parte trasera, bajo esa cola corta y robusta, presenta dos cámaras de ignición, formadas por gruesas celdillas metálicas rodeadas de tejido aislante. Son altamente refractarias y pueden canalizar campos magnéticos muy intensos. Así son capaces de soportar perfectamente las altas temperaturas que se deben producir durante el encendido. Hemos encontrado niobio, tántalo y cobalto en su densa composición, lo que nos lleva a estimar su punto de fusión en más de tres mil ochocientos grados centígrados.


La cara de la Consejera Ruano era un poema.


—Las aletas —prosiguió Ouram tras comprobar que la Consejera no iba añadir nada más—, están formadas por una aglomeración de túbulos metálicos, con un elevado contenido de elementos magnéticos en su composición, principalmente hierro y neodimio. Los túbulos se encuentran alineados a lo ancho de la extremidad como una especie de línea de bobinas. Están entretejidos en una compacta red formada por nanotubos de carbono, que sirven de soporte y refuerzo al tejido vivo y a los huesos y confieren a cada aleta una gran resistencia y flexibilidad. Unos gruesos nervios perfectamente aislados recorren las extremidades de punta a punta y se hunden en los nódulos nerviosos de sesenta centímetros de diámetro que hay dentro del cuerpo, uno en la articulación de cada apéndice. Parece ser que éstos “cerebros” secundarios se encargan de la gestión precisa de la energía en cada aleta, túbulo por túbulo.

—¿Y por qué esa redundancia? —preguntó el Consejero Kassim. Fue Claudia Helmutt la que respondió.

—Si nuestro cerebro tuviese que ocuparse directamente de todos y cada uno de los procesos fisiológicos de nuestro organismo, tendríamos una cabeza tres veces mayor. En el cuerpo humano hay varios sistemas que realizan sus funciones de forma automática y sólo “informan” al cerebro de lo más importante. Por ejemplo, nuestro sistema digestivo. Los intestinos están formados por capas alternas de tejido celular y tejido nervioso. Es un cerebro en toda regla que se encarga de todo el proceso fisiológico de la digestión. Incluso puede experimentar emociones primarias. De hecho, tiene nombre propio: Sistema Nervioso Entérico. La asimilación de los alimentos es un procedimiento muy complejo. Este segundo cerebro intestinal libera al de nuestra cabeza de una inmensa cantidad de tareas, lo que lo deja disponible para albergar nuestra conciencia y nuestra mente. Suponemos que, en nuestro fascinante amigo, los nódulos nerviosos de la base de las aletas cumplen una función similar: automatizar tareas muy complejas sin la mediación directa del sistema nervioso central.

—Ya veo. ¡Vaya! Desconocía que tuviésemos dos cerebros en nuestro cuerpo. Así es aún más difícil entender el grado de estupidez de que hacen gala algunos individuos... —La Consejera Ruano volvió a arrancar una sonrisa a los congregados en la sala con su ácido sentido del humor. Cynthia Paris continuó la exposición.

—Pero la mayor sorpresa nos la llevamos al analizar su ADN. Es completamente diferente al de cualquiera de las especies que conocemos. En la Tierra, Vian’har, Megger, Entanimoe... en todos los mundos que hemos visitado, el ADN de los seres vivos tiene una configuración idéntica: la de la doble hélice que todos hemos visto representada alguna vez.

“El de nuestro amigo presenta una estructura molecular de TRIPLE hélice, con “peldaños” triangulares, envuelta a su vez por una capa de átomos diversos... —Cynthia tecleó en su consola táctil y la imagen del holoproyector cambió. Los esquemas fisiológicos del animal fueron sustituidos por el modelo de una exótica molécula que parecía cubierta de pinchos— ...lo que le da ése peculiar aspecto erizado. Es un diseño realmente fascinante. Además, no está compuesto por cuatro aminoácidos, como el nuestro, sino por ocho. Es algo más corto que el de un ser humano, alrededor de un veinte por ciento. Pero no se engañen; su diseño tridimensional codifica unas tres mil veces más información que el material hereditario humano. Para diferenciarlo del material genético “normal”, le hemos dado el nombre de triADN. Es un descubrimiento asombroso. Un hito histórico en la ciencia genómica.

—Y día tras día estamos descubriendo nuevas y asombrosas adaptaciones, mientras el estudio de la criatura cada vez congrega a más investigadores alrededor de ésta… y por ello estoy firmemente convencido de que se debería limitar el acceso a la “Dragonera”, por el bien del animal. Que sólo un pequeño grupo de investigadores elegidos tengan acceso permanente a él. Por supuesto, varios de los que están sentados a esta mesa deben estar integrados en ese grupo. Yo no me incluyo, porque tengo muchas responsabilidades en el Argos y no podría dedicarle ni el tiempo ni la atención adecuados. Todo deberá ser canalizado y filtrado por esos científicos, y el tiempo dedicado a las investigaciones directas no debería sobrepasar las dos o tres horas diarias. No creo conveniente agobiar demasiado a la pobre criatura. Suficiente tiene ya con lo suyo ¿no?...


Las palabras de “Scotty”, las primeras que pronunciaba en todo el rato, hicieron que todos se sumiesen en un silencio pensativo. Como siempre, el viejo ingeniero hacía gala de un sólido sentido común. Se miraron los unos a los otros. No hizo falta nada más.


—Apoyamos la proposición —dijeron al unísono Mónica y Li.

—Y nosotros también —secundaron Luar y Annevar.

—Y yo —afirmó Luca Chen.

—Y nosotras. —Cynthia Paris y Claudia Helmutt levantaron la mano sonrientes.

—Yo también —dijo Ouram Mwitti, recostándose en el sillón.

—Lo considero muy acertado, “Scotty”. ¡Qué demonios!— La Consejera Ruano palmeó la mesa y se levantó sonriente—. Omar, tú qué opinas.

—Me parece bien —respondió el interpelado, mirándola divertido.

—¿Y tú, Kyle?


El tercer Consejero, que no había dado señales de vida durante toda la reunión, limitándose a escuchar con evidente interés y a tomar nota precisa de todo, miró a Vala a los ojos y asintió con la cabeza. Kyle Kydman era un hombre curioso. Medía metro sesenta, era delgado y presentaba una avanzada calvicie, a pesar de tener cincuenta y tres años. Parecía uno de aquellos antiguos y tímidos contables de las viejas películas. Pero, al igual que “Scotty”, su aspecto era muy engañoso. La naturaleza le había dotado con una agudísima inteligencia y un inquebrantable sentido del honor. Era una persona de movimientos precisos y calculados, con un permanente brillo de curiosidad en sus pequeños ojos escrutadores de cálido tono castaño.


Aunque el rasgo más característico de su carácter era su extrema parquedad de palabras. Su máxima era: “nunca abras la boca a menos que lo que tengas que decir sea más bello que el silencio.” Y la aplicaba a rajatabla. Pocas veces se escuchaba su voz pero, cuando decía algo, prácticamente hacía historia. Aquellas cualidades lo habían llevado a convertirse, un poco a su pesar, en el máximo representante de Justicia en la Colonia. Los pocos juicios que presidía, de forma absolutamente imparcial e intachable, eran seguidos por miles de personas pues, además de la oportunidad de escucharle, sus exposiciones de las sentencias constituían un valiosísimo filón para todo aquel que quisiese aprender algo útil de la vida, de la justicia y del honor.


Y aquel fue uno de esos valiosos momentos.


—Apoyo plenamente el acertado razonamiento del señor Vassili Renoir. Aunque considero que las investigaciones deberían tratar de centrarse, en la medida de lo humana y tecnológicamente posible, en devolver a nuestro invitado a su estado original. Aprenderemos de él ayudándolo, no aprovechándonos de su situación. Si, tras destruir nuestro mundo, situarnos al borde de la extinción, huir al espacio casi sin esperanzas y llevar cincuenta años viviendo de la generosidad de otra civilización, no comprendemos que son más productivos y honrados la colaboración y el agradecimiento que el oportunismo y el egoísmo, significara que no hemos aprendido absolutamente nada desde la Gran Catástrofe. Y, por tanto, mejor sería dejar al animal donde lo encontramos y que la Naturaleza siga su curso, sea cual sea.


Y no había nada más que decir.


—Decidido, pues. En dos días el Consejo comunicará los detalles precisos de toda esta operación. Gracias por su asistencia a esta reunión informativa. Se levanta la sesión. —Omar se levantó y saludó a los presentes. Acto seguido, él, Vala Ruano y Kyle Kydman abandonaron la Sala Diplomática por la puerta del fondo, la que daba a la Gran Sala del Consejo. Luar y Annevar se enfundaron los trajes asépticos y se colocaron las máscaras filtrantes en el rostro. Precedidos por las tres mujeres, todos salieron por la puerta principal al vestíbulo del recinto que albergaba el Consejo de la Colonia, conversando animadamente. Fueron a tomar algo a un local acogedor que había cerca y charlaron un buen rato. Los dos vianhios, por supuesto, tomaron bebidas esterilizadas, en envases diseñados de tal forma que se pudiese consumir su contenido sin abrir la máscara respiratoria y sin riesgo de contaminación.


Mónica se quedó mirando la máscara de Annevar. Tanto él como Luar usaban un modelo nuevo, mucho más estético que los anteriores. Antes parecían escafandras, aunque más ligeras, dando a sus portadores el aspecto de astronautas. Aquellas, en cambio, se asemejaban a una segunda piel. Tan sólo la ausencia de boca y los dos alargados filtros con forma de tentáculo que salían de detrás de las mejillas hacia la espalda rompían la ilusión. La máscara se colocaba como un pasamontañas muy elástico y translúcido. Estaba hecha de un material de porosidad casi nula, que impedía la transpiración, pero sin que se condensase vapor entre la máscara y la piel. Los ojos estaban cubiertos por dos óvalos semirrígidos casi invisibles, tal era su grado de transparencia. Y toda la parte superior y posterior del cráneo estaba cubierta por cabello artificial impregnado en un potente desinfectante inodoro en seco. Por último, frente a la boca se había instalado un discreto dispositivo que cumplía una doble función. Por una parte, permitía tomar líquidos desde envases especiales. Y por otra, rectificaba la voz, para que pareciese más natural. Sin aquel aparato, el habla del usuario quedaría amortiguada y distorsionada.


A Mónica le gustó aquel nuevo diseño. Era mucho más agradable hablarle a una cara que a una escafandra...


Al cabo de un par de horas salieron del local, se despidieron cordialmente y cada uno se fue a su alojamiento.


*


Dos días después, el Consejo comunicó las directrices que se habían acordado para organizar el acceso de los científicos a la “Dragonera” y al animal. Los investigadores seleccionados fueron las doctoras Cinthya Paris y Claudia Helmutt, el microbiólogo Luca Chen, el ingeniero Ouram Mwitti, Luar y Annevar, del grupo original reunido en la Sala Diplomática. Se les unieron tres biólogos especialmente seleccionados, el doctor Carlos Steffan, y las doctoras Alyssa Reldon y Debby Tadjahan. El neurólogo Norman Vernier también fue convocado. A cada uno de ellos se les asignaron tres ayudantes, escogidos entre los estudiantes más capacitados de Vian’har y de la Colonia. Por último, Mónica y Li gozaban del mismo estatus de acceso total, aunque no fuesen realmente investigadores.


Bajo la supervisión del Consejo empezaron a realizar biopsias y experimentos de mayor complejidad, siempre respetando al máximo la integridad física del animal. Se usaban microsondas robotizadas, del tamaño de un grano de trigo, para obtener muestras de todos los tejidos internos y para monitorizar en vivo y en tiempo real sus procesos fisiológicos. Si algún experimento o estudio solicitado por científicos externos al equipo de la “Dragonera” precisaba más tiempo del establecido, quedaba a cargo de éstos y de sus ayudantes fijos.


La colaboración de los dos Urisén fue de gran ayuda. La existencia de aquellas sorprendentes criaturas —y de muchas otras especies— era conocida desde hacía décadas, pero su avanzada cultura había reunido muy poca información de ellas. A los miembros de la especie a la que pertenecía el animal, los vianhios los llamaban Nelanes, palabra que provenía de “nelah’an” y que significaba “gran curiosidad” en su idioma; el nombre se debía a aquel rasgo predominante de su carácter. Los Urisén aportaron pocos aunque valiosos datos obtenidos de la observación de su comportamiento en libertad, recabados a lo largo de los años transcurridos desde la Liberación. Toda información recopilada con anterioridad a aquella fecha provenía de la mitología y las leyendas. Los datos más modernos se limitaban a los ocasionales encuentros ocurridos a éste lado de la Barrera, pues nunca habían podido seguir a los animales a sus territorios más allá de ésta. Habitaban toda la Gran Nebulosa, aunque no era nada fácil tropezarse con ellos. Creían que la mayoría de las especies vivía en Enigma, la vasta región situada tras la Barrera. Los vianhios no habían podido dedicar más tiempo a investigar a las criaturas espaciales, porque casi todos los recursos de su civilización eran necesarios para la reconstrucción de su cultura y de su mundo.


A pesar de ello, durante las siguientes semanas se avanzó rápidamente en la comprensión de la exótica fisiología del Nelán. Se llevó la Elcano al Argos, donde fue sometida (por enésima vez) a una serie de modificaciones en sus sistemas, sobre todo en los sensores y los bancos de datos. La tripulación habitual fue ampliada a tres personas más: un biólogo, una geóloga y un ingeniero de sensores. La nave realizó varias misiones, tratando de encontrar más seres espaciales, sin éxito. También se llevaron a cabo extensos análisis de las enormes nubes gaseosas próximas al Sistema Deméter, en busca de las colonias bacterianas que, se suponía, debían formar la base de la cadena trófica del medio ambiente nebular. Poco a poco, se iba comprendiendo el ecosistema espacial y a sus criaturas. Pero la tarea era tan vasta como el territorio que éstas habitaban.


*


—Hacía tiempo que no disfrutaba de una velada tan agradable. Está todo delicioso —dijo Mónica, degustando un pedazo de majdria’hra con salsa invirud mientras cenaban todos juntos bajo la cúpula transparente, a una treintena de metros del Nelán. Todos estuvieron de acuerdo, asintiendo sin hablar, con la boca llena. Acababan de llegar con la Elcano de uno de aquellos agotadores viajes de investigación, y se llevaron una bonita sorpresa cuando vieron que Dinarea y Lesinea, las esposas de Luar y Annevar, les habían preparado un recibimiento totalmente inesperado en la “Dragonera”, ayudadas por sus maridos: una cena hecha con platos típicos de su mundo, convenientemente esterilizados, cuidando de eliminar los pocos ingredientes que podían ser tóxicos para los humanos, sustituidos por sucedáneos artificiales. Habían preparado comida para toda la tripulación de la nave, pues venían todos agotados y con ganas de descansar. Debatiéndose entre el hambre que les provocaba el delicioso aroma que emanaba de la comida y las normas mínimas de cortesía, los invitados se sentaron a la mesa todo lo rápido que permitían la educación y el decoro. En un momento se reunieron allí doce personas, incluyendo a la pequeña Alexia, que Annevar había ido a buscar a casa de los padres de Mónica. La niña, que ya tenía más de tres meses, miraba con curiosidad a todas aquellas personas con sus hermosos ojos violetas, sonriendo feliz cada vez que alguien le hacía una carantoña.


Mónica recordó que aún no le habían mandado los resultados del análisis genético de la pequeña. Al día siguiente iría sin falta a reclamarlo.


Dos semanas atrás, Scotty había mandado instalar en la Bóveda Diecinueve un bioneutralizador, para que los investigadores se encontrasen cómodos y no hubiese contaminaciones biológicas entre humanos y vianhios. Como el Nelán no respiraba y su piel estaba acorazada, con la horrible herida perfectamente aislada, era altamente improbable que se produjese una contaminación entre éste y las personas de su alrededor.


Gracias al complejo sistema, Dinarea, Lesinea, Luar y Annevar no precisaban en aquel momento de los trajes y máscaras de contención personal, y la velada estaba resultando mucho más cómoda y distendida de lo que hubiese sido de haberse visto obligados a usarlos.


Al genial ingeniero no le costó mucho convencer al Consejo de la necesidad de instalar aquel sistema en la “Dragonera”, a pesar de que ello supuso que tan sólo quedasen otros dos aparatos en el Almacén Restringido de la Colonia. Allí se guardaban algunos dispositivos que habían sido recuperados por los vianhios de sus antiguos amos, tras la Era de la Esclavitud. La tecnología de los bioneutralizadores era extraña y compleja y aún no se había logrado reproducir, a pesar del empeño puesto en ello. El Gobierno de Vian’har cedió catorce dispositivos a la Colonia veinte años atrás, para que los humanos los utilizasen de la forma que considerasen más apropiada. Tan sólo cinco naves disponían del sistema, entre ellas, la Elcano, en su condición de nave de exploración y prospección. Seis estaban instalados en otros tantos puntos estratégicos del asentamiento, como en el caso de la Sala Diplomática y la Sala del Consejo. En el Almacén Restringido se guardaban tres (ahora dos). Y el último, el más grande y complejo de los catorce dispositivos, se encontraba instalado entre los depuradores de aire de la Nueva Esperanza, en la parte más alta de su bóveda transparente, de forma que englobaba con su efecto todo el interior de la cúpula. Así se disponía de un enorme entorno natural acogedor y relajante apto para todas las especies, fuese cual fuese la bioquímica de su mundo de origen.


Era de dominio público que se estaban realizando intensas investigaciones para lograr obtener un fármaco o tecnología que permitiese por fin la tan ansiada interacción entre todas las especies conocidas y las que se conociesen en el futuro, sin usar medidas de protección adicionales. Por supuesto, un logro así sólo sería posible en atmósferas cerradas, nunca en la superficie de un planeta. Dada la dificultad de la empresa, los avances eran muy lentos. Nadie ponía en duda que, siguiendo unas estrictas directrices de control y una introducción paulatina en los ecosistemas, en pocos siglos humanos, vianhios y meggios podrían llegar a compartir sus mundos sin problemas (en el caso jurhanii no existía ese problema). Puesto que no se podía esperar tanto tiempo, se intentaba “ayudar” por todos los medios a la Madre Naturaleza, para acelerar el proceso todo lo posible.


Entre el aromático majdria’hra, la deliciosa carne de grael, el jusun de sabor intenso, las diversas salsas y acompañamientos y algunos otros platos, los doce comensales disfrutaron de una cena digna de los paladares más exigentes. No quedó ni una migaja sobre la mesa. Se lo comieron absolutamente todo.


Tras los postres y las infusiones típicamente vianhias, los miembros de la tripulación de la Elcano se excusaron, alabaron a las anfitrionas y sus exquisitos platos y se retiraron, pues tenían ganas de ver a sus familias. Tan sólo Mónica, Li y Alexia se quedaron con los cuatro vianhios, charlando animadamente.


La peculiar fisonomía de sus amigos de Vian’har atrajo la atención de la joven humana una vez más. Tenía muy pocas oportunidades de verlos sin los equipos de seguridad biológica.


*


Son seres de aspecto muy parecido al de los humanos, pero con algunas notables diferencias. El cabello siempre es de color muy claro, con tonos que oscilan entre el anaranjado desvahído y el blanco casi transparente, pasando por una variada gama de rubios. Es un pelo fino y lacio que siempre llevan largo. La línea de crecimiento de su cabellera arranca tres dedos más arriba que en los humanos, lo que hace que su frente sea muy amplia y despejada, y sus cabezas son un poco más alargadas que las nuestras. Su estatura media está en un metro setenta centímetros, tanto para hombres como para mujeres. Siempre andan muy erguidos, con un porte elegante y orgulloso. Los ojos son de un color ámbar profundo, sin excepción, y se hallan enmarcados por unas pálidas cejas rectas y largas pestañas claras. La cara es alargada, algo elíptica, de formas suaves y expresión bondadosa, y la boca fina. Solo los hombres naturales del Archipiélago de Vian'har tienen barba, pero los del Continente, no. Una protuberancia ósea en forma de “V” cruza la frente de lado a lado, con el vértice en el puente de la nariz, justo entre las cejas. De ése vértice, descienden tres finas hendiduras, una a cada lado de la nariz y una por el centro. Es un órgano empático, que permite captar químicamente las emociones de las personas que los rodean en cada momento. Y su sensibilidad es realmente asombrosa. Tanto, que puede llegar a ocasionarles un intenso dolor en ciertas ocasiones.


*


Luar tenía una larga y delgada cicatriz en la mejilla derecha y el rostro surcado de finas arrugas, fruto tanto de la edad como de las inclemencias del clima que soportó durante su infancia y juventud, en su pequeño pueblo natal a orillas del mar. Los largos periodos pasados en el espacio estudiando sus secretos, ya en la edad adulta, también habían dejado su impronta en su cara, pero sobretodo en su mirada, que había adquirido una profundidad y una humildad muy notables. Tenía setenta años según el cómputo humano, pero los vianhios podían llegar fácilmente a los cien. Algunos habían vivido hasta los ciento treinta.


Por su parte, Annevar era un joven de veintinueve años, normal y corriente, sin rasgos remarcables. Pero, eso sí, el brillo de su viva inteligencia, su enorme curiosidad y su fino sentido del humor atrajeron a Mónica desde el primer instante. Era el tipo de persona con el que los demás jamás se aburrirían.


En cuanto a las dos mujeres, Mónica las había conocido aquella misma noche. Li ya había coincidido con ellas en otras ocasiones, en Vian’har y en el Osiris. Dinarea, la esposa de Luar, desprendía un aura de elegancia poco habitual. Sus ojos siempre sonreían y era agradable y espontánea. Le cayó bien desde el mismo momento en que la vio. Además, a sus sesenta y tres años se conservaba en un estado físico magnífico. Poseía una notable belleza acentuada por su estupenda madurez, incluso para la media vianhia normal.


Por su parte, Lesinea, la flamante esposa de Annevar, era un auténtico encanto. Hacía menos de un año que habían contraído matrimonio y se les veía acaramelados como dos adolescentes. Era una hermosa joven de piel aterciopelada y cabello larguísimo peinado con mimo en un complejo recogido. Era un año menor que Mónica, por lo que la proximidad de edades hizo que las dos jóvenes sintonizasen enseguida. Era ingeniosa y divertida. Y poseía un nivel de conocimientos realmente abrumador para alguien tan joven, aunque no pudo detectar en ella ni el menor indicio de vanidad o jactancia.


La relación con ellas fue estupenda durante toda la velada. Las tres se lo pasaron de miedo hablando, riendo y compartiendo experiencias. Mónica estuvo realmente a gusto con las dos vianhias… aunque captó algunas miradas de soslayo por parte de las dos mujeres, en las que se adivinaba un leve brillo de envidia hacia ella…


… pues hay un detalle físico que diferencia enormemente a las humanas de las vianhias. De hecho, diferencia a las humanas de las mujeres de todas las otras especies de la Confederación y de las naderias. Un detalle que atrae la mirada de los varones de todas las razas, menos de los meggios, y despierta su deseo hacia las terrícolas.


Las mujeres humanas son las únicas que tienen pechos.


Mejor dicho, son las únicas que poseen unos senos permanentemente hinchados. Vianhias, jurhanii, naderias… todas ellas tienen los pechos pequeños, flácidos y colgantes, por jóvenes que sean. Tan sólo se les hinchan con el embarazo y la lactancia, para luego volver a su estado original. Las humanas, por el contrario, mantienen su pecho pleno desde el mismo instante en que les crece, conservándose así hasta una edad avanzada (en ocasiones, incluso en la vejez). Nadie ha encontrado aún la razón de esa característica física en especial de las humanas que sus compañeras mamiferoides de los otros mundos no comparten.

E
n el caso de las meggias, al no ser mamiferoides, sino que tienen antepasados de tipo aviano, carecen de mamas y no alimentan a sus hijos recién nacidos con secreciones corporales. Aunque son vivíparas (sus antepasados lejanos aún ponían huevos), sus hijos son capaces de comer alimentos normales nada más nacer, pues poseen una dentadura completa, que cambian hasta en dos ocasiones en sus vidas. Únicamente, en la Ceremonia del Beso, las madres besan en la boca (mucho más similar a una boca humana que al ancestral pico de sus ascendientes evolutivos) a sus hijos, pasándoles una mezcla especial de saliva con enormes cantidades de células inmunitarias y flora esencial para sus organismos, que conservarán toda su vida.


Fue inevitable que, en un momento dado, la conversación se decantase por aquel rasgo de la anatomía femenina humana. Mónica enrojeció levemente, pues no le gustaba ser el centro de atención y, menos aún, por un tema así. Porque el caso era que estaba estupendamente dotada en ese aspecto, incluso para ser humana. No es que tuviera los pechos muy grandes, a pesar de la lactancia de Alexia, pero podía estar muy orgullosa de su bonito y generoso busto.


—Según he leído en antiguos informes, los biólogos y antropólogos de la Tierra jamás encontraron una explicación para ese fenómeno —respondió Li a Lesinea.

—¿A no? Y, ¿por qué no? —dijo ésta.

—Pues verás. Los humanos compartimos (compartíamos, mejor dicho) con el resto de primates de la Tierra un ancestro común que vivió hace sesenta o sesenta y cinco millones de años. De él se escindieron muchas ramas distintas a lo largo de la Evolución que alejaron a unas familias de primates de otras. Una de ellas evolucionó en el Mioceno, hace unos veintitrés millones de años y dio lugar al antepasado de muchas familias de monos, simios y homínidos: el Procónsul.

“De ése personaje se fueron escindiendo ramas que llevaron al nacimiento de los Sahelanthropus, hace unos ocho o diez millones de años, que estaban muy cerca del paso de simio a humano. Para entonces ya nos habíamos separado de la rama que daría origen a chimpancés, gorilas, gibones y orangutanes. Luego, hace unos cinco millones de años apareció el género Australopithecus y, de ahí, al género Homo y a nosotros. ¿Hasta aquí bien? —Li la miró divertido, esperando ver algún gesto de aburrimiento o impaciencia por la lección de antropología. No era realmente necesaria para la explicación que le habían pedido, pero era uno de sus temas favoritos y le encantaba lucir sus conocimientos al respecto siempre que tenía oportunidad. Pero la muchacha lo escuchaba sin pestañear, con un vivo interés brillando en su hermosa mirada.

—Sí, hasta aquí vale.

—Pues ninguna hembra de primate, simio o mono de la Tierra, pasada o actual, hasta dónde se sabe, tenía los pechos abultados fuera de las épocas de celo o cría. De hecho, ninguna hembra de mamífero que poseyese glándulas mamarias en el tórax, como ballenas y elefantas, tenía los pechos permanentemente hinchados como las mujeres humanas.

—¿Y qué teorías había al respecto? —preguntó Annevar. Mónica se sentía cada vez más cohibida, pues, inevitablemente, las miradas se posaban fugazmente en su busto. Ella trató de ignorarlas educadamente, se cruzó de brazos y trató de dar la impresión de que las explicaciones de su marido atraían todo su interés (que, en parte, así era).

—Pues nada definitivo, la verdad. Se apuntaba a la exclusiva ausencia de celo de la especie humana, o a la novedosa sexualidad que debió producir el bipedismo, por citar algunas.

—¿Qué puede tener que ver caminar sobre las patas traseras con tener el pecho siempre abultado como ella? —Dinarea señaló a Mónica, divertida por el azoramiento creciente de la joven. No es que desease mortificarla, en absoluto. Pero se había disparado en ella una traviesa e inocente malicia que la llevaba a querer disfrutar sólo un poquito de los apuros de la pobre chica. Por supuesto, no pensaba ir más allá. Le caía muy bien Mónica y le gustaría conocerla mejor y trabar una sólida amistad con ella. Al fin y al cabo, unas veces le toca a uno ser el centro de atención y otras a otro, ¿no?

—Pues puede tener bastante que ver. Al parecer los senos plenos de las humanas podrían ser un reclamo sexual, una especie de señal de atención para el hombre. En todos los simios, los genitales quedaban a la vista con la locomoción cuadrúpeda. Pero, al erguirse sobre sus piernas, la vulva de la mujer quedó oculta entre los muslos. Así que, quizá, los pechos crecieron para desviar la atención de sus traseros hacia la parte delantera del cuerpo, favoreciendo así posturas sexuales más adecuadas para la fecundación. Y para el placer, claro —siguió explicando Li, ajeno al creciente rubor de su esposa y a la leve diversión que ello causaba en los demás.

—Pero todo eso podría aplicarse también a nosotras, ¿no? —apuntó Lesinea. Se cogió el pecho flácido con vehemencia, con expresión falsamente ofendida. Sus ojos, sin embargo, sonreían—. Y a la vista está que no es así…

—Bu…bueno —balbució Li. Tragó saliva ligeramente avergonzado—. Ten en cuenta que aquellos científicos no conocían a ninguna otra especie humanoide fuera de la Tierra…

—Ya me imagino. Aún así, la teoría es un poco peregrina, ¿no te parece?

—Ya he dicho antes que no se había llegado a ninguna conclusión firme. Son sólo teorías. Quizá nunca sepamos el porqué de los pechos de las humanas. Quizá ni tan siquiera exista un porqué y sea tan solo una característica más, como el color del pelo o la textura de la piel.

—Puede. En lo que estoy más de acuerdo contigo es en lo del incremento del placer sexual. Las posturas enfrentadas acostumbran a ser más profundas y placenteras para la mujer. —Un brillo pícaro afloró en los ojos de Annevar. Esta vez le tocó a Lesinea ruborizarse levemente. Mónica la miró de soslayo, algo aliviada de que la atención se desviase de ella.

—Hombre, va a gustos. Nosotros disfrutamos mucho en todas las posturas… —dijo espontáneamente Li. Mónica sintió arder sus mejillas y sus orejas. “¡Te mato! ¡Luego te mato! Ahora que se habían olvidado de mis pechos vas y sueltas eso. Te juro que te vas a enterar. Bocazas… ¿Será posible, el tío…?”, pensó entrecerrando los ojos y lanzando una mirada furibunda a su marido. Él ni se percató, pero Dinarea y Lesinea sí. Sonrieron disimuladamente.

—Sí, claro. Se disfruta en todas las posturas. Pero el clítoris recibe una mayor estimulación en las posturas frontales que resulta de lo más placentera para ellas, según he podido comprobar —continuó Annevar, ya metido en materia. El rostro de Lesinea se volvió completamente púrpura de vergüenza—. Y, no me lo vas a negar Li, seguro que esos pechos invitan a posar tus manos en…


—¿Qué os parece si dejamos los clítoris, las intimidades de alcoba y MIS tetas para otro día? Digamos que para dentro de… ¿quinientos años? —atajó Mónica con voz helada, viendo el cariz que empezaba a tomar la conversación. Lesinea le soltó un pescozón de advertencia a su entusiasmado marido, fulminándolo con la mirada.


—Hombres —murmuró Dinarea, casi para sí misma—. No importa de qué especie sean. Sólo saben hablar de sexo, mujeres, sexo, naves, sexo, anécdotas, sexo…


Se hizo un momento de silencio, en el que todos se miraron entre sí. Luar no había abierto la boca en todo el rato, pues había permanecido muy atento a las reacciones y a las emociones de los demás y se lo había pasado en grande observándolos.


—¿Y tú qué? ¿No piensas decir nada en toda la noche? —le preguntó con voz peligrosamente cariñosa Dinarea a su marido.


—¡Nooo, ni hablar! —exclamó él, levantando el dedo y poniendo expresión de suficiencia—. Pretendo dormir acompañado esta noche, ¿sabes? Así que no voy ni a mencionar esos preciosos, redondeados y sugerentes senos que tiene Mónica. —Se cruzó de brazos, sonriendo exageradamente.


Y, al instante siguiente, todos prorrumpieron en sonoras carcajadas.


*

La conversación siguió su curso tras el ataque de risa, y acabó derivando hacia los escasos hallazgos de organismos vivos durante los vuelos por la nebulosa. En cierto momento entraron en escena las historias de visitas extraterrestres y ciudades mitológicas de la Tierra. Luar explicó que aquel tipo de relatos también se podían encontrar en su civilización.


—De hecho, existen ciertos mitos brumosos y vagas leyendas susurradas entre mi pueblo, de origen incierto, según los cuales existirían entre cinco y nueve civilizaciones más, aparte de las cinco ya conocidas, dentro de los límites de la Gran Nebulosa. Al menos dos de ellas tendrían su territorio al otro lado de la Barrera. Los chismorreos también hablan de ruinas antiquísimas, sistemas estelares ocultos dentro del Muro, pasos secretos a través de éste, extraordinarias tecnologías abandonadas miles de años atrás, regiones de belleza sin par, peligros pavorosos... —Agitó la mano con cierta indiferencia—. En fin, todo lo que se puede esperar de cualquier leyenda que se precie como tal.

—Me gustaría escuchar alguna de esas leyendas, si no te importa. ¿Qué cuentan, exactamente? —preguntó Mónica.


Luar permaneció unos instantes pensativo, mirando a la joven a los ojos intensamente, divertido por su curiosidad. La chica no apartó la mirada, manteniéndola fija en la de su interlocutor.


Entonces, el tiempo pareció ralentizarse, la luz menguó y los sonidos se amortiguaron para todos cuando Luar empezó su narración con voz profunda y pausada, imprimiendo a la escena un matiz misterioso, trascendente. La pequeña Alexia, que había estado dormida hasta el estallido de carcajadas, fijó sus exóticos ojos en él, sin parpadear. No era posible que entendiese nada, pero daba toda la impresión de que la niña escuchaba embelesada el relato.


“Cuentan que en los años que siguieron a la Liberación fueron encontrados escritos antiquísimos, anteriores a la Edad de la Esclavitud, anteriores incluso a la Invasión, en unas estelas de piedra halladas en unas ruinas cuyo emplazamiento aún permanece desconocido. A causa de un accidente fortuito, un reducido grupo de Urisén descubrió un pasadizo subterráneo que llevaba a una serie de cámaras ocultas durante milenios. En ellas había multitud de objetos, tales como estatuas, ornamentos, joyas, gemas... un tesoro de valor incalculable. Aquello impresionó a los miembros de la expedición. Pero no buscaban tesoros materiales, sino conocer su pasado. Para la nueva civilización nacida de las cenizas de la Esclavitud ya no existía el concepto de riqueza. Lo único de valor era el conocimiento. Así, la mayor sorpresa estaba aún por llegar. Tras doblar un recodo del pasadizo, tan bien camuflado que resultaba invisible para quien no lo buscase, llegaron a una puerta de doble hoja tallada en la roca, decorada con unos bajorrelieves de una complejidad y exquisitez difíciles de imaginar. Aunque tardaron varios días, consiguieron abrirla. Descubrieron que los dibujos constituían en realidad un acertijo matemático. Sólo tuvieron que pulsar los símbolos correctos y la sólida puerta se abrió silenciosamente. Un largo pasillo, perfectamente recto y pulido, descendía suavemente hacia las profundidades. Había sido tallado en la roca viva con una precisión exquisita. Los Urisén supieron que tan sólo con una avanzada tecnología se podría llegar a un grado de perfección tan notable. Recorrieron el camino hasta el final, excitados ante la perspectiva de un nuevo descubrimiento.


Según se dice, el grupo enmudeció ante la visión de una vasta caverna hemisférica perfectamente iluminada, de una gran altura y con el suelo completamente plano y liso que brillaba como si lo acabasen de pulir. Una serie de edificios bajos de formas suaves cubría todo el perímetro de la gruta, donde el suelo se unía a la pared. Ni una mota de polvo flotaba en el ambiente. Aunque las dimensiones de la gruta, a todas luces artificial, eran sobrecogedoras, lo que en realidad los dejó anonadados fue lo que había en su centro; un enorme pedestal troncocónico de aspecto mecánico, rodeado por seis inmensas columnas hexagonales de piedra negra, completamente cubiertas de escritura tallada. Sobre él descansaba un gran objeto fusiforme, de superficie brillante y oscura, que se encontraba flotando a escasa distancia de la cúspide, sin que se pudiese apreciar ningún tipo de soporte que lo mantuviese allí. Una tenue luz azulada emanaba del pedestal y bañaba el objeto, pulsando suavemente con una lenta cadencia constante. También había una curiosa variedad de artefactos dispuestos en una serie de robustas peanas, formando un círculo alrededor de las columnas.


Inmediatamente quedó claro que los tesoros de la entrada eran una distracción, una artimaña para desviar la atención y que sólo penetrasen en la cámara sellada aquellos dignos de ello, los que despreciasen el valor material y buscasen el auténtico tesoro: el conocimiento.


Tras unos años de intensa investigación, lograron (por supuesto) descifrar la totalidad de la escritura. En ella se explicaba la historia de una antigua civilización extinguida, anterior a los constructores de las ruinas y originaria de otro mundo. Habían desaparecido a causa de una plaga. Los últimos supervivientes, con sus vidas en tiempo de descuento por la enfermedad, se refugiaron en nuestro planeta. Aquí se establecieron y se dispusieron a dejar testimonio de su existencia antes de que la oscuridad los envolviese definitivamente. Por suerte (claro), la plaga sólo les afectaba a ellos y no se contagiaba a ningún otro ser de éste mundo. Ayudados por una tribu local y por su avanzada tecnología, excavaron una vasta cueva y construyeron un pequeño templo sobre la entrada. Transmitieron todo su saber a sus amigos de la tribu y plasmaron su historia en piedra, para que sobreviviese al tiempo. Luego, la cueva se selló y su existencia permaneció oculta, hasta que llegase el momento oportuno de usar aquel tesoro del saber. Pocos años después murió el último Viajero. Como es lógico, la sencilla tribu seminómada que habían encontrado al llegar, y que en principio los tomó por dioses, experimentó un gigantesco salto cultural y tecnológico. En menos de un siglo se convirtieron en una gran civilización que se extendió por éste y otros mundos. Pero su existencia fue efímera. Cuatro siglos después de la muerte del último Viajero, el Supremo Dominio invadió Vian’har y sus colonias, reduciéndonos a simples esclavos ignorantes y supersticiosos.


Durante aquellos cuatrocientos años, sobre la caverna se construyó un magnífico conjunto de templos, un santuario de la Sabiduría. La gruta permaneció sellada. Sólo dos o tres personas en cada generación eran depositarios del conocimiento de su existencia (como es natural en este tipo de historias). Cada año, en la más estricta intimidad, un maestro del templo bajaba hasta el enorme hipogeo y depositaba una tabla de piedra, grabada con los hechos acaecidos durante ese año. Así, se mantuvo un registro histórico actualizado e ininterrumpido mientras existió el santuario. Pero el fabuloso secreto se perdió durante la Invasión. Los templos fueron arrasados por el ejército enemigo y el recuerdo de la cueva se diluyó en las brumas del tiempo. Durante siete milenios descansó en el olvido, hasta que los Urisén lo revelaron de nuevo.


Y aquí es donde empieza la parte interesante. —Luar se echó un poco hacia delante—. Según la leyenda, los investigadores descubrieron que la escritura de una de las inmensas columnas de piedra revelaba la existencia de multitud de civilizaciones, algunas de ellas con varios millones de años de historia, repartidas por toda la Galaxia. Muchas habrían desaparecido cuando los Urisén encontraron el Santuario, dejando tras ellas notables testimonios de su pasado esplendor.


Según parece, todas aquellas culturas eran descendientes y herederas de otra muchísimo más antigua, una civilización primigenia que se expandió por varias galaxias, sembrándolas de vida en sus viajes. Lo cual explicaría por qué las especies inteligentes que conocemos poseen cuerpos antropomorfos muy parecidos, como es el caso de jurhanii, naderios, humanos, meggios o vianhios, aunque los antepasados evolutivos no siempre sean del mismo tipo.


También cuentan que, en uno de los aparatos dispuestos sobre los pedestales, una especie de avanzada memoria artificial, se encontraban descritos los secretos de avanzadas tecnologías, mapas, técnicas de navegación, yacimientos de compuestos exóticos, y, lo más curioso, el esquema de un enorme sistema de pasillos de energía y conductos de fuerza a través del espacio que permitirían viajes increíbles por toda nuestra galaxia y otras muchas, así como la forma precisa de usar su poder.


Por supuesto, el grupo de investigadores guardó en secreto sus hallazgos a causa de sus enormes implicaciones, hasta que un estudio más exhaustivo confirmase algo de todo aquello. La información era tan increíble que podía poner patas arriba todo lo que se creía saber hasta entonces de la Historia y de la Vida. No obstante, uno de los Urisén decidió arriesgarse a seguir las indicaciones descritas en las columnas negras, y partió al espacio en la nave alienígena, que es lo que era el gran objeto del centro de la caverna. Aunque había estado inmóvil e inactiva durante milenios, parece ser que la embarcación se puso en marcha de inmediato, abandonó la gruta por un lugar destinado a tal efecto, que había permanecido (cómo no) oculto hasta aquel momento, y se perdió en el cielo como una exhalación.


Cuentan que aquel intrépido viajero apareció muchos años después, débil y agonizante, cerca de la capital. Todos sus compañeros de investigación habían muerto ya. Sobrevivió sólo unos días más, aferrándose desesperadamente a la vida y, entre delirios, relató toda ésta historia. Dicen que sus últimas palabras fueron: “La verdad más asombrosa nos espera en el firmamento...”. Como es natural, no reveló nunca el paradero de las ruinas ni de lo que había podido descubrir en el espacio. Sus secretos se fueron con él a la tumba. Tampoco se encontró el menor rastro de la misteriosa nave alienígena. Por supuesto, nunca se pudo confirmar ni una sola coma de su historia.”


Luar permaneció en silencio, sonriendo irónicamente, mientras los demás volvían poco a poco a tomar contacto con la realidad. El hechizo se rompió y todo volvió a su estado normal. Nadie dijo nada. Alexia hizo una mueca de desagrado, como si le fastidiase que el cuento hubiese terminado.


—Muy bonito —dijo Mónica por fin, sonriendo—. Se parece mucho a algunas viejas leyendas de nuestra especie: los secretos, las conspiraciones, la ciencia antigua... Incluso el último conocedor de la verdad que lo explica todo justo antes de morir. ¿Y qué piensan los vianhios de todo ello?

—Oh, hay opiniones para todos los gustos —contestó Annevar, agitando la mano con cierta indiferencia.

—Supongo que, tal y como os sucedería a vosotros, hay quienes creen a pies juntillas todo lo que él ha contado y otros a los que no les merece más credibilidad que cualquier cuento para niños —terció Dinarea.

—De todas formas, hay multitud de mitos, leyendas y rumores circulando por nuestro planeta desde hace décadas, sobre todo tras la Liberación. Las tripulaciones de algunas naves errantes mantienen bien surtidas las fuentes de las que beben todas esas historias, contando las suyas propias, por muy descabelladas que sean. Luego, el tiempo y el boca a boca recubren los rumores con esa pátina de confidencialidad y secreto a media voz que los caracteriza —explicó Annevar, mirándose las manos y sonriendo mientras hablaba.

—Bueno, hay un par de detalles de esa leyenda que yo siempre he considerado, cuando menos, curiosos. —La dulce voz de Lesinea hizo que todos girasen la cara hacia ella.

—¿Y son...? —preguntó Li.

—En primer lugar, según lo poco que hemos podido averiguar del periodo histórico anterior a la Invasión, parece ser que la primera civilización vianhia se desarrolló en un tiempo extraordinariamente corto… en apenas tres o cuatro siglos. —Sonrió, arqueando la ceja izquierda.

—Hombre, resulta curioso. Pero creo que hay muchas posibilidades de que la leyenda incorporase esa información más tarde, mientras se desarrollaba su historia —razonó Li.

—Cierto. Somos de la misma opinión. El segundo hecho que despierta mi curiosidad es el relativo a la convergencia física de las distintas especies civilizadas de éste sector. Cabe la posibilidad de que lo que explica la leyenda sea cierto... pero hay que recordar que nunca hemos tenido noticia alguna sobre ningún descubrimiento que confirme la existencia de esa primera civilización, por lo que sigue habitando el fértil valle de las Leyendas. Aunque hay que admitir que sigue siendo un misterio científico de primer orden el porqué de esa similitud corporal en mundos distintos...

—Creo que yo tengo una hipótesis al respecto —dijo Mónica, con una leve sonrisa pensativa. Un brillo inteligente iluminó su mirada—. Aunque estoy segura de que todos los científicos de la Confederación ya han pensado en ello...

—Va, suéltalo. —Annevar la miró con divertida curiosidad. Los demás permanecieron expectantes. La aguda mente de Mónica siempre sorprendía a los que la rodeaban con sus insólitos razonamientos y sus rapidísimas decisiones. Cada vez que decía las palabras “pienso”, “creo”, “idea” o “teoría”, todo el mundo contenía la respiración a la espera de conocer lo que saldría de aquella bella cabecita.

—Pienso que esa similitud, en este sector, es relativamente fácil de explicar si la primera suposición se considera como cierta. Me explico. Si la civilización vianhia anterior a la Invasión alcanzó el estadio tecnológico que dice vuestra leyenda, es posible que todas las culturas que nos rodean desciendan de esos primeros colonizadores, o fuesen expandidas por los Amos. Siete mil años son muchos años. Sometida a cambios ambientales tan drásticos, una especie puede desarrollar sorprendentes adaptaciones. Sobre todo si la tecnología interviene de forma habitual en ello. Los Amos poseían tecnología de terraformación muy avanzada, por lo que pudieron adaptar los planetas y, a lo mejor, a los individuos.

—Pero hay un proble...—empezó a decir Luar.

—Pero esto sólo sirve para vianhios, meggios, jurhanii y naderios —le interrumpió la joven, sonriendo—. En el material genético de vianhios y jurhanii hay grandes similitudes, a pesar de la enorme diferencia bioquímica. El de los meggios tiene algunas derivas, debidas seguramente a sus ancestros avianos, pero en general es muy parecido. Y en el de los naderios hay diferencias mayores, que se remontan muchísimo más de siete mil años en el tiempo. Ellos podrían ser una simple anécdota, la excepción a la regla. El problema de mi teoría somos nosotros, los humanos. Nuestro ADN es generalmente idéntico al de las cuatro especies y todos nuestros cuerpos son increíblemente parecidos. Pero la Tierra está a más de mil doscientos años luz de aquí. Ni siquiera es detectable con la mayoría de nuestros instrumentos más sensibles. Sólo Osiris ha sido capaz de verla. Lo que me lleva a contemplar sólo cuatro posibilidades:

“Una. Los vianhios originales llegaron hasta la Tierra. Pero no es aceptable suponer que modificasen nuestra especie de manera apreciable, pues está comprobado que el Homo Sapiens ha evolucionado en nuestro mundo durante más de cien mil años. Según la leyenda, la primera civilización avanzada vianhia apareció hace unos siete mil quinientos años. Por tanto, la cronología no concuerda. Además, nuestro ADN tiene remanentes evolutivos de gran antigüedad que nos vinculan a nuestro planeta. Descartada, por tanto.

“Dos. Antiguos terrestres llegaron hasta aquí y colonizaron los sistemas colindantes. Aunque teníamos decenas de leyendas al respecto, no hay la menor prueba de que ninguna civilización terrestre anterior a la nuestra desarrollase tecnología avanzada. Pero tampoco hay ninguna prueba irrefutable en sentido contrario. Por tanto, hipótesis en suspenso, aunque la considero improbable.

“Tres. Los defensores del Principio Antrópico están en lo cierto y el Universo está delicada y precisamente ajustado para permitir el desarrollo de la vida. Por tanto, los organismos son como son porque sólo pueden ser así y no de otra forma. Eso obligaría a que las especies inteligentes tuviesen cuerpos similares porque sería la opción más útil en términos de energía y funcionalidad. Pero claro... ¿por qué sólo formas humanoides, cuando está claro que nuestro diseño corporal, aunque útil y funcional, no es ni de lejos el único útil y funcional posible, y ni siquiera el mejor posible?
 
"Ese principio fue formulado hace más de un siglo y medio, cuando los humanos creíamos estar solos en la galaxia y no conocíamos ninguna otra forma de vida fuera de la Tierra. Y lo considero bastante egocéntrico y prepotente. No le doy mayor credibilidad. Es cierto que las constantes universales están inmersas en un estado de equilibrio (aunque han ido variando lentamente con el tiempo transcurrido desde el Big Bang), y que la menor desviación actual en ellas alteraría completamente las leyes físicas y sus efectos en la materia y la energía. Pero me niego a creer que el Universo es como es PARA que nosotros existamos. Más bien pienso que somos como somos porque el Universo es como es.

“Además, si el Principio Antrópico estuviese en lo cierto, las similitudes entre organismos no se limitarían tan sólo a las especies avanzadas, sino a todas las ramas evolutivas. No habría grandes variaciones entre seres que ocupasen nichos biológicos similares. Y está claro que no es así. Por ello, esta tercera posibilidad no me merece mayor consideración.

“Y cuatro. Vuestra Leyenda de la Sabiduría tiene razón y existió una raza primigenia que sembró la Galaxia de vida o, cuando menos, este brazo galáctico. Pero tuvo que hacerlo como mínimo seiscientos millones de años atrás, lo que la convertiría en extraordinariamente antigua. ¿Cómo es posible entonces que nos hayan llegado noticias de su existencia? En ese tiempo hasta el mismo Universo ha cambiado.

—¿Y tú, que piensas de esta última teoría? ¿Por qué supones que la primera civilización existió hace tanto tiempo? —quiso saber Dinarea.

—La Tierra se formó hace cuatro mil setecientos millones de años. Las pruebas de vida más antiguas que se han encontrado en ella datan de tres mil ochocientos millones de años. Pero, durante la mayor parte de ese tiempo, la vida evolucionó lentamente. Vida exclusivamente marina, que comprendía algas verdeazules, bacterias y seres pluricelulares de cuerpo blando, como esponjas, gusanos, medusas, además de otros bichos extraños que no evolucionaron más allá y que apenas dejaron fósiles que estudiar. Las algas, durante dos mil quinientos millones de años, habían bombeado enormes cantidades de oxígeno a la atmósfera, cambiando su composición y favoreciendo la aparición de formas de vida capaces de usarlo para su supervivencia.

“Entonces, hace quinientos setenta millones de años, comenzó el periodo Cámbrico. Y la vida explosionó de manera abrumadora, desarrollándose en muy poco tiempo millones de formas orgánicas. Aparecieron todos los Filum animales, excepto el de los vertebrados. En aquel tiempo “milagroso”, de sesenta millones de años de duración, la vida creó casi todas las estructuras físicas que utilizarían el resto de especies en adelante. Es ahí cuando empieza en serio el Registro Fósil en la Tierra, cuando las formas vivas desarrollan partes corporales duras que se conservan tras su muerte, fosilizadas en la roca.

“Continúa siendo un misterio el porqué de aquel "estallido"—Mónica hizo un gesto de comillas con los dedos—de vida, llamado Explosión Cámbrica. Por tanto, si lo que vuestra leyenda explica acerca de la civilización primigenia fuese cierto, su intervención en los mundos vivos tuvo que llevarse a cabo durante esa era. En otro caso, no concibo cómo puede ser que nuestros cuerpos se parezcan tanto, pero el del resto de especies varíe de forma tan notable de un mundo a otro.”

—¿No debería ser al revés? Quiero decir que, si intervinieron en los mundos vivos hace tanto tiempo, la mayoría de las especies se parecerían en todos los planetas —razonó Lesinea.

—Así debería ser, en principio. Pero si se limitaron a modificar UNA línea filogénica en particular, la más afín a sus propósitos, las demás continuarían con su evolución normal. No creo que se lanzasen a un proyecto de la magnitud necesaria como para condicionar el desarrollo de toda la biosfera. Más bien creo que usarían algún medio básico y sencillo para favorecer la aparición de antropomorfos. Algún tipo de retrovirus muy específico creado por ingeniería genética, por ejemplo. Me parece lo más eficaz e inteligente —explicó Mónica.


Un denso silencio se instaló entre ellos por un momento, mientras cada uno daba vueltas en su mente a todo lo escuchado. Fue Annevar quien lo rompió con un comentario.


—La historia biológica de vuestro planeta es extraordinariamente larga. Hablas de un inicio de la vida hace casi cuatro mil millones de años. De aparición de las formas orgánicas complejas hace seiscientos millones... El registro fósil de Vian’har sólo se remonta a algo más de trescientos millones de años. No hay el menor rastro de lo que había antes, aunque nos consta que nuestro planeta es, cuando menos, tan antiguo como la Tierra.

—Pues entonces, o bien la vida se desarrolló en Vian’har en un tiempo récord, o bien el planeta fue colonizado por esta mucho después de su formación —razonó Li.

—O quizá fue terraformado... —Mónica habló casi para sí. No dejaba de pensar en la hipotética Raza Primigenia.

—Quién sabe. Tal vez nunca lo averigüemos —dijo Annevar.

—¿Cuándo abandonaron el mar los seres de vuestro mundo? —preguntó muy interesada Dinarea.

—En el periodo Silúrico, hace cuatrocientos cuarenta millones de años. Primero salieron del mar las plantas y, tras ellas, los animales. Sobretodo artrópodos, como los escorpiones y las arañas —informó Li.

—Es decir, en el Cámbrico la vida ganó rápidamente en diversidad y complejidad y en el Silúrico la vida dio el paso definitivo y aprendió a respirar oxígeno atmosférico, conquistando la tierra firme. Y todo ello en unos ciento treinta millones de años. ¿Me equivoco? —Dinarea interrogó a los dos humanos con la mirada.

—Un resumen perfecto. —Mónica sonreía. Un brillo de admiración iluminaba su mirada. La vianhia lo había entendido a la primera, incluso los nombres de los periodos, tan extraños para su idioma natal.

—¿Y después?

—Pues las eras siguieron sucediéndose una tras otra. Plantas y animales ganaron en complejidad y variedad. Anfibios, reptiles, dinosaurios, el inicio del vuelo, los orígenes de los mamíferos, los árboles, las flores, extinciones masivas que daban lugar a nuevas especies... Podría estar horas enumerando los hitos de la evolución. —Li se encogió de hombros.

—¿Extinciones masivas? —preguntó asombrado Luar.

—Sí. Se encontraron pruebas de cinco grandes extinciones en las que la vida en la Tierra fue puesta a prueba. La peor se produjo durante el periodo Pérmico, hace doscientos cincuenta millones de años. Aunque se apunta a una colosal erupción volcánica de un millón de años de duración en lo que ahora sería Siberia, no se sabe qué ocurrió exactamente, pero el planeta perdió el noventa y ocho por ciento de la biosfera. Incluso parece que se encontraron indicios de una evaporación total de los océanos. La vida estuvo a punto de ser borrada de la faz de la Tierra. Pero, como ocurrió antes y después, la vida, tenaz e indomable, consiguió sobrevivir y repoblar el mundo.

—Hasta que apareció el ser humano y arrasó la Tierra definitivamente —susurró de forma casi inaudible Mónica. Sólo Lesinea la escuchó, pero tanto ella como los demás vianhios pudieron percibir perfectamente la profunda pena y la cólera que su mente destiló. No había emoción que escapase a la sensibilidad del órgano empático de un vianhio.


Lesinea acercó discretamente su mano a la de la joven humana y se la apretó levemente. La mirada de las dos mujeres se cruzó. Pena y resignación en la de Mónica. Comprensión y apoyo en la de Lesinea. No hizo falta ni una sola palabra.


—Entonces, aún hay esperanza para la Tierra. Quizá la vida a sobrevivido en algún lugar recóndito y espera tan sólo la oportunidad de volver a la carga. Cuando el planeta vuelva a reunir las condiciones necesarias, seguro que la vida regresa.

—Verás Luar —respondió Li—. El problema no es que la vida haya sobrevivido. Estoy seguro de que lo ha hecho, aunque tan sólo sean bacterias a gran profundidad. No sería la primera vez. A finales del siglo XX se hizo un experimento de resultados sorprendentes. Unos científicos extrajeron el contenido de unas gotas de agua atrapadas en unos cristales de sal, que fueron encontrados en una mina a más de un kilómetro de profundidad. Pertenecían al periodo Pérmico. Se habían formado tras evaporarse un mar. Los sedimentos se acumularon sobre ellos durante millones de años, hasta que la mina los puso al descubierto.

—¿Y qué encontraron?

—Pues encontraron microorganismos fósiles en perfecto estado de conservación.

—No parece muy espectacular.

—No. No lo es. Lo realmente espectacular fue que, tras unos días sumergidos en un caldo nutritivo, una pequeña parte de ellos volvieron a la vida—dijo Li, como sin darle importancia, con una leve sonrisa irónica.

—¡¿Qué dices?!

—Que, tras doscientos cincuenta millones de años atrapados en una gota de agua a mil metros de profundidad, sin luz, sin alimento, sin nada, esos microorganismos PRIMITIVOS simplemente volvieron a la vida en cuanto tuvieron la oportunidad.[1]


Excepto Mónica (y Alexia, claro), todos los demás enmudecieron de asombro. Jamás habían oído nada igual. Luar recuperó la palabra unos momentos después, visiblemente sorprendido.


—Entonces aún me lo pones más fácil, Li. La Tierra puede volver a repoblarse.

—Como te he dicho antes, el problema no es la ausencia de vida. El problema es que la Tierra ha entrado en un bucle climático degenerativo. Antes de la Catástrofe, ya teníamos problemas con el calentamiento global que nuestra civilización provocó. Pero el Desastre lo aceleró aún más. Según todas las predicciones, la Tierra no volverá a enfriarse. Se ha convertido en un infierno devastado que se irá calentando más y más, sin posibilidad de vuelta atrás. Como le ocurrió a Venus hace miles de millones de años. De hecho, seguramente la Tierra superará incluso las condiciones auténticamente infernales de su gemelo del Sistema Solar.

“La tremenda evaporación lleva el agua hasta las capas altas de la atmósfera, donde la radiación solar rompe la molécula. El hidrógeno escapa al espacio y el oxígeno precipita de nuevo, quedando atrapado en las rocas en forma de óxidos metálicos. El planeta se convertirá en un erial tórrido, seco, oxidado y ácido. La vida no volverá a desarrollarse, al menos en la superficie. Nunca. —Li bajó la mirada, abatido.

—A menos que alguien la “ayude”, claro —dijo Lesinea sonriendo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Mónica, mirándola expectante.

—Pues que si Zeus lo logra con Gaia, ¿qué nos impide llevarlo hasta la Tierra e intentarlo con ella? —La joven vianhia arqueó la ceja sonriendo con expectación. Todos la miraron con los ojos muy abiertos. Algo tan evidente y nadie había pensado en ello. Mónica abrió muchísimo los ojos y, súbitamente nerviosa, miró alternativamente a la criatura espacial y a Lesinea, moviendo los labios en silencio. Nadie se dio cuenta.

—Pero... pero la Tierra está... —balbuceó Li.

—La Tierra está... ¿qué? —desafió Lesinea— ¿Muy lejos? Si Zeus funciona en Gaia, no hay razones para pensar que no pueda hacerlo en vuestro mundo. Ya fue utilizado con éxito con anterioridad por los Amos y...

—Pero la Confederación no tiene los conocimientos tecnológicos de los Amos—la interrumpió Luar.

—Lo sé. No tenemos ni idea de cómo funciona realmente Zeus ni de lo que es capaz de lograr. Tan sólo lo pusimos en marcha con una información mínima, rezando por tener suerte y haberlo hecho bien. Pero cuando lo haga... —La joven volvió a sonreír.

—Aunque lo consiga. Estamos a más de mil doscientos años luz de la Tierra. ¿Cómo llevamos la estación hasta allí? ¿Y con qué? Costó meses llevarla al Sistema Beradón desde la órbita de Vian'har. Y sólo está a algo más de cuatro años luz de allí. Hubo que remolcar a Zeus con las naves más grandes de la flota, a base de microsaltos en el Hiperespacio. ¿Alguien se ha olvidado del tamaño de esa instalación? Tardaríamos décadas... y eso suponiendo que media flota no se perdiese por el camino.

—A veces parecemos todos tontos.


Los cinco se giraron hacia Mónica, que en aquel momento tenía una expresión extraña en la mirada.


—¿A qué viene eso ahora? —preguntó Li, algo ofendido.

—Fácil. ¿No creeréis que los Amos remolcaban a Zeus de aquí para allá, no? La estación usaba su propia propulsión, por supuesto.

—¿Propulsión? ¿Qué propulsión? En esa estación no hay nada que se parezca a un motor, Mónica. ¿De qué hablas?

—Nada que se parezca a un motor que, hasta ahora, conocíamos… —replicó ella.


Ante las miradas de incomprensión de los demás, se limitó a levantarse, negando con la cabeza y suspirando. Levantó los brazos en un gesto de impotencia.


“¿Es que nadie ve lo que yo veo? Llevamos semanas con él y nadie se ha dado cuenta de la similitud. Es para tirarse de los pelos”, pensó exasperada.


Caminó decididamente hasta el lugar donde el Nelán flotaba suavemente. Al llegar, señaló con vehemencia las cuatro aletas, plegadas firmemente contra el costado. Luego, entró en la zona de ingravidez y se impulsó. Se elevó en el aire, en dirección a la criatura. Apoyó los pies en la piel y se detuvo. Giró hacia sus compañeros, que se habían levantado y les señaló las líneas de protuberancias que recorrían el cuerpo del animal a lo largo. No dijo nada. Sólo se quedó allí, flotando con los brazos cruzados, mirándolos interrogativamente. Annevar fue el primero en comprender a la joven. Junto con ella era, de todo el grupo, el que más veces había visto la gigantesca instalación de cerca.


Y la súbita revelación le robó el aire de los pulmones. Un instante después, les pasó lo mismo a los demás.


Decididamente, el cerebro de Mónica no tenía rival.


La joven se impulsó contra el animal. Abandonó el perímetro de ingravidez y cayó al suelo. Pero no se golpeó. Con una hábil voltereta, aterrizó sobre los pies sin ningún problema. Se incorporó y volvió a la mesa, sentándose junto a los demás.


—Vale. Resulta que Zeus sí tiene propulsión propia después de todo. Pero seguimos sin saber cómo funciona ni qué capacidad tiene. Y la Tierra sigue estando igual de lejos —objetó Li cuando se recuperó de la impresión.

—Pues habrá que averiguarlo. Cuando acabe en Gaia, si tiene éxito, habrá que aprender cómo vuela. Y, una vez conseguido, ya pensaremos en cómo la llevamos hasta la Tierra. Aunque nos costase veinte años llegar al Sistema Solar, habría que intentarlo —dijo Annevar.

—Mañana mismo hay que informar a los Consejos de la Confederación de nuestro descubrimiento. Esta es una información muy importante. —Luar parecía eufórico.

—De acuerdo, pero vayamos con calma. Pensad en todo lo que ha de pasar hasta ese momento. La actuación en Gaia debe funcionar; después hay que aprender cómo funciona el sistema de navegación de Zeus; por último, hay que averiguar cómo llegar con él hasta la Tierra. Dando por hecho que sea factible ir hasta allí, claro. —Los argumentos de Li eran sólidos, pero Lesinea replicó.

—¿Y por qué no habría de ser factible? Annevar acaba de decirlo: aunque nos costase veinte años llegar allí, merece la pena. Si se puede recuperar vuestro mundo, ¿no sería lógico hacerlo? Si al final va a resultar que los vianhios estamos más interesados en salvar la Tierra que sus propios habitantes…

—Es que no es tan sencillo —contestó Mónica, mirando comprensivamente a Li—. Aunque Zeus tuviese capacidad para llegar hasta el Sistema Solar en un periodo razonable de tiempo (que lo dudo), nuestras naves no. Está tan lejos que queda fuera de nuestro alcance, incluso en condiciones óptimas. Sólo un Agujero de Gusano podría comunicarnos con la Tierra de forma regular, pero todos sabéis perfectamente que no tenemos capacidad para volver a abrir uno. El que trajo a la flota humana aquí durante el Éxodo sólo se pudo activar gracias a la tecnología del Prometeo. Y el Prometeo quedó inutilizado para siempre al hacerlo. Sin él, no tenemos ni idea de cómo lograrlo de nuevo. Y, claro, sin olvidar que llevar a Zeus hasta allí, que entre ir, hacer su trabajo y volver se tardaría entre 60 y 70 años, impediría usarlo aquí en, al menos, tres planetas en el mismo tiempo.

“Así pues, recuperar la Tierra sería más una cuestión altruista que otra cosa. Serviría para que la vida volviese a florecer en ella, pero no tendría ninguna utilidad para la Confederación. Si hubiese gente lo suficientemente osada para recolonizarla, estarían solos, abandonados a su suerte. Desde aquí no podríamos tener casi contacto con ellos. Una transmisión subespacial tarda tres meses en llegar de Orión al Sistema Solar. Y una nave necesitaría más de un año ininterrumpido de hiperpropulsión en el cuarto nivel, lo cual es inalcanzable para nuestra tecnología. Y sin una forma de mantener el contacto FÍSICO de manera habitual, la Tierra se convertiría en una colonia muy lejana, casi olvidada y sin apenas contacto con la Confederación. ¿Cuánto tiempo crees que tardarían en surgir conflictos al respecto? ¿Y qué haríamos luego con Zeus? ¿Dejarla allí para usarla en los sistemas colindantes? ¿Traerla de vuelta, con el tiempo que supondría de nuevo?

—Quizá tengas razón —admitió Lesinea, bajando la mirada.

—Además, si Zeus lograse revertir el desastre, el planeta está tan mal que tardaría algunos siglos en ser habitable de nuevo. Lo cual, tampoco es muy útil en la situación actual, ¿no? —Los ojos de Mónica se enturbiaron ligeramente. Siempre le dolía hablar o pensar en la Tierra. Y eso que no había llegado a conocerla... Pero cada vez que entraba en su mente sentía su corazón atenazado de angustia. Experimentaba un dolor similar al que la habría afligido de haber perdido a un ser querido.


Durante un momento nadie dijo nada, cada uno absorto en sus propios pensamientos. Mónica suspiró y se serenó. Entonces se dirigió a Luar.


—¿Desde cuándo conocéis la existencia de los... los Nelanes?

—Pues, conectando con el tema de los mitos y las historias fantásticas, nuestro pueblo explica cuentos a los niños en los que aparecen seres muy similares a ellos, leyendas cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Hay quien dice que algunas son anteriores a la Invasión. Siempre se habían considerado poco más que bellos mitos, hasta que, después de la Liberación, empezamos a explorar el espacio y los encontramos allí. —Luar siempre parecía disfrutar de lo lindo hablando con Mónica.

—Un claro ejemplo de que las leyendas no son siempre invenciones...

—… cosa que no significa que todas tengan visos de realidad. Hay mitos que nunca se han podido confirmar, e incluso algunos han sido completamente rebatidos —afirmó Luar.

—La verdad es que resultaría excitante que todo lo que explicaste antes fuese cierto...

—El espacio guarda sin duda innumerables secretos escondidos en su inmensidad. Muchas cosas son posibles, así que nunca hay que cerrar completamente las puertas a la imaginación.

—Cierto. La realidad ha demostrado sobradamente que es capaz de superar ampliamente a la ficción.

—De todas formas, no hemos encontrado nada parecido a lo que cuentan esas historias en nuestro territorio cercano. Quedan enormes regiones por explorar dentro de las fronteras de la Confederación, y sectores aún más inmensos fuera de ellos. La Gran Nebulosa es gigantesca, lo cual la habilita para albergar en su seno miles de lugares sorprendentes y millones de años de historia. Nunca se sabe qué puede estar esperando a ser encontrado ahí fuera. Podríamos pasar vidas enteras explorando y, no obstante, conocer tan sólo una ínfima parte de este vasto territorio.

—¿Habéis realizado algún intento serio de confirmar vuestras leyendas, o algún tipo de exploración masiva? A pasado bastante tiempo desde la Liberación... —intervino Li.

—En efecto, han transcurrido varias décadas desde la Liberación. Pero Vian’har todavía se está reconstruyendo, como sabéis. No hay casi recursos para la exploración, todavía. Tan sólo existe un reducido grupo de naves que podríamos llamar... veteranas —explicó Annevar, sonriendo tristemente—, tripuladas por unos cuantos personajes intrépidos, un puñado de locos más parecidos a ermitaños que a pilotos, que se pasan la vida en el espacio, recorriendo la Nebulosa con sus “exóticas” embarcaciones. Su prioridad es encontrar yacimientos, pero también es posible que se tropiecen con cosas inesperadas.

—Al menos, es lo que explican cada vez que una nave vuelve al planeta. Lo que pasa es que es casi imposible distinguir entre la realidad de lo que han descubierto y lo que... exageran, por decirlo elegantemente. Siempre que aseguran haber visto algo fuera de lo común, el descubrimiento ha sido casual, misterioso y rodeado de peligros. E, invariablemente, no consiguen recordar las coordenadas exactas de su hallazgo, al contrario de lo que sucede con los yacimientos espaciales. Nunca han traído la menor prueba de lo que afirman. —Luar se encogió expresivamente de hombros.

—Eso ocurría también en la Tierra, en el pasado... —apuntó Mónica, con la mirada empañada por la melancolía—. Los marineros, a lo largo de los siglos, siempre explicaban historias increíbles. Ciudades legendarias, islas mitológicas que emergen de las profundidades en ciertas ocasiones, o que pueden albergar tanto culturas muy avanzadas como bestias extinguidas millones de años atrás... Conforme la tecnología avanzó, los relatos disminuyeron tanto en frecuencia como en contenido fantástico. Hasta antes de la Catástrofe, aún se podía encontrar viejos lobos de mar en las tabernas portuarias que, delante de una copa de licor, narraban toda clase de hechos extraordinarios, desde huidas heroicas ante feroces ataques piratas, hasta avistamientos de seres fantásticos, fenómenos atmosféricos espectaculares, olas gigantescas... Podían explicar cualquier cosa, todas indemostrables, cuando menos. —Calló y bajó la mirada al suelo. Una furtiva lágrima rodó suavemente por su mejilla, sin que nadie se percatase de ello.

—Según mis cálculos naciste muchas décadas después del cataclismo que asoló vuestro planeta. ¿Cómo sabes lo que contaban los marineros? —preguntó Luar.

—Porque la literatura y la filmografía de nuestra civilización son muy extensas, y abundan las referencias y las historias al respecto —explicó la joven.

—Aún no me acostumbro a algunos términos de vuestro idioma. ¿Qué significan “lobo de mar” y “filmografía”? —inquirió Annevar.

—El lobo era un animal fuerte y valeroso, un carnívoro cuadrúpedo, resistente y que cazaba en manada. A los veteranos del mar que habían pasado toda una vida relacionándose con él, y que habían sobrevivido a sus caprichos, se les otorgaba ese nombre. Era una especie de reconocimiento, de categoría. En cuanto a la otra palabra, engloba todas las películas que se realizaron a lo largo de la historia. ¿No has visto ninguna de ellas? Tenéis cientos de cristales de datos con miles de películas nuestras...

—Como Annevar te ha dicho antes, Vian’har todavía está dedicándose a su reconstrucción. No hay demasiado tiempo para el ocio. Yo sí he visto algunas. Y debo reconocer que, si hay algo que los humanos tenéis de sobra, es imaginación. Sobre todo en los géneros que llamáis ciencia-ficción y fantástico...


Mónica y Li sonrieron con complicidad, agradecidos por el comentario de Luar.


—Sí, teníamos mucha imaginación. Pero hace casi un siglo que descansa olvidada en un cajón. Igual que vosotros, hemos estado concentrados en sobrevivir, no en divertirnos. Lo único que ha ido apareciendo en todo este tiempo ha sido algo de música. Fue una de las pocas cosas que evitó que los supervivientes se volviesen completamente locos en la Tierra. Y tras descubrir, hace más de ochenta años, al Prometeo sepultado en aquella gruta, sólo hemos tenido tiempo para una cosa: encontrar un nuevo hogar —explicó la joven.

—Y lo encontrasteis. Aquí, con nosotros. —Tras unos instantes pensativo, añadió—: Hallar una nave alienígena enterrada en una cueva, lo que se parece sospechosamente a la leyenda que he contado antes... adaptar su tecnología y banco de conocimiento para construir otra embarcación de tamaño gigantesco, prácticamente desde cero, casi sin personal cualificado y con los materiales más insospechados... lanzarse al espacio casi a ciegas, guiados sólo por la promesa de un escrito en una piedra... No me parece que vuestra imaginación esté encerrada en un cajón, como tú dices, ¿no te parece? —Se la quedó mirando fijamente, a la expectativa.

—Visto así... En cuanto a haber encontrado un hogar... verás, no quiero parecer ingrata... La Colonia es un buen lugar, y todos hemos trabajado mucho para convertirla en lo que es hoy... Pero comprende que es una solución temporal, que aspiramos a establecernos de verdad. Y eso sólo lo podremos conseguir en un planeta, no en un pedazo de roca orbital.

—Nuestro pueblo os acogerá siempre, lo sabéis bien. Y si dan resultado las investigaciones de biocompatibilidad, podríais instalaros en nuestro planeta. Hay territorio de sobra y vosotros no sois muchos. Además, nos vendría muy bien vuestra ayuda en la reconstrucción. Nuestras dos culturas podrían formar una nueva y luminosa civilización.

—Sí, lo sabemos. Y tenemos una deuda eterna con vosotros por vuestra amabilidad y vuestra ayuda, una deuda que nunca podremos devolver. Pero debéis entender que no podemos depender de las bondades de nuestros amigos para siempre. Al igual que un niño no puede estar siempre colgado de sus padres, tenemos que conseguir valernos por nosotros mismos. Hemos de crecer. Sólo así podremos estar realmente en igualdad de condiciones con vosotros. No me refiero a ser iguales en cuanto a derechos, claro, sino a estar en disposición de dar en un grado equivalente al que recibimos. No podemos ser refugiados siempre, depender siempre de la buena voluntad de los demás. Además, aunque se encuentre un medio eficaz para que nuestras dos especies convivan sin ésos chismes —dijo Mónica, señalando el equipo de contención biológica que descansaba en el respaldo de una silla—, siempre seríamos unos invitados.

—Nunca os hemos considerado unos oportunistas...

—Lo sé, Luar. No me malinterpretes. Está claro que haberos conocido nos ha hecho más fuertes y sabios. Y mucho mejores personas. Pero no se puede omitir el hecho de que los humanos tendemos a la inestabilidad cuando no se cumplen nuestras expectativas. No soportamos la caridad mucho tiempo. Y albergamos el germen de la violencia en nuestras almas. Dos civilizaciones avanzadas contemporáneas en un territorio tan restringido como un planeta acabarían sufriendo conflictos. Y, créeme, los empezaríamos nosotros, tarde o temprano. Por supuesto, la mayoría de la gente conviviría en perfecta armonía, pero sólo hace falta que aparezca uno que sepa tocar las fibras adecuadas para que muchos se lancen a una cruzada sin sentido, creyendo que hacen lo único correcto. Y siempre aparece alguien así. En nuestro mundo ocurrió decenas de veces en el pasado, y millones murieron por ello. El humano es muy celoso de su libertad y de su independencia; no le gusta sentirse en inferioridad de condiciones, o pensar que vive de prestado. Y tampoco le gustan aquellos que son diferentes. Somos muy tribales, por decirlo de modo elegante. Como dijo un famoso científico: “tecnología de la era espacial manejada por cerebros de la edad de piedra”. Aunque las dos culturas nos fusionásemos en una sola, siempre habría personas que tratarían de mantener a toda costa su identidad como pueblo independiente. Se considerarían a sí mismos “puros”, “elegidos”, “superiores” o qué sé yo qué más.

—No creo que seáis tan peligrosos como dices. Ahora no. Nunca ha habido problemas con vosotros. Y hace casi cincuenta años que llegasteis. Al contrario, hemos ganado unos aliados excepcionales —comentó Annevar, incrédulo.

—Durante unas décadas más. Hasta que desaparezcan las dos o tres primeras generaciones y la gente olvide porqué está aquí y gracias a quién ha sobrevivido. Hasta que nos otorguemos algún derecho de propiedad sobre parte de vuestro territorio, por el mero hecho de haber vivido allí durante años. O sobre todo el planeta. O hasta que la presión de no tener un hogar propio pueda con nosotros. Mira Annevar, ni siquiera conseguimos entendernos en nuestro propio mundo, y eso que nacimos allí y creíamos estar solos en el Universo. La Historia está plagada de guerras y conflictos. Nuestro pasado se ha escrito con ríos de sangre. Y lo peor es que, la mayoría de las veces, nos hemos matado entre nosotros por luchas de poder, por creencias distintas o por quedarnos con los recursos y el territorio de los demás, argumentando que sus moradores eran primitivos y que se les llevaría la civilización. Civilización que lo único que consiguió fue hundirlos en la miseria y exterminarlos. Nuestra memoria histórica siempre ha sido efímera y volátil.

—Sois una civilización joven, unos niños. Daos tiempo. Nosotros tampoco hemos sido siempre un ejemplo de bondad y pacifismo, precisamente. Durante la Esclavitud, nuestra situación era parecida a la vuestra. Además de los desmanes cometidos por los Amos, los vianhios estábamos divididos en tribus que se pasaban la vida peleando entre sí. Claro que era una estrategia de los invasores, pero cada tribu se creía mejor que las demás, con más derechos y depositarias del favor especial de los Amos. Mira, creo que la mayoría de las civilizaciones necesitan un periodo de adaptación a sí mismas. Algunas no lo conseguirán, por supuesto. Pero otras sí. Sobre todo si ocurre algo tan drástico que obliga a la gente a unirse por encima de cualquier prejuicio. Como nuestra Edad de la Esclavitud, o vuestro terrible cataclismo planetario.

—Ojalá estés en lo cierto, de verdad. Pero hemos sido así durante siglos...

—Nosotros también. Quizá sólo os faltaba la oportunidad y alguien que os ayudase a recorrer el camino...

—Si hay un momento en nuestra historia en que estemos más cerca de conseguirlo, sin duda es éste. Y vuestra ayuda ha sido, es y siempre será inestimable —sentenció Mónica con una luminosa sonrisa y los ojos brillantes de emoción y agradecimiento.

—Además, nos han llegado noticias muy esperanzadoras desde Zeus.

—Trato de no pensar en ello muy a menudo. El proyecto es muy complejo y delicado. No quiero crearme falsas esperanzas. Muchas cosas podrían salir mal, pues sabes tan bien como yo cuanto tiempo requiere algo así. Y eso supondría un golpe muy difícil de encajar —dijo la joven un poco compungida.

—Por eso se mantiene en secreto y sólo un reducidísimo grupo de personas sabemos de la existencia del proyecto. Pero lo principal es ser optimista y mantener la esperanza. Si conseguimos que Zeus funcione en Gaia, empezará en serio una nueva Era para todos nosotros. Aunque aún habrá que esperar algunos años, claro. Hay que ser pacientes y rezar para que todo salga según lo previsto. Piensa que, de hecho, ya se han completado las cuatro quintas partes del proceso. Aunque la última es la más delicada, nada nos lleva a pensar que vaya a salir mal. Es más, según las últimas noticias, en apenas unos meses podríamos incluso prescindir de Zeus y proseguir con nuestra propia tecnología, a pesar de ser notablemente más lenta. Como ves, hay muchas razones para mantener la esperanza.


Por toda respuesta, Mónica sonrió lacónicamente, pero un brillo especial iluminaba su mirada cuando sus ojos encontraron los de Annevar.


—¡Brindo por ello! —gritó Li, interviniendo atinadamente en la conversación.

—¡Por que la humanidad madure de una vez! —secundó Mónica.

—¡Por una nueva Era de la Luz junto a nuestros hermanos! —exclamaron Dinarea, Lesinea y Annevar.

—¡Y por un futuro próspero y brillante! —terminó Luar.

—¡¡SALUD Y LARGA VIDA!! —gritaron todos al unísono, mientras hacían chocar sus copas entre risas y miradas de complicidad.


Alexia sonrió y agitó las manitas, feliz ante el buen ambiente que reinaba entre los adultos.


*


A treinta metros del grupo de personas el animal observaba atentamente, con enorme curiosidad, a los diminutos seres. La mente de los miembros de su especie es increíblemente empática, y percibió que de aquellas insólitas criaturas emanaba una gran carga de emociones y sentimientos, muchos de los cuales pudo comprender. Sobre todo, le gustó lo que percibió cuando se levantaron de pronto e hicieron ruido todos a la vez. Eran emociones puras y positivas que le llenaron de calidez. Decididamente, aquellas criaturas tan sorprendentes como pequeñas le gustaban cada vez más.






[1] Este experimento no es una invención para esta novela. Fue llevado a cabo por investigadores de la Universidad de West Chester, en Pennsylvania (EE.UU.) y publicado en la revista “NATURE” en octubre de 2.008 (N. del A.)

1 comentario:

  1. Las teorias y mitos que se manejaron en este capitulo, son lo mas acertado que se pudo haber escrito, bien hecho busca, sigue asi!

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