sábado, 18 de noviembre de 2017

Capítulo Veinticinco: HUÍDA AL LÍMITE (Parte 2)



[[CONTINUACIÓN CAPÍTULO 25, HUÍDA AL LÍMITE]]


Justo en ese momento, a unos cuarenta y dos mil kilómetros tras ellos, las dos naves de combate interceptoras, que volaban en persecución de la Elcano, emergieron del hiperespacio. Las otras, cuatro destructores medios y un crucero carrier[1] semipesado, hicieron lo propio veinte mil kilómetros más lejos, dirigiéndose raudas hacia el Nodo Cuatro del Anillo de Megger.

Los interceptores, de cuarenta metros de eslora y fuertemente armados, detectaron el punto de salto de su presa. Rápidamente, corrigieron el rumbo. Perdieron un par de minutos recargando sus sistemas de hiperpropulsión para efectuar un nuevo salto en persecución de la Elcano.

La cañonera que debía escoltar a Mónica y los demás, justo estaba saliendo de la atmósfera de Megger cuando las naves de combate alcanzaron el Nodo Cuatro. El crucero emitió una interferencia de rotura, que imposibilitaba el salto a varios cientos de kilómetros a la redonda. La cañonera se preparó para sumarse al combate. Ya saltarían tras la Elcano cuando acabasen con los antarianos. Los satélites de defensa y los clústers de armamento del Anillo entraron en acción, disparando contra los intrusos. Todas las naves de combate de la Confederación que había en Tilán ya habían sido alertadas antes de la llegada de los destructores.

Por tanto, las naves antarianas se encontraron con una organizada y tremenda resistencia que no esperaban. Uno de los destructores, el primero que emergió del hiperespacio, se encontró con una brutal andanada de balas perforantes, proyectiles pirocinéticos y misiles de alto explosivo. Sufrió daños devastadores y quedó inutilizado. Pero el crucero y los otros destructores tuvieron tiempo de levantar sus escudos de combate, más potentes y resistentes que los que la Confederación había logrado fabricar nunca. No en vano, los blindajes confederados estaban basados en tecnología antariana adaptada de lo que se había podido salvar durante la Liberación. Pero los Amos disponían de las tecnologías originales, que eran superiores en algunos aspectos.

No obstante, su tecnología tenía un fallo crítico. Los escudos de combate habían sido diseñados para los distintos tipos de armas de rayos y plasma, o proyectiles lentos, como misiles y torpedos. Los antarianos nunca se habían enfrentado a las "primitivas" armas de proyectiles de alta velocidad que los humanos trajeron de la Tierra, y que ya eran habituales en la Confederación.

Por ello, las naves restantes se llevaron una desagradable sorpresa cuando sus escudos detuvieron los misiles convencionales y las andanadas de los cañones de plasma originales del Anillo, pero una gran cantidad de balas perforantes y explosivas, vomitadas por las ametralladoras de veinticinco milímetros Vulcan MK-7 instaladas con posterioridad por la Confederación, pasaron casi sin problemas sus escudos y empezaron a hacer trizas sus cascos blindados.

Y la sorpresa fue mayor cuando los cañones confederados de raíl electromagnético empezaron a disparar munición pirocinética. Aquellos largos y estilizados dardos de uranio empobrecido, recubiertos de iridio, y acabados en una punta afiladísima, que viajaban casi al cinco por ciento de la velocidad de la luz, provocaron daños enormes. Muchos de ellos lograban pasar el escudo de combate y cuando impactaban contra el casco, concentraban toda su brutal energía cinética en la punta casi indeformable, transmitiéndola al objetivo en forma de calor abrasador. El resultado era que, aunque el dardo se vaporizaba contra el blindaje, el interior del casco se fundía instantáneamente en varios metros alrededor del punto de impacto, provocando una lluvia letal de metal candente que destruía todo a su paso, fueran tripulantes o maquinaria.

El segundo destructor apenas duró un par de minutos más que el primero, antes de que una andanada de una Vulcan se introdujese por un gran boquete del casco y alcanzase los sistemas de control de su reactor principal. El reactor de fusión de helio-3 se desestabilizó, vaporizó su vaso de contención magnético, y el plasma a más de diez millones de grados se expandió violentamente en milésimas de segundo, reventando la nave en pedazos. Los otros dos destructores no estallaron, pero también quedaron completamente inutilizados en unos momentos.

El crucero, por su parte, al estar fuertemente acorazado, tuvo tiempo de lanzar todos sus cazas y trató de alejarse del alcance del fuego enemigo. Pero la munición de las Vulcan y de los cañones de raíl no tenía límite de alcance, al contrario que los pulsos de plasma, los misiles y las armas de rayos. Los proyectiles continuaron hostigando duramente a la nave que huía, hasta que lograron inutilizar sus motores.

Los cazas confederados, menos ágiles y rápidos que sus enemigos, pero más numerosos y equipados con torretas dobles Vulcan de veinte milímetros, superaron rápidamente a los cazas antarianos y los destruyeron con muy pocas bajas. Los cañones de plasma y la agilidad de sus enemigos eran demoledores. En cambio, los confederados podían disparar en cualquier dirección y los antarianos sólo de frente a causa de sus cañones fijos. No tuvieron la menor oportunidad.

Luego, los cazas partieron a toda velocidad hacia el crucero, esquivando sus disparos, y barrieron las armas de cubierta, dejando el paso expedito a las naves de abordaje. Capturar la embarcación antariana relativamente intacta podría ser una valiosa recompensa.

Pero los antarianos, imbuidos por la infame doctrina del Credo, y viéndose superados por aquéllos a los que consideraban meros esclavos primitivos, activaron la autodestrucción del crucero. En unos segundos una explosión catastrófica destruyó la nave antariana, las embarcaciones de abordaje y todos los comandos confederados que iban a bordo.

Fue una victoria aplastante. Y, al menos, tres destructores, aunque con daños gravísimos, no habían estallado. Seguramente se podrían recuperar valiosísimas tecnologías de ellos.

Pero la Elcano no tenía ningún arma con la que enfrentarse a sus perseguidores. Sólo su velocidad, la pericia de Mónica, el SRB y su conocimiento único del interior del Paso. Y las claves de las boyas de navegación. Necesitarían mucha suerte para poder escapar.


*


Emergieron al espacio normal a menos de cuarenta mil kilómetros de la boya de entrada. Había sido un salto perfectamente calculado.

Pero Mónica, con la imprescindible ayuda de Vyla, desactivó el campo de integridad tres décimas de segundo antes de acabar de emerger por completo. Era Surfear el Filo, un truco muy temerario y nada aconsejable (de hecho, prohibido por las normas de navegación) para ganar velocidad en poco tiempo. Muy pocos pilotos se atrevían a usarlo. Y varios de los que lo habían intentado se habían convertido en una nube de partículas subatómicas junto a sus naves, con el perjuicio que ello conllevaba. La Confederación no andaba sobrada de naves, ni de buenos pilotos. Esta era la tercera vez que Mónica hacía algo así. Aunque estaba completamente segura de lograrlo, no pudo evitar que el vello, una vez más, se le erizase de aprensión. Y lo mismo les ocurrió a sus compañeros en el puente. Los demás, ni se enteraron.

Normalmente, cualquier objeto que entra en una ventana de salto sufre una monstruosa aceleración aparente[2], y, tras experimentar una deceleración equivalente, sale por la otra ventana con exactamente la misma velocidad y rumbo que llevaba. Pero si se corta el suministro de potencia al campo de taquiones justo en el Embudo, el tránsito entre el portal y el horizonte de energía, para lo cual hay escasas cinco décimas de segundo de margen, se puede transferir a la nave una parte de la fuerza repulsiva que mantiene el horizonte apartado de la ventana y presionando contra el espacio-tiempo normal. Esa transferencia se traduce en un aumento contundente de la velocidad de salida respecto de la de entrada, pero sin experimentar ninguna aceleración. El riesgo estriba en que si se baja el campo de taquiones antes del margen de tiempo exacto[3], la nave se desintegra al igualarse la entropía entre dos conjuntos dimensionales opuestos.

Surfear el Filo les había lanzado desde menos del uno por ciento hasta punto ocho luz[5], pero aún así, Mónica mantuvo la nave a su máxima aceleración de ciento cincuenta g. Quería entrar en el Paso a la velocidad máxima que habían calculado como segura para los tránsitos, a punto diez luz.

A pesar de la prisa que tenían, no había querido forzar el cristal de nerilio del hipermotor volando más allá del primer nivel de energía. La Elcano estaba cerca de su periodo de revisión del hiperpropulsor y altos niveles implicaban alto desgaste y mayor tiempo de regeneración. Si empezaba a dar saltos de alto grado, podría ocurrir que quemase el hipermotor. Y entonces sí que estarían en apuros. Mejor reservarlo para más adelante.

Nadie podía sospechar que tendrían que regresar a la Colonia a la carrera cuando iniciaron aquel largo viaje.

Ni la cañonera ni el Ereun estaban allí esperándolos. Los planes iniciales se habían trastocado tras la aparición de las naves enemigas en el sistema, que lo habían precipitado todo. Eran malas noticias, pero tampoco las peores. Al fin y al cabo, los interceptores antarianos hubiesen sido una compañía mucho menos agradable.

Vyla decodificó la señal de cinco frecuencias y puso en marcha el primero de los diez grandes tramos del sistema de boyas del Paso. Cada una empezó a emitir su radiofaro subespacial característico y las señales luminosas y de radio de posicionamiento. Si lograban llegar al siguiente tramo antes que los antarianos, podrían desactivar el primero y dejarlos varados en medio del Paso.

Las siguientes treinta boyas de tránsito balizaban un recodo ya dentro de la Barrera, durante unos ciento cuarenta millones de kilómetros. Llevaban hasta la primera boya de salto. Desde ella había un salto limpio de cero coma dos años luz, una media hora de hiperpropulsión en nivel uno, hasta el siguiente tramo de tránsito. Con la aceleración actual, la Elcano habría alcanzado el diez por ciento de la velocidad de la luz en apenas una hora, mientras volaba por aquel tramo de tránsito.

—Lástima que el sistema de las boyas no esté diseñado para irlas apagando detrás de nosotros—se lamentó Luar. —Eso les pondría las cosas muy difíciles a esas alimañas que nos persiguen.
—Nadie iba a pensar que el balizamiento del Paso se iba a usar para una huída a toda prisa, Luar—comentó Erin.
—Pues si… pero cuando lleguemos a Yun Thal, eso va a cambiar. Bastará con una reprogramación bastante simple—apuntó Li.

Mónica mantuvo la aceleración. El diez por ciento era la máxima velocidad a la que podría maniobrar, siguiendo el trazado del tramo de tránsito, sin aumentar excesivamente el consumo de carburante. Aunque la Elcano tenía grandes reservas de combustible, no eran infinitas. Las continuas maniobras a alta velocidad, luchando contra la inercia en los giros, supondrían un alto consumo. Más el que necesitarían para formar el escudo frontal de protección a aquella velocidad. Y el escudo de combate gastaría una gran cantidad adicional del amoníaco que contenía los depósitos, si se veían en la necesidad de usarlo.

Debía estar muy atenta a lo que hacía, o se quedarían sin carburante antes de salir de Whania Rum. Y allí dentro, tanto si los capturaban como si no, significaría una muerte cierta.

Cuando llegaron a la cuarta boya, Vyla habló.

Detectada emersión del hiperespacio a un millón trescientos sesenta mil kilómetros a popa. Dos naves. Configuración desconocida. Toman rumbo de persecución a gran aceleración.
—Mierda, sí que se han dado prisa. Habrán volado en el nivel dos o el tres para ganarnos tanto tiempo—masculló Mónica.
—¿No podríamos volar las boyas a nuestro paso con el láser de la torreta?—preguntó Antonio.
—Ya lo he pensado—dijo Li, haciendo un gesto de pesar. —Pero a ésta velocidad el láser de prospección no tendría tiempo suficiente para dañar ninguna de ellas. Vamos demasiado rápido y ese láser está diseñado para corto alcance, apenas unos cientos de kilómetros. No es un cañón de combate, sino un instrumento científico.
—Además—apuntó Erin con una sonrisa triste—, las boyas ya están emitiendo señales que se desplazan a la velocidad de la luz. Aunque destruyas una, su señal seguirá siendo detectable en la distancia. No serviría de nada. Y si alguna nave sale en nuestra ayuda, necesitará esas boyas para seguirnos.
—Lástima… —se lamentó Antonio. —Hubiera estado bien dejarlos varados dentro de la barrera. Sin boyas ni SRB, ese lugar es como un campo minado…

Klaus abrió mucho los ojos. Y luego compuso una sonrisa lobuna.

—Antonio, Li, Luar, Annevar, Irianea… venid conmigo. Tengo un plan. Vanessa, cuida de la niña. Erin, ayuda a Mónica en el puente. Tú eres el segundo mejor piloto a bordo.

Y dicho esto, salió corriendo hacia la cubierta inferior, seguido por los demás con expresión interrogativa.

—¿Pero qué demonios estará tramando ese loco…?—musitó Erin, sentándose al lado de Mónica. Su mirada brillaba de admiración, no obstante.
—Sería capaz de salir fuera a pegarles tiros con Bárbara—rió Mónica. Su sonrisa se desvaneció un poco. "Sí, sí que sería capaz… espero que no sea tan estúpido", pensó.

En la pantalla aparecía la posición relativa de las boyas respecto de la Elcano, el escaneado que realizaba el SRB de la Barrera, y la posición de sus perseguidores. Les estaban ganando terreno paulatinamente. En pocos minutos estarían al alcance de sus armas. Un punto que tenían a favor era que las naves antarianas ligeras, por su diseño, sólo podían disparar de frente. Los Amos estaban acostumbrados a la superioridad tecnológica y numérica y a combatir con naves grandes y usar sus potentes escudos. Sólo sus naves mayores disponían de torretas direccionales. Siguiendo sus ideas de expandir el terror, tal y como constaba en las crónicas que habían dejado tras de sí, sus naves estaban muy armadas a proa, pues atacaban de frente protegidas por sólidos escudos y blindajes. Por tanto, mientras la Elcano se mantuviese fuera de la línea de tiro directo de proa, estaría relativamente a salvo. Claro que, eso no podría hacerlo indefinidamente. En cuanto tuviese que volar recto, sería presa fácil.

Mónica pilotaba atenta al ratio de consumo/inercia de la nave. Los depósitos estaban a más del noventa y dos por ciento. Parecía mucho, pero en cuanto tuviese que activar el escudo de combate, ese porcentaje bajaría muy rápido.


*


Viajando ya casi a punto diez luz, incluyendo las maniobras de corrección de rumbo, tardaron una hora en recorrer la mayor parte del tramo de tránsito. La primera boya de salto estaba ante ellos, a un millón de kilómetros a proa, bajo un filamento de la Barrera. Sólo tardarían treinta y cinco segundos en llegar. El problema era que, a aquella velocidad, cuando saltasen, la ventana de hiperespacio estaría tan cerca que no habría tiempo para correcciones. La nave debía seguir una trayectoria completamente rectilínea antes de abrir la ventana, o se desintegraría contra el borde inestable de ésta. Y entonces es cuando serían más vulnerables.

Mónica miró las pantallas. Las dos naves antarianas estaban a menos de novecientos mil kilómetros a popa. Los malditos aceleraban con ganas. Parecía que no les preocupaba el combustible. Sus sistemas de propulsión eran muy diferentes a los de la Confederación.

"Por lo menos, aún estamos fuera del alcance de sus armas", pensó la joven. "¿Dónde están las naves de escolta? Las necesitamos con urgencia…". Pero sabía perfectamente que ninguna nave confederada lograría alcanzarlos antes que los antarianos, por la misma razón por la que ella no podía acelerar más.

Justo en la vertical de la boya, Mónica activó el hipermotor. No hubo tiempo ni para pensar. La ventana de salto, focalizada automáticamente a su máxima distancia posible, de unos cien mil kilómetros de distancia, aún ni se había acabado de estabilizar cuando la Elcano se precipitó en su interior. No perdieron los cuatro motores de milagro.

Dos minutos después, las naves antarianas saltaron a su vez, siguiendo la estela hiperespacial de la Elcano.


Las naves enemigas siguen nuestra misma trayectoria de salto—informó Vyla desapasionadamente.
—¡Maldita sea! Están demasiado cerca como para burlarlos. Si se acercan más, incluso se podrán meter por nuestra propia ventana de salto, y entonces sí que no habrá manera de quitárselos de encima—masculló Mónica.
—Malnacidos. Y sin ningún arma a bordo. —Erin golpeó el tablero.
—Si logramos salir de ésta, te prometo que la Elcano nunca volverá a estar indefensa—aseguró Mónica, mirando a los ojos a su amiga.
—Te tomo la palabra. —Sus ojos chispeaban. A continuación preguntó: —¿No se te ocurre nada? ¿Seguro?
—Nada, sólo estupideces sin pies ni cabeza.
—Tenemos veintiocho minutos de trayecto por el Hiperespacio. Aquí dentro no pueden atacarnos. Pensemos juntas en algo. A ver, cuéntame tus estupideces. —Se giró hacia su amiga, mirándola intensamente.
—Pues… En principio pensé en activar una ventana con el PHD, justo tras salir de éste túnel, y dar la vuelta en redondo…
—… pero está el problema que hay que frenar por completo la nave y volver a acelerar hacia la ventana. Unas cinco horas de frenado con los propulsores al máximo. Nos harían papilla en segundos—razonó Erin.
—Eso mismo he pensado yo—contestó ella con expresión pesarosa. Se levantó a estirar las piernas. Necesitaba pensar.
—No podemos dar la vuelta, son más rápidos que nosotros, no tenemos armas… Y ni siquiera podemos cambiar de rumbo en el Hiperespacio para emerger en otro sitio inesperado. —Erin apoyó la cabeza sobre su mano, en el apoyabrazos del asiento.

Mónica se volvió hacia los mandos, pensativa.

—¿En qué piensas?—preguntó Erin, inclinando graciosamente la cabeza.
—En nada. Otra estupidez sin sentido... pensaba que, si al menos se pudiese girar la nave aquí dentro, cuando saliésemos del Embudo tendríamos una ventaja de maniobra. Y un par de saltos con el PHD nos darían un buen margen de tiempo—dijo, sentándose de nuevo y haciendo un gesto de indiferencia con la mano.
—Pero los motores y los impulsores de maniobra no funcionan aquí. Estamos varados en la burbuja de taquiones. Igual que si estuviésemos dentro de la Barrera…

Mónica apenas la escuchaba, seguía buscando una solución al problema que tenían. Y estaba un poco molesta, porque algo aleteaba en el fondo de su mente, una idea furtiva y esquiva que no lograba concretar.

—… ni energía, ni nada. No moverías la nave ni a soplidos, cuando menos con un mot…—seguía diciendo la joven.

Mónica saltó en su asiento, excitada.

—¿Qué acabas de decir?
—Que no puedes usar motores, que no moverías la nave ni a soplidos. Ni siquiera a empuj…—respondió ella extrañada.
—¡Coño! ¡Eso es!—Y se golpeó la frente con la palma de la mano.
—¿En qué demonios piensas? ¿Acaso vas a salir a empujar la nave?—preguntó Erin asombrada.

Por toda respuesta, Mónica se sentó, le sonrió y se puso a teclear febrilmente.

Vyla, aumenta la presión atmosférica de la sala de control de proa. Tanto como sea posible sin reventar el sello del mamparo.

Entendido. La presión máxima que soportan el mamparo y el casco interior en esa sección es de cuatro mil seiscientas veintidós atmósferas. Pero los dispositivos y sistemas que están instalados colapsarán por encima de doscientas cincuenta y cuatro atmósferas.
—Pues ponlo a doscientas cuarenta y cinco atmósferas. Usa el CO2 del sistema de extinción y las reservas de oxígeno y nitrógeno. Saca aire de las secciones no ocupadas y que no sean necesarias para regresar al puente.
Procediendo. Tiempo estimado, cuatro minutos hasta la presión solicitada.
Vyla, si se pierde toda esa atmósfera, ¿tenemos más gas para recuperar la presión otra vez?
Sólo si se pierde un treinta por ciento de la presión objetivo. Si se supera ese límite, no habrá más gases a bordo de la Elcano para volver a alcanzar esa presión atmosférica.
—¿Se puede saber qué intentas?—Erin asistía estupefacta a las acciones de su amiga. No entendía nada.

Ella no respondió y siguió realizando cálculos y tecleando frenéticamente. Cuando pasaron los cuatro minutos, Vyla la avisó.

Presión objetivo alcanzada.
—Bien. ¿Cuál es el punto sólido de la Barrera perpendicular a nuestra trayectoria más próximo?
La Barrera carece de puntos sólidos—contestó impertérrita la computadora. Mónica hizo un gesto de exasperación.
—Me refiero a que no sea un filamento, o un grumo, o un saliente de la Barrera, sino su pared principal—explicó con voz cansada, poniendo los ojos en blanco.
Comprendido. La boya de salida de este tramo se encuentra en un vacío irregular de ochenta y ocho millones de kilómetros de diámetro horizontal aproximadamente. La Barrera es paralela a nuestra trayectoria de vuelo hasta un punto a ochenta millones trescientos veintiséis mil cuatrocientos ochenta y un kilómetros. Allí el Paso forma un ángulo de cuarenta y dos grados a babor y menos veinte grados axial[4]a proa.
—Eso son dieciocho coma seis segundos a nivel uno… La nave necesita unos ocho millones y medio de kilómetros para modificar así su rumbo a esta velocidad, con los motores al máximo, hasta orientarse al trazado del Paso… restando, queda una ampliación de dieciséis coma seis segundos… —iba musitando Mónica para sí misma. —El haz de taquiones del hipermotor se puede desviar un máximo de doce grados a cada costado de proa… Bien. Vamos a hacer una prueba. Erin, abre la válvula uno de emergencia de incendio de estribor. Vyla, cierra esa misma válvula en el momento en que la presión interior haya descendido el veinte por ciento.
Comandante Llanos, esa es una situación potencialmente peligrosa. Necesito que dé su autorización para eliminar los protocolos de seguridad correspondientes. Debe dejar clara su voluntad de violar dichos protocolos—pidió la computadora. Mónica se estremeció al escuchar la palabra "violar".
—Código de seguridad dos-dos-seis-mike-lima-nueve. Comandante Mónica Llanos. Autorizo apertura de válvulas de emergencia de incendio, sin incendio a bordo y volando por el Hiperespacio—expuso ella, con voz clara y serena.
Entendido. En espera de orden de confirmación
—Confirmado. Procede—autorizó ella. La computadora emitió un pitido de recibido.
—Vaaaale...—dijo Erin, sin comprender nada. Alargó la mano hacia el control de válvulas de emergencia de incendio, unos dispositivos diseñados para que, en caso de fallar el sistema de extinción, se abriese un agujero en el casco que eliminase la atmósfera de esa sección, apagando con ello cualquier incendio que hubiese en ella. Tenían cinco centímetros de diámetro.

Fue entonces cuando Erin comprendió de repente qué se proponía Mónica. Abrió mucho los ojos. Su amiga estaba loca. Completamente loca.

Pretendía hacer girar la nave en el Hiperespacio… ¡¡a soplidos!!

Mónica usó el intercomunicador para avisar a los demás que se agarrasen, y le hizo una señal. Erin pulsó la tecla de control en su pantalla táctil. La válvula se abrió y doscientas cuarenta atmósferas de gas a presión se precipitaron fuera de la nave con un rugido atronador… un rugido atronador dentro de la nave, porque fuera, el silencio era absoluto.

La proa de la Elcano empezó a girar lentamente a babor. La nave se estremeció y empezó a temblar cada vez con mayor intensidad, según la proa se apartaba grado a grado de su rumbo rectilíneo. Al desalinearse la burbuja del campo de integridad respecto de la trayectoria de vuelo, se produce un desequilibrio de fuerzas que hace que la envoltura de taquiones se vuelva inestable, como si rozase contra la pared del túnel (que, a grandes rasgos y pensando en más de tres dimensiones, así es). Se pierde la "aerodinámica" que posibilita el viaje por el Conducto. Vyla ajustó inmediatamente el proyector del haz de taquiones a estribor, compensando la desviación de la nave. Cinco segundos después, cuando la presión bajó hasta ciento noventa y dos atmósferas, también cerró la válvula. Al contrario que en el espacio normal, cuando cesó la fuerza que desviaba la nave, cesó el desvío.

Vyla, ¿cuánta deriva hemos conseguido?—preguntó Mónica, ansiosa. Erin estaba igual de entusiasmada.
Tres grados y catorce minutos a babor.
—O sea, que funciona… —No se lo podía creer. No tenía constancia de que nadie hubiese probado algo así nunca, en toda la historia de la Confederación. ¿Qué motivo habrían tenido si la función del hipersalto era llegar rápido de un punto a otro, por la ruta más corta?
—¿Qué demonios ha sido eso, Mónica?—preguntó Li por el intercomunicador. —Aquí abajo nos hemos sobresaltado.
—¿Sobresaltado? ¡Nos hemos cagado!—soltó, irreverente, Klaus. ¿Desde cuándo tiembla una nave en el Conducto? ¿Qué has roto?
—Nada—atajó Erin. —Vosotros a lo vuestro que Mónica y yo estamos ocupadas. ¡Pesados!—Y cortó la comunicación. Se miraron y se echaron a reír.

En ese momento aparecieron Vanessa y Alexia. La niña quería estar con su mamá en el puente y ver qué hacía. Las dos solas allí detrás se aburrían. Se sentaron en los asientos libres, a condición de irse enseguida en cuanto llegasen los demás tripulantes. Mónica le hizo una mueca graciosa a su hija y ella le devolvió una adorable sonrisa infantil.

—Está bien. Vyla, la prueba ha sido un éxito. Abre esa válvula hasta que no quede presión o hasta que hayamos conseguido un desvío de once grados—quería dejar un margen de seguridad para el proyector del haz de taquiones. —Atenta a cualquier situación de riesgo inaceptable. Actúa a tu criterio.
—Comprendido. Abriendo válvula. Compensando desvío del haz. Vigilando parámetros críticos.

Vyla abrió la válvula y, de nuevo, todo el gas a presión escapó con furia, moviendo la proa a babor una vez más. La nave empezó a temblar como antes, pero la computadora compensó rápidamente la deriva del haz del hipermotor. Según la presión bajaba, la fuerza de desvío era cada vez menor, hasta que, pocos segundos después, cesó por completo. La nave avanzaba por el Conducto como si estuviese derrapando.

—¿Cuánto nos hemos movido?—preguntó Erin, impaciente.
—Leo diez coma siete grados—contestó Mónica. —Casi a tope de lo posible. No está mal. —Sonrió complacida. —¿Dónde están las naves enemigas?
—Según mis estimaciones, deberían emerger justo detrás de nosotros unos quince segundos después de que lo haga nuestra nave. Si vuelan a nivel dos como creo. Si viajan en el primero, lo harán unos cuarenta segundos después—consultó Erin en la pantalla. —Están muy cerca, Mónica. Si nos recortan más ventaja, la próxima ventana de salto que abramos también la podrán usar ellos. Y ya no habrá manera de quitárselos de encima.

Por toda respuesta, Mónica la miró con una sonrisa fiera.

Vyla. Graba macro de maniobra de emergencia. Motores de babor, a noventa grados horizontal. Plena potencia hasta rumbo dos-siete-cero relativo. Cuando esté completado, motores de babor a cero grados y los de estribor a noventa grados horizontal, potencia de emergencia en ambos grupos. Ángulo de estribor decreciente según aproximación a trayectoria del Paso. Simultáneamente, los cuatro motores diez grados abajo, hasta igualar rumbo axial del Paso. Usa propulsores de posición para reforzar efecto. Guarda macro.
Guardada.

Mónica hizo unos cálculos más.

—Con el ángulo que hemos ganado con lo de abrir la válvula… teniendo en cuenta la inercia de deriva, la aceleración lateral, la masa de la nave y la velocidad de avance… para girar necesitamos… apurando el margen de seguridad… ¡Vale!—Se incorporó. —Vyla, extiende la duración del salto dieciséis coma ocho segundos. En cuanto emerjamos, activa macro de inmediato.
Aceptado. Motores orientados a posición inicial. Macro de maniobra de emergencia cargada en memoria de ejecución rápida. Circuitos en espera.
—¿Estás segura de lo que haces?—Erin confiaba ciegamente en las extraordinarias habilidades como piloto de su amiga, pero Mónica estaba llevando sus cálculos hasta unos límites casi suicidas.
—Espera y verás. —Pulsó el botón del intercomunicador. —Chicos, os necesito aquí arriba a todos ya. Voy a eliminar todo el soporte vital y el efecto del compensador en toda la nave, excepto en puente y los dos mamparos siguientes.
—Ya hemos acabado—respondió Klaus. —Ahora suben los demás. Yo tengo algo que hacer. Espera un momento antes de quitar el soporte vital. Necesito llegar a la esclusa de popa. Y bájame la gravedad a punto tres.
—¿Pero qué diablos pre…?—empezó ella.
—No preguntes. Hazlo—cortó él.
—Pues date prisa. Tienes ocho minutos y medio antes de salir del Conducto. Espabila—cedió Mónica, con cara de estupor.
—Recibido. Corto.

Cinco minutos después, Klaus entraba en el puente, sudoroso y fatigado. Miró al frente por el ventanal y enmudeció de asombro. La Elcano volaba un poco de costado… por el hiperespacio.

—Siéntate—ordenó Mónica.
—¿Pero qué diablos ha…?—empezó a preguntar él, estupefacto.
—No preguntes. Hazlo—cortó ella, con una sonrisa mordaz.
Touché—dijo él, sonriendo, mientras se sentaba y se aseguraba el cinturón de cuatro puntos. Consultó su pantalla lateral. El punto marcado por la boya de salto estaba sobrepasado en dos segundos. Le dio unos golpecitos a la pantalla.
—A tu pantalla no le pasa nada—dijo Erin, sin mirar atrás. —Vamos a extender el salto un poco más. Casi diecisiete segundos más.

Los demás abrieron mucho los ojos. Mónica era una celosa seguidora de las normas de seguridad. Y aquella boya la habían programado ellos mismos, al venir. ¿Por qué la joven se saltaba, ahora, sus propias normas?

Li y Luar se giraron rápidamente y consultaron los datos. Palidecieron.

Si no cortaban el salto ya, se iban a incrustar de cabeza en la Barrera.

—¡Mónica! ¿Se puede saber qué haces? ¡Nos vamos a matar!—exclamó Li. Por toda respuesta, ella se giró un poco y le sonrió dulcemente. Li se estremeció. Instintivamente, se agarró a los apoyabrazos de su asiento.
Detectado probable túnel hiperespacial paralelo. Distorsión con un noventa por ciento de fiabilidad. Una nave sigue una ruta de salto prácticamente idéntica a la nuestra—explicó Vyla, siempre imperturbable.

Faltaban tres segundos para salir del Conducto.

Mónica compuso una malévola sonrisa y se agarró a las palancas de control hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Sus ojos brillaban de expectación y malicia.

—Emergiendo al espacio. Macro de maniobra de emergencia activa.

Si hubiese habido allí alguien para ver a la Elcano salir de costado de un hipersalto, con los motores de babor girados noventa grados y a plena potencia, y a poco más de cuatro minutos de incrustarse en la letal nebulosidad azul, se habría ido él sólo derechito al psiquiatra.

Las alarmas de alerta de colisión resonaron en el puente, mientras el pitido de medición de distancias del SRB enloquecía.

La nave, siguiendo la macro grabada por Mónica, se puso paralela a la pared azul en segundos, avanzando de costado a punto diez luz. Luego los motores de estribor, aullando por el sobreesfuerzo de la potencia de emergencia, al trabajar al ciento veinte por ciento de su fuerza nominal máxima, empujaron la nave, tratando de alejarla de la Barrera. Las cegadoras antorchas de plasma de fusión alcanzaron los setecientos metros de longitud. Los motores de maniobra de estribor entraron todos en acción también al máximo.

En los primeros treinta segundos no pasó nada y la Elcano siguió precipitándose de costado en su trayectoria suicida hacia la Barrera. Pero con agónica lentitud, la proa empezó a avanzar y la nave comenzó a describir una larga y grácil curva, iluminada intensamente por el cegador destello de los chorros de propulsión.

La Barrera está a seis millones de kilómetros —anunció Vyla.

La Elcano siguió virando con exasperante lentitud, arrastrada por la enorme inercia de su elevadísima velocidad de vuelo.

—Potencia de emergencia también en motores de babor.
Activada potencia de emergencia. Todos los motores en peligro de fusión por sobrecarga. Cuatro minutos para temperatura crítica. La Barrera a cinco millones de kilómetros.
—Vamos, vamos, vamos… —suplicó Mónica. Estaba tardando más de lo que había supuesto.
La Barrera a cuatro millones de kilómetros.

Inconscientemente, todos los ocupantes empezaron a inclinarse a la izquierda, como queriendo alejarse del choque inminente. Como si pudiesen apartar la nave a fuerza de mera voluntad.

Ventana de hipersalto abierta a seiscientos ochenta mil kilómetros, por la aleta de babor. Nave enemiga emergiendo. Barrera a tres millones de kilómetros. Deriva acumulada, veintidós grados a babor. Dos minutos treinta segundos para colisión. Tres minutos para fallo crítico de los motores.

Mónica miró las pantallas y enseñó los dientes en una malévola sonrisa, los ojos brillantes de fiereza. Li nunca le había visto una expresión así. En aquel momento, su mujer le pareció terroríficamente bella. Se estremeció.

Y se estremeció aún más cuando vio que Erin también sonreía de la misma forma.

Nueva ventana de salto detectada, a un millón ochocientos mil kilómetros por la aleta de babor. Otra nave emergiendo. Barrera a dos millones de kilómetros. Deriva acumulada, treinta grados a babor, menos dos grados axial a proa. Dos minutos para fallo de motores.

Mónica, ignorando a la computadora, pulsó los controles y el telescopio de la torreta dorsal giró a popa. La imagen apareció en la pantalla principal.

Todos pudieron ver a la nave enemiga más cercana. Habían emergido más tarde que la Elcano, con la intención de recortar la distancia. Los antarianos habían supuesto que su presa volvería al espacio con un buen margen de seguridad. Aquél fue su error fatal. En cuanto la nave salió de la ventana de salto, se encontró con la Barrera a menos de seis millones de kilómetros. Volaban a punto quince luz, unos cuarenta y cinco mil kilómetros por segundo. Ni con su menor masa y mayor potencia y maniobrabilidad podrían esquivar su horrible destino. Vieron como la nave de ataque maniobraba desesperadamente, volcando toda su energía en los motores, que vomitaron cegadoras antorchas de propulsión de más de un kilómetro de longitud. Fue todo en vano.

La Barrera está a un millón de kilómetros por la amura de estribor. Deriva acumulada, treinta y siete grados a babor, menos cinco grados axial a proa. Treinta segundos para fallo crítico de motores—anunció Vyla. Casi nadie le prestó atención, absortos por el drama que se desarrollaba tras ellos.
—Desactiva potencia de emergencia. Baja a avante toda—ordenó Mónica.

Dos minutos y doce segundos después de haber salido del hiperespacio, la negra, letal y ominosa nave de ataque antariana desapareció de repente dentro de la silenciosa e impasible nebulosidad azul. Fin.

La Barrera a quinientos mil kilómetros por la banda de estribor. Deriva cuarenta grados a babor, menos ocho grados axial a proa.

En cambio, la segunda nave enemiga, que había emergido mucho más lejos, maniobró sin problemas y continuó la persecución, ganándoles terreno rápidamente.

La Barrera a doscientos cincuenta mil kilómetros por la banda de estribor. Deriva cuarenta y un grados babor, menos nueve grados axial a proa. Riesgo crítico de pérdida total de la nave y sus tripulantes.

La alarma de colisión había enloquecido y el pitido del SRB era un tono continuo, funesto presagio de la muerte que les esperaba a todos si entraban en la Barrera.

La Barrera a cien mil kilómetros. La Barrera a cien mil kilómetros. Alerta máxima. Situación crítica en doce segundos.

Pasaron cinco segundos.

La Barrera a cincuenta mil kilómetros.

Y cinco más.

Barrera a mil kilómetros. Colisión en dos segundos.

Mónica habría jurado que hasta Vyla tenía un leve tono histérico en su lánguida voz electrónica.

Dos segundos.

Barrera a cien kilómetros.

Un segundo.

Barrera a diez kilómetros.

Cero segundos.

Barrera a un kilómetro.

Más un segundo…

Más dos…

Trayectoria despejada. Riesgo de colisión nulo. Motores sobrecalentados. Daños moderados en la contención magnética del plasma de fusión.

Un profundo suspiro de alivio salió de todos los pechos. Algunos ni se habían dado cuenta que estaban reteniendo la respiración. Hasta Vyla pareció sonar aliviada.

La Elcano había logrado esquivar definitivamente la Barrera, gracias a una depresión de quinientos mil kilómetros de largo y ciento cincuenta mil de profundidad que había antes del giro del Paso. Mónica había contado con ella en sus cálculos, pues tenían los mapas que habían confeccionado en el viaje de ida a Tilán. Y el cálculo le había salido redondo… o casi, porque había previsto pasar a cincuenta kilómetros del borde de la depresión, no a setecientos metros...

"Eso ha estado cerca…MUY cerca... me tiemblan las manos", pensó ella, sintiendo un desagradable escalofrío en la columna.

La nave encaró el siguiente tramo de balizas de tránsito.

—Motores en standby. Fuerza la refrigeración—dijo Mónica. Vyla obedeció y el silbido agónico de los motores se redujo hasta apagarse por completo.
—Eso ha sido lo más asombroso, increíble, extraordinario… y terrorífico que he visto nunca pilotando una nave—comentó Luar, carraspeando por la angustia que acababa de pasar. —Más incluso que el rescate de la nave de Selar.
—Te has cargado esa nave sin siquiera despeinarte—la felicitó Annevar, con la voz también algo ahogada. —¡Bravo!

Todos aplaudieron y la felicitaron, incluso Alexia con su encantadora sonrisa.

—No cantemos victoria, que aún queda un parásito—dijo Mónica con voz a la vez eufórica y glacial.

Estaba preocupada por los motores. Los Triple I habían sufrido una durísima prueba. Aunque estaba muy orgullosa de cómo se habían comportado, no sabía cuánto más resistirían el esfuerzo al que aún los tenía que someter. Quedaban muchos giros a toda potencia, siguiendo el trazado laberíntico del Paso. Lo que sí sabía es que ya no podía volver a usar la potencia de emergencia. Si volvía a forzar los motores hasta ese nivel, estallarían. Y con ellos, toda la nave.

Si lograban salir de aquélla, iba a tener que poner nuevos los cuatro propulsores…

Pero aún tenía el PHD.

"Gracias, Illu", pensó.

—Nave enemiga a un millón cien mil kilómetros y acercándose a punto quince luz, Mónica—advirtió Erin.
—Pon imagen en pantalla central. Vyla, control manual. Configuración de los mandos principales en "La Batidora"[6]—ordenó Mónica a la computadora.
Configuración de mandos "La Batidora" aceptada.
—Erin, atenta a mis instrucciones específicas con los propulsores de maniobra y los datos del SRB. Li, controla las pantallas deflectoras de combate y nuestros sistemas de energía. Luar, monitoriza todos los datos de la nave enemiga. Klaus, control de daños y subsistemas. Annevar, papá, Irianea, por favor, contención de daños y preparativos de emergencia—ordenó Mónica con aplomo. Todos los presentes se limitaron a asentir y ocuparse rápidamente de las tareas asignadas. Se giró hacia Vanessa. —Mamá… cuida de Alexia, por favor.

Su madre sólo asintió. Mónica exhibía otra vez aquella mirada. Su mirada de concentración y determinación máximas. La mirada que la caracterizaba cuando el peligro acechaba y varias vidas necesitaban de lo mejor de ella.

No cabía en sí del orgullo de ser la madre de una mujer tan extraordinaria.

—No puedo acelerar a más de punto doce luz con la masa de la Elcano, o será imposible maniobrar en los tránsitos. Nos van a atrapar—explicó ella con resignación.
—Puede que no. Aún nos quedan dos ases en la manga—dijo Klaus, con una sonrisa lobuna. —El PHD y mi pequeña sorpresa.
—Espero que tu "sorpresa" no sea Bárbara—dijo Erin, muy seria.
—No, no, qué va—rió Klaus. —Es algo más cariñoso que Bárbara. Unos bonitos regalos. Sólo hay que encontrar el momento de entregárselos.

Erin y Mónica se miraron interrogativamente. Los demás sí que sabían en qué consistía la sorpresa de Klaus, claro. Pero ellas no.

—Pues no va a tardar mucho en llegar ese momento. Nave enemiga un millón de kilómetros—informó Erin.
—Prepara el PHD—pidió Mónica, verificando el mapa de Whania Rum y calculando a toda prisa. —Alcance… dieciséis millones de km. Y el siguiente… veinticuatro.
—Queda un millón y medio para la siguiente boya. Y esos—sacudió la cabeza hacia atrás—están ya a novecientos cincuenta mil. Nos ganan terreno muy rápido.
—Tardaremos cincuenta segundos en llegar a la boya. Y ellos… cincuenta y cinco, casi. Muy justo. Espero que no logren entrar por nuestra propia ventana de salto, o se acabó—calculó Mónica. Tuvo que luchar contra el impulso de empujar a fondo la palanca de aceleración. No podía pasarse de punto diez luz en aquel tramo. Ni forzar más de lo necesario los motores, a los que acababa de exigir un nuevo giro para enfrentar el rumbo correcto de salto.

Claro que, ¿qué importaría aquello si los atrapaban?

La boya se acercaba a ellos con exasperante lentitud, mientras el reloj desgranaba segundos y la nave enemiga estaba cada vez más cerca. La Elcano ya estaba casi encarada para volar entre los dos gruesos filamentos que cruzaban allí el Paso, y que impedían el salto directo a la siguiente boya desde dónde se encontraban, hasta que no hubiesen llegado a la misma vertical de la baliza.

A tres segundos de llegar, Mónica se la jugó.

—Actívalo ya.

Erin no dudó y pulsó el comando. La ventana de salto se formó, pero la nave no apuntaba exactamente al centro.

—¡Los antarianos disparan!—exclamó la joven.
Fuera de rumbo uno coma cero dos grados a estribor—advirtió Vyla. Mónica ya lo sabía y estaba compensando tanto como podía.

No hubo tiempo para más. La proa de la Elcano hendió el horizonte de la ventana y saltó con fuerza incontenible. Notaron una pequeña vibración y oyeron algo parecido a un corto zumbido.

Unas décimas de segundo después, los disparos de plasma también alcanzaron la ventana, pero se disiparon al instante por el choque de leyes físicas.

La ventana se cerró con un estallido gamma apenas un segundo antes de que la nave interceptora lograse atravesarla.

Y casi al instante, la Elcano apareció dieciséis millones de kilómetros más adelante.

—¿Algún daño?—preguntó Mónica.

Klaus se rascó la cabeza, con expresión sorprendida.

—Pueees… no ha sido una entrada muy limpia. Hemos perdido casi dos metros de la esquina del fuselaje del motor inferior de babor. Sólo fuselaje, ningún daño en sistemas.

—Oops—acertó a decir Mónica, torciendo el gesto. Una rabia intensa le subió desde el estómago. Ella había dañado la nave.
—Por suerte hemos ganado seis minutos de ventaja sobre esos energúmenos—comentó Luar.
—Y cuando doblemos la siguiente boya, ganaremos otros nueve minutos. Ya no nos podrán atrapar—aseguró Li. Miró a Mónica—Bien hecho, cariño.
—¡Joder!—exclamó Erin.
—¿Qué pasa?—preguntaron.
—Esos cerdos también han saltado. ¡Vuelven a estar a un millón y medio de kilómetros!—Golpeó el apoyabrazos.
—¿Pero cómo demonios lo han hecho? Los Amos no tienen los PHD—Li estaba furioso.
—Pero tienen hiperpropulsores más avanzados que los nuestros. Y sistemas de monitorización del Hiperespacio—explicó Luar. —Los mismos sistemas que usan los naderios para atacar las naves que vuelan cerca de su territorio.
—O sea, que pueden saber dónde emergemos y calcular en consecuencia—comprendió Mónica. —Esta va a ser una carrera de saltos al límite, hasta que nos quedemos sin cristales en el PHD… o hasta que nos destruyan.
—No exactamente—dijo Li, pensativo. —Tienen que calcular dónde aparecemos después de que lo hagamos. Y no han emergido donde nosotros, sino algo más lejos. No se fían de ti y de lo que has hecho a sus compañeros. Aún tenemos algo de ventaja. Aprovechémosla al máximo.
—Mónica—dijo Klaus de repente—¿Qué pasaría exactamente si atravesásemos una pequeña porción de la Barrera a hipervelocidad?
—Pues que seríamos arrancados violentamente del Conducto y quedaríamos varados sin energía. Como si no lo supieses—respondió ella, algo molesta por una pregunta tan obvia.
—Claro que lo sé. No te cabrees. He dicho que qué pasaría exactamente. ¿Cuál sería la violencia con la que volveríamos al espacio normal? ¿Puede soportarlo la estructura y el compensador? ¿Alguna desviación aleatoria o seguiremos recto por inercia? ¿Cuánto tardaríamos en volver a tener a Vyla y a todos los sistemas operativos de nuevo tras salir de la Barrera?—expuso él, enumerando con los dedos.
—Nave enemiga a un millón de kilómetros. La siguiente baliza a seiscientos mil—informó Luar. —Tardaremos veinte segundos en llegar. Ellos, treinta y cinco.

Mónica asintió, mirando a Klaus con los ojos levemente entrecerrados. El joven había despertado su curiosidad.

—Ser arrancados del Hiperespacio por la Barrera significa mucho estrés para la nave, para el compensador y, por supuesto, para los tripulantes—empezó a explicar ella. —Es más violento que cuando lo hacen los naderios. Pero la Elcano es muy fuerte y el compensador es potente. El problema está en que el compensador, dentro de la Barrera, tampoco funcionará. Bueno, no es del todo cierto. Aunque el compensador se pare en seco, el campo de amortiguación aguantará tres o cuatro segundos antes de que la Barrera disperse su energía… Es un tiempo muy justo, pero suficiente para no convertirnos en gelatina.
"En cuanto al rumbo, sí, seguiríamos rectos por inercia, sin derivas. Y volver a arrancar a Vyla y todos los sistemas críticos tras un brusco apagado total… No sé, nunca se ha hecho algo así. Cuando una navicomputadora cae, es por algo muy grave, como un impacto catastrófico o daños críticos durante un ataque. No se pueden quedar sin energía simplemente apagando un interruptor o quitando un fusible. Ni cortándole todos los cables principales a la vez, porque tienen una batería de memoria interna.

El tiempo necesario para la recuperación y carga de todos mis sistemas es de dos minutos y cuarenta y seis segundos—intervino Vyla sin que nadie se lo hubiese pedido. Era algo muy insólito, aunque nadie cayó en la cuenta en aquel momento.Pero el problema es que mis sistemas tienen que estar mínimamente alimentados para mantenerse. Y en la Barrera toda forma de energía artificial cesa, por lo que mi memoria, programas y subrutinas desaparecerán, al estar contenidos en un sistema con alimentación. Habría que volver a cargarme completamente de cero. Y lo mismo para todos los subsistemas, automatismos y circuitería principal de control.
—Sin Vyla no hay interfaz rápida, compensación fina ni órdenes vocales. Y sin el resto de la navicomputadora no hay datos de navegación, control de los sistemas, telemetría, hipervelocidad, radar… nada. Podríamos ponerlo todo en marcha manualmente y hacerlo funcionar sin ella, en caso de emergencia, pero tardaríamos horas. Y sin su potencia de cálculo, se necesitarían decenas de personas a bordo para operar la nave. Y aún menos a esta velocidad, ni aquí dentro. Es imposible. La necesitamos[7]—dijo Li.
—En otras circunstancias, si perdiésemos todas las memorias de la nave, excepto a Vyla, ella podría volver a cargar todo otra vez. ¿No es así?—preguntó Luar.
Sí, unos segundos después de completar mi arranque y comprobaciones. Tengo todos los programas específicos necesarios de toda la nave en mi banco de memoria, siempre y cuando el voltaje en el cristal central de mi núcleo no descienda del nivel crítico de tres coma seis voltios. Pero no hay a bordo ningún sistema que pueda mantener ningún voltaje dentro de la Barrera—explicó solícita la computadora.
—Te equivocas, Vyla—intervino por primera vez Irianea, mirando a los demás con una expresión extraña, mezcla de comprensión y asombro. —Sí que tenemos a bordo un sistema de energía inmune a la Barrera. Y, por lo que acabas de decir, suficiente para que sobrevivas.
No entiendo a qué se refiere, doctora Irianea. Ningún sistema de energía disponible a bordo funciona en la Barrera. Sólo los rotores magnéticos seguirán girando, pero la electricidad no saldrá de sus alternadores.
—¿Cuál es ese sistema que dices?—preguntó Annevar. Todos la miraban sorprendidos.
—Nuestros cuerpos.


*


No salían de su asombro.

El núcleo del Programa Médico Autónomo acababa de ser aislado de todas sus fuentes de alimentación, siguiendo las instrucciones de la propia computadora, y seguía activo. Al mínimo, y fluctuando, pero activo.

Tan sencillo como cogerlo con las manos desnudas entre varias personas vivas, en contacto entre sí para sumar su energía. El cuerpo humano produce aproximadamente un voltio y medio. Irianea había conseguido aumentar ese voltaje al inducir con fármacos de la enfermería un estado de metabolismo acelerado en todos ellos. Un total de unos ocho voltios biológicos, procedentes de seis personas, alimentaban al cristal de memoria del PMA en aquel momento.

Arriba, en el puente, Mónica y Erin continuaban tratando de mantener la nave a salvo de sus perseguidores. Ya habían gastado veinticinco de los cuarenta cristales del PHD, y sólo conseguían mantener, a duras penas, la distancia suficiente para que la nave antariana no les disparase ni consiguiese colarse por su misma ventana de salto. Hacía ya más de cinco horas y cuatro boyas de salto que jugaban al gato y al ratón. El modo de vuelo "La Batidora" había hecho honor a su nombre, pero la nave gemía y rechinaba. Su sólida estructura no era indestructible, y se estaba resintiendo. Demasiado tiempo volando al límite. Todos andaban algo mareados por las bruscas y violentas maniobras de Mónica, tratando de no ser alcanzada por los disparos ocasionales de sus enemigos. Durante todo aquel tiempo, la Elcano había seguido emitiendo, en todas las frecuencias convencionales y subespaciales, su petición de auxilio. Ambas sabían que ninguna nave podría alcanzarles a tiempo desde Tilán. Y desde Yun Thal aún sería más difícil, por la tremenda velocidad frontal relativa entre naves.

Las dos jóvenes empezaban a acusar el esfuerzo físico y mental y la falta de descanso que acumulaban.

Pero seguían aguantando. La alternativa era ser abordados. Y, si sobrevivían, ya habían conocido qué les podía esperar a ambas (y a las demás mujeres a bordo) en una base antariana.

—Estoy listo para la prueba—comunicó Klaus por radio.

El pequeño grumo de la Barrera que flotaba en medio del Paso se aproximaba a enorme velocidad. El joven, enfundado del ST-99 y dentro de una burbuja de supervivencia presurizada, amarrada a la nave por un cable de doscientos metros, apenas pasaría allí dentro unos segundos. No correría ningún riesgo físico. Pero Mónica no podía dejar de estar preocupada por él. Y Erin era un manojo de nervios.

Ella había tratado de disuadir a su chico de prestarse a semejante locura, pero él era el tipo de persona que si tomaba una decisión, la cumplía. Y prefería mil veces ponerse a él mismo en peligro antes que dejar que otro lo hiciese.

Klaus tenía las manos desnudas y sujetaba con ellas el pequeño cristal de datos, que Vyla había cargado con parte de su memoria para la prueba. Aquél dispositivo necesitaba aún menos voltaje crítico, así que con la energía de un sólo cuerpo humano debería bastar. Si el cristal seguía activo dentro de la Barrera, podría poner en marcha la segunda fase de su plan.

Y, de paso, habrían hecho un descubrimiento importantísimo de cara al futuro… si lograban contarlo.

—Atento—advirtió Mónica. —Dos segundos.

La respuesta no llegó, porque en ese momento la burbuja de supervivencia, con Klaus dentro, desapareció en la fantasmagórica nube azul.

—Esos puercos han vuelto a emerger a menos de un millón de kilómetros… otra vez—dijo Erin, con voz cansada.
—Aguanta, chica. ¿Estás bien?
—Sí. Aguantaré lo que haga falta. Antes muerta que conocer a otro Marcus. No pienso convertirme en un trozo de carne a su capricho.

Mónica no pudo evitar un estremecimiento. El recuerdo del brutal ataque del kürn aún estaba muy fresco en su memoria. Pensó en Alexia. Y agarró los mandos con más firmeza, irguió la espalda y se obligó a concentrarse más en la huída. Erin, sonriendo cansadamente, la imitó.

—¡…iona!—oyeron por la radio.
—¿Klaus?—Erin casi gritó. —¿Qué pasa?
—¡Funciona! ¡El cristal no se ha quedado sin energía! ¡Vyla podrá soportar una inmersión en la Barrera!—El joven estaba eufórico.

Ambas se miraron sorprendidas.

—Rápido, recogedle—dijo Erin por el intercomunicador, a Li y Annevar, que estaban en la bodega de estribor.
—Ya está a medio camino—la tranquilizó el joven vianhio.
—Bien. Pues vamos a tener que probar la loca idea de tu novio. No me puedo creer que yo esté diciendo esto…—Mónica negó con la cabeza.


*


—¿Todos a punto? Agarraos fuerte, que esto va a ser muy duro—avisó Mónica, mientras hacía un brusco tonel a babor para evitar una ráfaga de plasma de la nave antariana. La Elcano protestó con un chirrido que sonó como un reproche.

Había tenido que dejar que se acercasen para poder tenderles la trampa de Klaus… pero así se había puesto a tiro y llevaba unos segundos esquivando andanadas. Lo bueno era que, para no rebasarles y dejar de tenerles a tiro, la nave enemiga había tenido que frenar fuertemente su velocidad, hasta igualarla con la de su presa. Así, las distancias tras los saltos se mantenían más o menos constantes.

Las dos compuertas de la esclusa de aire de popa estaban abiertas y Klaus y Annevar estaban allí, dentro de sendos trajes espaciales.

Mónica estaba sola en el puente.

Y los demás, abrazando el cristal central de Vyla en la estrecha cámara del núcleo de la computadora, alimentándola con su propia energía biológica. Incluso Alexia estaba allí. El cristal había sido desconectado por completo y sólo se alimentaba de su batería interna. Los subsistemas de la nave funcionaban por sí solos.

Mónica sólo tenía que apuntar al filamento que habían escogido, de ciento un mil kilómetros de ancho, y pulsar la orden de salto del PHD. La Barrera haría el resto y los arrancaría del hiperespacio… con más violencia de la que nunca habían experimentado al salir de un salto.

Los antarianos estaban tan cerca que podrían usar, por primera vez en aquella larga y agotadora persecución, la misma ventana de salto que ellos.

Justo con lo que Mónica contaba.

Pulsó el botón de la pantalla táctil y la Elcano saltó de nuevo…

… para al instante siguiente sufrir una brutal perturbación. Pudo escuchar claramente los chasquidos y los golpes de la estructura y el casco. La nave acababa de sufrir grietas y roturas en muchas partes. La joven se estremeció.

El campo del compensador, activado hasta un poco más allá del máximo de su capacidad, había conseguido proteger a duras penas a la nave y a sus ocupantes a pesar de su repentina desconexión. No obstante, la desaceleración fue tan intensa que, de no haber estado sólidamente amarrados, se habrían estrellado contra los mamparos. Alexia, la pobrecita, se desmayó. Y su abuelo también.

La visión de Mónica se volvió roja al agolparse la sangre en sus ojos, y sintió que la cabeza se le iba. Pudo notar claramente sus órganos internos moviéndose hacia adelante dentro de su cuerpo. Incluso la lengua salió involuntariamente de su boca.

Toda la nave se apagó. Sólo se veía la trémula nebulosidad azul más allá de las ventanillas del puente. Dentro, ni una luz, ni un sonido, ni un zumbido. Quietud mortal absoluta. Mónica sólo oía el murmullo de su respiración y de su corazón desbocado. Jamás había estado rodeada de un silencio así. Ni siquiera dentro de un traje espacial, cuyo sistema de soporte vital hacía diferentes ruidos, y con la compañía añadida del enlace de radio. Allí no. La Elcano en aquel momento era… una tumba.

Aún aturdida, no pudo evitar un estremecimiento de aprensión. El vello se le puso de punta y sintió un sudor frío por la espalda.

Aquellos escasos cuatro segundos se le hicieron los más largos de su vida.

La nave salió como una exhalación del grumo azul.

Entonces percibió el reflejo de un destello en la oscuridad casi absoluta del puente.


*


La nave enemiga, completamente a oscuras, fue pillada totalmente por sorpresa por la inmersión en la Barrera. Muchos de sus tripulantes tuvieron que sufrir importantes heridas. Apareció justo tras ellos apenas un instante después de que lo hiciese la Elcano. Klaus, abrumado por la terrible desaceleración, tardó unos momentos en recuperar parcialmente la razón. Por suerte, no había soltado su sorpresa. Sólo tenía tres paquetes.

Annevar, a su lado y con el traje desactivado, igual que el suyo, se puso en pie a duras penas. Se miraron y se sonrieron mutuamente. Estaban vivos.

Entonces Klaus miró más allá de la esclusa abierta, apuntó y, con una sonrisa glacial, separó las manos.

La mina artesanal salió propulsada por el más anacrónico e insospechado artilugio de combate espacial.

Un tirachinas gigante...


*


Rápidamente comprobaron el núcleo de Vyla. Si se había extinguido, estaban perdidos. Mónica, ahora mismo, no tenía ningún control sobre la nave. En treinta minutos se sumergirían en la pared de la Barrera, y no sería para unos cuantos segundos, sino para siempre.

O recuperaban a su compañera virtual o estaban todos muertos.

Suspiraron de alivio. Vyla seguía allí, al menos en apariencia.

Sin dejar nadie de tocar el cristal en ningún momento, lo volvieron a poner en su receptáculo. Conectaron de nuevo los sistemas de energía, ahora apagados. Pero no tardarían mucho en arrancar de nuevo, pues las células de energía de rotor magnético[8], al ser meramente mecánicas, no se habían visto afectadas por la Barrera. Tan pronto la nave salió de allí, la electricidad de aquellas células de emergencia volvió a fluir inmediatamente.

Vyla definitivamente había sobrevivido a la Barrera. La eficiente y leal computadora empezó inmediatamente a cargar todos los programas y controladores en toda la nave. Una vez recuperó el control de los automatismos y los circuitos electroópticos, se centró en arrancar el reactor de fisión nuclear de Ingeniería. Era imprescindible ponerlo en marcha para activar el reactor de fusión principal de la nave.

Retiró las barras de control, activó el bombardeo de neutrones y el reactor se puso en marcha. La turbina de gas empezó a generar energía a raudales, que se acumuló en los condensadores y sistemas del núcleo principal. Un minuto después, el reactor central arrancó y la nave volvió a disponer de plena potencia.

Vyla siguió reprogramando y arrancando sistemas críticos, restaurando el soporte vital, la gravedad artificial, el compensador, los motores, la navegación… Tardó apenas otro minuto.

La Elcano volvía a estar totalmente activa. O casi.


*

Mónica no pudo evitar un gemido de alivio cuando las luces de la nave se volvieron a encender. Las pantallas, los cuadros de mando, los puestos del puente… todo volvía a funcionar. Los sistemas se cargaban correctamente y, apenas dos minutos después, volvía a tener el control de la nave.

Hacía unos treinta segundos que había notado el tercer destello, por el rabillo del ojo.

Ya no había más minas.

Era el momento de huir de allí a toda máquina.

Comandante, aquí estoy de nuevo, plenamente operativa. La nave está segura y completamente en línea. Sólo ha habido un sistema que no he podido recuperar, porque ha resultado gravemente dañado por el choque de fuerzas contra la Barrera. El PHD se ha quemado. Ha quedado inutilizado por completo—informó Vyla.

Mónica palideció. Acababan de perder la única ventaja contra los antarianos. El único sistema que les había permitido mantener la distancia con ellos durante tanto tiempo.


*


Klaus y Annevar estaban satisfechos. La nave de ataque estaba muy blindada a proa, así que no había ninguna garantía. Al menos, no podían levantar escudos, ni disparar, ni esquivar.

Al principio, las cosas no habían salido como esperaban. El primer proyectil falló su objetivo e impactó en la coraza de proa. La explosión, activada por el control remoto de Annevar, apenas arrancó algunos fragmentos de metal.

Rápidamente, Klaus había cargado el segundo proyectil en la banda de goma de su improvisado tirachinas. Estiró hacia atrás con toda su fuerza, apuntó con más cuidado y soltó la mina.

Ésta, mejor dirigida, y activada por Annevar en el momento justo, hizo explosión justo ante uno de los dos ventanales del puente. La metralla produjo varias grietas en el resistente cristal, pero no lo rompió como pretendían.

Viendo que la cosa no pintaba bien, los dos jóvenes cargaron la tercera y última mina y la dispararon contra uno de los dos cañones de plasma. La explosión destrozó la punta del cañón, dejándolo inservible.

Ya no tenían más explosivos. Y los daños no eran tan graves como habían querido. A sus enemigos aún les quedaba un cañón, más que suficiente para destruir la Elcano. La idea había sido inutilizar el puente y los dos cañones, con una mina para cada objetivo. Sólo había funcionado parcialmente. Bueno, en honor a la verdad, era un muy buen resultado para un tanque lleno de una mezcla de hidrógeno y oxígeno moleculares a alta presión, un perno explosivo atornillado directamente al tanque y un disparador a control remoto…

Entonces, Klaus, inmune al desaliento, se levantó pesadamente, flotó hasta el umbral de la compuerta de popa y se agarró a un estribo. Metió la mano en el portaherramientas del muslo derecho y sacó a Bárbara.

Annevar no se lo podía creer. Iba a disparar a una nave de combate con un arma corta.

Klaus vio a los antarianos mirándolo desde el puente de su nave, a unos cientos de metros de distancia.

Con una sonrisa siniestra, el joven apuntó al cristal dañado y apretó el gatillo de la Desert Eagle II. Sólo sintió el potente retroceso del arma y vio los fogonazos. Ningún sonido, por supuesto.

Disparó las quince balas blindadas del cargador. Diez alcanzaron su objetivo, provocando más grietas.

Pero el cristal no se rompió…

... hasta que la presión atmosférica del puente enemigo empezó a ganar la batalla. El cristal siguió fracturándose, mientras los antarianos, asombrados, trataban de abandonar el puente a toda prisa.

En una cascada de fracturas cada vez más rápida, el ventanal no pudo soportar más tiempo la presión y estalló hacia afuera. La atmósfera del puente fue expulsada al espacio en un instante. La tripulación logró por poco cerrar manualmente el mamparo de separación. Si no, toda la nave se habría despresurizado.

Dos cadáveres deformados y congelados, con una expresión de eterno asombro en sus caras, flotaron en la fría oscuridad del puente de mando inutilizado.

Los dos jóvenes se abrazaron, a pesar de los voluminosos trajes y contemplaron su obra. La impetuosidad de Klaus había logrado acabar el trabajo.

Entonces volvió la energía eléctrica a la Elcano. Cerraron las compuertas de la esclusa, restablecieron la presión y volvieron a proa, aún dentro de los trajes espaciales.

Dos minutos después, todos estaban juntos otra vez en la sección de proa.

Mónica puso en marcha los motores y la Elcano empezó a maniobrar para seguir el trazado del Paso.

Se permitieron un tímido optimismo. Por primera vez en horas, tenían la oportunidad de salir con vida de aquella situación.

Un potente impacto estremeció la nave, que empezó a derivar hacia estribor.

Las alarmas saltaron de nuevo.

—¿Qué narices ha pasado?—preguntó anodadado Klaus.
Hemos recibido un impacto directo de un pulso de plasma—informó Vyla.El motor inferior de estribor ha sido alcanzado. Está inutilizado por completo.
—¿¡Cómo dices!?—preguntaron al unísono Irianea, Li y Erin.
—Es evidente que la nave enemiga a recuperado algunos de sus sistemas mucho más rápido de lo esperado. Mientras nosotros nos centrábamos en reactivarlo todo, ellos se han centrado en poder disparar lo más pronto posible. Y nos han alcanzado antes de conseguir ponernos a salvo. Hemos bajado la guardia demasiado pronto... —razonó, apesadumbrado, Luar.
No detecto actividad en sus sistemas. Aún no tienen energía. Computo altas probabilidades de que estén alimentando el cañón con cargas manuales. Quizá algún tipo de bloques de combustible sólido. Si mis cálculos son correctos, podrán disparar cada treinta segundos. Faltan diez.
—Hemos de salir de aquí. ¡Ya! Arriba escudo de combate, pantalla de popa—exclamó Mónica, empujando la palanca de aceleración. —Vyla, compensa la ausencia del motor dañado.
Compensando. Activando escudo de com…

Un impacto todavía más violento que el anterior sacudió a la nave. El estruendo de una explosión estremeció a la Elcano. El esquema de daños se llenó de avisos en rojo y amarillo.

Daños graves a popa. Múltiples brechas en el casco. Daños estructurales de consideración. Subcasco de estribor alcanzado. Depósito principal de combustible de estribor perforado. Pérdida total de combustible. Proyector de escudos de aleta de estribor inoperativo. Bodega de carga de estribor despresurizada. Flujo de energía y combustible al motor superior de estribor interrumpido—fue relatando Vyla. Esta vez todos creyeron percibir un levísimo tono de ira y pesar en la voz computarizada. Pero quizá sólo era su imaginación por la gravedad de la situación.

Mónica imprimió un violento giro a babor, pero la nave, con dos motores menos, respondió con lentitud y pesadez. Erin levantó la pantalla de combate de ese costado. La Elcano volaba de lado, presentando todo el flanco de babor a sus enemigos. Los dos motores, a noventa grados, empujaron la nave alejándola rápidamente. Otras tres ráfagas de plasma se estrellaron inofensivamente contra el escudo de combate.

Sus perseguidores aún no habían logrado recuperar la propulsión, así que su nave derivaba hacia la Barrera, a doce minutos de distancia. Pero sí disponían de motores de maniobra, y seguían apuntando su proa hacia ellos, disparando cada veinte segundos.

El nivel de combustible se había reducido del sesenta al treinta por ciento con la destrucción del tanque de estribor. Y con el escudo de combate activo, bajaba rápidamente. Con dos motores sólo podrían alcanzar aceleraciones de unos ochenta g, prácticamente insuficiente para los giros necesarios en los tramos de tránsito a aquella velocidad. Mónica, maldiciendo, supo que tenía que reducir. Y también supo que no tendrían combustible suficiente para todas las maniobras que les quedaban hasta la salida de Whania Rum.

Li, por su parte, apuntó el láser hacia la nave enemiga, tratando de dañar el cañón que les quedaba. Pero la creciente distancia hizo inútil su intento.

Klaus y Annevar, que eran los únicos con traje espacial, corrieron a popa. Tenían que tratar de recuperar el flujo de combustible y energía al único motor intacto de estribor. Con dos motores la nave era presa fácil. Con tres, quizá tuviesen alguna oportunidad.

Cuando llegaron a la rotonda de la que partían los pasillos de mantenimiento de los motores, se encontraron con un espectáculo dantesco. Los daños eran muy graves. La ráfaga de plasma, a más de un millón de grados, había entrado por el lado de babor de la esclusa de popa, destruyéndola completamente, y había avanzado hasta salir por el subcasco de estribor, destrozando y fundiendo a su paso todo lo que había tocado, incluyendo los conductos principales del motor superior, parte del soporte del inferior, el depósito de combustible, parte de los repulsores de popa, y dejando la cubierta superior y la lateral inferior expuestas al vacío. Los cables de alto voltaje cortados lanzaban chispazos y los metales retorcidos chocaban entre sí. Los conductos perdían gases y combustible.

Era un destrozo terrible, una herida brutal en la veterana y querida nave. Los ojos de los dos jóvenes se humedecieron, mientras apretaban los puños con furia.

Aún así se repusieron enseguida. Los conductos de energía y combustible estaban cortados, pero en unos minutos podrían parchearlos lo suficiente como para que el motor funcionase con relativa normalidad.

La nave antariana seguía disparándoles, aunque las ráfagas eran eficazmente detenidas por el escudo de combate. El problema era que cada minuto que la pantalla deflectora estaba activa, consumía el precioso y ahora escasísimo combustible.

No obstante, la Elcano tenía propulsión y los antarianos todavía no, así que al cabo de unos minutos lograron ponerse fuera del alcance de su cañón.

La nave respondía muy mal a las órdenes de Mónica. Con sólo dos motores, y los dos en la misma banda, gobernarla era una tarea muy compleja. Necesitaba el tercer motor.

—Chicos, por favor, necesitamos ese propulsor ya. No puedo gobernar la nave a través del Paso a esta velocidad. Nos vamos a meter de cabeza en la Barrera—suplicó a través del intercomunicador.
—Danos un minuto más. Sólo uno. Casi está—prometió Annevar.
—¡Listo!—exclamó Klaus, cerrando el último acople de reparación. —Ya no tienes que esperar ni un minuto. Prueba a ver.

Mónica comprobó el estado del motor y lo puso en marcha a muy poca potencia. El propulsor se activó con normalidad y empezó a empujar la nave. La reparación funcionaba. A ver cuánto aguantaba.

Desactivó el motor inferior de babor, para tener propulsión equilibrada en las dos bandas con los motores superiores. La nave empezó a responder mucho mejor a los mandos, aunque había perdido más de la mitad de su agilidad original.

—Erin, baja la pantalla deflectora. Necesitamos ahorrar combustible como sea. Vyla, calcula los tiempos mínimos de impulsión en los tránsitos con dos motores y uno de reserva. Y las rutas óptimas. Quiero los motores funcionando sólo cuando sea imprescindible—ordenó.
—Bajando escudo. Estaré atenta por si esos lograsen escapar de la Barrera y nos vuelven a disparar.
Calculando… Comandante Llanos, los cálculos demuestran que no hay combustible para superar todo el Paso. Ahorrando al máximo, en una hora y treinta y siete minutos se acabará y aún quedarán tres tramos de maniobra no alineados. Eso si no hay que volver a levantar las pantallas deflectoras.—La voz de Vyla sonaba resignada.
—Soy consciente de ello—respondió Mónica, con un hilo de voz.

"Necesitamos un puñetero milagro", pensó, abatida.

La nave enemiga ha conseguido reparar parcialmente sus sistemas. Están activando propulsores.

Mónica levantó la mirada, enojada.

"¿Se puede saber qué coño entiendes por un milagro? ¿No hemos sufrido ya bastante?", preguntó mentalmente al Universo en su conjunto.

No esperó una respuesta, como es obvio. En lugar de ello, se concentró en tratar de mantener con vida a todas las personas de a bordo, que dependían de ella.

Pero el Universo, a su manera, le estaba respondiendo en aquel preciso momento... aunque ella no pudiese entenderlo.

Cuando los antarianos lograron esquivar por completo la Barrera y volver a su rumbo de persecución, la Elcano estaba a casi dos millones de kilómetros de distancia.

En breve los volverían a tener encima. Ellos tenían más aceleración, más combustible y más maniobrabilidad. Era una batalla perdida.

La nave se estremecía, vibraba y gemía con el lamento agónico del metal contra el metal. Mónica lo notaba en los mandos y en todo el cuerpo. La popa estaba destrozada y la integridad estructural del tercio trasero estaba comprometida.

No obstante, pensaba luchar hasta el último momento. Aún tenía una opción. Una que jamás hubiese pensado que llegaría a usar, y menos con la Elcano. Pero si llegaba el momento, por mucho que le doliese, no dudaría.

—La nave enemiga se acerca a punto once luz—informó Erin, con voz crispada y un brillo airado en los ojos. —Saben que estamos en las últimas, que no podemos recibir ayuda a tiempo, pero siguen sin fiarse ni un pelo de ti y son cautelosos.
—Boya de salto a trescientos mil kilómetros—dijo Luar.
Vyla, toma tú el control de salto según tus cálculos. Fuerza la ruta de salto todo lo que puedas—pidió Mónica.
Comprendido.

La nave viró ligeramente a babor y levantó un poco la proa, alejándose de la boya. Vyla iba a trazar una arriesgada tangente a las formaciones de la Barrera. Sólo una computadora podría hacer algo así con la suficiente precisión en tan poco tiempo.

Tres segundos después, a la Elcano se la tragó el Embudo.

Cuando volvieron a emerger, casi quince minutos después, vieron que volaban peligrosamente cerca de la Barrera. Vyla estaba forzando mucho los cálculos, basándose en el mapa de Whania Rum que habían trazado a la ida. Podían ver sus rapidísimos cálculos como una cascada borrosa de ventanas, mapas, vectores, posicionamiento tridimensional, gráficas de deriva, potencia e inercia, que pasaban a toda velocidad por la pantalla principal. Tanto estaba forzando la precisión de sus cálculos, de hecho, que orientó la proa hacia el estrecho espacio existente entre dos filamentos de la pared izquierda, completamente fuera de la ruta normal del Paso. Justo cuando la nave, unos minutos después, estuvo en el centro de aquel angosto espacio, Vyla volvió a activar el hiperpropulsor.

Emergieron de nuevo noventa segundos más tarde. La computadora corrigió la trayectoria, y activó otra vez el hipermotor. La radiación de taquiones se acumulaba en el cristal peligrosamente. No podrían dar más que unos pocos saltos antes de que el cristal necesitase críticamente una regeneración.

Pero Vyla parecía extrañamente dispuesta a usar el hipermotor como si fuese un PHD. Casi parecía obsesionada con no gastar combustible, aunque supusiese inutilizar por completo la hiperpropulsión.

Media hora después habían superado dos tramos de tránsito, y sus respectivas boyas de salto. El nivel de combustible apenas había bajado. Y todas las alarmas del hipermotor estaban en rojo. Dos o tres saltos más y fallaría definitivamente.

Durante ese tiempo, ni Mónica ni los demás dijeron nada. Dejaron hacer a la computadora, pues eso le habían pedido. Que ellos supiesen,  ninguna navicomputadora se había comportado nunca con la determinación y osadía de la que estaba haciendo gala Vyla en esos momentos. Cierto que la IA de esas máquinas era muy notable. Pero sus parámetros de funcionamiento y de seguridad eran bastante estrictos. La actuación de la computadora los tenía a todos fascinados.

Vyla, me tienes asombrada—la felicitó Mónica tras el último salto.
Viniendo de una piloto excepcional como usted, es todo un honor. Gracias—respondió ella, con un ligero tono jovial. Todos se miraron levemente extrañados. No era en absoluto una respuesta habitual.

"¿Qué está pasando con Vyla?", se preguntó Mónica. "Esas inflexiones emocionales en su voz, que antes pensé que eran imaginaciones mías… esas respuestas complejas… Aquí hay algo que no acabo de entender. Vyla ha cambiado de alguna forma. Y parece que para mejor".

—Los antarianos nos han alcanzado otra vez—dijo Erin. —¡Disparan de nuevo! ¡Arriba escudos!

Tres ráfagas de plasma se estrellaron contra el debilitado escudo de popa. Mónica cogió de nuevo los mandos, pero notó sorprendida que estaban bloqueados.

—¡Vyla! ¡Los mandos no funcionan!—exclamó ella.
Lo sé, comandante. Yo los he bloqueado. Necesito imperativamente que la nave siga este rumbo sin desviarse.
—Pero, ¿qué dices? El escudo de popa no aguantará mucho más. Nos van a hacer trizas—Mónica se enojó de veras.
Sólo intento mantener a salvo la nave y a todos ustedes. Confíen en mí. Por favor, prepárense para una maniobra brusca.

Dos ráfagas más se estrellaron contra el escudo de popa. El blindaje fluctuó. Hubo daños menores.

—Con un solo proyector, el escudo es muy débil. Los pulsos de plasma van a traspasar la pantalla de combate muy pronto—dijo Li. —Vyla, por favor, vira la nave a babor. Es nuestro escudo más potente.
Lo siento, doctor Wong. No puedo hacer eso ahora. Les pido de nuevo que confíen en mí unos segundos más. Asegúrense, por favor.

  Los tres motores operativos giraron hasta apuntar hacia abajo, perpendicularmente a la dirección de avance. En las pantallas pudieron ver que Vyla cargaba los superconductores a su máxima capacidad, al tiempo que presurizaba, también al máximo, las cámaras de combustible.

Se agarraron a los asientos, firmemente amarrados por los cinturones de cuatro puntos. Sintieron el zumbido del compensador, trabajando a plena capacidad.

La nave antariana disparó otra andanada, alcanzando a la Elcano de nuevo en el subcasco de estribor. Lo destrozó por completo a todo lo largo, y pudieron ver el pulso de plasma adelantándolos rodeado de fragmentos. La explosión acabó de partir el soporte del motor inferior de estribor. El propulsor se soltó de la nave. La Elcano se estremeció por el impacto. El chirrido del metal retorcido sonó como un lamento de agonía.

En aquel instante llegó una transmisión subespacial de prioridad máxima. Apareció en la pantalla central.

Un escueto mensaje.

"¡¡ARRIBA!! ¡¡YA!!"

Y, también en aquel mismo instante, a cuatrocientos cincuenta mil kilómetros a proa, se abrió una ventana de salto.

Una nave salía del hiperespacio exactamente frente a ellos. Colisionarían en diez segundos.

O antes, porque iba precedida por una andanada de misiles, proyectiles antiblindaje de ciento veinte milímetros y un muro de balas de iridio de las ametralladoras Vulcan del Neptuno.

—¡Vyla! ¡Nos van a hacer pedazos!—chilló Mónica.
No, Mónica. No permitiré que esos salvajes vuelvan a hacerte daño. A ninguno de vosotros—dijo Vyla con voz claramente glacial, a la vez que activaba todos los RCS inferiores y los tres motores principales a potencia de emergencia.

La Elcano saltó hacia arriba unos metros, lo suficiente para que la muralla de balas perforantes pasase bajo ella antes de la alcanzarla.

La nave antariana, que no había detectado la ventana de salto del Neptuno debido a la masa de la Elcano frente a ella, fue incapaz de esquivar la letal andanada.

Los miles de balas perforantes de las Vulcan y los proyectiles antiblindaje hicieron trizas la nave interceptora en décimas de segundo. Un instante después, los misiles la alcanzaron y la explosión la vaporizó en millones de pedazos. El Neptuno, con los escudos frontales al máximo, pasó justo por el centro de la nube de fragmentos y plasma en expansión apenas dos segundos después.

—¡Yiiiiiijaah!—oyeron gritar a Cortés por el canal de comunicación.

A continuación, la cañonera inclinó los motores y empezó la larga maniobra de frenado que necesitaba para virar por completo.

  Vyla, por su parte, puso los tres motores que le quedaban a ciento ochenta grados y empezó también a frenar la nave a toda potencia. Sabía que no tendría combustible suficiente, pero ya no importaba.

El Neptuno sólo era la segunda de un equipo de rescate de dos naves. Acababan de adelantar a una manta de carga jurhanii de Clase II, que había llegado mucho antes y que había estado estacionada a la espera de la Elcano tras un recodo de la Barrera, ciento dieciocho millones de kilómetros más atrás. La enorme manta llevaba ya diez minutos acelerando a plena potencia para atrapar a la maltrecha nave confederada. Y ésta deceleraba ahora también al máximo, ya sin preocuparse por el combustible, tratando de facilitar el rescate.

Vyla hacía más de dos horas que sabía todo aquello. Había estado en comunicación con las naves confederadas en Yun Thal, a través del enlace subespacial de las boyas de salto, haciéndose pasar por Mónica. Por eso había usado así el hiperpropulsor, hasta llevarlo al límite de su resistencia, pues necesitaba el combustible para frenar y poder ser rescatados.

Hasta hacía menos de media hora, no sabía si su plan tendría éxito. Las dos naves de rescate dependían de la telemetría y los mapas que ella les había estado transmitiendo continuamente. Sólo existía un SRB y lo llevaba la Elcano. Tampoco sabía si la actuación del Neptuno sería necesaria, pues los antarianos podrían no haber recuperado sus sistemas antes de sumergirse en la Barrera.

Actuando contra su programación, contra sus directrices básicas, Vyla había decidido no decir nada a la tripulación. Había actuado completamente bajo su propia responsabilidad. Ella había razonado que las personas a bordo ya tenían suficiente estrés como para darles posibles falsas esperanzas, así que había organizado todo por su cuenta, suplantando a Mónica, y sólo había tomado el control directo de la nave en el último momento.

Sin embargo, la nave había sufrido daños mucho más graves de lo calculado. Vyla había corrido un enorme riesgo con sus decisiones, pero la jugada le había salido completamente redonda. Todos estaban a salvo y la amenaza había sido eliminada.


*


Tres horas después todos estaban a bordo de la manta de carga jurhanii. La destrozada Elcano viajaba en la vacía zona de carga ventral de la gran nave de doscientos cuarenta metros, sujeta por los rayos de tracción que, normalmente, se usaban para asegurar los grandes contenedores de mercancías. El Neptuno volaba delante, guiado por Vyla y la telemetría del SRB, dándoles escolta por si hubiese más sorpresas hasta llegar a Noralín.

Ya le habían dado las gracias efusivamente a Cortés por su proverbial aparición en el último momento. Aún no sabían nada de las decisiones autónomas que Vyla había tomado, ni lo que había tenido que ver en la precisa planificación del rescate.

De ella estaban hablando en aquel momento, sentados en mullidos sofás, todos juntos, alrededor de una mesa redonda, en una de las cómodas salas de descanso de la manta. Menos Alexia y sus abuelos, que se habían ido a descansar nada más embarcar.

—Dijo claramente "No, Mónica. No permitiré que esos salvajes vuelvan a hacerte daño. A ninguno de vosotros"—recordó Mónica. —Y el tono con que lo dijo… era puro hielo. ¿Alguien puede entender esa actitud de Vyla?
—Creo que ninguno de nosotros—dijo Klaus con un hilo de voz.
—¿Y lo de haber contestado a lo de su voltaje mínimo sin haberle preguntado directamente? ¿O lo de "confiad en mi" y tomar los mandos desobedeciendo las órdenes de Mónica?—aportó Li.
—Una IA de navegación con evidentes rasgos emocionales superiores. Es… increíble. —Irianea, como psicóloga, estaba fascinada.
—Nunca había visto, ni oído comentar algo así—corroboró Luar.
—Además—intervino Erin abrumada—, ¿qué es eso de "no permitiré que esos salvajes VUELVAN a hacerte daño"? ¿Es que sabe lo que pasó con los kürn? ¿Y cómo ha podido saberlo? Es más... ¿"salvajes"?
—Desde luego, es un juicio de valor incuestionable—comentó Irianea—. Algo completamente fuera de sus parámetros operativos. Asombroso...

"Me ha llamado por mi nombre… nos ha tuteado… Esas respuestas claramente emocionales… ¿Y esa furia y la repentina actitud protectora? ¿Qué te pasa, Vyla?", pensó Mónica, extrañada, pero, al mismo tiempo, intuitivamente tranquila.

—Creo que deberíamos hablar con ella en cuanto podamos—expuso Irianea. —Y creo que aún no deberíamos decir nada a nadie de la actitud de Vyla... al menos hasta que sepamos qué ha pasado.

—¿Crees que tus técnicas con pacientes vivos funcionarán con una IA?—preguntó Annevar, con un cierto tono de incredulidad en la voz.

—Sí, creo que sí—respondió ella, un poco a la defensiva. —Vyla se ha abierto a nosotros de una forma directa. De hecho, se ha abierto a Mónica, en el momento de mayor tensión. No sé si se ha tratado de un recurso de computación, que ella haya calculado que funcionaría en ese momento, o del nacimiento de una auténtica singularidad en su matriz lógica. Pero si es la segunda opción, y la convertimos en objeto de estudio en la Colonia, actuará como cualquier inteligencia con capacidad emotiva, y se cerrará en banda. Puede hacerlo perfectamente, le sobran recursos. Hemos de actuar con tacto con ella.

—¿Habrá sido por alimentarla con nuestra energía corporal durante la inmersión en la Barrera? Esos cristales de memoria cuántica... —especuló Annevar, frunciendo el ceño.
—Me parece poco probable. Empecé a notarla distinta un rato antes, cuando nos explicó su funcionamiento. Fue una explicación muy detallada, con frases largas encadenadas en un discurso muy fluido. Una forma de expresarse muy inteligente, no la exposición normal y desapasionada a base de datos y hechos objetivos que normalmente utiliza. Era más… expresiva, más cercana. Menos artificial y distante que de costumbre. Como si realmente le importase lo que estaba pasando—explicó Mónica, con voz suave—. Igual me estoy dejando llevar por algún sesgo, pero juraría que noté varias veces ciertas inflexiones emocionales en su voz.
—No, no es una impresión tuya—dijo Li—. Yo también la noté extrañamente locuaz y también noté esas sutiles tonalidades.
—Pues tenemos aquí otro misterio. Pero—Luar se levantó y se estiró—éstas dos jóvenes han pasado todo un calvario manteniéndonos a salvo, pilotando la nave en ese laberinto durante horas. Así que, ¡todo el mundo a descansar inmediatamente!—ordenó—. He hablado con el capitán de esta nave y me ha dicho que no atracará en Noralín hasta que todos hayamos descansado como merecemos.
—Pero…—quiso decir Erin poniéndose en pie con dificultad.
—No hay "peros". Soy la persona de mayor edad de esta reunión, así que os toca obedecer—sus ojos sonreían—. ¡He dicho que a dormir! —Y, a continuación, se puso a empujar suavemente a las dos chicas de camino a los camarotes que les habían asignado.

"Mañana será otro día", pensó Mónica, mirando hacia arriba, hacia el Univero, sintiendo que se le cerraban los ojos. "Al final va a resultar que el Universo sí responde. Acabamos de sobrevivir de milagro a una larguísima persecución… a una verdadera y agotadora huída al límite."





[1] Naves Carrier: son las naves de tipo nodriza, que transportan a otras naves, normalmente escuadras de cazas de combate o similares. Vendrían a ser como un barco portaaviones. (N. del A.)
 
[2] Sólo aparente, pues en realidad, una vez que la proa de la nave perfora el horizonte esférico de energía que envuelve a la hiperventana y la aísla del espacio normal (pues ambos ambientes dimensionales son incompatibles y se produciría una aniquilación instantánea), la embarcación ya no está en el espacio tiempo normal de cuatro dimensiones, sino en un agujero hacia el hiperespacio multidimensional. La impresión desde fuera es que la nave se estira hasta el infinito y sufre una inmensa aceleración. Pero es sólo un efecto óptico producto del paso desde el Espacio hacia el Hiperespacio a través del Embudo, el túnel de varias dimensiones tras el horizonte esférico. La nave, en realidad, NO se mueve. (N. del A.)
 
[3]  La nave NO PUEDE estar ni total ni parcialmente dentro del horizonte sin que el campo taquiónico la envuelva, o el choque de fuerzas entre las leyes físicas del Espacio y el Hiperespacio la desintegraría. El truco consiste en conseguir que el campo de integridad disminuya de potencia rápidamente hasta bajar a cero justo cuando la popa de la nave haya abandonado el horizonte… cosa que es muy complicada, porque el campo de taquiones, o funciona, o no funciona. Es virtualmente imposible graduar a voluntad su potencia al ser partículas más rápidas que la luz. Pero como, precisamente, se está tratando con partículas subatómicas, se puede aprovechar el estrechísimo margen de tiempo que otorga el Principio de Incertidumbre de Heisemberg en este caso, para que las sombras virtuales de los taquiones que acaban de estar allí, sigan protegiendo la nave como si el campo siguiese activo. Por ello hay que cortar el suministro de energía en el momento exacto que permita que los taquiones virtuales sigan existiendo, es decir, durante unas tres décimas de segundo de las cinco que dura el tránsito por el Embudo. Por supuesto, es humanamente imposible alcanzar tal precisión y sólo las navicomputadoras más avanzadas pueden lograrlo. No hay que confundir esto con el corte de potencia necesario DENTRO del Hiperespacio para salir del hipertúnel (el Conducto), de manera que se forme la ventana de salida, pues eso sólo afecta al flujo de taquiones que forma la onda de desplazamiento, no a los confinados en el campo de integridad alrededor de la nave. (N. del A.)
 
[4] Grados Axial. En el espacio el movimiento es tridimensional. Se usa la gradación convencional de 360º horizontales y otros 180º axiales para las direcciones verticales. 90º axial es ascensión en picado (respecto del plano de vuelo de ese momento) y -90º axial significa hundir proa en picado vertical. (N. del A.)
 
[5] Punto ocho luz. El 0.8 de la velocidad de la luz (c), o el 8% de c. En realidad sería "punto cero ocho luz", pero para evitar errores entre el 0.8 y el 0.08, se usa la decena entera. Así, el 5% de c sería "punto cinco luz" y el 50% de c sería "punto cincuenta luz". A partir de ahora será más fácil definir así las velocidades que representen una fracción remarcable de la velocidad de la luz. (N. del A.)
 
[6] Mónica ha programado varias configuraciones de actuación de los mandos principales de pilotaje de la Elcano, para adaptarse a circunstancias específicas, tras probarlos en simuladores, y luego en la nave, en algunos vuelos a solas por el anillo de asteroides de Deméter. El rescate del Deyanira fue el detonante para que la joven preparase distintas configuraciones de acción y sensibilidad en los mandos, con el fin de enfrentarse con garantías a casos especiales de pilotaje. "La Batidora", como su nombre indica, es el modo más rápido, brusco y violento de operación de la nave. (N. del A.)
 
[7] Si se avería por completo la computadora (que es casi imposible, excepto en caso de una destrucción total) la operación de la nave aún es posible, pues los subsistemas siguen activos y siguen siendo controlables desde el puente por la redundancia de seguridad, en el espacio abierto y a velocidades normales de navegación. Pero en el caso del apagón absoluto que significa entrar en la Barrera, esos subsistemas también pierden sus memorias (que hace décadas que no usan soporte magnético, por ser demasiado lento e inestable en las condiciones del espacio), por lo que quedarían inutilizados. Habría que cargar de nuevo TODOS los programas de cada una de las computadoras de subsistemas, de la navicomputadora, de los circuitos de enlace … Una tarea de horas de duración. Más calibración, ajuste y pruebas. Por ello los sistemas se blindan contra pérdidas totales a base de redundancias, canales de alimentación múltiples y repuestos preprogramados, en los casos en que éstos pueden ser usados. Pero contra la pérdida total de la Barrera no hay defensa conocida. (N. del A.)
 
[8] Son simplemente un motor magnético alimentado por imanes permanentes, y basado en la repulsión magnética entre los polos iguales. En la Barrera, la energía eléctrica que crean los alternadores conectados a estos motores no circula, se disipa antes de salir del generador. Pero los rotores magnéticos siguen girando. Por eso, justo al salir de la Barrera, las células volvieron inmediatamente a producir energía. (N. del A.)