Su peor pesadilla se estaba haciendo realidad: el ataque de una jauría de Ensartadores estando completamente sola. Se había enfrentado a diversos predadores a lo largo de su vida, incluso había peleado una vez contra un Ensartador solitario, pero siempre había combatido en grupo contra ellos. Sabía defenderse muy bien y nunca habían conseguido herirla. Pero en aquel momento tan solo contaba con sus propios recursos. Supo enseguida que tenía muy pocas posibilidades de salir airosa de la astuta emboscada de los depredadores.
Una vez, tiempo atrás, una joven Navegante primeriza había enviado una angustiosa y aterrorizada señal de auxilio. Un macho y cinco hembras, entre las que se encontraba ella misma, se hallaban muy cerca del lugar y acudieron rápidamente a la llamada. Doce Ensartadores adultos la atacaban desde varios frentes. La joven estaba exhausta. Los depredadores estaban a punto de derrotarla. La apretada formación de Navegantes se lanzó en tromba, con sus propulsores encendidos a máxima potencia, nadando en las turbulencias vigorosamente, y abortaron el ataque en su momento más crítico. Los Ensartadores, tras unos instantes de vacilación, decidieron que no habían realizado todo aquel esfuerzo para retirarse tan cerca de conseguir su presa. Se reagruparon y atacaron salvajemente. Diez se enfrentaron a la escolta de hembras mientras los otros dos acosaban a la joven. El macho se enfrentó a solas con los dos, protegiendo a la aterrorizada víctima, que estaba paralizada por el miedo. Las Navegantes lucharon con bravura, interponiéndose ante el resto de la manada de cazadores. Dos hembras sufrieron heridas de consideración. Mataron a dos carnívoros e hirieron a otros tres. Ella misma había acabado con uno y había herido gravemente a otro. No tuvo miedo en ningún momento. No tuvo dudas. Sólo actuó.
Pero en aquel momento el pánico empezó a dominarla. Estaba sola... terriblemente sola. La habían interceptado lejos del planeta. No había patrullas cerca. No podía esperar ninguna ayuda rápida... Un frío sentimiento de derrota empezó a embargarla conforme la formación de cazadores se cerraba sobre ella. Su instinto le conminaba a huir, pero en su fuero interno sabía que no lo lograría. Paralizada de terror ni tan siquiera pudo realizar alguna maniobra que la llevase a evitar el letal encuentro. Su mente era una amalgama de pensamientos caóticos y nebulosos. Empezó a sumirse en una neutra resignación. Conocía perfectamente qué le esperaba. Iba a morir devorada. Y su cría nonata con ella...
Su cría... Nunca había perdido a ninguno de sus cachorros... Y éste no vería la luz. No tendría oportunidad de conocerlo, de verlo crecer y aprender, de mostrarle las maravillas del Territorio…
Se quedó en blanco durante un latido. Perdió completamente toda percepción del entorno, mientras su mente quedaba totalmente vacía. Sin emociones. Sin sentimientos. Sin pensamientos. Sin instinto. Tan sólo una cosa permaneció arraigada poderosamente en su ser. Una imagen tan clara que brillaba como una estrella en medio de la negrura. La imagen de su cría desarrollándose dentro de ella, protegida, confortable, tan frágil e indefensa...
Una brutal explosión de lucidez, de una magnitud como jamás había experimentado antes, cruzó dolorosamente su cerebro como si el borde afilado de una aleta se lo hubiese cortado por la mitad. Su conciencia estalló salvajemente, colapsando e inundando por completo su mente. El instinto desapareció alejándose en espiral hacia la oscuridad. El miedo que la atenazaba fue aplastado sin misericordia por la violenta oleada de conciencia que la recorrió.
Pensaba...
Pensaba con claridad, con total nitidez...
Como jamás lo había hecho antes...
Pensaba con tal intensidad que incluso le dolía. De alguna manera supo que aquel estado mental no era pasajero, como los breves destellos que había experimentado anteriormente. Aquello era definitivo. Algo había cambiado en su fuero más íntimo. Sabía que su mente iba a funcionar así durante el resto de su vida. Pasados los primeros instantes de estupor, su pensamiento se centró con desconcertante claridad en su comprometida situación. Y, en aquel momento, sus emociones cambiaron diametralmente. En apenas unos latidos, pasó del más profundo e incapacitante terror a una ira desbordante que hacía hervir su sangre de indignación.
“No...”
“¡NO!”
La intensidad de las emociones que experimentaba era desconocida para ella. Su mente pasó rápidamente de la indignación y la ira a la más firme determinación que jamás había sentido.
¡No la iban a cazar! ¡Su cría nacería! Nacería y sobreviviría junto a ella. Aprendería todo lo que podía enseñarle. ¡Sus ojos verían las maravillas que escondía el Territorio! Magtinó con furia.
“¡¡NO LO VAIS A IMPEDIR!!”
Estaba más que dispuesta a llegar hasta el último extremo. Aquellos bichejos malnacidos, aquellos asesinos crueles y despiadados, que devoraban lentamente a sus víctimas aún vivas mientras las arrastraban lejos de los suyos, recibirían una terrible sorpresa...
Recordó a su padre. Recordó el valor que había demostrado cuando se enfrentó a sus verdugos. Y tomó la firme decisión de que, si al final conseguían derrotarla, se haría estallar como él y se los llevaría a todos por delante.
Sentía su mente despejada y fría, aunque su corazón latía furiosamente. Veía las cosas con una claridad ajena para ella. Incluso el mismo tiempo pareció ralentizarse. Y el miedo se convirtió en un lejano recuerdo.
Desplegó sus sentidos a su alrededor, dolorosamente agudos entonces. En un parpadeo calculó el rumbo de los cazadores, su velocidad, las condiciones magnéticas del entorno, las corrientes, sus reservas de combustible y el punto de intercepción.
“El punto de intercepción...”
De repente lo vio claro. Sus congéneres Navegantes se guiaban por instinto. Los Ensartadores se guiaban por instinto. Pero ella no. Ella estaba pensando. Ahora era superior a aquellas alimañas, tenía una clara ventaja táctica. No tenía porque mantener su rumbo actual, ni huir de sus verdugos. Podía ignorar el terror que provocaba en las víctimas la presión de la caza, puesto que ya no tenía miedo. Ella podía sorprenderles, podía llevar a cabo acciones totalmente imprevisibles, actuar de una forma ilógica y temeraria. Incluso atacarles. En definitiva, ahora podía... ¡IMAGINAR!.
Un enemigo por la izquierda. Dos más por delante, algo separados entre sí. Y otros dos a su derecha, en formación compacta. El Mundo Vivo aún estaba lejos. El resto de satélites trazaban sus órbitas lejos de su posición actual, por lo que no se cruzaría con ellos. El ambiente a su alrededor estaba cargado de energía, lo que, en principio, le permitía maniobrar sin límites. Frente a ella, relativamente cerca, orbitaban algunos pequeños asteroides, pertenecientes al disperso anillo exterior del gran planeta, muy lejos de éste.
De pronto le llegó una señal inesperada. Un cálido sentimiento de júbilo la invadió.
Un grupo de Navegantes estaba respondiendo a su llamada de auxilio. Pero se hallaban a gran distancia de su posición. Los Ensartadores llegarían mucho antes que ellos, a menos que consiguiese mantenerlos a raya durante el tiempo suficiente.
Trazó un plan.
Empezó a aletear vigorosamente, ganando impulso. De repente, giró hacia la izquierda mientras se mantenía muy atenta a las acciones de sus enemigos. Aceleró un poco más, sin pensar en la velocidad. Cuando escapase ya se preocuparía de frenar para entrar en la Zona de Cría. Los dos Ensartadores de enfrente empezaron a converger hacia el punto hipotético en que atraparían a su presa, junto a su compañero que atacaba por la izquierda. Entonces realizó un brusco giro a la derecha y encendió los impulsores. Se felicitó por haber sido previsora con el combustible. Aún estaba por encima de la mitad de sus reservas.
Cortó el encendido, navegando hacia un pequeño asteroide cercano.
Los tres cazadores de su izquierda ahora estaban muy juntos. Había conseguido romper su formación de abanico. Tenía un gran espacio libre entre los dos grupos para intentar la huída. Podría maniobrar con más soltura que antes.
Dos a la derecha, acercándose. Tres a la izquierda, algo más lejos.
Enfiló hacia la informe roca flotante a toda velocidad, magtinando el ambiente para localizar una turbulencia propicia cerca de éste. La encontró un poco por arriba y a poca distancia de la superficie. Era una maniobra arriesgada. Si se equivocaba, se estrellaría... y todo habría acabado para ella y su cría.
Otro destello...
Desde el asteroide.
“Oh, no…”
Un Ensartador había estado inmóvil, protegido por la sombra de masa de la roca, y acababa de ponerse en marcha hacia ella. Realmente, odiaba y admiraba a la vez la extraordinaria capacidad de camuflaje de aquellos seres. Pero, aunque algo sorprendida, ya no se asustó. Al contrario. Podría decirse que incluso estaba empezando a disfrutar. Si pudiese, habría sonreído.
Se dirigió valientemente al encuentro del cazador... y, aleteando vigorosamente, aceleró un poco más. El Ensartador quedó desconcertado. Su almuerzo no se comportaba como esperaba. Debería huir de él, desviarse y, así, ser atrapada por sus compañeros. Pero, en lugar de eso, se le echaba encima con ímpetu arrollador. ¿Acaso estaba ciega? ¿O el miedo la había enloquecido?
A siete Cuerpos de distancia, el Ensartador creyó inevitable la colisión y se desvió ligeramente, haciendo un tonel para quedar bajo la Navegante. Intentaría atraparla con los tentáculos y clavarle sus colmillos en el dilatado vientre, más blando debido a su embarazo. Después, sólo debía esperar a que el veneno hiciese efecto.
Era el momento que ella esperaba. Cambió la configuración y el ángulo de las aletas de la derecha y desvió su rumbo a la izquierda, hacia la turbulencia magnética que destellaba a apenas una aleta sobre la superficie de la roca. Entró en ella y cambió de dirección bruscamente a la derecha. El Ensartador se quedó perplejo. Lo había burlado completamente. Pasó rozando el asteroide y aleteó con fuerza, trazando un rumbo zigzagueante entre los demás pedruscos cercanos. Poco a poco, se iba acercando a la protección del grupo de Navegantes que iba en su ayuda. Los cazadores magtinaron silbidos de frustración. Estaban confundidos y furiosos.
Había conseguido colocar a todos sus enemigos a su cola. Sabía que no debía confiarse. No estaba salvada... aún.
*
Los Navegantes poseen más capacidad de maniobra, pero los Ensartadores tienen mejor aceleración y mayor velocidad punta. Sus impulsores son grandes en relación al tamaño de su cuerpo, y las vejigas de combustible ocupan la mayor parte de éste. No poseen aletas para nadar en las corrientes. Dos órganos alargados, uno a cada lado del cuerpo, suplen su función. Permiten una maniobrabilidad menor, pero generan una velocidad lineal sensiblemente superior a la de sus presas. Además, su cuerpo más pequeño facilita el movimiento y economiza recursos.
*
Los seis cazadores se reunieron tras ella y empezaron a abrirse en semicírculo. Los dos individuos de los extremos aceleraron intensamente, con sus órganos de impulsión brillando de electricidad. Describían una trayectoria curva que habría de llevarlos a interceptarla más adelante, cerrando el círculo y cortándole la huída. Los otros cuatro la perseguían de cerca, comprometiendo así cualquier maniobra evasiva.
En unos instantes completarían el ataque. Sabía que si cerraban la trampa, estaría en serias dificultades. Debía encontrar la manera de esquivarlos, y rápido. Pero la mayor velocidad de sus perseguidores no le dejaba muchas opciones. Tal vez no había tenido nunca ninguna oportunidad de escapar. De nuevo, pensó que había sido un grave error empeñarse en realizar el viaje ella sola...
Estudiaba ansiosa el entorno cuando una súbita revelación atravesó su mente. Algo que la dejó atónita durante un parpadeo. Los predadores estaban a muy poca distancia, y se acercaban veloces. Temibles. Letales.
“Pero...”
“¡Pero cómo no lo he visto antes!”
TODOS los miembros de todas las especies de la Zona se desplazaban siguiendo el plano orbital de las corrientes magnéticas. Es decir, su instinto los hacía desplazarse en DOS dimensiones. Lo cual, por otro lado, era de una lógica incuestionable. Se buscaba siempre el camino más corto y fácil para ahorrar tiempo y recursos.
Pero ella acababa de comprender, de pronto, que, además de avanzar y girar a derecha e izquierda, también podía hacerlo... ¡arriba y abajo!
Los cazadores la rodeaban en el mismo plano que ella. Pero si ascendía o descendía fuertemente, quebraría otra vez la línea de ataque, desorganizándolos y dejándolos confundidos y frustrados de nuevo.
Magtinó el ambiente buscando el lugar propicio para realizar la maniobra. No le quedaba tiempo. Se le echaban encima. Estaban a tres Cuerpos de ella. Encontró un torbellino magnético justo delante, a pocos Cuerpos de distancia. No era el más adecuado pero tendría que servir. Encendió los impulsores al máximo y colocó las aletas verticalmente. Un parpadeo después canalizó toda la potencia de su organismo y de su entorno hacia éstas. Justo cuando los dos Ensartadores de los extremos de la trampa estaban a punto de cerrarse sobre ella, girando sobre sí mismos con los colmillos y los tentáculos extendidos para asestarle el golpe fatal, cambió repentinamente el ángulo de las extremidades cargadas de energía. No movió todas las aletas a la vez, sino que lo hizo en una rápida secuencia, de dos en dos, de delante hacia atrás. El resultado fue un brutal cambio de rumbo hacia arriba, casi en ángulo recto. El dolor fue atroz. Sus huesos soportaron a duras penas la prueba. El súbito calor producido por el violento cambio de dirección casi hizo hervir el líquido refrigerante que fluía por su red vascular. El horrible sofoco la obligó a abrir las válvulas de la cola y soltar una gran cantidad de líquido medio vaporizado, lo cual normalizó rápidamente su temperatura interna. Por un momento temió por su cría, pero no tenía otra opción. Si querían sobrevivir al ataque, no había tiempo para delicadezas.
“Aguanta. Sé fuerte. Aguanta un poco más. Vendrán nuestros amigos y nos librarán de éstas alimañas”, pensó dirigiéndose a la cría que crecía en su vientre.
Verificó su situación. En un instante había ascendido considerablemente, alejándose de los Ensartadores. Los perplejos cazadores tuvieron que maniobrar violentamente para evitar colisionar entre ellos. La jauría quedó dispersa y desconcertada. Era el momento perfecto para huir de allí. Aleteó rápidamente, trazando una trayectoria parabólica hacia abajo y a la derecha. Interrumpió el descenso y escapó en diagonal hacia la parte alta de otro asteroide. Cuando llegó a la roca, la rodeó a toda velocidad, dirigiéndose a la siguiente. Pretendía ir de asteroide en asteroide realizando quiebros y maniobras imprevisibles, aunque estaban algo alejados entre sí. Los Ensartadores habían quedado bastante atrás. Pero aún se encontraba a gran distancia de la luna oceánica. Los miembros de la patrulla de Navegantes que había acudido en su auxilio también estaban desconcertados, aunque siguieron acercándose velozmente a su posición.
Si conseguía llegar hasta ellos antes de que los Ensartadores la alcanzasen, estaba salvada. Y tenía muy poco margen para lograrlo.
Pero no se engañaba. Era consciente de la gran distancia que todavía la separaba de sus congéneres. Debía ganar tiempo. Sus reservas de combustible habían mermado hasta algo menos de la cuarta parte. Revisó sus opciones aprovechando los breves instantes de respiro de que disponía.
Los Ensartadores, recuperados ya de la sorpresa y cada vez más furiosos, habían recompuesto su formación de ataque y se acercaban de nuevo con gran celeridad. La ayuda todavía estaba lejos. Y ya estaba dentro del campo magnético del planeta gigante, lo que implicaba una drástica reducción de las turbulencias y de la energía que podía absorber del entorno. En cuanto a ella, había alcanzado la velocidad máxima que podía desarrollar fuera de los anillos magnéticos del sistema. Aquella no era una buena noticia; los Ensartadores volaban más rápido que ella.
Aunque empezaba a estar realmente cansada, aleteó con fuerza, desviando toda la potencia que pudo reunir a los órganos magnéticos. Incluso bajó su protección para disponer de más energía. Las radiaciones representaban un peligro menor que ser devorada...
Siguió intentando trazar un rumbo tan imprevisible como fuese capaz. Tan pronto viraba a la derecha, como hacia abajo; se acercaba hasta los asteroides hasta casi colisionar, girando en el último momento; trazaba arriesgadas espirales; realizaba maniobras que llevaban al límite a su organismo...
A pesar de todo ello, los Ensartadores recortaban paulatinamente la distancia, acercándose cada vez más. Se habían dispersado de nuevo en abanico. Estaba claro: pretendían cercarla usando la misma maniobra de antes.
“Aunque yo no soy tan estúpida... Ahora ya no”, se dijo, segura de sí misma.
Calculó que si lograba mantener aquel ritmo, llegaría hasta el grupo de auxilio momentos después que sus cazadores. Sólo debería resistir un poco hasta que llegasen sus amigos. Pero comprendió que no sería así. Tenía las reservas casi agotadas, estaba muy cansada y la larga y exigente huída había menguado sus fuerzas rápidamente. La interceptarían cerca del grupo de Navegantes, sí, pero quizá lo suficientemente lejos como para tener tiempo de quebrar sus defensas. Aquello la enfureció. Había hecho lo que ningún Navegante había hecho con anterioridad. Se había enfrentado a los Ensartadores ella sola, en vez de abandonarse a su triste destino. Los había burlado una y otra vez. Había logrado mantener a salvo a su retoño. Y su nueva capacidad mental, tan estimulante, tan fascinante... ¿Eso iba a ser todo? ¿Así iban a acabar ella y su cría?
“No. Me niego a dejarme vencer tan pronto. No he llegado hasta aquí para rendirme. Debo encontrar una salida. Debo encontrarla ya”, pensó con aplomo. “Pero estoy tan cansada… tan cansada…”. Notó que la fatiga empezaba a hacer mella en su determinación. “Necesito ayuda… No voy a poder con esto yo sola”. Entonces, sin saber cómo o de dónde, una poderosa oleada de energía y adrenalina inundó todo su cuerpo, eliminando de golpe la sensación de cansancio que la agobiaba. Desconcertada, trató de averiguar el origen de la onda de energía que la recorría. No era electricidad primaria, de eso estaba segura. No provenía del ambiente. Aquella energía estaba modulada y ajustada con precisión, justo para que pudiera usarla con la máxima eficiencia. Por tanto, había sido producida por algo que no estaba en el entorno. Miró a su alrededor, intentando ubicar la fuente de aquella oportunísima inyección de fuerza. No había nada fuera de lo habitual. Entonces, ¿qué había pasado? No lo entendía. Estupefacta, notó que su sangre se inundaba de alimento y combustible…
…y, de pronto, lo comprendió.
La onda energética no había venido de fuera, sino de dentro de ella misma, de su propio organismo. Abrió mucho los ojos por la sorpresa de la súbita revelación.
El origen del potente pulso eléctrico y del vertido de recursos en su sangre estaba dentro su vientre. Dentro de su útero.
“Ha sido mi cría...”
“Pero… ¿cómo es posible? Esto no es normal. Si ni tan siquiera ha nacido aún, ¿cómo ha podido saber qué está pasando? ¿Cómo sabía que estaba demasiado agotada para seguir luchando? ¿Y de dónde ha sacado tanta potencia?”. Aquellas y otras preguntas se arremolinaron en su mente, en un caos de desconcierto, sorpresa… y orgullo. “Gracias. Lo voy a aprovechar lo mejor que pueda. Espero que puedas sentir mis pensamientos. Te quiero.”
Miró rápidamente en derredor. Necesitaba una idea, y rápido. O detenía a aquellas alimañas el tiempo suficiente para que los otros Navegantes les rescatasen o no tendrían ninguna posibilidad.
Una enorme roca orbitaba a poca distancia, cortando su trayectoria de vuelo. Magtinó que estaba constituida prácticamente por hierro sólido. Gracias a la energía y el combustible que le había proporcionado su cría, un malicioso plan empezó a formarse en su mente.
Moderó la velocidad.
Inmediatamente, los cazadores se reagruparon, magtinando salvajes silbidos de ansia, furia y odio. Creyeron que su presa estaba exhausta y que se rendía a su suerte. Ya era suya. Se lanzaron a por ella en tromba, con los tentáculos extendidos y los terribles colmillos venenosos prestos a realizar su cruel tarea. Estaban más que hartos de aquel juego al que los había sometido su astuta y valerosa adversaria. Era una presa demasiado suculenta y llena de alimento como para dejarla escapar. Les había hecho gastar mucho combustible y energía, así que pagaría cara su alocada huída. Le regalarían la peor muerte que eran capaces de infligir: la paralizarían y la arrastrarían lejos de allí, a un lugar en que no los molestasen; después, devorarían las aletas y los impulsores y esperarían a que pasase el efecto del veneno paralizante, para que recuperase la sensibilidad. Entonces, inmovilizada y mutilada, abrirían su vientre y devorarían la suave carne de su cría ante su mirada impotente y horrorizada. Después se la comerían pacientemente a ella, empezando por la cola. No iban a dejar escapar ni una sola gota de su deliciosa sangre.
Pero la indómita hembra aún iba a sorprenderlos una vez más...
La Navegante se había acercado al gran asteroide que se cruzaba en su ruta. Los Ensartadores no podían ni imaginar en aquel momento el desastre que estaba a punto de desencadenarse contra ellos.
Recurrió a todo su potencial magnético, focalizándolo por completo hacia el centro de la roca, con toda la intensidad que su organismo fue capaz de generar. Simultáneamente, disparó en parábola varios hilos desde la glándula de su morro. Los pegajosos filamentos de extraordinaria resistencia se adhirieron con gran fuerza a la superficie del asteroide en varios puntos. Encendió los impulsores al máximo, quemando sus últimas reservas de combustible, y aleteó con todo su vigor. Los músculos acusaron el sobreesfuerzo. Su trayectoria se mantuvo recta apenas un parpadeo, hasta que los filamentos se tensaron de pronto. En aquel mismo instante emitió un intenso pulso de energía sobre el vínculo magnético que la unía al asteroide, reforzando aún más la acción de los hilos.
Como si de una enloquecida honda se tratase, la acción combinada de los filamentos y el haz de fuerza magnética la mantuvo firmemente anclada al asteroide, trazando un cerradísimo y violento giro de ciento ochenta grados a la izquierda. A punto de que todos sus fluidos corporales hirviesen, tuvo que soltar casi todo el refrigerante. Un instante después, semiinconsciente por la presión del giro, se desprendió de los hilos, cortó el flujo energético que la mantenía unida a la roca y concentró toda la potencia que pudo reunir, creando un denso escudo ante su hocico.
Los Ensartadores, seguros de su captura, no se molestaron en magtinar lo que su presa estaba haciendo tras el enorme pedrusco. Creyendo que la Navegante rodearía el obstáculo por la derecha y giraría a su alrededor, buscando su protección, el grupo de predadores se lanzó a toda velocidad por la izquierda, para abordarla por sorpresa. Pensaron que estaba perdida, que la interceptarían fácilmente al otro lado...
... y se encontraron justo frente a ellos a una Navegante en rumbo directo de colisión a una velocidad suicida.
No tuvieron tiempo ni de sorprenderse.
El impacto fue devastador.
Los Ensartadores salieron despedidos en todas direcciones. Cuatro murieron en el acto, destrozados por el brutal choque. Sus cuerpos, incapaces de resistir la salvaje acometida, se abrieron como si fuesen de gelatina. Los grandes e informes pedazos de carne aplastada y huesos pulverizados se alejaron desordenadamente. Los líquidos combustibles almacenados en las vejigas de los cuatro infortunados se liberaron al espacio, mezclándose y provocando una potente explosión espontánea. Los ardientes vapores en expansión se dispersaron inmediatamente, dejando brillantes trazas multicolores a causa de las radiaciones.
En cuanto a ella, el tremendo impacto y la posterior deflagración la dejaron fuertemente aturdida. Aunque el fuerte blindaje de su hocico la había protegido de lo peor del impacto, se había roto muchos huesos, dos aletas estaban torcidas en ángulos antinaturales y se había dañado muchos magtinos. Casi había perdido su capacidad de control electromagnético y de navegación. Sufrió graves lesiones internas, aunque la cría no recibió ningún daño, perfectamente protegida por los poderosos huesos y músculos de su madre. El blindaje frontal, bastante chamuscado, se había agrietado profundamente. Por fortuna, la inmediata congelación evitó el masivo sangrado de las heridas. Aunque sus lesiones eran graves y bastante aparatosas, su organismo había resistido de forma admirable la violencia conjunta del choque y de la explosión. No tenía ninguna herida mortal, así que, gracias a la gran capacidad regenerativa de todas las especies del Territorio, en pocos ciclos estaría completamente curada.
Lentamente, aturdida por el choque y el dolor, su conciencia se fue recuperando. Lo primero que hizo, en cuanto su cerebro se lo permitió, fue comprobar el estado de su cría. Pudo sentirla dentro de sí, inquieta y confusa, pero ilesa. La pobrecilla estaba totalmente agotada, tras darle toda su energía y alimento para ayudarla a defenderse. Acto seguido miró a su alrededor con la mirada turbia, para verificar el resultado de su arriesgada maniobra. Debía saber si aún estaban en peligro. Pero lo que vio la tranquilizó y la repugnó a partes iguales.
Se había acabado la persecución. Veía los restos despedazados y abrasados de sus verdugos flotando fláccidamente, mientras se alejaban a la deriva. Un Ensartador se retiraba gravemente herido. Aunque había escapado a la explosión, había perdido varios tentáculos y presentaba una pavorosa brecha en la piel del tercio trasero por la que escapaban sangre y fluido combustible. El líquido se convertía inmediatamente en gas al exponerse a la luz solar. No sobreviviría mucho tiempo.
De pronto, cayó en la cuenta, a pesar de la fuerte conmoción, de que sólo captaba al Ensartador malherido y los restos de otros cuatro. En total cinco. Y sabía perfectamente que la habían perseguido seis.
“Pero... ¿dónde está el otro?”, se preguntó, ansiosa.
Un escalofrío la recorrió...
Acababa de sentirlo en aquel preciso instante.
“ENCIMA DE MÍ...”
El predador, que iba a la cola del grupo en la persecución, había escapado milagrosamente del tremendo choque y de la posterior explosión con una hábil y afortunada maniobra evasiva en el último latido. Ahora se abalanzaba sobre su lomo con los colmillos a punto, rezumando odio y crueldad. Ella estaba totalmente extenuada y muy aturdida. Apenas podía pensar con claridad. Sin combustible ni control de la energía, no podía huir.
Trató de cubrir su lomo con el campo magnético, intensificándolo todo lo posible a pesar de sus heridas. Sintió que su cría volvía a ayudarla, aunque el aporte de energía fue mucho más débil que antes. Su cachorro también estaba agotado. Apenas era capaz de controlar el campo. No podría conservarlo activo más que unos latidos. En condiciones normales, un solo Ensartador no habría logrado traspasar sus defensas. Pero, en su estado, apenas podría mantenerlo a raya durante unos momentos. Al final, inevitablemente, su verdugo triunfaría. Y si aparecía algún cazador más...
El carnívoro la atrapó, ávido, rodeándola con sus tentáculos. Ella le propinó varios golpes con las aletas, aunque débilmente. No le hizo el menor rasguño. El campo magnético mantuvo al cazador y sus terroríficos colmillos lejos de su piel acorazada. La tenía abrazada, pero sin llegar a tocarla, como si ella estuviese dentro de una delgada burbuja invisible. Mantener el escudo con los magtinos en tan mal estado le provocaba un agudo e insoportable dolor. Empezó a ceder, poco a poco.
*
Alentado por la debilidad de la Navegante, se apartó y volvió a descender, golpeando violentamente. Y volvió a hacerlo varias veces más, excitado e inflamado de avidez, mientras usaba su propio campo de fuerza para degradar el de ella. El escudo de energía de la hembra se desvaneció de pronto. La Navegante fue incapaz de mantenerlo por más tiempo bajo aquel violento ataque. Los colmillos arrancaron chispas al impactar contra las placas metálicas del blindaje.
Golpeó con saña, buscando un punto débil en la armadura por el que introducir sus largos colmillos. Sabía muy bien que no era sencillo perforar la protección de su presa, pero ansiaba sentir cómo sus dientes atravesaban suavemente la cálida carne de la hembra. Estaba obsesionado con matarla por haber puesto las cosas tan difíciles.
Ciego de furia y avidez, no se había dado cuenta de las profundas heridas en su coraza frontal… por suerte para la Navegante.
Le había costado gran parte de sus reservas y de sus energías atraparla. Pero, complacido, comprendió que en breves instantes sería suya por fin y podría saborear su deliciosa carne y su exquisita sangre dorada. La maldita hembra iba a lamentar haber matado a sus compañeros de jauría. Estando tan agotada y herida, no tenía ninguna posibilidad contra él. Aquel pensamiento lo llenó de placer. Con maliciosa crueldad, pensó que no era necesario usar el veneno paralizante. Replegó los cuatro colmillos venenosos al interior su boca. La abrió y varias hileras de largos y afilados dientes piramidales quedaron al descubierto. La flexible y musculosa lengua, que acababa en una maza carnosa erizada de agudas garfios óseos, salió al exterior envuelta en una saliva ácida que no se congelaba. Aplicó la boca a la piel acorazada, lamiendo y arañando las placas que, bajo la acción del corrosivo fluido, empezaron a consumirse lentamente. Saboreó con deleite el sabroso líquido resultante. Aún aferrado a ella, empezó a arrastrarla hacia un cráter del gran asteroide. Un lugar íntimo y resguardado en el que devorarla sin prisa. Una deliciosa y sádica anticipación le embargó. Tan sólo dejaría tras de sí una coraza vacía de carne, de sangre y de vida.
*
Una dolorosa quemazón la torturaba allí dónde sentía los agudos dientes del carnívoro escarbando con áansia en la coraza de su lomo. Las resistentes placas dérmicas estaban a punto de ceder bajo la acción de aquel cruel ataque, con lo que perdería su última defensa. Entonces su carne quedaría expuesta a la terrible boca de su verdugo… y a su horrible lengua despedazadora.
Había visto a una de aquellas terribles criaturas alimentándose una vez, hacía mucho tiempo, mientras permanecía escondida tras un pequeño asteroide. El predador había abatido a un joven Puntiagudo macho, tras inocularle el veneno paralizante. Con la desdichada criatura a su merced, perforó gran agujero en su coraza y empezó a devorarlo. Nunca se le olvidaría cómo comía aquel Ensartador. Con grandes y crueles mordiscos, arrancaba pedazos de la armadura ensanchando el orificio. Pero lo peor estaba por llegar. Lo vio introducir su inmunda lengua en la horrible herida y escarbar en el interior de su víctima. Con la ancha punta dentada, arrancaba grandes pedazos de carne y entrañas y se los tragaba con deleite. Al final, lo único que quedó del pobre Puntiagudo, que no dejó de emitir terribles magtidos de terror y agonía mientras estuvo vivo, fue su piel acorazada, completamente vacía y limpia por dentro de cualquier resto de carne. El Ensartador, saciado y obscenamente gordo, se marchó de allí visiblemente satisfecho.
El recuerdo de aquella visión terrorífica la alteró. Trató de zafarse, desesperada. Fue inútil. Estaba más débil de lo que creía. Intentó intensificar el campo, canalizando la energía del entorno desesperadamente hacia su escudo. Pero herida como estaba, con gran parte del magto inutilizado, no podía controlar la potencia magnética que la rodeaba y ésta escapaba otra vez antes de poder usarla. Y su cría tampoco podía hacer más por ella. Supo que estaban perdidas. Su armadura estaba a punto de ceder. Notaba que la coraza perdía grosor rápidamente. Los afilados dientes estaban cada vez más cerca de su carne. Y también de su cría. Después de todo lo que había pasado, de lo que había logrado, había sido vencida. Sintió no haber podido conseguirlo. Y sintió mucho más no poder seguir protegiendo a su querida cría. Sentía que aquel cachorro era muy especial. ¡Pero si la había ayudado desde el útero!. Le dolía haberle fallado al final. Además, también le dolía perder la oportunidad de descubrir el Territorio de nuevo con su magnífica y nueva capacidad mental. Sin embargo, se sentía orgullosa de su cría y de sí misma. Una Navegante embarazada contra seis Ensartadores. Sólo uno de los predadores había sobrevivido. De haber tenido un poco más de suerte, el cazador solitario no hubiese supuesto una amenaza seria...
Tomó una firme decisión. No permitiría que aquel asesino devorase a su cría. Antes prefería morir con ella. Se decidió y su sistema circulatorio empezó a absorber los vapores inflamables de quedaban en sus vejigas, junto a todas las sustancias susceptibles de estallar que había en su organismo y lo poco que pudo asimilar rápidamente de su entorno más próximo. La cría, desde su vientre, volcó también sus últimas reservas en la sangre de su madre, como si adivinase y aceptase lo que ésta iba a hacer. La repugnante lengua del Ensartador acababa de traspasar la armadura y le arrancó un pedazo de carne. Un explosión de dolor lacerante atravesó su cuerpo. Magtió aterrorizada. Sin embargo, siguió adelante con su plan. El escaso líquido combustible que logró reunir fue transportado hasta la vejiga principal, en la que quedaba un poco de oxígeno gaseoso. Forzó a su organismo a acumular allí todas las sustancias peligrosas. Sólo tenía que provocar una pequeña descarga eléctrica y se produciría una potente detonación. Ninguno de los tres sobreviviría.
El carnívoro, ajeno a las peligrosas intenciones de su presa, siguó arrastrándola hacia el asteroide. Con cruel complacencia, aprovechó para arrancarle un nuevo trozo de carne y clavó sus dientes bajo la armadura, dispuesto a partir un pedazo y hacer más grande el agujero. La deliciosa y dorada sangre de su presa inundó su boca.
Un dolor como nunca creyó posible la atravesó, haciéndola magtir de desesperación una vez más.
A punto de perder la conciencia, le pidió perdón a su cría mentalmente y, con el corazón atenazado de tristeza, concentró la poca energía que pudo reunir para generar un pulso en el interior de su cuerpo.
El último de su existencia...
Cerró los ojos. Su vida desfiló por su mente. Una rápida sucesión de imágenes vívidas; unas, cálidas y felices; otras, estimulantes, peligrosas e incluso tristes. Decidió que había sido una buena vida. Sólo lamentaba no poder compartirla un tiempo más con su nueva cría.
De pronto, un violento impacto la sacudió. El Ensartador la soltó bruscamente. Sintió un agónico dolor cuando la repugnante lengua del carnívoro se soltó de la herida, arrancándole otro pedazo de carne.
Giró sin control. Su concentración desapareció y, con ella, la energía acumulada. Chocó contra algo blando y cálido. Aterrada, temió que hubiesen acudido más carnívoros. Abrió los ojos y fijó su borrosa mirada en algo grande a su derecha. Lo primero que logró abrirse paso en su mente fue la sorpresa. Y después una alegría incontenible.
Cuatro hembras Navegantes estaban a su lado, magtiendo suavemente. A su izquierda, un imponente y hermoso macho se recortaba contra el luminoso disco del planeta anillado.
Cruel ironía, el último Ensartador se retorcía agonizante ensartado en sus largos colmillos frontales.
Aquella imagen milagrosa permanecería en su memoria durante el resto de su vida.
Se había olvidado de ellos por completo. Al final, había logrado aguantar el tiempo suficiente para que el grupo que acudía en su ayuda a toda velocidad las salvase, a ella y a su cría. Había ganado la partida a los Ensartadores. Sintió a su cachorro moverse en su vientre. Y juraría que se agitaba de alegría…
“Lo conseguimos...”
Una de las hembras empezó a cubrir la horrible herida con una capa de fluido aislante de sus glándulas de hilo.
Incapaz de aguantar más, pero feliz, perdió el conocimiento.
Xcelente, sigue asi busca.
ResponderEliminarPalafox
Gracias, Palafox. Espero cumplir con las expectativas y que la historia siga manteniendo su interés.
EliminarSaludos