viernes, 13 de octubre de 2017

Capítulo Veinticuatro: ¡DEJA A MI MAMÁ!



Pasaron una noche estupenda en la casita al borde del lago. Tras tantas semanas volando por el espacio, completamente solos en la fantasmagoría azul del Paso, con el zumbido constante de la ventilación, los generadores, los motores y el eco electrónico del barrido del SRB cartografiando la Barrera, la quietud y el silencio de aquella noche, sólo rotos por el débil chapaleo del agua en la orilla, fue para ellos lo más cercano al Paraíso.

No quiere decir que en la Elcano se descansase mal. Muy al contrario. Mónica, con la ocasional ayuda de Li (pues su responsabilidad principal era el Osiris), había puesto muchísimo esfuerzo y dedicación en hacer de su querida nave una embarcación perfectamente confortable. Los materiales de revestimiento usados en los interiores, los tonos de pintura de cada sección, el mobiliario, los equipamientos… todo estaba pensado para ofrecer una comodidad tan alta como fuese posible. A pesar de su edad, la Elcano era la envidia de muchas naves mucho más modernas.

Los colchones de las camas eran de lo mejor que la Confederación podía ofrecer, y le había costado bastante convencer al Consejo de que se los cediesen para equipar la nave. Pero el impecable y brillante historial de Mónica, y lo querida que era por todo el mundo, habían jugado muchas veces a su favor, y esa fue una de esas ocasiones. Normalmente, al no existir ya el dinero en la Colonia, todo se ganaba con trabajo, y los "extras" con méritos extra. Cada vivienda de la Colonia tenía unos colchones excelentes, que se renovaban siguiendo planes programados a 10 años. Pero conseguirlos para una nave, puesto que no era una vivienda definitiva y que los que equipaba de serie eran más que cómodos, era otro cantar. No obstante, ella logró que le otorgasen ocho de ellos: tres de matrimonio y seis individuales.

Eso fue antes de que la nave fuese suya. Ahora que era la propietaria exclusiva de ella podría equiparla como le viniese en gana, sin rendirle cuentas a nadie… siempre y cuando consiguiese los objetos que desease. Puesto que tenía un contrato de servicio indefinido con la Confederación, a pesar de haberse convertido en una nave privada, la Elcano tenía abiertas todas las puertas de todos los hangares confederados, así como todo el combustible, mantenimiento y piezas de repuesto o equipamiento que necesitase en cualquier momento y sin restricciones. Lo mismo valía para el puñado de naves que habían pasado a manos privadas por méritos y que continuaban trabajando para la Confederación.

Pero, aún así, pese a la comodidad interior, el confort de las camas y la agradable hospitalidad y decoración de la nave… no dejaba de ser una nave espacial, en la que todo era artificial y en la que el silencio no existía. El sonido del viento, el arrullo del agua, el canto de los pájaros y los insectos… todo eso no existía a bordo, más que en grabaciones del hilo musical. Poder pasar una noche entera en silencio "mecánico", acunado por los suaves y tranquilizadores sonidos del bosque y el lago, era un regalo tan grande que, cualquiera que no hubiese pasado días enteros en una nave no podría comprender. En toda la Historia, quizá las únicas personas que han podido sentir ese demoledor contraste hayan sido los astronautas de las viejas naves y estaciones espaciales, y los tripulantes de submarinos.

Mónica se levantó y se desperezó. Li y Alexia estaban completamente dormidos. La pequeña roncaba suavemente, lo que arrancó una sonrisa a su madre. Sin hacer el mínimo ruido, se puso algo ligero encima y salió al exterior, descalza. Al sentir la hierba fresca y húmeda bajo los pies, casi gimió de placer. En el inmenso módulo invernadero, siguiendo la rotación del anillo y del planeta bajo él, empezaba a amanecer. Por supuesto, el amanecer allí arriba era pasar de la oscuridad a la luz, pues no había un centenar de kilómetros de atmósfera para difundirla y crear un amanecer gradual, con su sol rojo y demás. No venía a ser el mismo efecto que encender la luz en una habitación oscura, pero era un amanecer bastante rápido. De todos modos, el módulo nunca estaba en la oscuridad total, pues se dejaban luces encendidas a modo de orientación y señalización.

Caminó hasta el borde del lago y sumergió los tobillos en el agua. No estaba en absoluto tan fría como lo habría estado de ser un lago natural, pero el frescor le resultó confortante. Oyó un susurro a su espalda y se volvió ligeramente. Era Erin. La joven caminó en silencio y se colocó a su lado, sin decir nada, con los tobillos sumergidos también en el agua. Suspiró de placer. Su bello rostro de duendecilla expresaba una felicidad que no se podía describir con palabras.


—No hay nada como el entorno natural… aunque sea dentro de un espacio artificial—comentó por fin.
—Cierto—convino Mónica. —Por muy bien que esté la nave, por muy cómoda que sea la Colonia, por agradables que sean los bosques de la Nueva Esperanza y las cúpulas invernadero, nada se puede comparar a algo como esto—hizo un gesto circular con el brazo, abarcando el paisaje. —Aunque sea dentro de un espacio artificial—Se le escapó una risita. Erin sonrió también.
—Un espacio artificial muy grande.

Callaron unos momentos, respirando el aire fresco y fragante y atesorando las sensaciones con los ojos cerrados. Como ya era una rutina para todos ellos, y el lugar lo merecía, se pusieron a hacer ejercicio suave, para estirar y tonificar el cuerpo. Estiramientos y Tai Chi, en una sucesión fluida y armoniosa. Las dos jóvenes, con sus cuerpos estilizados, fuertes y flexibles, rodeadas por aquel hermoso entorno, parecían flotar sobre la hierba en una bella danza. Sin que ellas lo supiesen, Klaus y Li, que se habían despertado unos momentos antes, las estaban admirando embobados, cada uno desde su habitación. El espectáculo de las dos mujeres era tan arrebatador, que los dos estaban allí plantados como animalitos deslumbrados por una luz potente.

Ajenas a todo, Mónica y Erin, la alta morena de larga cabellera, y la pequeña rubia de media melena, seguían danzando con gracia y fluidez, complementándose una a la otra a pesar del contraste de físicos. De hecho, el contraste entre las dos hacía aún más hermosa la estampa.

—Esos dos bobos nos están mirando…—susurró Erin unos momentos después, con un brillo de diversión en sus bonitos ojos verdes.
—¿Ah, sí? Estarán clavados al suelo como estatuas y con la baba cayéndoles—susurró a su vez Mónica, conteniendo la risa.
—¿Les damos un espectáculo inolvidable?—musitó Erin con voz tan peligrosamente dulce, que Mónica sonrió maliciosamente.
—¿Morbo o combate?—A Erin le encantaba que su amiga fuese tan espontánea y directa. Nunca le fallaba en las bromas ni en los desafíos.
—Mmm… no sé—pareció dudar la joven. —estos vestidos son muy ligeros, así que mojados se pegarían al cuerpo sin dejar nada a la imaginación.
—Pero yo no llevo ropa interior—argumentó Mónica, sonriente sin embargo.
—Ni yo… Es tan fácil como tapar lo justo con los brazos y dejar que su imaginación les desborde—explicó Erin, maliciosa. —Podríamos empezar con combate y…
—… como por casualidad acabar en morbo—completó Mónica. —Ya veo, una sesión completa. Pues que empiece el espectáculo—dijo, dando una vuelta sobre sí misma y adoptando una posición de defensa.

Erin, siguiendo su alocada y volcánica personalidad, hizo una voltereta hacia atrás y se colocó también en posición.

Habían luchado y entrenado muchas veces. Erin era una gran experta en artes marciales, una rival muy seria. Ágil, resistente, difícil de atrapar… Pero Mónica no era en absoluto una novata. Aunque no tan ágil como su pequeña compañera, era fuerte y rapidísima de reflejos. Ambas tenían estilos y técnicas de combate muy diferentes, pero normalmente solían quedar empatadas. Erin solía marcar más golpes que Mónica, pero las llaves de inmovilización de ésta eran implacables.

Sonriendo, pero con el brillo expectante del enfrentamiento en la mirada, las dos chicas empezaron a rotar alrededor de un centro imaginario entre ellas, sin perderse de vista, sin pestañear, acompasando y controlando la respiración y los movimientos, buscando el momento y el punto débil para atacarse. Los ligeros y frescos vestidos ondeaban sobre sus cuerpos, siguiendo sus movimientos y el impulso del suave viento. Por su parte, Li y Klaus habían abierto la boca estupefactos. Las habían visto luchar muchas veces, pero en aquella ocasión, con aquella ropa, en aquel lugar, con un cambio tan brusco desde la grácil danza anterior a la situación de enfrentamiento actual, no supieron reaccionar. Estaban hipnotizados por completo. Como les separaba la pared de la habitación, ninguno de los dos sabía que el otro también estaba mirando a las dos jóvenes.

Ellas, por su parte, perfectamente conscientes del estupor de sus chicos, continuaban concentradas, buscando una guardia baja o un resquicio por el que vencer la defensa de su contrincante.

Fue como un relámpago. En un momento estaban cara a cara y al instante siguiente apenas eran distinguibles. Se lanzaron las dos al ataque al mismo tiempo, a una velocidad sobrecogedora. Erin, más rápida y ligera, atacaba sin contemplaciones, pero Mónica reaccionaba veloz y su mayor corpulencia le permitía encajar los golpes y desviar los ataques, golpeando también a su vez. De momento, la ventaja era de Erin y Mónica básicamente se defendía. Pero la pequeña duendecilla no lograba marcar ningún golpe decente ante la férrea defensa de su alta contrincante. Tampoco es que ninguna de las dos luchase en serio, era una simple competición amistosa. Golpes y puñetazos siempre cortos, codazos apenas contenidos en el último momento, patadas amagadas… sus cuerpos parecían borrosos por la velocidad a la que ambas se movían. Atacaban, esquivaban, paraban golpes, volvían a atacar. A pesar de la violencia intrínseca, la gracia y la agilidad felina de ambas convertían la lucha en un bello espectáculo.

Erin logró ponerse tras Mónica cuando esquivó una patada voladora de ésta y, como una centella, la agarró tras los brazos, intentando forzar su cuello. Pero Mónica, rápida como un gato, levantó los hombros, se dejó caer metiendo su pierna derecha entre las de Erin, se giró y la agarró por la cintura antes de que la joven pudiese reaccionar. Con un movimiento fluido, Erin se escurrió como una anguila hacia arriba, giró violentamente y atrapó el cuello de Mónica con los muslos. Pero Mónica, usando su mayor fortaleza física, se tiró al suelo arqueando la espalda, en la misma dirección en la que su contrincante estaba girando, con lo que anuló su llave. Ambas cayeron al suelo con las extremidades entrelazadas en un nudo de brazos y piernas (y escasa tela), intentando someter a la otra.

Al cabo de un momento las dos se tenían apresadas y casi inmovilizadas. Ya sólo era una cuestión de resistencia ver quién se rendiría antes. De haber sido una lucha en serio, el carácter indomable de las dos jóvenes habría prolongado la situación mucho más de lo que se pudiese imaginar. Ninguna era dada a rendirse fácilmente.

Pero esa no era la situación en aquel momento. Estaban de espectáculo… y, tras el combate, era la hora del morbo. Con una sonrisa cómplice, Erin susuró jadeante:

—¿Ahora?
—Ajá—confirmó Mónica, con un hilo de voz a causa de la presa de la joven.

Como si fuese parte de la lucha, ambas rodaron al unísono y se sumergieron en el lago. Se incorporaron, de rodillas, haciéndose las sorprendidas. El agua les llegaba hasta la cintura. Hábilmente y con naturalidad, se taparon lo justo con brazos o cabello para que no se viesen sus pechos a través de la tela empapada. Se pusieron a reír y se levantaron, dándose la mano. Pero Mónica "tropezó" y cayó de espaldas en la orilla, con Erin sobre ella. Se miraron fijamente, sus cabellos chorreando, con una sonrisa expectante. Erin le retiró un mechón negro como la noche de la frente y Mónica le puso el pelo corto tras la oreja izquierda. Las sonrisas se desvanecieron un poco, pues algo inesperado aleteaba en la mente de las dos chicas. El espectáculo debería haber acabado allí, pero, por algún motivo, no se podían incorporar. Estaban atrapadas la una en la mirada de la otra. Los arrolladores ojos verdes en los infinitos ojos negros. Sin pensar, sin planearlo, sin intención ninguna, Mónica acercó sus labios a los de Erin y la besó, muy suavemente. La joven se sorprendió apenas un instante, pero al momento todo desapareció a su alrededor, bajó la cabeza y presionó su boca contra la de Mónica. El beso fue cálido, lento y dulce. Ninguna de las dos había besado antes a una mujer. Y a ninguna de las dos le desagradó en lo más mínimo. La suavidad de la cara y los labios de una mujer no eran comparables al rostro anguloso y normalmente con cierto grado de aspereza del de sus parejas.

El beso continuó, lento, explorando, saboreando la sensación, la novedad. No sentían la urgencia y la ansiedad que experimentaban con ellos, pues allí no había una connotación sexual. Era, simplemente, algo inesperado que había ocurrido y se dedicaban a disfrutarlo y experimentarlo de una forma exenta de sensualidad.

Cuando por fin separaron sus labios, sorprendidas, sus miradas se volvieron a encontrar. Sonrieron tímidamente, atrapadas la una en la otra, sin poder creerse que aquello acabase de suceder. Había sido algo tan impremeditado y tan absolutamente incontenible que no sabían cómo reaccionar. Sonrieron más abiertamente y, de pronto, tomaron conciencia de dónde estaban y por qué habían montado toda aquella pantomima. Se ruborizaron, pensando en sus chicos.

—Dios mío—susurró Erin apretando los dientes. —No voy a poder levantarme y ver la cara de esos dos con los ojos fuera de las órbitas…
—Cierto. No sé dónde meterme—rió Mónica, con ganas.
—Pues aquí no nos podemos quedar—sentenció su amiga. —En fin, como combate ha estado bien… pero lo de morbo… ¡lo hemos bordado!—dijo, tratando de parecer despreocupada por algo trivial. Pero a Mónica no la podía engañar. Eran demasiados años juntas y se conocían a la perfección.
—Ha sido… ha sido muy…—susuró Mónica, todavía sorprendida y repentinamente tímida.
—¿Diferente? ¿Excitante?—replicó, puntillosa, Erin.
—No. También. Hermoso. Nunca había besado así… ni me habían besado así. No sé describirlo—apuntó ella, desconcertada. —Ha sido completamente distinto a besar a Li. No he sentido ni la urgencia ni la anticipación de lo que normalmente hubiese pasado después con él.

Erin calló unos instantes. Luego, la miró de reojo, con una bonita sonrisa ligera. Se levantaron y caminaron hacia la casita.

—Yo he sentido lo mismo. No ha tenido nada que ver con ninguna experiencia anterior. Igual que tú, no sentía ningún deseo de ir a más, sólo de disfrutar la maravillosa sensación que me ha invadido.
—Sí… el problema va a ser que esos dos lo entiendan así—Ambas estallaron en carcajadas. —¡Ellos sólo habrán visto a dos chicas hermosas peleándose, revolcándose por el suelo y dándose el lote! El colmo del morbo para un tío.
—Bueno, seguro que les ha faltado el barro y los bikinis.

Y volvieron a estallar en carcajadas.

Klaus y Li habían salido al porche de madera a esperarlas, con los ojos muy abiertos. Entonces, ellas fueron conscientes de que la mirada estupefacta de ellos no era sólo por el espectáculo que habían presenciado, sino por el que estaban viendo en aquél momento. Un intenso rubor tiñó sus mejillas.

Absortas en la experiencia del beso compartido, no habían recordado en absoluto que no llevaban ropa interior y que habían planeado taparse con las manos… y, efectivamente, los vestidos empapados y pegados al cuerpo como una segunda piel no dejaban nada a la imaginación.


*


En cuanto Alexia se despertó se acabó la tranquilidad. La niña, tras haber dormido como una marmota muerta, y recargada su vitalidad por el entorno natural, se había convertido en una alegre tormenta de felicidad. Totalmente ajena a las miradas de soslayo que se lanzaban los adultos, y a las risitas tontas, Alexia iba y venía a la carrera, hablaba sin cesar y gesticulaba aparatosamente explicando el sueño de esa noche, en el que se había convertido en una niña muy, muy, muy peñequita y que había volado por el bosque detrás de los ojos de un bonito pájaro, viviendo una cantidad tan asombrosa de aventuras, que ninguno de los adultos supo si las había soñado en realidad o la pequeña rebosaba de imaginación. En cualquier caso, la historia acabó atrapándoles a todos, pues era tan rica en detalles, experiencias y emociones, y la voz infantil la explicaba atropelladamente con tanta gracia, que no se pudieron resistir.

Desayunaron todos juntos, pero la conversación no era tan distendida como solía. Flotaba en el aire una cierta vergüenza inocente. Realmente, ni Mónica ni Erin eran vergonzosas en absoluto. Si se hubiesen tenido que pasear desnudas ante un grupo de gente por una causa concreta, lo habrían hecho orgullosas y dignas, con la cabeza bien alta. Pero que la pareja de tu amiga te viese totalmente desnuda, y tu pareja a ella, pues picaba un poquito. No obstante, tampoco le iban a dar más importancia. A lo hecho, pecho (!). Además, ellos no parecían en absoluto molestos por lo que habían visto… Al día siguiente ambas se reirían de buena gana y sería una divertida anécdota que explicarían en más de una ocasión.

La fruta natural, los zumos y la especie de pan que los meggios les habían proporcionado desaparecieron en un momento. Comieron con buen apetito y se dedicaron a relajarse el resto del día. Tras el balizamiento del Paso de Whania Rum, el Consejo les había dado una semana libre en Megger. Se lo habían ganado más que de sobra, todos ellos. Y dada la importancia de la misión llevada a cabo, los beneficios a los que tendrían derecho eran más que sustanciosos. Si Mónica hubiese pedido una nave nueva recién salida del astillero (o un carguero lleno de colchones de máxima calidad), por ejemplo, se la habrían dado sin pestañear. Y lo mismo con lo que los demás hubiesen querido. Pero no era necesario cambiar los méritos rápidamente, en absoluto. Igual que el dinero antiguamente, se podían acumular y utilizar en cualquier momento. Y, puesto que la vida de todos ellos era más que satisfactoria y sus necesidades básicas estaban permanentemente cubiertas, no tenían en ese momento ningún deseo especial, ni ninguna necesidad específica ni caprichosa. Vivían la vida que querían, estimulante, vibrante y sorprendente… ¿qué más hubiesen podido pedir?

Aunque habrían podido ir a dónde quisiesen, pues la Elcano estaba totalmente lista, repostada y reparada, el gigantesco módulo invernadero era tan acogedor que decidieron pasar toda la semana allí, olvidándose de todo y de todos. Quizá hiciesen una visita a Megger, a pesar de la molestia de los trajes y máscaras de bioseguridad. Por primera vez en meses, casi dos años en el caso de Klaus y Erin, estaban sintiendo la gratificante sensación de la gravedad natural. Y experimentarla en la superficie del planeta, pisando suelo de verdad, envueltos en una atmósfera sin límites, ni paredes, ni cristales, con el viento, las nubes y todo lo que ofrece un planeta, era algo que, de ningún modo, podían dejar pasar.

Pero tampoco iban a dejar pasar el poder explorar sin prisa y a discreción el titánico anillo orbital. Ver las colosales máquinas constructoras realizando incansablemente su labor, los vastos espacios interiores vacíos de los módulos inacabados, el complejo y resistente andamiaje de cables, y la imagen del anillo describiendo una grácil curva con el planeta, empequeñeciéndose en la distancia hasta desaparecer tras el limbo… hubiese sido imperdonable no dedicar tiempo a ello.

Illu había puesto a su disposición un pequeño y ágil transbordador para ocho personas, con el que no sólo podrían aterrizar y regresar al anillo, sino que incluso hubiesen podido visitar todo el Sistema Tilán. El transbordador equipaba un pequeño hiperpropulsor interplanetario compacto, un PHD[1]. Esos modelos tienen un uso muy limitado, al contrario que los avanzados hiperpropulsores de las naves grandes, que se pueden usar indefinidamente con el adecuado mantenimiento. Un PHD, en lugar de un gran cristal central reciclable para dirigir y contener el flujo de taquiones, dispone de diez cristales pequeños y de un solo uso, insertados en un revólver en el núcleo del hipermotor. Cada salto, de unos diez millones de kilómetros como mínimo y de unos mil millones de kilómetros como máximo, usa uno de los diez cristales, que queda totalmente inservible
 
No obstante, los PHD tienen una ventaja respecto de los hiperpropulsores convencionales, en los saltos cortos: son casi instantáneos. Al estar tan limitados en alcance, el flujo de energía y la rotura del espaciotiempo se comportan de un modo distinto a como lo hacen en un hipermotor convencional. Un hiperpropulsor tarda del orden de veintitrés segundos en recorrer cien millones de kilómetros en el primer nivel, pero un PHD tarda menos de un segundo en hacer el mismo trayecto. Por eso son tan útiles en transporte interplanetario.

Es un diseño muy poco complejo, fácil de construir y sustituir, y que no requiere cristales ultrapuros, exclusivamente fabricados en Nerilnia y conocidos como nerilio. Los cristales manufacturados por las instalaciones confederadas, de calidad notablemente inferior debido a la enorme diferencia tecnológica con la famosa fábrica de los Amos, son ideales para los PHD, pues muchísimas naves espaciales no equipan, ni requieren, capacidad interestelar. De hecho, con los suficientes cristales de repuesto[2], un transbordador como aquel hubiese podido llegar a un sistema cercano, pero en la práctica tal "hazaña" hubiese sido una estupidez, existiendo naves mucho más preparadas, rápidas y seguras para ese viaje. Los cazas, como el Ereun de Naler, por su parte, disponen de los dos tipos de hipermotor: un PHD y un hipermotor de nerilio de corto alcance, apenas cinco años luz en un solo salto. La Elcano, en cambio, con su hipermotor capaz de un alcance teórico de cien años luz en un solo salto, no disponía de PHD.

Pero las visitas, el transbordador y demás quedaban para los días siguientes. Esa jornada la pensaban dedicar a no hacer completamente nada. Disfrutarían de la paz de la casita junto al lago, del arrullo del viento y el silencio del bosque y pasearían entre los árboles o se tumbarían a dormir en la hierba. Todos necesitaban un tiempo de lánguida inactividad, de tranquilidad y de despreocupación… de hacer el vago como está mandado, vamos.

Naler no había aparecido en toda la noche ni en lo que llevaban de día. Por supuesto era comprensible. Pero no podían evitar encontrarse un poco preocupados por él. Le habían cogido cariño y, para ellos no era el soldado que les daba escolta, sino un querido compañero.

Luar y Annevar habían comunicado su intención de bajar al planeta ese mismo día y visitar la ciudad capital de Megger, Aralyna, sede de una de las más completas y valoradas bibliotecas de la Confederación. Los meggios habían recuperado muchísima información histórica y científica de sus antiguos opresores y la habían atesorado con mimo. El problema con aquellos registros era la cargante costumbre de usar el Credo como base explicativa de cualquier tema. Un tratado científico de cualquiera de las especies de la Confederación, por ejemplo, podía incluir opiniones personales o datos subjetivos, pero en general estaba escrito de forma impersonal y con una cuidada narrativa, para resultar interesante e instructivo. Pero la narrativa de los Amos parecía un texto religioso hiperfundamentalista y grandilocuente.

Los meggios llevaban varios años "traduciendo" pacientemente las salvajadas y desvaríos del Credo, liberando la ingente cantidad de datos útiles de su delirante prisión.

Por tanto, los cinco humanos (los padres de Mónica se alojaban en otra casa que estaba unos cien metros más allá, y seguramente estarían muy cansados del viaje desde la Colonia hasta Megger, pues eran personas bastante mayores) pasaron el resto del día solos y tranquilos, vagueando indolentemente en la hierba, leyendo, nadando en el lago o paseando por el bosque, unas veces todos juntos y otras cada pareja por su lado.

El día dio paso a la noche. Cenaron ligeramente y estuvieron un rato charlando de las vivencias durante la misión de Whania Rum. Alexia, aunque iba y venía de aquí para allá sin cesar, a veces se detenía a escuchar atentamente a los adultos. Con poco más de tres años, la niña mostraba una viva inteligencia y curiosidad, y a veces parecía más mayor. Pero de repente regresaba a sus juegos y mundos imaginarios y volvía a ser la niña pequeña que era.

En una de esas idas y venidas, la pequeña sintió algo raro en su cuerpo, una especie de aleteo urgente de algo que no iba como debía. Un escalofrío extraño le subió por la espalda y le hormigueó la piel del cuello, en el lado derecho. Rápida como el rayo, se giró hacia la ventana, justo para ver una sombra grande escabulléndose. Arrugó el entrecejo. No le había gustado nada la sensación. Su mente infantil estaba en plena alerta y trataba de comprender qué había visto, qué era esa sombra que…

"Me estaba mirando…", pensó alarmada, con súbita comprensión.

Andando de espalda, lentamente, con su cuerpecito en tensión, se movió hacia su madre sin quitar sus ojos de la ventana. Afuera estaba casi completamente oscuro, pero Alexia podía ver con sorprendente claridad. En la sombra oscura e informe de un matorral más allá, cerca del borde del lago, había una sombra más oscura y también informe. Algo (o alguien) se escondía allí.

Alcanzó a Mónica, que charlaba alegremente con los demás, y le cogió la mano. Ella se la acarició sin apenas mirarla. Pero Alexia estaba segura de que allí pasaba algo raro y no iba a desistir. Siempre con la mirada fija en el matorral sospechoso, tironeó de la mano de su madre.

Ella en un principio no le hizo mucho caso, pero la niña insistió. Mónica la miró de reojo apenas un instante. Y, de repente, la sonrisa se le congeló en los labios. Alexia tenía una expresión tan extraña y anormal en una niña alegre de tres años, que Mónica sintió que todas las alertas de su mente se disparaban. Se tensó. Los demás fueron conscientes enseguida de que algo no iba bien y callaron de golpe. Alexia seguía mirando fijamente a la ventana, callada y extremadamente seria.

Mónica siguió la dirección de su mirada y sólo vio negrura, con alguna débil luz dispersa del sistema de iluminación nocturno.

—¿Qué pasa, cariño?—preguntó quedamente.
—Mami... esa plat-ta... en l'agua… algo se ec-conde—explicó ella con su vocecita infantil entrecortada, sin dejar de vigilar. Todos forzaron la vista, pero tenían los ojos acostumbrados a la luz interior del salón y, por contraste, afuera sólo había negrura indeterminada. Ninguna forma. Ni siquiera eran capaces de ver el arbusto. —¿No lo ves?
—No, cielo, no veo nada… ¿tú qué has visto?—preguntó.
—Afuera. Había... había una somb-ba gande. Me picó la ep-palda y me di la vuet-ta. Me mil-laba. A mí—explicó ella, en aquel momento sorprendentemente precisa y clara para su edad. Seguía sin moverse y sin apartar los ojos de la ventana.

Mónica no tuvo más remedio que descartar que se tratase de una chiquillada o una imaginación. La niña había sido demasiado minuciosa como para inventar algo así. Había visto algo con toda seguridad. Puesto que el bosque del tercer nivel no tenía fauna mayor (y un monstruo quedaba descartado), y viendo el anormal comportamiento de la niña, estaba segura de que alguien había estado mirando dentro de la casa por la ventana.

—Creo que Alexia ha visto a alguien vigilándonos—comentó.
—¿Tú crees…?—preguntó Klaus, incómodo a su pesar.
—Mírala. ¿Te parece una actitud normal?—replicó ella.
—Mónica tiene razón. Alexia está en plena alerta. Ahí hay algo o alguien, seguro—aseguró Erin.

Li, por su parte, no dijo nada. En todo el tiempo había concentrado su vista en la negra ventana y ya empezaba a distinguir el matorral, aunque sólo era algo negro contra algo apenas un poco menos negro. La reacción de Alexia había disparado sus instintos. No tenía la menor duda de que su hija había visto a alguien espiando.

Klaus, el más fornido y fuerte de todos ellos se puso en pie y se acercó a la ventana. Alexia apretó la mano de Mónica y ésta la miró. Era extraño, pero la niña no parecía en absoluto asustada. Estaba concentrada, seria y en máxima alerta, pero no había indicios del menor miedo.

Klaus abrió la ventana y deslizó la mano hacia el interruptor de la luz exterior. Las luces se encendieron y pudo ver el matorral en cuestión, pero nada dentro ni detrás de él. Sin embargo, Alexia se puso en tensión y apretó aún más la mano de su madre, con sorprendente fuerza.

—¡Mami! Se va. Se ha asut-tado y se va—explicó con aplomo.

Los demás, por mucho que lo intentaron, no vieron nada. Sin embargo, Klaus, más cerca y con la luz a su favor, pudo ver que en la tranquila superficie del lago se formaban ondas. Algo grande acababa de entrar sigilosamente en el agua y se había sumergido bajo ella.

Con los puños apretados, el joven se metió de nuevo en la casa y procedió a cerrar puertas y ventanas. La niña había dicho la verdad. Alguien había estado vigilando la casa. Estaba seguro.

Mónica abrazó a la pequeña y todos se miraron en silencio, interrogándose con la mirada.

—¿Pero quién diablos estaba espiando?—preguntó Erin, airada.
—No me ha hecho ninguna gracia, la verdad—respondió Mónica.
—¿Algún graciosillo o un mirón a ver si veía alguna pareja liada?—Los ojos verdes de la joven chispeaban de ira.
—El lío se lo hubiese hecho yo con sus piernas y brazos si le llego a poner las zarpas encima—masculló Klaus. —¿Tú qué dices, Li?
—No sé, no tengo la menor idea. Puede que nos estemos montando una película con algo que, a lo mejor, no tiene mayor importancia—respondió él… pero un incómodo desasosiego le rondaba. Su instinto tocaba su mente. Se dio cuenta que lo decía más por tranquilizar a los demás que porque creyese en ello.
—¿Avisamos a Illu o a alguien?—preguntó Mónica.
—Me sabría muy mal molestarle a estas horas porque hemos visto una sombra… Bueno, porque Alexia ha visto una sombra que nos vigilaba—razonó Li.
—¿Acaso no crees a la niña?—Erin estaba sorprendida.
—Pues claro que la creo—replicó él un poco a la defensiva. —La conozco lo suficiente como para ver que su comportamiento no ha sido normal. Y todos hemos visto las ondas en el agua. Ahí había alguien. Seguro. Pero, ¿será tan claro para los que no la conocen? Además, no ha hecho nada, más que mirar y huir. No parece que fuese una amenaza.
—Sea como sea, yo esta noche mantendré un ojo abierto—afirmó Klaus. Se dirigió a su maleta y metió la mano dentro. —Y ella me acompañará—dijo a continuación, mostrando una enorme pistola, gris mate y negra, de aspecto pesado en su gran manaza.

Todos ahogaron una exclamación. Nadie sabía que Klaus poseía un arma. Y un arma claramente militar, no de las que normalmente iban a bordo de algunas naves no militares, o de las armas civiles que había en muchas casas. En principio, en la Elcano no había armas de ningún tipo.

—¿De… de dónde has sacado eso?—jadeó Erin. Los demás callaban, demasiado sorprendidos para decir nada.
—¿Bárbara? Es una herencia familiar. Siempre la llevo encima—comentó, quitándole importancia. —Es una de las últimas armas militares no reglamentarias que se fabricaron en la Tierra, antes de la Catástrofe. Tiene más de cien años, pero no os engañéis; puede hacerle un bonito tercer ojo a cualquier amenaza a más de doscientos metros. Magnum Desert Eagle II, del año 2.028, accionada por gas, calibre blindado .50AE a 550 m/s, con cañón reforzado de 10 pulgadas, personalizada. Quince disparos con el cargador extendido, en vez de los siete originales para ese calibre. Arma ligera de polímeros y aleación acero-magnesio-litio. Amortiguación de retroceso y autoestabilización giroscópica. Mira telescópica compacta de 10 aumentos, puntero láser y microlinterna táctica LED. Y un novedoso modo ráfaga de cinco disparos, inédito en un arma corta—fue relatando, visiblemente orgulloso.
—¿Bárbara? ¿¿Bárbara?? ¿Le has puesto nombre a ese chisme?—Erin no salía de su asombro.
—No, el nombre se lo puso mi tatarabuelo, que fue su primer dueño—explicó él, divertido. —Era el nombre de mi tatarabuela. Él era Sargento Primero de las Fuerzas de Paz Conjuntas de la ONU, los Cascos Azules. Había combatido en algunos lugares por todo el mundo y esta arma le había salvado el trasero en más de una ocasión. Incluso en la salvaje anarquía tras la Catástrofe. De hecho, esta arma jugó un papel capital en la Revuelta del 2.070 en la gruta de la Nueva Esperanza. Fue la que empuñó Hideky Takawa cuando le voló los sesos a aquel fundamentalista religioso loco, el promotor de la revuelta, el que se puso nombre de dios precolombino… nunca recuerdo el nombre.
—¿Turu Manya?—apuntó Li.
—¡Ese!—exclamó Klaus.—El "Arcoíris de la Calamidad" como se autoproclamaba. Estuvo a punto destruir la Nueva Esperanza y provocó centenares de muertos con sus estúpidos seguidores. Pues esta "pequeña" fue la que acabó con sus aspiraciones, pintando un bonito cuadro impresionista rojo en la pared con sus sesos.
—¡Klaus! ¡La niña!—le recriminó Mónica, con los ojos llameantes. Él bajó la mirada.
—Tienes razón, lo siento—acertó a decir.
—Vale, es una pistola histórica y todo eso… Pero, ¿qué hace aquí? ¿Y por qué demonios no sabía yo nada de ella?—interrogó feroz Erin, con los brazos en jarras. No se lo podía creer. Años con Klaus y era la primera vez que veía el arma.
—Fue pasando por la familia y ahora la tengo yo—se encogió de hombros—. Siempre va conmigo, pues no se sabe qué puede suceder. Una pistola tan potente no sólo se puede usar para abrir agujeros en la gente. Puede ser necesaria a bordo de la nave, o como sustituto del propulsor de antebrazo. Siempre la llevo en la pernera de herramientas del traje…—Se le notaba intimidado por la pequeña Erin, que podía ser una fuerza de la Naturaleza cuando se lo proponía.
—Guarda eso ahora mismo. ¡Ya! Y a dormir. A dormir todos. Ya hemos tenido suficientes sorpresas esta noche—Sus ojos esmeralda centelleaban con furia, mientras empujaba a Klaus hacia la habitación. Mónica y Li apenas pudieron reprimir la risa.

Li comprobó las puertas y ventanas. La casa era mucho más sólida de lo que parecía. Quedó satisfecho. Nadie podría entrar allí aquella noche, a menos que derribase una puerta o volase una pared. Pero, perfeccionista y desconfiado, dejó algunos vasos, botes metálicos y otros objetos frágiles y ruidosos ante las puertas y ventanas, hábilmente disimulados. Si alguien entraba por una de ellas, el objeto en cuestión se caería y montaría un buen escándalo en el silencio de la noche.

Se dirigió a su habitación. Mónica ya estaba en la cama, junto a Alexia, abrazándola y dándole besos en la cabecita. Estaba claro que la niña iba a dormir con ellos esa noche. Así que se abrazó a su mujer, adaptándose a la curva de su espalda y piernas. Y así se durmieron.


*


El pequeño transbordador era tan ágil y maniobrable como parecía. Sus apenas diez metros de largo y cinco de ancho en la parte trasera, con forma de cuerpo sustentador aplanado y sus motores multidireccionales, hacían que la pequeña nave se comportara con precisión y docilidad.

Todos la habían pilotado un rato, pero era Mónica quien la gobernaba en ese momento. Aunque Erin y Li tenían títulos de piloto, la que poseía la mayor cualificación era ella. Por una cuestión de seguridad, todo el mundo en la Colonia y mucha gente del resto de la Confederación, a partir de los quince años, recibe un cursillo de pilotaje básico de cien horas, en el que se le enseña a operar cualquier nave desde sus mandos principales estandarizados, así como a monitorizar el soporte vital y los sistemas críticos y a usar las comunicaciones.

La razón es que, viviendo en el espacio, y ante cualquier emergencia, dada la posible tardanza en recibir ayuda, un pilotaje básico puede ser la diferencia entre la vida y la muerte de cientos de personas. Si la tripulación de una nave sufre algún percance, cualquier persona superviviente a bordo puede asegurar la nave y pedir auxilio con la ayuda de la computadora de vuelo. O incluso sin ella.

Mónica se encontraba más relajada. Habían pasado toda la mañana hablando con Illu acerca de la extraña intrusión de la noche anterior. Habían encontrado huellas de botas cerca de la ventana y de camino al matorral, dónde había claras pruebas de que alguien había estado allí agachado y luego se había arrastrado hasta el agua. No obstante, cuando la patrulla meggia registró el perímetro del lago, no encontraron nada. Mejor dicho, encontraron tanto que era imposible sacar una información en claro. Decenas de personas bajaban cada día a las orillas del lago. Unas huellas de más o de menos habrían pasado completamente desapercibidas.

Por precaución, y dada la conjunción de circunstancias, se puso vigilancia en la Elcano y se bloqueó la nave. Se aseguró el contenedor del SRB y se le quitaron un par de piezas críticas. Una la guardó Mónica y la otra Illu, sin que nadie lo supiese. Era muy sospechoso que hubiesen descubierto a alguien espiando el mismo día que la única nave de toda la Confederación que disponía del SRB había llegado al Anillo. Podía haber sido perfectamente un caso de espionaje naderio. Si sus beligerantes vecinos se hiciesen con aquella tecnología antes de que la Confederación la hubiese podido implantar, habrían gozado de una inmensa ventaja. Podrían haber destruido todo el trabajo en Whania Rum y usar ellos el paso en exclusiva.

Por supuesto, el sistema de comunicación de boyas del Paso funcionaba de forma codificada. La decodificación la llevarían a cabo las navicomputadoras sin intervención humana, conforme cada nave fuese volviendo a sus bases según sus programas de mantenimiento. Recibirían la actualización del canal seguro de cada mundo de la Confederación automáticamente. En caso de ataque o intento de robo de la información, el archivo con protección y encriptado cuántico sería sobreescrito.

Todos habían pasado una noche inquieta, excepto Alexia, atentos al menor ruido. Viendo lo cansados e intranquilos que estaban, Illu les recomendó amigablemente que se fuesen a dar una vuelta con la nave, que se olvidasen de las tensiones. Ellos se encargarían de todo y llegarían al fondo de la cuestión. Conociendo la legendaria paciencia y determinación de los meggios, nadie puso en duda su capacidad para cumplir sus promesas.

Tal y como habían esperado, la imagen del titánico anillo artificial curvándose en la distancia hasta desaparecer tras el limbo del planeta, iluminado por el sol, era un espectáculo sobrecogedor. Viajando a la velocidad orbital de más de veintisiete mil kilómetros por hora, en menos de dos horas habrían dado la vuelta completa al planeta y al Anillo. Los contrastes del mundo que tenían bajo ellos eran increíbles. Pequeñas islas de verdor y naturaleza exhuberante entre ciénagas de residuos, llanuras de hormigón y vastos polígonos industriales. A los meggios les costaría varios siglos recuperar su planeta de los destrozos de los Amos.

El Anillo, por su parte, era una construcción espectacular. El diseño original comprendía ocho torres que conectarían los ocho Nodos con la superficie, una vez que las velocidades orbitales del planeta y el anillo se sincronizasen. Dichas torres deberían soportar tensiones estructurales laterales abrumadoras, pues medían más de seiscientos kilómetros de altura, y cualquier pequeña desincronización entre la velocidad del Anillo y del planeta bajo él debería ser absorbida por las torres. Para conseguirlo, los Amos habían diseñado una variante colosal de la antigua Torre Eiffel de la Tierra, pero con ocho pies en lugar de cuatro. Una gigantesca estructura cuya base octogonal mediría más de doscientos kilómetros de lado y que se iría estrechando conforme ganaba altitud, hasta reducirse a los veinte kilómetros de diámetro al alcanzar su correspondiente Nodo.

Actualmente esa parte del diseño se ha suprimido. Además de ser muy invasiva con la superficie y requerir una colosal cantidad de recursos, se ha decidido que son completamente innecesarias. Con el avance de la tecnología de construcción con carbono traída de la Tierra, se ha podido recuperar un viejo concepto del siglo XX: el ascensor espacial. Mucho más discreto, sencillo y versátil, ocho de ellos conectan los Nodos con la superficie. Cada uno es un sistema de veinte ascensores que se mueven a lo largo de cables perfectos de nanotubos de carbono, de un metro de grosor y repletos de electroimanes superconductores con los que se consigue la propulsión de los módulos. Pueden llevar grandes cantidades de pasajeros o carga indistintamente a y desde el Anillo. Y con unas instalaciones en tierra bastante modestas, de apenas un kilómetro cuadrado. Es mucho menos invasivo, menos agresivo con el paisaje e igual de útil que las monstruosas torres del proyecto original. Al ser cables flexibles pueden adaptarse perfectamente a cualquier oscilación del enorme anillo, sin roturas ni peligro alguno. De hecho, está previsto conectar cada uno de los segmentos entre los Nodos con cables dobles a la superficie, cuando el Anillo esté construido por completo, para repartir cargas y tensiones y ofrecer un sistema de evacuación rápida.

Durante el viaje alrededor del planeta charlaron distendidamente. Los padres de Mónica también se habían apuntado a la excursión y se entretenían con la niña, encantados con su expresividad, su torrente de alegría y su curiosidad insaciable.

—¡Mira qué colol más bonito del agua... allí! ¡Qué feo eso cuad-rrado y g-is! ¿Qué son esas red-dondas de luz?—exclamaba y preguntaba sin parar.
—Son ciudades—le decía su abuela. —Están iluminadas porque en este lado del planeta es de noche. ¿Ves qué oscuro está?
—Ah. Sí—Sus hermosos ojos violetas estaban abiertos de par en par, como si quisiera grabar a fuego en su memoria cada cosa que estaba viendo. Claro que, puesto que la memoria humana se empieza a consolidar a partir de los tres años, que era su edad, lo más probable sería que lo olvidase en poco tiempo. —¿Y esos put-titos.. en.. en... en el agua que... que hacen esa cosa así?—preguntó, dibujando en el aire con los dedos una forma de V alargada.
—Eso son barcos. El puntito es el barco y la "cosa así" es la estela que dejan tras ellos en el agua—le explicó su abuelo.
—¿Es… estila? ¿Qué es, yayo?—Su expresión de asombro era encantadora.
—Estela. Se llama estela. Es… A ver. Cuando un barco va por el agua, la aparta a su paso con la parte de delante, que es como un cuchillo. Y como el agua es muy testaruda y no le gusta que la molesten, pues se sigue apartando del camino del barco aún cuando éste ya se ha ido. Por eso hace esa forma. ¿Ves? Viene de allí y va para allá. El agua dónde está el barco empieza a apartarse ahora. Pero la que ha dejado atrás lo sigue haciendo y por eso la de detrás ha llegado más lejos que la que está delante—explicó pacientemente Antonio. Los demás sonrieron, callando a ver qué decía la pequeña y divertidos por la imaginativa explicación del abuelo. Alexia frunció el ceño, tratando de asimilar la explicación. Resolvió que tenía sentido, pero había algo que no la convencía.
—Vale. Pero… —buscó cómo expresar su idea, concentrada. —Si el agua se apat-ta… ¿Poqué… poqué el bac-co no… no se cae al fod-do? El agua se va... pe... pero el fod-do del mar no se ve—razonó. Los adultos se sorprendieron mucho. Poder razonar y expresar algo tan complejo a pocos meses de cumplir cuatro años de edad no era en absoluto fácil. Ciertamente, era una niña muy lista. Dada la explicación de su abuelo, la pregunta de Alexia era perfectamente lógica.
—Bueno, porque el agua es muy cabezona, como te he dicho. El barco va por arriba, por la superficie, y se mete muy poquito en el agua. Pero bajo él hay muuucha más agua, muchísima. Como a la que molesta al navegar sólo es a la de arriba y no a la de abajo, sólo se mueve la de arriba hasta que se cansa, pero la de abajo se queda dónde está. No le apetece moverse de ahí y no lo hace.
—Ah… —dijo la niña, pensativa. Inmediatamente decidió que tenía sentido y se olvidó del tema. —¡Mira! ¿Y qué es esa... esa luz azul? Allí—señaló por la ventanilla hacia el limbo del planeta. Todos se rieron. Ciertamente, los niños sólo necesitan comprender aquello que ellos mismos deciden que quieren comprender. Tendría muchos años por delante para conocer las verdades del mundo, de la Ciencia y de la vida.
—Esa luz es el aire del planeta, que le da el sol. Aquí está oscuro ahora, porque al ser como una pelota, sólo es de día en la cara que está al sol y en ésta no da. Pero como nos estamos acercando a la parte que es día, y como el aire es transparente y rodea al planeta y está más alto, el sol lo ilumina antes que a la tierra y al mar. Y al darle la luz, se pone azul. ¿Ves que se puede ver que la luz va creciendo? ¿Lo entiendes?—explicó Antonio, con infinita paciencia.
—Ah… —Alexia pareció conforme. —Y… y ¿poqué el aire se... se... se pone azul con... con la luz?

Todos se echaron a reír de buena gana. El pobre abuelo había destapado la Caja de Pandora de los temibles "por qués" de los niños. Antonio suspiró y buscó las palabras adecuadas para explicarle a una niña de tres años por qué el cielo es azul[3].


*


La increíble y gigantesca máquina de múltiples brazos llevaba a cabo su labor incansablemente. La Constructora de Módulos avanzaba lentamente por el andamiaje de cables tensores, mientras montaba pieza tras pieza del módulo en el que trabajaba. Aquella máquina y sus quince hermanas gemelas llevaban más de tres siglos construyendo el Anillo. Lo que no estaba claro es qué pasaría con ellas cuando lo terminasen, dentro de unos cien años. Habían sido diseñadas exclusivamente para aquella tarea titánica y no parecía que se pudiesen usar para otra cosa.

Sería una pena desperdiciar semejante maravilla y tener que desmantelarlas.

Numerosas naves de carga iban y venían alimentando a la máquina con materiales en bruto y con paneles y maquinaria ya fabricada, que desaparecían dentro del cuerpo de la Constructora. La máquina los transformaba mediante una avanzada tecnología de estereolitografía en 3D, o ensamblaba los ya construidos, siguiendo el diseño ubicado en su memoria robótica. Tras ella el casco doble del módulo, con todos sus sistemas, compuertas, esclusas y demás, iba quedando terminado. El interior se construía, según la función a la que se fuese a destinar, con otros módulos y plataformas menores, montadas en la superficie y elevadas por aerogrúas automatizadas de repulsión.

Quedaron fascinados por la inmensidad del aparato. Tenía más de diez kilómetros de longitud, divididos en tres secciones articuladas, y tres kilómetros de diámetro, erizada por fuera y por dentro de brazos constructores, unidades de recolección de energía, instalaciones transformadoras de material, láseres de corte y soldadura… Pensar que había dieciséis de ellas era sorprendente. Cuando se subieron los ocho Nodos a su órbita, desde cada extremo de los mismos partieron dos máquinas constructoras, a fin de mantener el equilibrio orbital y de masas de la colosal construcción. Ahora, todo el Anillo estaba dividido en ocho grandes y extensos arcos que lentamente iban creciendo hasta el día en que se encontrasen sus extremos, todos a la vez. Entonces, las máquinas se separarían del Anillo y la titánica estructura habría quedado terminada, al menos en su exterior.

Alexia la miraba con la boca abierta y los ojos fuera de las órbitas. Aún a varios kilómetros de distancia (existe un espacio de vuelo restringido alrededor de las enormes máquinas, por seguridad), era realmente asombrosa. Todos iban haciendo comentarios y observaciones sobre lo que veían, pero la niña no decía nada. Sentía algo extraño al ver la colosal máquina. Era una especie de tirón en las entrañas, una sensación de familiaridad que no podía comprender. Como si pudiese entender la máquina, lo que estaba haciendo y cómo lo estaba haciendo. Ciertamente, los demás le habían explicado qué hacía. Pero aquello era diferente. Tenía la sensación de entender exactamente qué hacía en cada momento. Estaba como hipnotizada y tuvo la sensación de que la máquina, el enjambre de naves de abastecimiento y todo a su alrededor iba más lento, como si se estuviesen volviendo perezosas. Incluso las voces de los demás, dentro del transbordador, empezaron a sonar lentas y graves. Con poco más de tres años, no era realmente consciente de ello, simplemente lo experimentaba.

Su abuela le acarició el cabello, extrañada por la inmovilidad y silencio de la pequeña, y la magia se rompió. Todo volvió de repente a la normalidad a su alrededor. Parpadeó sin entender qué había pasado y, como niña pequeña que era, lo olvidó inmediatamente. No obstante, una imperceptible sensación siguió aleteando en el fondo de su mente.

Como la velocidad del transbordador era muy superior a la de la rotación del Anillo y el planeta bajo él, apenas tardaron unos minutos en perder de vista la máquina constructora y encontrarse sobre el entramado desnudo de cables que constituyen el andamiaje básico de la construcción. Un inmenso espacio de miles de kilómetros de longitud en el que, salvo la estructura desnuda, no había nada más. Al poco empezaron a divisar la máquina del otro extremo, que avanzaba sin prisa pero sin pausa al encuentro de su compañera, dentro de un siglo. Apenas veinte minutos después llegaron al punto de partida, frente al Nodo cuatro.

—Bien, ¿qué hacemos ahora? ¿A dónde queréis ir?—preguntó Mónica, girándose en su asiento.
—Podríamos ir a ver las dos lunas troyanas de Megger—propuso Erin ilusionada. Hacía tiempo que tenía ganas de ver aquellos dos curiosos astros que compartían la órbita del planeta. Los demás estuvieron de acuerdo inmediatamente. Principalmente Li, como responsable del observatorio astronómico interestelar Osiris, estaba especialmente interesado. Muchos planetas tenían campos de asteroides troyanos en sus puntos Lagrange L4 y L5, sobre todo los gigantes gaseosos que contaban con decenas de miles de ellos, pero no conocían ninguno que poseyese dos planetas troyanos[4], excepto Megger.

Así pues, Mónica puso rumbo hacia el más cercano desde su posición en la órbita, Vanala, el que orbita en L5. La distancia era de unos doscientos millones de kilómetros. Programó la computadora para el salto y activó el PHD. Se abrió un pequeño portal al hiperespacio, con su familiar negrura deshilachada. La ligera nave se dirigió hacia el desgarrón y penetró en su interior, desapareciendo inmediatamente.

El habitual paisaje de las Seinas, el túnel de luces y las extrañas formaciones de más allá no apareció. En un salto tan corto con un PHD, las ventanas de entrada y salida estaban tan próximas en el espacio tridimensional que casi se solapaban en el hiperespacio, por lo que tan pronto como la nave desapareció en la primera ventana, apareció casi inmediatamente saliendo de la segunda. No había apenas tiempo material para que la mente registrase el tránsito entre ventanas. Regresaron al espacio normal a apenas cincuenta mil kilómetros de distancia de Vanala. Mónica corrigió hábilmente el rumbo y la deriva del transbordador, para adaptarse al repentino pozo de gravedad de la luna. Había sido una maniobra perfecta.

Alexia, a la que prestaban poca atención pues tampoco la estaba reclamando, no había perdido detalle de lo que había hecho su madre al mando de la nave. Experimentó la misma sensación de comprensión instintiva que cuando estuvo contemplando la gran máquina constructora. Y el hiperespacio le sorprendió muchísimo, pues había visto una serie de cosas allí que no entendía. No era en absoluto consciente que la única persona a bordo que había visto algo en el hiperespacio durante el salto había sido ella. Pero, de nuevo, debido a su corta edad, se olvidó de ello rápidamente y su atención se centró en el rocoso y desnudo planeta gris que tenía delante.

Vanala era un yermo sin atmósfera y calcinado por el sol, muy llano y craterizado en el hemisferio sur, y montañoso, agreste y roturado en el hemisferio norte. Al parecer, en un pasado remoto recibió un gran impacto en su polo sur que fundió y allanó medio planeta y pandeó toda la superficie hacia el norte. El regolito grisáceo brillaba en el norte, en contraposición al oscuro mar de basalto del sur. Con casi siete mil kilómetros de diámetro, Vanala se había formado allí durante la acreción de Megger desde la nebulosa planetaria original, igual que su casi gemela en el otro punto troyano, Kadila. Pero, al contrario que ésta última, no presentaba ningún rastro de atmósfera, a pesar de poseer ambas un moderado y bien definido campo magnético. Quizá el antiguo gran impacto se la arrancó.

Orbitaron la luna troyana muerta y pudieron divisar grupos de luces en su superficie. Vanala y Kadila, al igual que Megger, formados todos ellos a la vez, eran tremendamente ricas en recursos minerales. En el caso de Vanala, las mayores concentraciones y vetas de material se encontraban en la llanura sureña, debido a la fuerte actividad volcánica posterior al gran impacto y a la fusión de prácticamente todo el hemisferio. Los grupos de luces eran bases mineras, de investigación, la parte superior de las áreas habitables, que principalmente estaban protegidas bajo tierra, e industrias automatizadas del sector secundario. Dos estaciones espaciales de mercancías orbitaban a apenas doscientos kilómetros de altitud, protegidas por el campo magnético pero sin rozamiento atmosférico, a ciento ochenta grados de distancia una de otra. Cientos de contenedores de mercancías manufacturadas y mineral en bruto las precedían, pulcramente colocados en filas y columnas por los remolcadores. Al orbitar ante sus respectivas estaciones, los contenedores servían de escudo ante posibles impactos con basura espacial o micrometeoritos.

Del mismo modo que la Luna de la Tierra, la estéril e irradiada superficie de Vanala era hermosa, y extraordinariamente rica en el valioso elemento Helio-3. Sin estar sujeta a fuerzas erosivas, sus formaciones geológicas eran agrestes, angulosas y hostiles, con montañas puntiagudas, grietas pavorosas y rocas afiladas. Y el ubicuo regolito gris claro cubriéndolo todo.

Cuando completaron algunas órbitas a aquel mundo muerto y desnudo, con sus hermosos paisajes salvajes, Mónica apuntó la proa de la pequeña nave hacia el otro punto troyano. L4, a casi trescientos cincuenta millones de kilómetros de distancia en línea recta. La vista era espectacular: bajo ellos, la estéril Vanala. A su izquierda, el multicolor planeta Megger como un punto blanco muy brillante contrastando vivamente con la Barrera al fondo. A tal distancia, el Anillo era completamente invisible. A su derecha, lejana pero reina indiscutible del sistema, la rutilante Rilya. El planeta infernal que estaba en la órbita interior era apenas un puntito brillante en la lejanía, en el extremo más alejado de su órbita. De los otros cuatro mundos de aquel sistema de seis, sólo los dos lejanos gigantes de gas eran visibles, también como meras estrellas brillantes en la distancia, sobre el fondo oscuro estrellado enmarcado por la Barrera. La estrella del Sistema Morganyr, Festa, destacaba sobre las demás.
 
Frente a ellos Kadila era un minúsculo punto blanco solitario sobre la fantasmagórica nebulosidad azul.

Mónica volvió a activar el PHD y la nueva luna apareció ante ellos unos instantes después.

Kadila es completamente distinta a Vanala. Con un diámetro apenas doscientos kilómetros menor que ésta, está sin embargo protegida por una fina atmósfera. También tiene una densidad media un poco superior a Vanala, con lo que la masa de ambas es casi idéntica. La presión del aire en superficie es de poco menos de medio bar, aproximadamente la mitad de la presión de la Tierra y con más oxígeno, pero es más que suficiente para permitir unas temperaturas habitables, una hidrosfera y sostener vida en, aproximadamente, la mitad del planeta. Ambos casquetes polares, de hielo de agua cubierto de hielo de CO2, son muy extensos y alcanzaban latitudes relativamente bajas. En los mismos polos, el hielo alcanza un espesor de cinco kilómetros.

Kadila no tiene océanos ni grandes mares. Sólo millares de lagos y ríos alimentados por la continua fusión del hielo polar, formando un sistema hidrológico laberíntico y complejo, que va aumentando su salinidad conforme se acerca al ecuador planetario, que es casi coplanar a la órbita.
 
Justo en el ecuador existe un enorme lago alargado y estrecho, de unos cuatro mil kilómetros de longitud, pero de apenas cuarenta kilómetros en su punto más ancho y hasta siete kilómetros de profundidad en algunos puntos. El inmenso lago apareció hacía miles de millones de años, al ir rellenando las aguas corrientes una enorme fractura tectónica. Según pasaban los eones, el agua se iba evaporando y dejaba atrás las sales, convirtiéndolo en la actualidad en un lago hipersalino, con una concentración de sal de más del cincuenta y cinco por ciento, casi el doble que el famoso Mar Muerto de la Tierra, o el Mar Rosa de Vian'har, ambos por encima del treinta por ciento, y también por encima del Lago Assal africano, el Lago Don Juan en la Antártida, o el pequeño Mar Sedere en Jurhan, todos por encima del cuarenta por ciento de contenido en sal. Es, con diferencia, el lago más salado conocido de todos los sistemas estelares conocidos.
 
 Debido a la poca presión atmosférica, el agua se evapora muy fácilmente en todo el sistema de ríos y lagos ecuatoriales, volviendo a congelarse en forma de nevada permanente sobre los casquetes polares, arrastrada por los vientos convectivos globales.

Los Amos, con mayor interés en el aprovechamiento de recursos, explotaron preferentemente los enormes depósitos superficiales de metales y helio-3 de Vanala, dejando a Kadila apenas como teatro de sus perversas diversiones. Llevaban a muchos prisioneros allí, a que sufriesen en el aire enrarecido y frío durante las brutales persecuciones con depredadores nativos mutados, grupos de cazadores armados, o ambas cosas. Su diversión preferida era dejar abandonadas a sus víctimas unos días cerca del gran lago central, en donde la tortura alcanzaba un grado de máximo refinamiento. Buena temperatura, praderas de hierba corta, agua en abundancia… y ni una gota para poder beber debido al mortífero contenido en sal. Tampoco había caza, ni frutos, ni plantas comestibles en aquella zona. O los llevaban a las tundras al pie de los grandes casquetes polares, a que se congelasen tratando de alargar sus vidas ante el frío atroz y los letales depredadores.

Tras la Liberación, los meggios vieron las posibilidades reales de Kadila y, con inmensa paciencia, convirtieron en cultivos la mayoría de las lanuras fértiles de las latitudes medias, respetando los bosques ecuatoriales y las tundras subpolares, pues de Kadila viene la mayor parte de la fauna y la flora con que se está repoblando Megger.

A lo largo de miles de millones de años, ha habido una pequeña pero constante transferencia mutua de materia orgánica entre Kadila y Megger. Algunos tempranos impactos de meteoritos han arrancado material de ambos mundos, que han acabado cayendo en el otro. Un pequeño porcentaje de ellos llevaba a bordo microorganismos extremófilos, que han logrado sobrevivir al brutal viaje, acercando las líneas genéticas primitivas de las especies de ambos planetas. En otras ocasiones, diminutos organismos excepcionalmente resistentes, como los conocidos tardígrados de la Tierra, semillas ligeras o esporas, han sido arrastrados hasta la alta atmósfera por los vientos y otros eventos, y eyectados al espacio por los campos magnéticos. Al estar los dos planetas tan cercanos y relacionados gravitacionalmente, una pequeña parte de esos seres, desecándose y convirtiéndose en poco más que una mota de polvo con una minúscula chispa de vida en su interior, han logrado sobrevivir a varios siglos de lento viaje hasta caer en la superficie de alguno de los dos mundos. Por ello, esa lenta y larguísima panspermia mutua ha permitido que las especies de ambos planetas sean lo suficientemente próximas entre sí, como para que se pueda usar la biosfera de Kadila para repoblar Megger, con pequeñas adaptaciones.

El planeta ofrece una curiosa estampa de división en bandas de color: hasta unos cinco grados de latitud norte y sur el desierto salino, rico en litio y en muchos puntos tan blanco como el hielo y tan plano como el cristal, rodea el ecuador del planeta, sólo interrumpido por los miles de ríos que desembocaban en el Gran Lago Salado o en otros miles de lagos ecuatoriales de variados tamaños, ofreciendo un gran contraste de color. De los cinco a los diez grados de latitud norte y sur, dominaban las densas praderas de hierba halófila, de color verde muy oscuro.

El límite de esa región hipersalina lo marcaban las dos franjas vegetales verdiblancas de un grado o dos de extensión, constituídas casi en exclusiva por los curiosos árboles botella. Dichos árboles, para soportar la salinidad creciente de la tierra, habían evolucionado engrosando su tronco para tener una reserva de agua dulce con la que sobrevivir, mientras exudaban la sal por ósmosis a través de su corteza porosa. Con apenas veinte metros de altura, las copas empezaban a unos quince metros y se extendían en horizontal, como si fuesen setas. Sólo se había documentado un caso de árboles parecidos, en la Tierra, en una isla llamada Socotra. Adaptados a una salinidad concreta, los árboles botella creaban una auténtica frontera entre las praderas de hierba halófila y las zonas templadas[5], de baja o escasa salinidad, que se extendían hasta los cuarenta grados de latitud. El verde multicolor de los enormes bosques, praderas y campos de cultivo cubría casi por completo la superficie de la zona templada, salpicada por los miles de lagos, lagunas, ríos, canales y arroyos.

Hasta los cuarenta y ocho grados, existía una estrecha franja de tundra ártica con bosques de árboles achaparrados y torturados por los intensos vientos catabáticos dominantes, que se derramaban desde los hielos polares. Y, más allá, tras un muro frontal hielo de casi tres kilómetros de altura, la inmensidad gélida de los Casquetes Polares propiamente dichos, de un blanco inmaculado.
 
Cada banda definida tiene su propia fauna específica; desde los microorganismos y artrópodos acuáticos y terrestres halófilos de la banda ecuatorial, pasando por las diversas criaturas que viven en simbiosis con los árboles botella, la gran biodiversidad de criaturas de las bandas templatas, hasta los grandes y poco numerosos animales de las tundras subpolares. En los casquetes polares propiamente dichos, sólo diversas estirpes de microorganismos y hongos microscópicos logran sobrevivir.
 
Otra de las grandes curiosidades de Kadila es su planitud. En efecto, el planeta apenas tiene ningún rasgo geológico distintivo. Ni montañas, ni cordilleras, ni cráteres visibles, ni depresiones o cañones, exceptuando, claro está, el enorme cañón anegado por el Gran Lago Salado. El desarrollo vertical medio del planeta es de menos de apenas setecientos metros, comparado con los casi cinco kilómetros de la Tierra, los cuatro de Vian'har, los siete de Megger o los casi quince de Marte. La mayor profundidad es la del Gran Lago Salado, pero como está completamente llena de agua, visualmente no hay apenas depresión. Y la mayor altitud la ostentan los muros terminales de hielo de los Casquetes Polares. La formación geológica más elevada de Kadila apenas tiene novecientos metros de altura, siendo casi todo el planeta suaves colinas y grandes llanuras.

Admiraron en silencio el precioso mundo, auténtica joya multicolor segmentada del espacio. También orbitaban Kadila dos estaciones confederadas, en este caso para gestionar las exportaciones de fauna, flora, productos agrícolas, litio y sal, y las importaciones de fertilizante, infraestructura hidráulica, tecnología desalinizadora y maquinaria agrícola.

—Es realmente hermosa—susurró Vanessa. Mónica miró a su madre con cariño.
—Sí lo es—afirmó Erin. —Nunca habría imaginado que un mundo rocoso pudiese presentar bandas de color, como un joviano[6] cualquiera. Es impresionante el contraste de color.
—Pensar que Marte pudo ser así si su geología no hubiese muerto—murmuró Li, casi para sí mismo.
—Es verdad. Vanala y Kadila tienen aproximadamente el tamaño de Marte—coincidió Klaus. —Pero los tres son extraordinariamente distintos. Vanala, aún teniendo campo magnético, no tiene ni el menor rastro de atmósfera y es una roca pelada y muerta. Marte tiene una fina y tenue atmósfera pero no campo EM y tampoco actividad geológica destacable. Y Kadila lo tiene todo. Posee campo EM, una modesta actividad geológica con pequeños volcanes, una atmósfera ligera pero suficiente… Tres planetas con el mismo tamaño, la misma composición básica y gravedades similares… y tres mundos completamente diferentes.
—Lo que resulta curioso es que Vanala y Kadila sigan teniendo rotación tras tantos miles de millones de años. Deberían sufrir acoplamiento de marea con Megger, ¿no, Li?—preguntó Erin, curiosa.
—En otras circunstancias, sí—explicó él. —Pero esos dos mundos no pueden alejarse de la supertierra Megger, pues están clavados en los puntos troyanos. Es como si hubiese ahí una depresión y, cada vez que quieres rodar fuera, vuelves al centro, a la posición de equilibrio.
"Como no pueden alejarse, la energía orbital y gravitatoria no puede cambiarse ni transformarse, por lo que continúan rotando normalmente.
—No acabo de entenderlo—dijo Vanesa.
—Mira, en el Sistema Solar, la Luna se aleja de la Tierra paulatinamente porque la frena. El frenado gravitatorio crea una diferencia de energía orbital que, para equilibrarla, se "invierte" en alejar la Luna. Inicialmente, hace cuatro mil millones de años, la Luna estaba muchísimo más cerca y la Tierra giraba en unas siete u ocho horas. Las mareas en aquel tiempo eran de kilómetros de altura, por la atracción lunar. Eso provoca que los océanos rocen contra la roca bajo ellos y frenen el planeta. ¿Bien hasta aquí?—Se notaba que Li estaba en su salsa.
—Sí.
—Pues bien, si la Tierra se frena porque la Luna crea un rozamiento al atraer los océanos, esa energía, que ni se crea ni se destruye, tiene que ir a algún lado. La Tierra pierde velocidad y esa pérdida va a parar a la Luna, que aumenta su energía orbital, se la roba a la Tierra. Y esa energía se traduce en un aumento lento y constante de la distancia orbital.
—Ya veo. Gracias. Ahora lo entiendo.
—De nada. Pero aquí, en este caso, Vanala y Kadila no pueden alejarse, así que, aunque los tres mundos se intentan frenar mutuamente, la energía gravitacional no para de transferirse entre las troyanas y Megger, continuamente. Es decir, se pasan el día frenándose y acelerándose, con lo que sus rotaciones se mantienen generalmente estables, aunque sus velocidades realmente oscilan entre un máximo y un mínimo en ciclos de milenios, según los modelos por computadora.
—Qué curioso—intervino Erin.
—Ambas troyanas poseen grandes núcleos férricos, tan grandes como los de Megger. Pero no pudieron acabar de completar su formación porque la supertierra, más masiva desde el principio, se quedó con la mayoría de los materiales de su órbita. Si los tres mundos se hubiesen formado simultáneamente, en lugar de ser Megger el primero con pocos millones de años de diferencia, aquí habría tres planetas de tamaño y masa casi idénticos. No obstante, como pudieron formar sus núcleos y conservar la rotación, Vanala y Kadila tienen el lujo de poseer campos magnéticos de protección—Cuando Li dejaba rienda suelta a sus conocimientos astrofísicos quedaba patente que era feliz. Le encantaba su profesión y poder explicarla.
—Aunque a Vanala no le sirvió de nada—apuntó Klaus.
—No, ciertamente no. Es lo que tiene sufrir un megaimpacto catastrófico.

En los asientos traseros, Antonio entretenía a Alexia, a la que las sesudas explicaciones de su padre le sonaban a poco más que ruido. No podía entender nada. Así que su abuelo la distraía con preguntas acerca de lo que estaban viendo del mundo que se exhibía bajo ellos.

—¿Qué colores hay ahí, cielo?—le preguntó a la pequeña, acariciándole la cabeza.
—Marrón y blanco. Ved-de fuet-te. Muchos ved-des. Y mucho blanco arriba y abajo. Y rayitas y pun... puntitos azules—respondió Alexia. —¿Qué... qué son?
—En el medio, el marrón es arena del desierto y el blanco sal—le explicó Antonio. Los demás lo miraron con divertida compasión, pues podía ser víctima de nuevo de una tormenta de "por qués" infantiles.
—¿Sal? ¿Cómo la... la... la de comer?—Alexia lo miró con los ojos como platos.
—Sí. La sal está en el agua, como en el mar. El calor del sol hace que el agua se convierta en nubes. ¿Te acuerdas de aquel humo blanco que sale de la comida que cocina la abuela?
—Ajá. No es humo. E... es vapor—Antonio sonrió. Le había costado un poco explicarle la diferencia unos días atrás, en la Colonia.
—Exacto—Estaba muy orgulloso de ella. Pese a su corta edad, poseía una viva y rápida inteligencia. —Pues esto es lo mismo. Sólo que en lugar del fuego de la cocina, el que calienta es el sol. Bien, al evaporarse el agua, la sal, que pesa más, no puede irse con ella en las nubes, y se queda atrás, toda juntita, formando montones duros. Eso es el blanco que ves en medio. Luego, lo verde oscuro es un tipo de hierba que sólo puede crecer ahí, en la tierra salada, pues las otras plantas se mueren con tanta sal. La zona de muchos verdes que hay después, a ambos lados, son bosques y campos de verduras—Alexia arrugó la nariz. No le gustaba la verdura. —Hay que dar de comer a mucha gente en Megger y el planeta no tiene aún suficiente tierra para campos. Y el resto del blanco, arriba y abajo, es hielo, porque ahí hace mucho frío.

La niña, acostumbrada a ver imágenes de todo tipo de mundos en la escuela infantil, sabía que algunos de ellos tenían hielo en los polos. Muchos, incluso, estaban cubiertos de hielo por completo.

—Es muy bonito—comentó. —¿Y... y los put-tos azules... son agua? ¿Y las rayitas?
—Claro. Son ríos y lagos que vienen desde el hielo y riegan el planeta entero. Este mundo es muy pequeñito para tener mares, así que tiene muchos, muchos ríos y muchos, muchos lagos.

Alexia asintió con la cabeza y guardó silencio, contemplando ávidamente los detalles del planeta bajo ella.


*


—Tenemos permiso para entrar en el hangar—informó Mónica.

Todos suspiraron aliviados. Llevaban unas siete horas metidos en aquella pequeña nave y tenían ganas de estirar las piernas en condiciones. Anhelaban respirar el aire fresco y natural del módulo invernadero y descansar hasta el día siguiente. La excursión había sido genial. Habían llenado sus mentes de recuerdos que difícilmente olvidarían. La belleza árida y estéril de Vanala. El hermoso contraste de tonalidades y bandas de color de Kadila. La inmensidad del Anillo de Megger y las máquinas constructoras… Una excursión realmente fantástica, pero agotadora. Habían decidido no aterrizar en Kadila aquel día, pues el engorroso proceso de esterilización al que se debían someter antes y después no les apetecía. Además, que siete personas se enfundasen los trajes de bioseguridad en aquel espacio tan reducido habría sido todo un reto. Quizá unos días después, con la muchísimo más cómoda Elcano se animasen a visitar la superficie de la fascinante luna troyana.

El pequeño transbordador voló ágilmente y se dirigió hacia el costado derecho de la inmensa puerta del hangar del Nodo cuatro. Las naves grandes entraban por el centro, tal y como hizo la Elcano dos días atrás. Pero las naves pequeñas, como había espacio de sobra, entraban por los costados de la enorme puerta. A tal efecto, los meggios habían montado dos pistas de repulsión, para que los transbordadores pudiesen entrar cómodamente en sus áreas reservadas, hasta un punto en que los remolcadores de tierra pudiesen estacionarlos. De esa forma, se minimizaba el uso de motores y propulsiones en el interior del hangar.

Aterrizaron suavemente sobre las ruedas del transbordador. Enseguida, un vehículo remolcador enganchó el tren delantero y arrastró la pequeña nave en silencio hasta su puesto de estacionamiento. Illu había tenido la amabilidad de reservar una plaza para la pequeña nave justo al lado de la Elcano y del caza de Naler, el Ereun. Mónica sintió una punzada de nostalgia al ver su querida nave. El transbordador se comportaba de maravilla, pero la Elcano era la Elcano.

Klaus abrió la puerta de acceso, extendió la escalerilla eléctrica y todos bajaron ordenadamente. Mónica fue la última en salir, dando un último vistazo para asegurarse que la nave quedaba asegurada y que no podía ocurrir ningún percance.

Vanesa y Antonio se despidieron de los demás y de Alexia, cubriéndola de besos y abrazos entre las risas de la niña, y se dirigieron hacia el transporte que los llevaría a su casita del módulo invernadero. Erin y Klaus querían un rato a solas y decidieron ir a dar un paseo a su aire, a ver si encontraban algún lugar con encanto en el que tomar algo y hablar de sus cosas.

Por tanto, Mónica, Li y Alexia se quedaron a solas, con la única compañía de un par de técnicos meggios que revisaban el transbordador.

—Hemos gastado tres cristales del PHD—les informó Mónica. Los meggios se rieron abiertamente.
—¿Sólo tres?—dijo uno de ellos. —Generalmente, las personas que hacen turismo suelen gastar los diez. No es la primera vez que alguien no planifica correctamente sus saltos y hay que acabar yendo a rescatarlo.

Todos se rieron. Curiosamente, los fallos tontos de ese tipo eran mucho más habituales de lo que cabría esperar, máxime teniendo en cuenta que la Confederación… ¡era una civilización interestelar!

—Quisiera recoger un par de cosas de la nave, para esta noche—dijo Li, besando la mejilla de Mónica, que lo miró con suspicacia. —Tranquila, nada raro. Sólo quiero coger la tableta para ponerme en contacto con el Osiris, a través del programa interno codificado… y unas velitas.

Ella le propinó un puñetazo cariñoso en el hombro y exhibió una de sus deslumbrantes sonrisas.

—Eres un puñetero liante.
—Lo sé. Es parte de mi encanto.
—Sí, sí lo es—afirmó ella, regalándole una de aquellas miradas intensas que tanto adoraba. Se dirigió a los meggios. —¿Sabéis dónde puedo encontrar a Illu? Necesito comentarle un par de cosas y darle las gracias por su amabilidad.
—Está en su despacho personal, haciendo gestiones—respondió uno de ellos. —Suele retirarse allí, pues se concentra mejor que en la oficina del hangar, con tanto jaleo de entradas, salidas, comunicaciones y demás. En su despacho está tranquilo y puede dedicarse a los pormenores de su cargo.
—¿Y dónde está ese despacho?

El meggio le pidió su ordenador personal. Mónica activó el dispositivo de la cara interior de su antebrazo. La pantalla flexible, cosida al traje, se iluminó y apareció una serie de iconos, indicando las aplicaciones disponibles. Como piloto, el ordenador de Mónica no era un modelo como los que llevaba el público general, sino un dispositivo profesional de gran capacidad y conectividad extendida. El técnico meggio activó el suyo y buscó brevemente. Cuando los dos ordenadores se sincronizaron, él hizo un leve gesto de arrastre hasta más allá del borde de la pantalla y la información apareció en la de Mónica. Era un plano tridimensional del Nodo cuatro, con un itinerario y una marca de señalización: el despacho de Illu. Estaba cerca de la Oficina Central del hangar, pero no lo suficiente como para verse perturbado por el bullicio.

—Gracias—dijo Mónica sonriendo al meggio. Se dirigió a Li. —¿Se va la niña contigo o me la llevo yo?
—Como quieras. A mí no me molesta en absoluto—respondió él.
—¿Tú qué dices, Alexia? ¿Quieres ir con papá a buscar unas cosas a la nave y luego a la casita del lago, o quieres venir con mamá a darle las gracias a Illu por el paseo de hoy?

La niña los miró a ambos, seria. No sabía qué hacer. Al final, en un impulso, decidió ir con su madre. Le había parecido simpático el pequeño hombre con plumas y le gustaría volver a verle. Tenía unas plumas de un color azul metálico brillante en el cuello que le habían gustado mucho.

Mónica y Li se besaron y se separaron. Él entró en la Elcano y ellas caminaron a lo largo del paso de personal cerca de la pared del hangar, en dirección a uno de los elevadores. Alexia caminaba a saltitos, feliz y sonriente.

El ascensor las dejó en la plataforma intermedia, en el mismo nivel de las Oficinas Centrales. Desde allí, la vista del hangar era espectacular, con las naves pulcramente alineadas y todo el personal, mercancías, vehículos auxiliares y maquinarias pululando a su alrededor, hasta donde llegaba la vista. Pasaron unos minutos contemplando el espectáculo y se pusieron en camino hacia el despacho personal de Illu. El diseño de aquella sección era cuadrangular, así que sólo tuvieron que recorrer un par de pasadizos hasta llegar a su destino. No se cruzaron con nadie. Realmente, era un área tranquila.

Al ir a pulsar el timbre de aviso, Mónica presintió algo raro. La puerta estaba entreabierta y dentro estaba oscuro. Instintivamente, empujó suavemente a Alexia hasta colocarla tras de sí. La niña miró desde detrás del muslo de su madre, agarrada a sus pantalones. Mónica empujó despacio la puerta y ésta cedió hasta topar con algo. Del cinturón que siempre llevaba sacó una pequeña linterna led de gran potencia, de apenas cinco centímetros de longitud. La encendió y mantuvo el dedo sobre el botón de destellos, por si hubiese problemas.

El despacho estaba revuelto, como si hubiese habido una pelea o si alguien hubiese estado buscando desesperadamente algo.

Entonces vino a su mente el incidente del espía en el lago, y recordó que Illu tenía una de las dos piezas que le habían extraído al SRB. La otra la llevaba ella encima en ese momento. Inspiró hondo y asomó la cabeza por la puerta, con suma cautela. Un cuerpo estaba extendido boca arriba en el suelo. La puerta no se podía abrir más porque chocaba contra la cadera de aquella persona. Mónica iluminó su rostro y se sorprendió al ver que era Illu, con la cara ensangrentada.

Se puso en alerta máxima. La situación era muy fea. Aguzó el oído y no pudo descubrir nada. Quienquiera que hubiese atacado al meggio, debía estar lejos ya. Miró a ambos lados del silencioso y suavemente iluminado pasillo, hasta las dos esquinas más próximas. Había unos veinte metros a cada lado, por lo que nadie podría atacarlas por sorpresa. La media docena de puertas que daban a aquel pasillo parecían estar cerradas con llave. Escrutó el interior del despacho con la linterna y tampoco vio nada ni a nadie.

Con Alexia a su lado, Mónica no se atrevía a enfrentarse a nadie. Estaba a punto de pedir ayuda con el ordenador cuando Illu gimió. Mónica dudó apenas un segundo.

—Alexia—susurró con seriedad, mirándola fijamente a los ojos. —Mamá quiere que te quedes aquí mismo, en la puerta, sin moverte. Tengo que ayudar a Illu. No te muevas de aquí. ¿Lo entiendes?
—Sí, mami—dijo la pequeña, mirando de reojo al meggio herido.
—No te muevas de la puerta. Y si ves a alguien que viene por allí, o por allí—le dijo, indicando ambas esquinas del pasillo—me avisas de inmediato. ¿Vale, mi niña? Mamá necesita que la ayudes.
—Vale, mami—Y se quedó allí, mirando a un lado y a otro, muy tiesa y seria, con las manitas cruzadas frente a sí.

Mónica se acercó a Illu con cautela, barriendo otra vez el amplio despacho con la linterna en busca de problemas. Su instinto golpeaba su mente, manteniéndola en plena alerta. Bajó la mirada hacia el meggio. Tenía un fuerte golpe en la cabeza y estaba semiinconsciente. Sangraba bastante, pero no parecía que la hemorragia fuera a poner en peligro su vida. No obstante, dado el pequeño tamaño de los meggios, Mónica no estaba completamente segura de ello. Miró alrededor y encontró un trozo de tela limpia. Lo cogió y presionó con delicadeza la herida para contener la hemorragia. Illu gimió de nuevo.

Sin bajar la guardia, Mónica levantó el brazo para pedir auxilio a través del ordenador.

—Yo no haría eso, si quieres seguir viendo crecer a esa pequeña—sonó una voz grave frente a ella.

El vello se le erizó de aprensión. Una figura había hecho girar el silón y se levantó de detrás de la mesa. No lo había visto. El muy ladino se había escondido oculto por el respaldo del sillón. Mónica pudo ver que llevaba un arma en la mano y apuntaba a Alexia. Por su silueta, pudo adivinar que era humano, con toda seguridad. Los naderios eran hábiles reclutando espías, y la codicia humana a veces era fácil de comprar. No con dinero, que ya no valía para nada, pero sí con muchas otras cosas. Era muy raro encontrar espías vianhios o jurhanii. En cambio algunos humanos, fieles a sus milenarios defectos, solían ser los más predispuestos a las intrigas. Y algunos meggios también, tras tantos milenios espiando y ocultando secretos.

Mónica se puso en pie lentamente, con el cuerpo en tensión. Giró la cabeza y trató de interponerse discretamente entre el arma y su hija.

—Si te mueves un paso más, le hago un bonito y doloroso agujero en el vientre a tu niña.
—Alexia, no te muevas. —Se quedó inmóvil, con el corazón encogido. Debería estar aterrorizada, pero los años practicando artes marciales la habían hecho muy dueña de sí misma. Analizó la situación, sin ver de momento una salida segura. Trató de ganar tiempo.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Y por qué has atacado a Illu?—preguntó, con voz ácida.
—Uyuyuy…—respondió el individuo. —Cuantas preguntas, Mónica. —Ella se tensó al oír su nombre. Aquello no le gustaba nada.
—¿Cómo sabes mi…?—empezó ella. Pero él la cortó con un gesto de la mano armada.
—Sé muchas cosas de ti, preciosa. La famosa Mónica Llanos, de la Colonia, mejor piloto de la clase C, descubridora del oberón, dueña personal de la Elcano, y verificadora de una nueva y estratégica tecnología experimental… no eres una mujer que pase desapercibida. —Recorrió su cuerpo con la mirada, de arriba abajo. —No, en absoluto pasas desapercibida.

Su voz era tranquila y moderada, pero Mónica sintió una gran amenaza en ella. Cruzó los brazos ante el pecho. Se sentía asqueada por el repaso que le había dado aquél tipo.

—Ahora, por favor, dame la pieza que falta del SRB. La de éste valiente—señaló despectivamente a Illu—ya la tengo, aunque me ha costado un poco convencerlo. Pero, con la adecuada persuasión, todo es posible. A ti preferiría no tener que golpearte hasta ese punto. Ni a esa ricura que has traído. Tengo mejores planes para ambas.
—Como le pase algo a la niña… te mataré—La ferocidad en la voz pausada de Mónica al proferir la amenaza hizo que el desconocido dudase apenas un instante. Luego compuso una sonrisa torcida.
—Típica amenaza vacía. Si no me das la pieza ahora mismo, le voy a hacer mucho daño a tu hija—extendió la otra mano abierta, con la palma hacia arriba, sin dejar de apuntar a Alexia.
—Aparta esa arma de la niña y te la daré.
—¿Me crees imbécil?—rió él cansadamente. —Sé perfectamente cuán peligrosa eres en la lucha, encanto. Tú y esa rubita sensual hicísteis una buena demostración de combate ayer. Aunque lo mejor no fue el combate, sino el espectáculo de después… sobre todo al salir del agua—insinuó con tono lascivo, pasándose el dorso de la mano por los labios.

Mónica se irguió, con la mirada encendida de cólera. Se sintió sucia al pensar que aquel desgraciado las había visto casi desnudas.

—Cerdo mirón hijo de puta. Así que fuiste tú el que nos espiaba por la ventana—escupió ella.
—¡Vaya! Qué boca más sucia tiene la educada Mónica Llanos cuando quiere, ¿eh?—No había ironía ni sarcasmo en su voz sosegada y monótona, sólo peligro. En aquel momento ella supo que, en cuanto el desconocido tuviese la pieza en su poder, las dos morirían. Y no sería rápidamente.

Veloz como el rayo, disparó la pierna derecha. Había ido deslizando el pie disimuladamente bajo un cuenco metálico volcado en el suelo, sin que el tipo tras la mesa se diera cuenta. La pieza de metal voló con precisión y golpeó la muñeca del individuo, desplazando el arma antes de que él pudiese siquiera reaccionar.

—¡Alexia, corre, vete!—gritó al tiempo que giraba sobre sí misma y descargaba un demoledor golpe de talón contra la cadera del hombre. La pequeña, ante la orden perentoria de su madre, dudó un momento pero enseguida salió corriendo.

Él gritó y se giró rápidamente, no sin antes encajar otro par de puñetazos certeros en el pecho y un revés en el brazo, que hizo que el arma cayera bajo un armario. La chica pegaba con ganas. Era tan peligrosa como creía. Sonrió.

Se puso en posición de defensa y empezó a reaccionar a los ataques rapidísimos y furibundos de Mónica. El tipo no era ningún aprendiz. Sabía defenderse perfectamente. Simplemente lo había pillado desprevenido. Pero Mónica lanzó un torrente de ataques veloz como el sonido, alcanzando a su oponente muy duramente. Cayó de nuevo al suelo y ella se agachó, lo agarró del cuello de la ropa y levantó la mano, presta a lanzar un golpe letal.

El tipo rió con el labio partido y miró detrás de ella.

—Bien, muy bien—dijo él. —Eres una gran rival y un juguete muy entretenido. Me voy a divertir mucho contigo cuando te doblegue, y no precisamente combatiendo. ¿Verdad, Ed?
—Sí. Nos vamos a divertir mucho con esta preciosidad tan peleona—sonó una voz tras ella. Una mano helada de pánico agarró su columna vertebral. Giró la cabeza rápidamente y vio a un tipo delgado salir de detrás de un tapiz de tela que cubría una pared. Llevaba un cuchillo en la mano. No se lo podía creer. Había otro tipo escondido y ni lo había notado.

En la breve fracción de segundo que Mónica miró al tal Ed, el otro atacó como una serpiente, encajándole un duro puñetazo en el estómago. Ella apenas tuvo tiempo de tensar la musculatura del vientre para minimizar el golpe. Se quedó sin aliento.

Él volvió a atacar y ella esquivó a duras penas, boqueando como un pez para encontrar aire. Al fin, su diafragma respondió y pudo volver a respirar. Ya no podía rendirse. Las insinuaciones de aquellos dos desgraciados iban más allá de matarla. Pensaban pasarlo muy bien con ella antes de volarle la cabeza. Una náusea de aprensión la recorrió.

"Al menos, Alexia ha podido huir", pensó.

Sonó un chillido agudo.

Miró por el rabillo del ojo y se le heló la sangre en las venas. Un tipo enorme tenía a la niña agarrada por el cuello, manteniéndola en el aire con absoluta facilidad, y le tapaba la boca con su manaza. Era un mastodonte con la cabeza rapada, extremadamente musculoso, con venas gruesas como cuerdas marcándose en sus brazos. Su mirada fría y su sonrisa siniestra desesperaron a Mónica.

—Parece que tu breve momento de heroicidad toca a su fin—siseó el hombre que, evidentemente, era el cabecilla. —Ahora tu hija verá algo muy desagradable para su madre, pero muy divertido para nosotros. Ed, coge tú a la niña.

El delgaducho avanzó hacia el gigantón y agarró a la niña por los hombros, poniéndole el cuchillo cerca de la clavícula. La hizo entrar y cerró la puerta, apoyándose en ella con la espalda. En todo el rato, Alexia no había podido decir nada. Sólo tenía los ojos desorbitados de pánico. Mónica sintió su corazón partirse en el pecho. Aquellos cerdos iban a obligar a la niña a mirar lo que estaban a punto de hacerle.

Contra los tres no podía hacer nada. Y menos con uno de ellos amenazando a la pequeña. No tenía salida. Ninguna salida. Iban a hacer lo que les diese la gana con ella y no podría evitarlo. Pero tenía muy claro que allí se estaba jugando con la vida de las dos. Tenía que intentar, por lo menos, que Alexia saliese de allí. Tenía que intentar, al menos, que todo el daño se lo hiciesen a ella y no a la niña.

El gigantón se colocó ante ella, sonriendo con suficiencia y la miró lascivamente. Hizo crujir sus enormes nudillos. El cabecilla se retiró y se sentó indolentemente en la mesa. Mónica se puso en guardia.

—Marcus, haz los honores. Ablándala, pero que no pierda la consciencia. Quiero que lo disfrute todo—dijo el maldito bastardo, con voz sarcástica y llena de lujuria.
—Será un placer—dijo el gigantón con voz grave, sin dejar de sonreír.

Abalanzó una manaza contra ella y Mónica esquivó, lanzando una poderosa patada contra los testículos de su agresor. Pero él, previendo el ataque, había girado la cadera y el golpe le alcanzó en el muslo. Ni pestañeó. Ni siquiera perdió la sonrisa.

—La gatita quiere jugar—masculló, mientras los otros dos se reían.
—Da igual. Ahora, aunque grite, aquí no hay nadie para oírla. Este despacho está muy bien insonorizado—dijo el cabecilla, como sin darle importancia. —Diviértete como quieras, pero recuerda qué te he dicho.
—Descuida. La ablandaré lo suficiente para que la podáis disfrutar tranquilamente después.

Que hablasen de ella en aquellos términos la puso enferma. El mastodonte atacó de nuevo, abalanzándose sobre ella. Mónica intentó escapar escabulléndose bajo el brazo, pero el tipo usó su corpulencia para desestabilizarla y ella cayó al suelo. Inmediatamente la agarró por el cuello, la levantó como un pelele, y la inmovilizó contra la mesa. Cogió su chaqueta de vuelo con las manos y, con un tirón brutal, le rasgó la cremallera, arrancándole un grito de dolor al forzarle los hombros. Casi se los dislocó. Le dio la vuelta como a una muñeca de trapo, atenazándole la nuca, y le acabó de quitar la chaqueta.

Mónica se quedó con la camiseta de tirantes que llevaba bajo la chaqueta de vuelo. El gigante la soltó, sin dejar de sonreír.

Ella se giró, respirando entrecortadamente, con los ojos llameando de furia. Soltó un grito y atacó. Lanzó cuatro puñetazos demoledores al pecho de su atacante. Eran golpes críticos, buscando puntos vitales. Pero el tipo ni se inmutó. Saltó en el aire, giró sobre sí misma y descargó una formidable patada contra su mandíbula. Debería haber caído redondo, pero ni siquiera acusó el golpe. Descargó una tormenta de puñetazos, golpes de mano y codo contra su agresor. Puso en ello toda su alma. Pero el tipo se limitó a seguir sonriendo y volvió a agarrarla del cuello. Mónica tuvo miedo. Aquél tipo no era normal, en absoluto. Una cosa era ser fuerte, y otra invulnerable.

Alexia sollozaba desesperada, viendo que su madre no podía defenderse de sus atacantes. Intentaba llegar hasta ella, como fuera, pero Ed la tenía firmemente cogida. ¿Qué podría haber hecho una niña de poco más de tres años contra un adulto cualquiera?

El gigantón agarró el escote de la camiseta y, al igual que con la chaqueta, la arrancó de un solo movimiento. Mucho menos resistente que la chaqueta, la prenda se hizo jirones, dejando a Mónica sólo con el sujetador. Sus pechos plenos se agitaron con su respiración entrecortada, atrayendo las miradas de los tres tipos.

—Suéltame, maldito—masculló.

"¡Mierda, mierda, mierda! No puedo creerlo. Me van a forzar y no puedo hacer nada por impedirlo", pensó, asqueada y desesperada.
 
Saber que Alexia tenía que ver aquello la puso enferma. Tenía que evitarlo como fuese. No podía dejar que la niña presenciase aquella salvajada.

Encima de la mesa vio un cuchillo decorativo que estaba bajo una pantalla volcada. No tenía filo, pero sí punta. Rápida como el relámpago, Mónica lo agarró y acuchilló al gigante en el vientre. Él apenas gruñó levemente. Ella, asombrada, echó el brazo atrás y volvió a acuchillar, pero el gigantón encajó la puñalada sin pestañear.

"¿Qué coño está pasando aquí? ¿Por qué no cae este cabrón?".

—¡Muere, cerdo!—gritó fuera de sí.
—¿Con ese pinchito?—rió él, despectivo.

Giró sobre sí misma tan velozmente como pudo y lanzó la punta del cuchillo hacia la garganta del gigante. Pero él atrapó su brazo antes de alcanzar su objetivo.

Agarró la muñeca de Mónica y apretó hasta que los huesos crujieron. Ella chilló de dolor y soltó la empuñadura. El cuchillo cayó al suelo inofensivamente. No había alcanzado ningún punto vital. Su gruesa musculatura abdominal era lo único que ella había logrado herir. Observó sorprendida que apenas sangraba.

La volvió a agarrar del cuello, apretando bajo la mandíbula. El lacerante dolor la hizo aullar. Clavó las uñas en la carne del antebrazo de su torturador con todas sus ganas, pero él se limitó a sonreír.

—Todas las gatitas acabáis usando las uñas—le dijo, en voz baja y obscena, justo al lado de su oído derecho. —Hay que enseñaros a respetar y obedecer a vuestro dueño. —Ella se revolvió, furiosa.

Levantó el brazo y descargó una salvaje bofetada. Mónica sintió como si su cabeza explotase. El oído le zumbó dolorosamente y sintió su pómulo y su ojo hinchándose por momentos.

Los otros dos se rieron a placer, mientras Alexia lloraba a lágrima viva, chillando y debatiéndose por llegar a su madre.

—Mami… por favor, mami. Mamiii…—decía entrecortadamente la niña entre lágrimas y sollozos.

El tal Marcus descargó otras tres brutales bofetadas en el mismo lado. Mónica ya no sentía el costado izquierdo de la cabeza. Ni el ojo, ni la cara, ni el cuello. Sólo sentía una tumefacción nauseabunda y notó el sabor de la sangre en la boca. Estaba tan aturdida que apenas podía pensar. Su agresor era sólo un borrón de color contra el fondo. Gimió débilmente.

El gigantón le dio la vuelta, la puso de bruces sobre la mesa y usó su propio cuchillo para rajarle los pantalones, mientras su víctima estaba semiinconsciente. Mónica se quedó en ropa interior y botas. Su piel morena, suave y tersa, incrementó el deseo de los tres tipos. El gigantón le quitó el sujetador, dejando sus pechos a la vista. La levantó y la expuso como un trofeo a sus compañeros, que rieron y comentaron lo que se iban a divertir con ella luego. Deslizó una manaza bajo el brazo de la chica y le agarró un pecho, manoseándoselo obscenamente.

—¿Os habéis fijado qué buenas tetas tiene la mamaíta?—comentó. —Las de la mayoría de madres que conozco se caen tras parir a sus bastardos. Pero ésta ricura tiene las tetas duras y tersas de una adolescente. —Volvió a manosearla con énfasis.

Mónica se tensó y se debatió, aún aturdida. Él, sin cambiar la presa del cuello, le agarró las bragas y se las arrancó, dejándola vulnerable y expuesta.

—Vaya, vaya… La gatita está rasuradita. ¿Acaso sabías que íbamos a vernos y te has preparado para mí?—La insinuación de aquel bastardo hizo que a Mónica se le revolviesen las tripas, más aún que con su fétido aliento.

—Deja de llamarme gatita. ¡Suéltame!—siseó furiosa.
—Pero mujer, si aún no hemos empezado a divertirnos. Ten paciencia, preciosa. Enseguida empezará lo bueno. Voy a llegarte hasta el alma.

Aterrada por las implicaciones de aquella última frase, trató desesperadamente de zafarse otra vez, pero era imposible. Aquél tipo era una bestia. Volvió a darle la vuelta y la tiró de nuevo sobre la mesa, sin contemplaciones. Le apartó las piernas a ambos lados con sendas patadas. Su manaza le atenazó la nuca y la aplastó contra la mesa.

—¡Mami! ¡Deja a mi mami! ¡No le hagas daño a mi mami!—chillaba Alexia.

Notó que él se bajaba los pantalones con la otra mano y tomaba posición tras ella.

—¡No! ¡Suéltame, cerdo! ¡No!—chilló desesperada.

"Va a ocurrir. No, por favor, no. Esto no. Esto no. Que esta bestia no me tome, por favor. Ayuda...", pensó aterrorizada.

—¡Déjame, asqueroso cabrón!
—Sigue luchando e insultándome. Las gatitas me gustan más cuando luchan, chillan y se retuercen. Y tú harás todas esas cosas mucho tiempo.
—¡No! ¡No! ¡Suéltame! ¡Déjame!—Aquella brutal impotencia la estaba volviendo loca.

"Delante de la niña no..."

En un último intento, ella logró retorcerse y echó la mano izquierda hacia atrás. Consiguió agarrar los testículos del gigantón. Apretó con todas sus fuerzas, clavando las uñas y girando la muñeca tanto como pudo.

Él rugió de dolor y le aplastó la cara contra la mesa. Un estallido de dolor se expandió por su rostro cuando su nariz se hizo añicos. Alexia chilló, con un tono tan lastimero y desesperado que hizo que el corazón se helara en el pecho de su madre. Él bajó la mano y volvió a agarrarle la muñeca. Mónica sintió su radio y su cúbito partirse bajo la inmensa presión de la manaza de aquél salvaje. Aulló de dolor. Su mano, ya sin fuerza ni sensibilidad, soltó su presa.

—¡¡Mami!! ¡Le haces daño! ¡Déjala!—chillaba Alexia completamente fuera de sí, con la voz enronquecida de sufrimiento y miedo, arrasada en llanto.
—Así que te gusta tocar. No puedes esperar a sentirme y quieres ver qué te puedo ofrecer. Pues de acuerdo. Mira y disfruta.

La agarró de la melena y tiró salvajemente de su cuello hacia atrás, girándole la cabeza para que pudiese ver su entrepierna. El dolor la hizo jadear. Pero no fue lo único. Abrió unos ojos como platos. Marcus era un gigante. En todo. Si la tomaba a la fuerza con aquello, la destrozaría. No sería una violación. Sería una carnicería. Sintió que el pene de aquél salvaje se acercaba y le rozaba la parte baja de las nalgas, justo dónde se unían a los muslos. Estaba buscando la entrada de su sexo, con deliberada lentitud, deleitándose en la desesperación y el horror de su víctima. No tenía prisa. Buscaba el terror.

Inmovilizada contra la mesa, estaba completamente a su merced.

Se debatió frenética, chillando aterrada.

—¡Aparta eso de mí! ¡Suéltame! ¡No me toques! ¡Te mataré!
—¿Que lo aparte? Si va a ser tuyo enseguida. Es un bonito regalo.
—¡Mamiii!
—¿Te ha gustado lo que has visto? Pues ahora te gustará más.
—¡Suéltame! ¡No! ¡Nooooooo!—aulló despavorida.
—Oh, sí, por supuesto que sí—susurró lascivo él en su oído.
—¡¡Maaamiii!!

Alexia vio la cara ensangrentada de su madre y el brazo izquierdo colgando desmañadamente al costado de su cuerpo. Vio su terror y sus lágrimas. La vio desnuda e indefensa. Y, pese a que no entendía qué pretendían hacerle, algo en su interior se removió de repugnancia. Una certeza instintiva acuchilló su mente infantil: aquél gigante pensaba hacerle muchísimo daño a su querida mami. Y luego se lo harían los demás.

Le pasó algo extraño. El tiempo pareció detenerse a su alrededor. Bien, no exactamente. Las cosas se movían, pero muy lentamente. En aquel estado, pudo ver detalles atroces con total claridad. La sangre espesa saliendo lentamente de la cara tumefacta y deformada por los golpes. La sonrisa brutal de su agresor. La risa de los otros. El horror y la desesperación de su madre.

Sintió un crujido, como si algo se rompiese dentro de ella, en lo más íntimo y recóndito de su mente infantil.

El miedo y la angustia se convirtieron de repente a una cólera feroz, descontrolada, inmensa y abrasadora que empezó a crecer exponencialmente. Su cuerpecito se tensó. Ed se sorprendió al notar que la fuerza de la niña aumentaba de repente. Le empezó a costar mucho sujetarla. El cabecilla, completamente absorto por lo que el gigantón estaba a punto de hacerle a Mónica, no se fijó en la cara repentinamente seria del delgaducho.

Los iris violeta de Alexia empezaron a destellar intermitentemente con luz propia y la niña sintió una dolorosa oleada de calor que inundaba su cuerpo, tensando su carne y su piel como si fuese a explotar.

—¡¡MAAMII!!

Mónica notó que Marcus apoyaba el vientre en sus nalgas y echaba atrás las caderas mientras se reía. Estaba a punto de embestirla brutalmente. Sintió su repugnante pene subir por sus muslos.

Iba a pasar. Ya era inevitable. Una de sus peores pesadillas. El mayor ataque a su orgullo como mujer independiente. Iba a ser tomada por la fuerza. Se debatió, pero era como tener una tonelada encima. Sólo podía manotear inofensivamente.

—Es el momento, preciosa. Vas a sentirme entero dentro de ti.

Mónica chilló de horror con toda su alma.

Se escuchó algo extrañamente parecido a una intensa descarga eléctrica.

Algo voluminoso impactó violentamente contra Marcus, lanzándolo al suelo, lejos de Mónica. Ella también cayó al suelo y, al golpearse el brazo roto, el estallido de dolor hizo que perdiese la conciencia. Quedó tirada como una muñeca rota.

Marcus se levantó como un resorte, presto a matar a quien había osado apartarle de su presa en el mejor momento. Entonces vio qué le había golpeado: lo que quedaba del cadáver carbonizado de Ed. La incredulidad y el horror tiñeron su mirada salvaje.

Sonó una voz clara y serena, pero saturada de una ira y una amenaza monstruosas. Una voz infantil, reverberante y tan aterradora, que hizo que los dos tipos la mirasen con ojos desorbitados.

Deja a mi mamá.

Sus iris violetas destellaron como bengalas. El cabello flotaba lánguidamente sobre su cabeza, ingrávido, ondeando suavemente. Su cuerpo, con los brazos abiertos, las manos engarfiadas y las rodillas flexionadas, parecía emitir algún tipo de distorsión o calor que desdibujaba los bordes de su silueta. Y su mirada… su mirada los hizo aullar de terror.

Mientras un inmenso estallido de dolor ardiente atravesaba como un cuchillo cada célula de su cuerpo, la conciencia de Alexia cayó en espiral a un abismo de oscuridad, arrastrada por una furia ilimitada.
 
Con voz ronca y rota, profirió un último grito desgarrador:

¡¡DEJA A MI MAMÁAAAAA!!



*


En algún lugar de las profundidades del Nodo Cuatro, una serie de viejos y desconocidos sensores, que habían dormido durante siglos, se activaron, enviando una señal repetitiva y de máxima prioridad. La señal, focalizada a través del Subespacio, alcanzó unas coordenadas predeterminadas.

En un planetoide anodino de un sistema cercano pero aún inexplorado, un puesto subterráneo de avanzada se activó al recibir dos señales subespaciales casi simultáneas, despertando de su largo sueño de hibernación a uno de sus tres ocupantes.

Una vez el individuo en cuestión recuperó todas sus funciones mentales y fisiológicas, avanzó tambaleándose hacia las pantallas de la sala de control del puesto oculto.

Abrió mucho los ojos. De todas las señales que esperaban desde hacía décadas, precisamente aquella era la única que no habría imaginado recibir. Y simultáneamente de dos localizaciones distintas: el anillo orbital de Megger y una luna del Sistema de la Nebulosa Prohibida.

El mensaje en la pantalla era claro y revelador. En las dos señales:

ENERGÍA RYL DETECTADA.

"Vaya, vaya", pensó. "Esto sí que es interesante…"

Consultó los detalles de la doble alerta con curiosidad.

Y jadeó de incredulidad.

Las lecturas se salían de la escala. De todas las escalas.

"¡Debo dar parte inmediatamente!"

Con gestos apresurados, puso en marcha toda la instalación y despertó a sus compañeros.






[1] PHD, Planetary HyperDrive en inglés (hiperpropulsor planetario). El babélico, como se ha comentado en un capítulo anterior, es un idioma formado por otros muchos idiomas, mayoritariamente inglés, español y chino. Dada la gran facilidad y atractivo del inglés para los neologismos, el lenguaje técnico, los acrónimos y demás, las definiciones y nombres de dispositivos tecnológicos que requieran abreviaturas suelen formularse casi exclusivamente en ese idioma. (N. del A.)
 
[2] En la práctica sería una completa locura, pues para llegar, por ejemplo, desde el Sistema Solar hasta Próxima Centauri, la estrella más cercana a nosotros, a 4,2 años luz, el transbordador hubiese debido llevar un contenedor a remolque con más de ¡¡40.000 cristales de repuesto!! Seguiría siendo posible, pero prácticamente irrealizable. (N. del A.)

[3] Evidentemente, se refiere a planetas con atmósferas de nitrógeno y oxígeno, similares a la de la Tierra antes de la Catástrofe. Otros mundos con otras composiciones atmosféricas tienen cielos de otros colores. Curiosamente, mientras en los planetas tipo Tierra el cielo es azul de día y rojo al atardecer y anochecer, en otros, como Marte, con su polvorienta atmósfera de CO2, el cielo es rojizo de día y azul al amanecer y anochecer. (N. del A.)
 
[4] Los puntos de Lagrange son puntos de equilibrio gravitatorio en cualquier sistema entre dos cuerpos, por ejemplo, entre la Tierra y el Sol. El primero, L1, está entre ambos. El segundo, L2, detrás de la Tierra. El tercero es L3 y se sitúa detrás del Sol. Y los otros dos, a 60 grados de distancia por delante y por detrás de la órbita de la Tierra, en el mismo ángulo con el Sol. Esos dos, L4 siguiendo a la Tierra y L5 precediéndola en su órbita, son los conocidos como puntos Troyanos y suelen atesorar grupos de asteroides, polvo y partículas. Júpiter tiene dos grandes aglomeraciones de troyanos. Marte tiene asteroides troyanos y se sabe (en 2.017) que la Tierra también tiene un troyano en L4, de unos 300 metros de diámetro (el 2.010TK7). (N. del A.)
 
[5] "Templadas" es una forma de describirlas. La temperatura media global de Kadila es de apenas 5ºC, desde los 15-20ºC de los desiertos y praderas halófilas ecuatoriales (con puntas térmicas de hasta 35ºC en algunas raras ocasiones), pasando por la temperatura media de la zona templada, que oscila entre 10 y 0ºC, hasta las frías regiones polares, en que el mercurio cae hasta unos abrumadores -80ºC en los polos, con registros ocasionales de hasta -110ºC. (N. del A.)
 
[6] Joviano: cualquier planeta gigante gaseoso, del tipo de Júpiter o Saturno. (N. del A.)