Li Wong estaba cansado. Llevaban
cuatro días explorando aquel vasto campo de asteroides, a medio año luz de la
Colonia. En línea recta, claro. Los sensores de prospección de la nave habían
detectado varios elementos interesantes en cantidades significativas, entre
ellos titanio, silicio, niobio, iridio y manganeso. La expedición podía
considerarse exitosa, pues no habían tenido ningún encuentro desagradable con los naderios,
y los yacimientos encontrados garantizarían el abastecimiento de las factorías
y astilleros del asentamiento durante las próximas cuatro o cinco décadas.
“Y tan sólo hemos logrado
cartografiar el uno por ciento de la región de las Columnas de Gas en casi
cincuenta años... apenas un rincón minúsculo de esta gigantesca nebulosa”,
pensó. Se masajeó los hombros con gesto fatigado. Se levantó para estirar las
piernas y la espalda. Uno de los cristales de la cabina le devolvió el reflejo
de su cuerpo, que él contempló un momento. No se podía quejar, la verdad. A sus
cuarenta y tres años se encontraba en plena forma, gracias a los ejercicios
diarios y al Tai Chi. Lucía una musculatura trabajada, sin exageraciones de
culturista, que le confería una silueta armoniosa y bien proporcionada a su
metro setenta de estatura. Unas modestas arrugas empezaban a surcar la suave
expresión de sus rasgos orientales, en los que destacaba el brillo inteligente
de su mirada. Su madre, Yuan, era china y su padre, Kim, norcoreano. Yuan aún
vivía. Pero su padre había muerto tres años atrás, a consecuencia de una insuficiencia
cardiaca. Li le echaba mucho de menos. Su madre siempre le decía que era el
vivo retrato de Kim. Él le había transmitido desde niño su intensa pasión por
la Naturaleza. Aunque tan sólo pudo conocerla gracias a los libros y a viejas
fotografías y videos documentales, el interés por los ecosistemas y las formas
vivas del pequeño creció tanto que superó incluso al de su padre. Cuando Li
nació, la Tierra hacía seis años que había sido evacuada, así que nunca la
había visto en la realidad. Pertenecía a la primera generación de humanos nacidos en el espacio. Sus padres tampoco habían conocido la Tierra antes
de la Catástrofe; Kim nació 45 años después del desastre. Yuan nació seis años
más tarde.
Sacudió la cabeza para alejar la
tristeza que le causaba recordar a su padre y se sentó de nuevo en la butaca
del piloto. Tocó la pantalla principal, marcando diversas coordenadas. Ya
habían acabado la misión y era hora de regresar a casa. Los enormes
condensadores superconductores del hipermotor hacía más de una hora que habían acumulado la ingente cantidad de
energía necesaria para abrir ventanas al hiperespacio, mientras
Vyla, la IA de la navicomputadora, hizo los cálculos pertinentes.
Como el Cabo Artemisio de la Barrera les
impedía alcanzar el Sistema Deméter directamente, se verían obligados a
efectuar tres saltos para rodearlo y llegar a la Colonia. Por suerte, como en
cada impulso recorrerían una distancia relativamente corta, podían ahorrarse
las paradas de seguridad e iniciar un nuevo salto inmediatamente después de
finalizar el anterior. Llegarían a casa en apenas dos horas.
La verdad era que
ya tenía ganas de salir de la nave y pasear por los exuberantes jardines de las
cúpulas invernadero. Se arrellanó en el asiento, cruzando las manos detrás de
la cabeza, y contempló las inmensas volutas gaseosas de la nebulosa y las
escasas estrellas que se podían ver a través de ellas. Hacía tiempo que
albergaba el deseo de volver a viajar hasta el Osiris, en el límite
exterior de la Gran Nebulosa. No sólo porque fuese uno de los directores del
Programa de Exploración Espacial y Astrobiología de la Confederación. En realidad era porque añoraba admirar
la inmensidad tachonada de estrellas que se extendía más allá de la gigantesca
nube. Contemplar aquellos miles de millones de soles distantes hacía que se sintiese invadido por
una relajación y una paz absolutas.
“No es que el interior de la
Gran Nebulosa no sea interesante. Todo lo contrario. Es arrebatadoramente
hermoso”, pensó, “pero limita el alcance de la vista”. Para él,
observar el Universo en su infinita magnitud de espacio y tiempo era el
espectáculo más sobrecogedor y espiritual que podía soñar.
El sonido de la compuerta de la
cabina al abrirse lo sacó repentinamente de sus cavilaciones.
Hizo girar el sillón del puesto
de pilotaje y se quedó mirando a su esposa, que entraba en el puente en aquel
momento. La puerta de doble hoja se cerró rápidamente tras ella. El embarazo
estaba llegando a término. No había querido quedarse en la Colonia, pese a las
reticencias de él al respecto. Pero Mónica Llanos no era una persona que
aceptase un "no" por respuesta. Si quería hacer algo, lo hacía y punto. Podía ser
tan encantadora como indómita.
La joven irradiaba algo
especial. Acababa de cumplir treinta y dos años y era especialmente atractiva,
poseedora de la clase de belleza que aumenta con la edad. Cuanto más tiempo se
permanecía a su lado, más intensa era la sensación de hermosura que emanaba de
ella. Su arrebatadora y atrayente personalidad y sus movimientos gráciles y felinos la dotaban de una involuntaria y
cálida aura de encanto y sensualidad que cautivaba a todo el mundo. Llevaba su melena de ébano
recogida en una cola de caballo que dejaba al descubierto su cuello de cisne,
de piel bronceada y sedosa. A pesar de su avanzado estado de gestación, se
adivinaba una figura esbelta y torneada, fruto del esmerado cuidado al que
sometía a su cuerpo[1].
Sus grandes ojos almendrados, de
un profundo color negro, atestiguaban su origen mediterráneo, pues sus
bisabuelos habían nacido y vivido en Andalucía, en el sur de España, antes de
la Catástrofe. En ellos siempre brillaba una aguda inteligencia y una fina
perspicacia, pero también la dulzura y la amabilidad. Los carnosos labios
enmarcaban una perfecta y marfileña sonrisa, que ella prodigaba sin reparos. Con su metro setenta y cinco se podía considerar realtivamente alta,
y sus sinuosas curvas y sus largas piernas atraían todas las miradas. Era el tipo
de mujer que hechizaba con su sola presencia.
Li la quería con locura y ella, a su vez, se
sentía arrastrada por un torbellino de cariño y pasión cada vez que miraba los ojos
castaños de su marido.
Por alguna razón, le vino a la mente el momento en que
se conocieron.
Realmente lo suyo había sido un auténtico flechazo. Él regresaba
a la Colonia tras pasar unos meses en el Osiris, recién inaugurado, y,
al salir del muelle de atraque, tropezó con aquella bellísima joven morena de
infinitos ojos negros que le atraparon inmediatamente. El tiempo se detuvo para
los dos, encadenados cada uno a la mirada del otro. Ella reaccionó primero y le
ayudó a levantarse, sin apartar la vista ni un instante. Li jamás podría
olvidar la intensidad y el brillo de aquella primera mirada. Aquella misma
tarde se buscaron frenéticamente por la Colonia y comenzaron una relación que
duraba ya diez años. Se habían casado dos años atrás y en aquel momento
esperaban su primer hijo. No habían querido saber el sexo del bebé, pues preferían
que fuese una sorpresa.
— ¿Va todo bien, cariño? —Se
agachó ligeramente y besó los labios de su marido, mirándolo de aquella manera
tan suya que lo volvía loco.
—Sí. Acabo de marcar las
coordenadas hasta el extremo sur del cabo. Los condensadores están cargados y Vyla ha acabado los cálculos.
Será mejor que te sientes. Saltaremos en breve. —Acarició la mano de
ella. Le encantaba la suavidad de su piel.
—Pues entonces deja libre mi
sillón y ve al tuyo, que parece que estés esperando que me vaya para ponerte a
los mandos. —Lo dijo sonriendo, sin el menor atisbo de reproche.
—¡Ya apareció el instinto
maternal! A la chica no le gusta que nadie pilote a su niña mimada. —Li levantó
los brazos, con gesto de exasperación, a la vez que le cedía el asiento a ella.
—No digas tonterías, anda. No es
mi niña mimada. Sólo estoy pendiente de ella porque nuestra vida depende de que
la nave se encuentre en un estado óptimo. Es lo que haría cualquier piloto. —Se
sentó con cierta dificultad, a causa del voluminoso vientre—. Aunque no puedo
negar que me encanta estar a los mandos —añadió, con un brillo de ilusión en la
mirada.
Él le puso las manos en los
hombros, desde atrás, y acercó los labios a su oreja izquierda.
—Supongo que tu reciente
elección como la mejor piloto de la clase C no te lleva a proteger tu...
“territorio”, ¿no? —La besó en el cuello.
Mónica ronroneó y rodeó con sus
esbeltas manos las dos palancas tipo joystick instaladas en cada uno de los
apoyabrazos del asiento. Con ellas y los siete pedales se gobernaban todos los
parámetros principales de vuelo de la Elcano. Había otros controles y
diversos sistemas automatizados que podían reprogramarse temporalmente en modo
manual, para realizar maniobras concretas. Miró la pantalla principal, dónde se
mostraban en aquel momento todos los datos relativos al hipersalto programado.
—Has calculado tres saltos, ¿no?
—Sí. He pensado que si
avanzábamos hasta más allá del extremo del cabo, de forma que la Colonia
quedase en una línea visual directa, nos veríamos obligados a realizar una
pequeña parada de regeneración antes del siguiente salto. Y ya tengo ganas de
llegar a casa. Así que, con tres saltos cortos, nos ahorramos las paradas y
estaremos en la Colonia dentro de un rato.
—Sabía que no sólo fue ese
cuerpo de Adonis que luces lo que me enamoró de ti. —Sonrió con ironía. Él le
hizo una burla y puso una falsa expresión de fastidio.
—Eres muy graciosa, ¿no? ¿Pues
sabes qué? Que la próxima vez programaré la computadora para volver por
Vian’har, Anaulis, la explotación de gas Angelis y Boreas. ¡Y le pondré un código
de acceso! ¡Y no te lo diré! ¡Ea! —Hizo un mohín, haciéndose el ofendido.
Mónica lo miró fijamente, con
una media sonrisa y la cabeza ladeada y ligeramente baja. El largo cabello se derramó por su hombro y pechos. Hizo y moín y dijo con voz maternal:
—Oh, pobrecito mío. Si se me ha
molestado... —Entonces, su tono de voz bajó y se volvió peligrosamente dulce y sensual. Sus ojos refulgieron con picardía.—Pero escúchame con atención: puedes estar absolutamente seguro de
que SÍ me dirías el código. Por supuesto que me lo dirías. Y no tardarías ni tan
siquiera dos minutos en hacerlo. Sabes muy bien de qué soy capaz si me
desafías, amor mío.
Li tragó saliva, imaginando lo
persuasiva y complaciente que ella podía ser cuando se lo proponía. Sintió que
un calor turbador ascendía por sus ingles. Así que trató de concentrarse en las
pantallas de su puesto de navegación a ver si se le bajaba... el ánimo. Por
supuesto, a Mónica no le pasó desapercibida la reacción involuntaria del cuerpo
de su marido, aunque la consola central lo ocultaba de pecho para abajo. No
necesitaba verle para saber que lo que acababa de decirle había desatado su
imaginación. Por un momento pensó en hacer algún comentario subido de tono al
respecto, pero se compadeció de él y decidió no mortificarlo más.
“Por ahora... Ya hablaremos
tú y yo más tarde. O mejor: no hablaremos en absoluto.”
Mónica comprobó de nuevo los
datos de la pantalla. El punto de destino seleccionado estaba a 0,63 años luz.
El tiempo de vuelo estimado sería de una hora y cinco minutos en el primer
nivel energético. Los motores estaban en espera, con las líneas de combustible
presurizadas y los campos magnéticos de confinamiento activados. Tan sólo
necesitaban la orden de encendido. Todo estaba en orden a bordo.
—¿Lo vas a guiar manualmente?
—preguntó él.
—Ya sabes que sí —respondió
ella, mientras hacía una última comprobación. No tenía nada en contra de los
automatismos, pero pilotar era su pasión. La deliciosa sensación de libertad
que experimentaba a los mandos de una nave era para ella como una droga. Y, en
el caso de la Elcano, un auténtico deleite. Sólo cedía el control a Vyla en los trayectos largos y rutinarios. Y, aún así, era difícil
sacarla de la cabina.
Activó la secuencia de salto. Notó
el habitual zumbido, suave y profundo, que se expandió por la nave mientras el
campo de integridad la envolvía. Un instante después, el generador de
hipervelocidad emitió la poderosa pulsación de energía que rompería la frontera
entre el Espacio y el Hiperespacio. El vello de la nuca se le erizó cuando la
potente onda de potencia recorrió la nave de popa a proa. El pulso invisible
dejó atrás la embarcación en una fracción de segundo y se concentró en el lugar
donde había sido enfocado, varios cientos de kilómetros a proa. Fragmentó el tejido del
espacio-tiempo formando el acostumbrado desgarrón luminoso de bordes
deshilachados y ondulantes. En su centro, el familiar vórtice de oscuridad
viscosa y turbulenta, rodeado por la desconcertante luz líquida rojiza, les
invitaba a adentrarse en la extraña dimensión del Hiperespacio. Había realizado
aquella maniobra centenares de veces. Y siempre, en cada una de ellas, había
sentido la misma mezcla de excitación y miedo que experimentaba en aquel
momento. Agarró con firmeza las dos palancas de control. Li la miró de soslayo.
El bello rostro de su esposa se transfiguraba cada vez que guiaba un salto, adoptando
una peculiar expresión a medio camino entre la concentración más absoluta y el
más desbordante entusiasmo. Mónica pisó suavemente el pedal del extremo derecho,
programado por ella para activar a la vez los cuatro grandes motores
principales.
Los poderosos impulsores
cobraron vida con una intensa llamarada azul de plasma. La joven apuntó cuidadosamente la
proa hacia el centro exacto del vórtice, situado ya a unos doscientos kilómetros de
distancia. Sintió un cosquilleo en la boca del estómago. “La parte más
delicada de la maniobra…” Unos metros de desviación respecto al centro
y la embarcación sufriría una aceleración descompensada que la partiría en
pedazos, arrojándola contra las paredes del torbellino oscuro y desintegrándola
por completo. Por supuesto, sabía que no tendría que pilotar hasta allí. El
invisible horizonte de energía rotatoria, que envolvía la ventana de salto como un
capullo de fuerza y que la mantenía aislada del espaciotiempo normal, los absorbería con tremenda furia en cuanto rozasen su
perímetro, unos cinco kilómetros más cerca que la ventana en sí.
Seis segundos después de
encender motores, la proa hendió el invisible horizonte de energía y la Elcano
experimentó una monstruosa aceleración.
De haber ocurrido en el espacio normal,
ni el compensador más potente habría podido evitar que Mónica y Li se convirtiesen
en sendas masas de vapor sanguinolento. Pero, tras el velo de energía, las Leyes Físicas del Espacio no tenían ningún valor. La nave se precipitó como una
flecha enfurecida hacia la ventana de salto. El campo de integridad brilló con
intensidad cegadora y la Elcano abandonó el Espacio a una velocidad gigantesca, engullida por el oscuro túnel. El desgarrón espacial que formaba la
ventana de salto se cerró violentamente tras ellos, con un breve y potente estallido de
radiación gamma.
Dentro de la nave, en cambio, no
sintieron ningún tipo de movimiento. Desde el instante en que atravesaron la
delgada lámina energética, tan sólo las alargadas líneas luminosas en que se
convirtieron las estrellas, justo antes de desaparecer dentro del vórtice, les
dieron una pista de la tremenda aceleración que experimentaron. En apenas unas
fracciones de segundo volaban a cientos de veces la velocidad de la luz… al
menos, en apariencia.
Lo que viajaba a través de la
exótica dimensión era la pequeña burbuja de Espacio, delimitada por el campo de
integridad, en el que la Elcano estaba contenida. Aunque lo paradójico
era que, dentro de la burbuja, la nave seguía volando a la misma velocidad que
llevaba cuando entró en la ventana de salto… pero permanecía completamente
inmóvil, incapacitada para usar ninguno de sus sistemas de navegación. Como si
el borde delantero de la burbuja se estirase infinitamente ante ellos, a su
misma velocidad, eternamente inalcanzable, mientras el trasero los seguía a ellos del mismo modo. Mónica sabía muy bien que, en el
momento de abandonar el Espacio, los motores y los propulsores de maniobras dejaban
de generar empuje, aun estando encendidos. Algunos modelos incluso se apagaban
por completo. Nadie, nunca, había logrado dar con una explicación convincente
para aquel fenómeno. Por tanto, la única fuente de movimiento dentro del túnel provenía
del flujo de taquiones que recorría las entrañas del hipermotor. El poderoso
torrente de energía taquiónica emitido por el exótico dispositivo formaba el
campo de integridad, como si de un lubricante se tratara, haciendo que la
burbuja, y la nave en ella contenida, se “deslizasen” a través del Hiperespacio
como un cuchillo al rojo a través de un trozo de mantequilla, a la vez que aislaba a ambas de las caóticas leyes de aquella extraña dimensión.
Mónica se acomodó en el asiento.
La verdad, el voluminoso vientre empezaba a resultarle bastante incómodo. “Y
aún faltan más de tres semanas para el parto…”, pensó con un suspiro. Miró al
frente, sin ver en realidad.
Agradecía muchísimo la hiperpropulsión, por supuesto. La alternativa era pasar meses o años para viajar de un sistema estelar a otro volando por el Espacio a velocidad subluz. Pero le fastidiaba profundamente no poder hacer nada. Estar en la cabina, en su sillón, esperando a que la navicomp los llevase hasta el destino programado, la ponía nerviosa. No podían hacer otra cosa. Esperar, esperar y esperar….
Agradecía muchísimo la hiperpropulsión, por supuesto. La alternativa era pasar meses o años para viajar de un sistema estelar a otro volando por el Espacio a velocidad subluz. Pero le fastidiaba profundamente no poder hacer nada. Estar en la cabina, en su sillón, esperando a que la navicomp los llevase hasta el destino programado, la ponía nerviosa. No podían hacer otra cosa. Esperar, esperar y esperar….
“… o abrir una ventana antes
de completar el tiempo calculado y arriesgarte a regresar al Espacio sin saber
dónde vas a emerger exactamente. O dentro de qué…”.
Aquellas palabras, pronunciadas
tantos años atrás en la clase de Física Extradimensional por su instructora de
vuelo, Rachel Stone, se habían grabado a fuego en el cerebro de Mónica y eran
para ella una especie de mantra. La frase había irrumpido metódicamente en su
memoria en todos y cada uno de los cientos de saltos que había realizado a lo
largo de su carrera como piloto. Sonrió levemente, con un brillo de melancolía
en la mirada. “Rachel…”. Echaba mucho de menos a aquella mujer menuda y
vivaracha con la que había mantenido tantas y tan estimulantes conversaciones.
Su muerte, acaecida dos años atrás en un desgraciado accidente, supuso un duro
golpe del que tardó en recuperarse. Para Mónica fue como perder a su hermana
mayor. Tenía claro que, por muchos años que viviese, Rachel Stone ocuparía
siempre un rincón especial en su corazón.
Li, totalmente ajeno a los
pensamientos de su mujer, contemplaba el pasillo por el que viajaban. Los
familiares y alargados trazos luminosos de tonos blancos y azulados perfilaban
aleatoriamente los límites del túnel, desplazándose hacia atrás con una lentitud
engañosa e hipnótica. Frente a ellos, en la lejanía, los rayos de luz
convergían hasta juntarse casi del todo. A través de las paredes del túnel
podía vislumbrar un paisaje extraño de difícil descripción. A pesar de los
cientos de veces que lo había visto, no lograba acostumbrarse a su naturaleza.
Lo más aproximado sería decir que
el conducto luminoso se encuentra ubicado entre dos infinitas láminas, una en
el “suelo” y otra en el “techo”, de aspecto cristalino ligeramente nuboso y
turbulento. Se las conoce como Seinas,
que en estonio significa muralla. Miles de estructuras alargadas, de textura
indefinible, se extienden entre las dos superficies hasta dónde alcanza la
vista.
Las llamadas "columnas",
poco abundantes pero muy grandes y vistosas, son parecidas a relojes de arena
estilizados y tocan con sendos extremos ambas seinas, fundiéndose en ellas.
Otras formaciones, conocidas como "botellas" y "copas",
emergen de una sola seina sin llegar a tocar la otra y son las estructuras más
numerosas y de más variados tamaños. Son anchas en la base, se estrechan un
poco y luego se ensanchan notablemente. Algunas se vuelven a cerrar de diversas
maneras (las botellas) o se quedan abiertas y con sus bordes desvaneciéndose progresivamente (las copas). Y
después están los "critters", llamados así por unas antiguas
películas de criaturas carnívoras esféricas y peludas. Son "bolas"
compactas, bulbosas, pulsantes y deshilachadas poco frecuentes, que suelen
estar cerca de las columnas, sin conexiones visibles con ninguna de las dos
seinas.
Pero esa es sólo una forma muy
simplificada de explicarlo. Al cerebro humano le es prácticamente imposible interpretar
la información que los ojos le proporcionan en esa insólita dimensión. Las
cámaras fotográficas y de vídeo no captan nada en ninguna longitud de onda,
sólo los trazos luminosos del túnel en el que viaja la nave. Por extraño que
pueda parecer, en el Hiperespacio es una especie de líquida oscuridad la que lo
ilumina todo. Y llega a ser tan intensa en algunos casos que hay que protegerse
los ojos del deslumbramiento. Aquello siempre había sido incomprensible para Li.
“¿Cómo demonios es posible
que la oscuridad deslumbre...?”, había preguntado, años atrás, a un
veterano piloto de mirada turbia en la cantina de la Academia Espacial. El
hombre, algo bebido, estaba explicando apasionadamente, a un grupo de jóvenes cadetes,
sus viajes por el sector. Alguien le preguntó por el aspecto del Hiperespacio y
el hombre contestó que lo más desconcertante era “la deslumbrante oscuridad
que todo lo baña”. Li, que contaba dieciséis años, lo escuchó y le hizo
aquella pregunta, cargada de escepticismo. El piloto le puso la mano en el
hombro y, tras mirarlo intensamente a los ojos con un brillo enigmático en la
mirada y una sonrisa burlona, le respondió escuetamente: “Cuando entres
allí, lo entenderás”.
Y vaya si lo entendió. Nunca
había podido olvidar el tremendo impacto emocional que le causó su primer vuelo
hiperespacial.
Siguió contemplando aquel ambiente extraño y
fascinante. Las seinas de apariencia imposible de definir, pero hermosa,
"ondean" lenta y majestuosamente, a la vez que reflejan la extraña y
viscosa “no-luz” que lo bañaba todo. Las diversas columnas, botellas y copas
que emergen de ellas son aún más extrañas, pues exhiben desconcertantes
dualidades: parecen estar y no estar compuestas por el mismo
"material" que las seinas; dan la impresión de ser violentamente
turbulentas y estar en completa calma; lo que sea que las compone gira y se
arremolina en varias direcciones simultáneamente…
“En condiciones normales, si miras
dos objetos colocados sobre una mesa y separados entre sí, se ve un objeto, un
espacio vacío y el otro objeto, ¿no? Pues bien, allí dentro es el espacio vacío
entre estructuras el que da sensación de volumen y de presencia, mientras que
las formaciones son las que parecen ausentes, como si ellas fuesen el espacio
vacío”, había dicho aquel piloto. Y, aunque estaba bastante de acuerdo con
aquella definición, a Li siempre le había parecido más acertado compararlo con
lo que sucede cuando se mira el dibujo de una palmatoria blanca sobre fondo
negro y, de repente, se ven dos caras negras enfrentadas sobre un fondo blanco.
No obstante, lo que más
curiosidad despertaba en Li era que las columnas y demás formaciones siempre aparecían en frente, a la derecha y detrás de la nave. Nunca había estructuras a la izquierda,
fuese cual fuese el punto de origen y destino del salto. Lo único que se podía
ver a la izquierda era una pared granulosa y aparentemente cilíndrica de altura
infinita, cuyos extremos quedaban fuera del alcance de la vista, pero que
parecían fundirse en ambas seinas. Había científicos que especulaban con que
fuese una enorme columna que englobaba nuestro Espacio normal. Según ellos,
cada estructura era una representación en múltiples dimensiones de cada galaxia
tridimensional y, por ello, esa gran columna de la izquierda, sería la forma de
nuestra Vía Láctea en esa dimensión extraña. Había teorías para todos los
gustos, pero ninguna lograba dar una explicación coherente de aquel paisaje.
Los investigadores están
convencidos de que todo lo que se ve en el Hiperespacio no es real, sino una
construcción aproximada de nuestra mente acerca de algo que es incapaz de
comprender. Una especie de alucinación o sueño que explica por qué las cámaras
no captan nada y el cerebro sí. Lo que no explica es por qué todo el mundo ve lo mismo.
Todo ello, unido a la permanente
sensación de minúscula infinitud que invade los sentidos en todo momento,
convierten el Hiperespacio en el lugar más extraño y desconcertante que se
puede experimentar. Es muy habitual que, en su primer viaje por esa exótica
dimensión, la gente se maree violentamente. Muchos llegaban incluso a
desmayarse. Algunas personas jamás vuelven a asomarse a una ventanilla mientras
su nave viaja a hipervelocidad.
A Li, por el contrario, le
gustaba dejarse llevar por el hipnótico espectáculo visual que se ofrecía ante
sus ojos. Le relajaba. Era un efecto parecido al de contemplar una lámpara de
lava. Nunca se repetía el mismo patrón. A veces había creído ver a una segunda Elcano
viajando por un túnel paralelo al suyo pero, en cuanto se fijaba, desaparecía.
Otras veces eran figuras extrañas, destellos o clones vaporosos de su propia
nave volando en dirección contraria, pero sin cruzarse nunca con ella.
No obstante, en aquella ocasión
se encontraba un poco bajo de ánimo. Miró la pantalla de sensores de
navegación. Como era habitual, no mostraba nada coherente. Ninguno de ellos
servía en el Hiperespacio. Todos los intentos de diseñar algún tipo de detector
útil para aquel ambiente habían sido infructuosos. Alargó sin interés la mano
hacia la pantalla táctil para que mostrase el estado del campo de integridad,
que brillaba serenamente formando ondas perezosas alrededor de la nave. Por
error, pulsó el icono que activaba los sensores de prospección, inútiles dadas
las incoherentes condiciones reinantes allá afuera. Se dio cuenta de la
equivocación, e iba a pulsar de nuevo para cerrar la ventana de información,
cuando se le cayó el vaso vacío al suelo. Se agachó para recogerlo y, en ese
momento, sonaron una serie de señales acústicas en la pantalla. Se levantó para
mirar la pantalla... y su sorpresa fue
mayúscula cuando vio lo que mostraba.
—Mónica... no te vas a creer lo
que acaba de ocurrir. —Tenía una expresión indefinida en el rostro, mezcla de
fascinación e incredulidad.
—¿Qué pasa?
—Míralo tú misma. Te paso los
datos a tu monitor central. —Su voz se había vuelto insustancial, ahogada, como
si le costase hablar. Pulsó su pantalla levemente, sobre la ventana activa, y
arrastró la mano hacia la derecha, más allá del borde. Una copia del contenido
de la pantalla se deslizó fuera de ésta por la derecha y apareció por la
izquierda en el monitor de Mónica.
—¿Qué te parece tan interesante?
Aquí sólo veo datos caóticos de... Dios mío. —Abrió la boca, estupefacta. Li no
sonreía, pero su expresión era de éxtasis.—¿Es un error de lectura?
—No lo parece, es algo
completamente nuevo…
—Entonces, ¿habremos arrastrado
materia desde nuestro Espacio y se ha desnaturalizado aquí dentro?
—Me extrañaría. Lo que está
dentro de la burbuja de integridad, se mantiene totalmente aislado de las leyes
físicas de fuera—apuntó Li, pensativo. —Por eso, si algo atravesase la burbuja
sería aniquilado instantáneamente. Lo que estamos viendo aquí son partículas
que están fuera de la burbuja…
—Pero eso es… es…
—¿Te das cuenta de lo que
significa esto? En contra de todo lo que hemos aprendido, de todo lo que
conocíamos y de todo cuanto se suponía, hay partículas materiales en el
Hiperespacio. Materia, Mónica. ¡Completamente nueva y desconocida!
—Pero... se suponía que en el
Hiperespacio sólo había varios tipos de taquiones… que no existía nada más,
aparte de la hipotética energía negativa… Los taquiones no tienen masa... Son partículas
virtuales puntuales, como los quarks, pero sólo pueden existir aquí por ser más
rápidos que la luz. Se supone que son pura energía comprimida y plegada en
varias dimensiones. —Hizo una pequeña pausa, con la mirada clavada en las
pantallas—. Pero, según estos datos,
aquí hay partículas físicas, estables y pesadas de un tipo desconocido, que
además NO deberían existir. ¿Por qué nadie se ha dado cuenta de esto antes?
Hace casi cincuenta años que los mejores ingenieros de cuatro mundos estudian
el Hiperespacio. ¿Cómo es posible que no lo hayan visto? —Estaba exaltada y
furiosa a la vez y hablaba atropelladamente. No podía comprender aquella
aparente estupidez.
—Porque ninguna de las naves de
investigación usadas equipaba sensores de identificación atómica para
prospección. ¿Para qué? Nada hacía pensar que en este ambiente pudiesen ser
útiles. Ninguna otra nave tiene sensores de ese tipo tan modernos como los
nuestros. Recuerda que la Elcano es la nave más avanzada de la
Confederación en éste ámbito. Y los “arreglillos” que les hizo Max optimizaron
aún más los equipos —dijo Li con calma.
—Ya, ya lo sé. Pero, aún así, no
es lógico que nadie haya detectado esto nunca. ¡Son casi cincuenta años, por el
amor de Dios! —Su voz sonaba más aguda a causa de la exasperación que sentía—.
¿Lo estás grabando?
—Claro que sí. Estos datos son
vitales. Podrían ser la clave para entender de una vez por todas ésta
dimensión. La existencia de esas partículas quizá pueda aportar la pista
fundamental para comprender las leyes que reinan aquí. ¡No te extrañe que haya
incluso átomos!.
—No creo que... ¡Espera! Según
los sensores, algunas de esas partículas
interaccionan con la corriente de taquiones que forma el túnel. Y cuando eso
sucede... —Dudó. Li se levantó y se acercó a ella—. Se… se “funden” entre sí y
dan lugar a algo distinto. No sé cómo interpretarlo—sacudió la cabeza—. Los
sensores no son capaces de identificarlo. Lo único que sé es que, tras unos
segundos, “eso” se desvanece. Sin dejar ningún rastro.
—Sea lo que sea, es inestable y
se desintegra…
—No, no, no—lo interrumpió
ella—. No he dicho que se desintegra. He dicho que se desvanece.
Desaparece por completo. Es como si... como si se fuese a otro lugar.
—Eso no tiene ningún sentido—frunció
el ceño—. Bueno, como todo aquí. En fin… —chasqueó la lengua y agitó la mano
con indiferencia—, no tenemos ni equipo ni conocimientos para investigar esto
como es debido. Grabaremos todos los datos que podamos y, cuando lleguemos a
casa, lo comunicamos y que los expertos vean qué pueden hacer con todo ello.
—De acuerdo. —Hizo una pausa—.
Pero queda un tema pendiente.
—¿Y es?
—Que habría que darle un nombre
a esta especie de materia del Hiperespacio, ¿no?.
—Cierto… ¿Se te ocurre alguno?
—Pues ahora mismo no. Pero
tenemos un buen rato por delante para pensarlo. Quedan treinta y dos minutos y
diecisiete segundos para llegar al punto de destino que has calculado. Si no te
importa, voy a tumbarme un poco. Este bombo me está matando —comentó con gesto
cansado, señalando su abultado vientre.
—Tranquila. Yo me quedo. Te
avisaré cinco minutos antes de llegar. ¿Necesitas algo?
—No, gracias. Estoy bien, solo
es cansancio.
Li la vio caminar pesadamente
por el pasillo, con las manos en los riñones. Bajó un quince por ciento la
gravedad artificial en toda la sección de proa, hasta los camarotes, para
facilitarle un poco las cosas. Mientras tanto, él siguió observando con interés
los datos que proporcionaba el sistema de sensores de la nave.
Casi treinta minutos después,
Mónica volvió al puente. Tenía mejor cara. El descanso y la menor gravedad le
habían sentado bien. Se sentó en su puesto y guió la maniobra para abandonar el
Hiperespacio. El campo de integridad se deformó, concentrando el halo de
taquiones en un amplio haz cónico a proa. El tejido interdimensional se rasgó,
dejando ver la nebulosidad multicolor de aquella región del Espacio. La Elcano
atravesó la nueva ventana con una lentitud engañosa y con un destello de
energía, regresó a su ambiente natural. El suave zumbido del campo de
integridad se desvaneció. La joven realizó un rápido chequeo de los sistemas.
Todo estaba en orden, como siempre. Estaban apenas a cinco kilómetros del punto
calculado. Una precisión exquisita, dadas las peculiaridades de la navegación a
hipervelocidad. Lo normal era emerger en algún lugar de una esfera de unos trescientos
kilómetros de radio a partir del punto calculado. Con la nueva posición
establecida, fijó las coordenadas de destino del segundo salto, a un cuarto de
año luz de distancia. Apenas veinte minutos de vuelo. Los indicadores del
hipermotor estaban en verde, aunque un poco altos. No habría problema para
saltar inmediatamente, pues el núcleo no necesitaba ninguna parada de
regeneración.
Accionó la palanca derecha
suavemente a estribor. Los impulsores RCS de babor se activaron y la
proa empezó a virar con elegancia. Efectuó un par de pulsos de frenado con los
de estribor y la nave se detuvo. Verificó que la proa apuntara exactamente
hacia el segundo punto de destino, echó un último vistazo a los cálculos y
activó la secuencia de salto. La Elcano desapareció de nuevo a
hipervelocidad.
*
—Emergiendo al Espacio...
¡ahora!
Mónica estaba contenta. Helia
estaba a la vista, a estribor, brillando distante en el centro transparente y
diáfano del sistema. Deméter estaba rodeado por una pequeña y joven nebulosa
planetaria, en cuyo borde interior se encontraba la Elcano en aquel
momento. El límite externo de la nebulosa rozaba las fronteras de los sistemas
Boreas y Vian’har. Los colores irisados de los filamentos de gas eran tan
hermosos que a la joven se le iluminó la mirada. Pocas veces tenía oportunidad
de verlos desde una posición tan ventajosa. Le parecía increíble cómo podía
cambiar el espacio en poco tiempo. Los astrofísicos de la Colonia habían
determinado que no hacía ni cuatrocientos mil años que Helia era una inmensa
gigante roja. Algo sorprendente, pues una estrella de ese tipo tardaría
millones de años en perder sus capas exteriores en forma de nebulosa y
convertirse en una enana blanca como Helia. Al parecer, la estrella se
transformó de golpe, en lugar de hacerlo gradualmente. Pero, sin embargo, la
materia eyectada se expandía a una velocidad casi diez veces inferior a la
habitual en esos casos. Nadie había logrado averiguar las causas de aquel
insólito comportamiento, aunque quizá tenía algo que ver que Helia había sido
una de aquellas extrañas estrellas de carbono, de las que se habían descubierto
varias decenas en las últimas décadas. Fuera como fuese, gracias a su
peculiaridad Helia había formado una de las nebulosas planetarias más bellas y
densas de las descubiertas en toda la galaxia. Una nebulosa que nunca habría podido
ser detectada desde la Tierra, por hallarse oculta tras un denso brazo de gas y
polvo del complejo de la Gran Nebulosa.
Revisó el estado de la nave y
del hipermotor de nuevo. Seguía todo correcto. Los indicadores de regeneración
rozaban la zona amarilla. Pero, puesto que la distancia que quedaba por
recorrer era de apenas diez días luz y que el último salto era también el final
del viaje, no se preocupó. La Elcano estaría parada varios días. Tendría
tiempo más que de sobra para eliminar la radiación de taquiones de los
cristales de control del núcleo. Y para repostar los tanques de combustible, ya
que estaban a menos de media capacidad. Guiándose por las coordenadas que
aparecían en la pantalla, viró de nuevo apuntando la proa unas décimas de grado
a babor de la pequeña estrella blanca. Directos hacia la Colonia. Por fin
podrían descansar en casa y pasear por los invernaderos. No iba a volar más
hasta mucho después de que naciese su bebé. No había sido muy buena idea
insistir tanto en realizar aquel viaje, después de todo. Li tenía razón.
Debería haberse quedado a esperar tranquilamente. Su madre y su suegra la
habrían atendido como a una reina. Pero últimamente habían pasado pocos días
juntos, por las obligaciones del uno y del otro. Y en aquella misión de
exploración sólo hacían falta dos tripulantes en la Elcano. Cerca y
fácil. Era una oportunidad estupenda para disfrutar de unos días de intimidad
con su marido, lejos del bullicio y de las obligaciones. Y su última
oportunidad de volar antes del parto.
Acercó la mano a la pantalla
táctil, para iniciar por tercera vez la secuencia de hipervelocidad.
Sonó una señal de aviso en el
panel lateral del puesto de navegación. Los sensores del sistema de
prospección, que permanecían activados desde el primer salto, habían detectado
una insólita acumulación de minerales de extraña configuración en un espacio
muy reducido. La anomalía se encontraba a unos mil cuatrocientos kilómetros, a
estribor de su posición. Quedaba oculta a la vista por un estrecho filamento
gaseoso. Mónica miró la pantalla de los sensores. Activó el radar de barrido
lateral y lo focalizó hacia las coordenadas indicadas. Según las cartas de
navegación, no había nada en aquella posición. Quizá se tratase de un asteroide
errante, o de un cometa de largo periodo. Un par de segundos después llegó el
resultado a la pantalla.
Se trataba de un objeto
alargado, de unos cuarenta metros de longitud por diez de ancho y parecía
poseer unas extrañas excrecencias en un lateral. Era sorprendentemente ligero,
apenas ochenta toneladas de masa. Estaba recubierto por unas anómalas
aleaciones metálicas. Li y Mónica se miraron. La curiosidad pudo con ellos en
una fracción de segundo. Abortaron la cuenta atrás cuando Vyla había
empezado a volcar energía de los condensadores al hiperpropulsor. Variaron el rumbo, poniendo proa hacia el
objeto. Se hallaba a menos de mil kilómetros en aquel momento y empezaron a
decelerar para aproximarse con precaución. Según las lecturas de los sensores,
aquello no se parecía a nada conocido, y no querían sorpresas. Los sistemas de
navegación estaban preparados para largarse de allí a toda velocidad en caso de
peligro. Hacía tiempo que no tenían problemas con los Naderios y no era
cuestión de encontrarse metidos en una emboscada. Por si acaso, Mónica activó
el escudo de combate de la nave. El profundo zumbido de la potente emisión
energética que envolvió a la Elcano como a una crisálida la reconfortó.
Tardaron apenas dos minutos en
atravesar el filamento gaseoso. Ante ellos se extendía un panorama diáfano en
varios centenares de miles de kilómetros a la redonda. La nebulosa planetaria,
con su forma de anillo de brillantes colores recortándose contra el azul
fantasmagórico de la Barrera, ofrecía un sereno y maravilloso espectáculo de
formas, tonos y texturas.
La cosa se hallaba en aquel momento a unos
trescientos kilómetros de la Elcano. Estaba al alcance de las cámaras
del telescopio. La pequeña torreta sobre el fuselaje del puente giró y el tubo
del telescopio de un metro y medio de apertura se extendió, apuntando hacia el objeto desconocido. Li lo enfocó
y pasó la imagen al cristal central de la cabina, la gran pantalla principal de
la nave. Lo que vieron los dejó estupefactos. La cámara mostraba un objeto
ahusado, con la superficie exterior formada por grandes placas de color zafiro
de forma irregular. Poseía una extraña y alargada protuberancia de contorno
ligeramente cónico y textura rugosa en la parte... ¿delantera? La parte inferior
parecía estar veteada por distintos tonos plateados. Aquella cosa, fuera lo que
fuese, estaba en una posición perpendicular respecto a la nave y presentaba en
aquel lado cuatro objetos alargados y planos de diferentes longitudes. Aún
estaban demasiado lejos para apreciar más detalles, y la imagen estaba un poco
distorsionada.
—Eso no se parece a nada que
haya visto antes —dijo Mónica, frunciendo el entrecejo—. No tengo la menor idea
de qué demonios puede ser. Pero de una cosa sí estoy segura: ni es un asteroide
ni el trozo de algún cometa.
—Yo tampoco sé qué puede ser
—contestó Li con la mirada fija en la pantalla. Su rostro reflejaba curiosidad
y preocupación a partes iguales.
—Pues vamos a acercarnos más y
vemos si podemos averiguar algo. Se parece a algún tipo de nave, ¿no?...
—comentó ella—. Aunque, desde luego, el diseño no es en absoluto confederado
ni naderio. A lo mejor es de alguna civilización que no conocemos aún.
—No registro lecturas
energéticas de ningún tipo. Ni campos de fuerza, ni residuos de impulsión...
nada. Da la impresión de que va a la deriva. Si es una nave perteneciente a
alguna civilización desconocida, parece que fue abandonada hace tiempo—indicó Li,
irguiéndose en su sillón y manipulando algunos mandos del control de sensores,
a fin de obtener lecturas más precisas.
—Voy a ir rodeando eso a una
distancia prudencial, a ver si captamos más detalles. De momento, no creo que
debamos acercarnos más. No me fío.
—Intentaré saber algo más con
los sensores.
Con Mónica a los mandos, la nave
empezó a describir un círculo a unos ciento cincuenta kilómetros del objeto,
rodeándolo lentamente, mientras los sensores trataban de penetrar el
recubrimiento exterior para intentar dilucidar qué había dentro de aquella
cosa.
Li focalizó el radar en un haz
concentrado de gran energía. Activó el sistema y... la cosa brilló. Un etéreo
campo de luz ondulante y azulada se formó en un lateral, allí donde el pulso de
energía había impactado, y desapareció al cabo de un instante. Los extraños
objetos que colgaban en uno de los costados se agitaron ligeramente.
Por un instante se hizo un
pesado silencio en la cabina. Mónica estaba sopesando la posibilidad de activar
los motores para irse de allí a toda máquina. La “nave” no mostró ninguna otra
actividad. En aquel momento, el instinto de la joven hizo que abortara la
maniobra. Una extraña sensación se abrió paso en su mente. Una especie de
revoloteo en el estómago y un hormigueo en la nuca detuvieron sus pies antes de
pisar los pedales de aceleración. Supo, de alguna manera que no alcanzaba a
comprender, que aquella cosa no representaba una amenaza... Supo, sin lugar a
dudas, que necesitaba ayuda. Cambió el rumbo de pronto, poniendo proa
directamente hacia el objeto. Li iba a protestar cuando vio la mirada de
determinación de su mujer. Ella sabía algo. Y estaba acostumbrado a confiar en
el fino instinto de Mónica. Jamás pondría en peligro a su bebé y a su querida
nave, así que calló y la dejó hacer. La pantalla del panel de sensores cobró
vida. La navicomp había realizado por su cuenta un escaneo completo y había
conseguido penetrar el interior del misterioso objeto, que flotaba inerte ante
ellos a menos de cincuenta kilómetros.
Entonces, Vyla habló.
Y nunca, jamás, por muchos años que ambos viviesen, olvidarían aquella frase de la IA:
—Terminado
el análisis inicial. El objeto está compuesto íntegramente por materia orgánica
y muestra signos vitales inequívocos.
—Pero qué demonios... —masculló Li,
al ver los datos de la pantalla principal. Mónica levantó la mirada. No podía
creerlo.
—Dios mío... —murmuró,
boquiabierta—. No es una nave... es un ser vivo...
—Afirmativo.
En función de los datos disponibles, se computa una probabilidad del 99,98 por
ciento de que el objeto sea algún tipo de criatura viva.
—¿Un ser vivo en medio del espacio?
¿Pero cómo...? —Li se levantó, frotándose las sienes y la cabeza. Aquello era
más de lo que podía asimilar.
—Ni… ni idea. —No le salían las
palabras, tal era su estupor—. Vyla, ¿en qué estado se encuentra la criatura?
—Datos
incompletos. Fisiología desconocida. Tomando como base la información conocida
de otros seres de similar tamaño y distribución interna, existe una probabilidad del cuarenta por
ciento de que los signos vitales detectados puedan ser considerados como
débiles o muy débiles. Presenta una enorme lesión en el costado derecho, con
pérdida de tejidos orgánicos. No es posible ofrecer ninguna otra valoración
fiable.
—Esto es increíble. ¿Cómo puede
existir una criatura capaz de vivir en el vacío del espacio? Las radiaciones,
las temperaturas extremas, los impactos, las distancias… ¿cómo puede sobrevivir
en un ambiente así? —El choque emocional del descubrimiento había sido tan
contundente que Li apenas podía pensar. Le dolía la cabeza y sentía un
desagradable nudo en el estómago.
—Ahora no importa eso, cariño.
Lo importante es que es un ser vivo y está gravemente herido. Debemos ayudarlo.
—Una férrea determinación ardía en su mirada.
—¿Ayudarlo? ¿Ayudarlo, dices?
—La miró con incredulidad. Su cara era el vivo reflejo de la estupefacción—. ¿Y
cómo piensas hacerlo, eh? No sabemos absolutamente nada de... de eso. Podría
ser agresivo, incluso peligroso. No tiene manera de saber que tratamos de
ayudarlo, está herido y lo más probable es que interprete que un carroñero o un
predador intenta atacarlo. Puede ocurrir cualquier cosa... —Una parte de su
mente se sorprendió por la naturalidad con la que había supuesto la existencia
de otros seres. Aunque tenía sentido… si había uno, debía haber más...
—Pero mira en qué estado se
encuentra, hombre. No está en condiciones ni siquiera de sobrevivir por sí
mismo. No puede defenderse, ni mucho menos atacar. —Su voz estaba teñida de
compasión. Li se sintió desfallecer ante el tono de súplica de su mujer.
—No tenemos ni idea de en qué
condiciones está realmente, ni de la capacidad de ataque o defensa que
conserva. Y no pienso poneros en peligro, ni a ti ni a nuestro bebé —sentenció Li,
aunque sin mucha convicción—. ¿No te das cuenta de que mide cuarenta metros?
¿Qué ocurriría si nos golpease?
—Pues yo no pienso dejarlo aquí,
abandonado a su suerte. Tú, que tanto adoras la naturaleza que perdimos en la
Tierra, deberías comprenderme mejor que nadie. ¡Es un descubrimiento
extraordinario! ¡Seres vivos en el espacio abierto! —apuntó Mónica, con
firmeza—. En cuanto a sus dimensiones, esta nave es casi el doble de grande y pesa treinta veces más. ¿En serio crees que tiene la menor posibilidad de
dañarnos? —Sus labios se inclinaron levemente hacia arriba, a la vez que
elevaba la ceja derecha. Era un gesto que él adoraba—. Además, no podrá
golpearnos si nos mantenemos en el costado herido…
Li la miró. Vio determinación en
sus ojos. Supo que no había nada que hacer. Había perdido aquel asalto. Ella
había tomado su decisión y nada la haría cambiar de opinión. A veces podía
llegar a odiar su testarudez... Cedió.
—Está bien, pero al más mínimo
indicio de peligro, nos largamos. No pienso correr ningún riesgo —dijo él,
mientras su mano se desplazaba hacia los controles de la torreta del láser de
prospección. El cañón de energía se utilizaba habitualmente para vaporizar la
roca y extraer muestras de minerales. No había sido diseñado para utilizarse
como arma, pero podía cumplir perfectamente aquel cometido con un objeto inmóvil.
—No creo que eso sea necesario,
cariño. Estoy segura de que no representa ninguna amenaza —indicó suavemente
Mónica, mostrando su más radiante sonrisa y Li se sintió derrotado—. Intuición
femenina...
La joven tomó los controles.
Maniobró con habilidad y se acercó resueltamente a la criatura. A veinte
kilómetros ladeó la nave para aproximarse de costado, tratando de parecer lo
menos amenazante posible. No tenían la menor idea del comportamiento de aquel
ser, ni de lo que éste podría considerar una amenaza. Pero decidieron actuar
como lo habrían hecho con un animal de la Tierra... si hubiesen conocido
alguno. Mónica pensó, con tristeza, que cuando ellos nacieron ya hacía décadas
que habían desaparecido los animales salvajes. Sólo se conservaban pequeños
reductos de fauna en la Colonia. Pero, tras pasar más de un siglo en
cautividad, habían perdido completamente sus instintos. En las naves de escape
habían embarcado todos los animales y plantas que pudieron salvar de la Tierra agonizante,
además de miles de muestras genéticas de seres de los que no se pudieron
recuperar ejemplares vivos, con la esperanza de encontrar un mundo en el que
establecerse y adaptarlos. Pero, por el momento, no había sido posible. Todo lo
relacionado con el comportamiento de la fauna salvaje lo habían aprendido de
antiguas grabaciones, documentales de la vida en la Tierra antes de la Catástrofe.
Viejas secuencias de video sonoro, grabadas en soportes arcaicos tales como
cintas magnéticas, discos ópticos, tarjetas de memoria electrónicas... Los
cristales de datos, con una capacidad de almacenamiento infinitamente superior,
habían aparecido pocos años antes de la Catástrofe, y se había pasado gran
cantidad de información a ellos, remasterizado y mejorado. Pero había quedado
muchísimo más por convertir...
Apartó aquellos melancólicos
pensamientos de su mente y se concentró en las pantallas. Los sensores de la
nave escaneaban exhaustivamente al espécimen. Li los había reprogramado para
modificar su sensibilidad. Estaban diseñados para identificar minerales, no
tejidos orgánicos. Pero, con unos pequeños ajustes, cumplían con bastante
dignidad su nueva función. Los signos vitales del asombroso ser eran muy
débiles, o al menos, lo que ellos consideraron signos vitales... Presentaba una
tremenda herida en el costado izquierdo, con los tejidos congelados a causa del
frío del espacio. No les cupo la menor duda de que así se había evitado la
pérdida de fluidos vitales.
—Debía de tener otras cuatro…
aletas como esas en este lado, pero parece que ha sufrido una colisión
desastrosa y las ha perdido —observó ella.
—Su piel está compuesta por
placas metálicas sobre varias capas de tejidos aislantes —dijo Li, mirando la
imagen que mostraba la pantalla con expresión concentrada—. Pienso que es
probable que su sistema biológico se base en el uso de la electricidad. Los
sensores detectan varios grupos musculares repartidos por su cuerpo que son muy
similares a los de algunos animales de la Tierra, como las anguilas eléctricas
o los torpedos, o de Vian'har, como los lakas de cola de látigo… Pero éstos son
mucho más potentes y evolucionados. Además, en el interior de las aletas
detecto millares de finas estructuras tubulares con un alto contenido en metales
magnéticos. Casi parecen bobinas. Y mira, mira todo esto —comentó, señalando
varios puntos de la pantalla—. Se parece mucho a una extensa red de potencia
que recorre el cuerpo. Si te fijas, es mucho más densa cerca de esos músculos y
de las aletas. Además, los sensores captan que las placas dérmicas contienen un
elevado porcentaje de silicio cristalino en su composición. Podría generar
energía fotovoltaica, igual que el recubrimiento de nuestras naves. Luego están
esos cinco grandes espacios vacíos, parecidos a pulmones o vejigas. Los
sensores detectan trazas de nitrógeno, metano y amoniaco dentro de ellas. La
central es la mayor y está medio llena de… ¡agua!— Li, pensativo y absorto en
la pantalla, iba describiendo como en trance lo que los sensores descubrían,
mientras ella programaba el piloto automático para que la nave se acercase
lentamente al ser.
—Hay muchos órganos que no sé qué
función pueden tener. Éste con forma de rosquilla —dijo Mónica, levantando la
mirada y señalando la pantalla—, parece su cerebro, pero se encuentra en el
centro del cuerpo, no en un extremo... Esos
otros ocho nódulos parecen sistemas nerviosos secundarios, como si las aletas
poseyeran su propio control unitario independiente. ¿Ves? Tu “red de potencia”
pasa justo por el centro de cada uno de ellos. Luego están esas extrañas
estructuras, largas y arrugadas, bajo el lomo. Los sensores detectan clorofila
en grandes cantidades. Li, este ser no se parece a nada que conozcamos. No
tiene nada que ver con los animales de la Tierra ni de los mundos de la
Confederación. —Parecía frustrada. Se echó hacia atrás en la butaca, con las
manos detrás del cuello y mirando al techo—. Pero claro, ninguno de ellos vive
en el espacio interestelar. Su biología y sus adaptaciones han de ser realmente
extraordinarias para sobrevivir en un medio tan hostil —añadió después, casi
para sí misma.
—Ya que parece que puede generar
y, seguramente, canalizar electricidad en grandes cantidades, quizá podríamos
conectar su cuerpo con los generadores de la nave. A lo mejor eso lo mantiene
estable mientras decidimos qué hacer después —sugirió él.
—Tienes razón. Lo conectaremos e
iremos incrementando el voltaje y la intensidad hasta que se aprecie algún
cambio. Voy a prepararlo todo...
—No. Ni hablar. Tú te quedas
aquí. En tu estado no te conviene hacer tonterías ni exponerte a las
radiaciones. Lo haré yo. Y no hay discusión —atajó Li, con aplomo.
La joven lo miró y accedió. Le
hubiese encantado salir allí fuera, pero su marido tenía razón. Además, cayó en
la cuenta de que le iba a resultar muy difícil ajustarse el traje espacial con
aquel vientre tan abultado... Así pues, ella quedó al mando de la nave mientras
él preparaba el equipo. Mónica maniobró la Elcano de forma que ésta y el
animal quedaron alineados, con la popa a unos cien metros de lo que habían
convenido en identificar como "hocico". Varió el ángulo de los cuatro
motores treinta grados hacia fuera, para que los chorros de plasma ardiente no
dañasen a la criatura si debían encenderlos.
Dejó a la IA a cargo de los
sistemas, mantuvo los impulsores preparados y esperó.
Por su parte, Li se había
colocado el traje espacial. Era un modelo nuevo, un ST-99. Aunque parecía un
traje y tenía forma humana, en realidad era un vehículo autónomo. A pesar de su
volumen solo pesaba cien kilos a 1G. Tenía impulsores, campos de protección, brazos
articulados con herramientas universales intercambiables, garfios de amarre en los pies, un sistema de
regeneración del aire que otorgaba doce horas de autonomía sin usar las
reservas... También poseía un sistema de soporte vital de emergencia capaz de
mantener a una persona con vida unas dos semanas, en un estado de coma inducido.
El piloto, además de estar fuertemente protegido, no veía en absoluto
entorpecidos sus movimientos. El traje era muy flexible y equipaba en toda su
extensión amplificadores biomecánicos y nanodispositivos de control, que
aumentaban tanto la fuerza como la velocidad de su portador, una vez que éste se
adaptaba a él. De hecho, se tardaba más o menos un mes en aprender a
controlarlo, pues al principio, uno no tenía medida de la fuerza que aplicaba,
y acostumbraba a romper los objetos que intentaba coger con delicadeza. Pero
cuando piloto y traje conseguían sincronizarse, formaban un equipo de trabajo
sobresaliente. Li había oído rumores en la Colonia de que algunos trajes habían
sido modificados, aumentando sus blindajes y adaptándoles armamento. De ser
así, y si los pilotos eran hábiles, constituirían una fuerza de ataque o
defensa bastante respetable. Algunos de aquellos trajes "tuneados" en
las naves mercantes, y los Naderios no las asaltarían tan alegremente para
robar su carga.
Se colocó la escafandra. Había
sido fabricada con Poliglass, un tipo de policarbonato rígido de base cerámica. El material estaba polarizado, se oscurecía automáticamente según
la luz incidente y poseía una enorme resistencia a los impactos. Había sido
diseñada de forma que rotaba al mover la cabeza, permitiendo la visión en todas
direcciones. El recubrimiento interior, de cristal líquido, proyectaba información
en realidad aumentada ante los ojos del piloto. Cuando el cierre se selló, Li
estuvo listo para salir al exterior. Andaba con desenvoltura, a pesar de que el
sistema de gravedad artificial de la nave se encontraba ajustado a casi 1G.
El traje pesaba bastante en ésas condiciones. Sin los sistemas de amplificación de
fuerza le habría costado caminar con él. Entró en la esclusa de aire de babor,
se cerró la compuerta interior y las bombas empezaron a hacer el vacío. Cuando
la presión desapareció, se abrió la compuerta exterior de tipo diafragma. En la
esclusa no había gravedad, por lo que Li salió flotando suavemente al espacio
con un leve impulso de sus manos. Se alejó una veintena de metros de la nave y
giró. No podía evitarlo. Cada vez que salía al exterior, debía verla. Y, a
pesar de su insólita apariencia, apenas mitigada por la capa de pintura, el
mismo brillo de orgullo aparecía en su mirada, siempre.
Llevaba años navegando en ella y
nunca se cansaba de admirarla.
Una embarcación legendaria...
*
La J. S. Elcano era una
nave excelente, muy resistente y adaptable. De hecho, había sido ampliamente
modificada, pues el diseño original era el de un navío de evacuación. Medía
setenta y tres metros de eslora y treinta y cinco de manga. Tenía una forma
vagamente triangular, con la cabina de mando acristalada en la proa, y cuatro
voluminosos motores a popa, dos arriba y dos abajo, montados sobre soportes rotobasculantes
que permitían orientarlos en cualquier dirección.
La zona ventral delantera estaba
completamente cubierta por los dispositivos sensores, el repulsor secundario,
el proyector de tracción de proa y el apoyo de aterrizaje. En la sección
central disponía de un anillo ovalado que equipaba el brazo robótico articulado
y el compensador de aceleración. En el lomo, sobre el fuselaje, equipaba la
torreta del láser de prospección, el telescopio, la compuerta de expulsión del
núcleo y los integradores para la navegación a hipervelocidad. En la zona
inferior trasera estaban el repulsor principal, los trenes de aterrizaje
traseros y el rayo tractor de popa.
Poseía tres esclusas de aire,
dos en los costados, con anillos de anclaje universales, y una a popa, entre
los motores. Toda la sección delantera podía separarse del resto de la nave,
como vehículo de salvamento autosuficiente. Los emisores de los deflectores
estaban situados en dos aletas redondeadas a cada lado de proa, apuntadas
ligeramente hacia abajo.
La Elcano, en su forma
original, fue la nave que traspasó en primer lugar el inmenso agujero de gusano
que trajo a la Nueva Esperanza y al
resto de la Flota a la región de la Gran Nebulosa de Orión, tras la evacuación
de la Tierra. Fue la primera en llegar al otro lado y transmitió el mensaje de
alegría y esperanza que hizo que las demás naves se adentrasen en lo
desconocido, buscando una nueva oportunidad para la especie humana. Un año
después fue ampliamente modificada en el mayor astillero orbital de Vian’har.
Se le retiraron sus redes de potencia y sus motores tipo cohete, así como los
depósitos de hidracina, pero se conservaron los dos reactores de fisión nuclear,
debidamente mejorados. A continuación, se le instaló un chasis hiperpropulsor
nuevo, pues el suyo era terriblemente primitivo y poco fiable. Le adaptaron
escudos de energía y de partículas, la torreta láser de rayo continuo, sensores
e Inteligencia Artificial avanzados y muchas cosas más. También se reforzó la
estructura y el casco, modificándolos en parte. Cuando salió del astillero, la
nueva Elcano apenas se parecía a la original. Incluso la pintaron toda
en un color blanco satinado muy bonito, con una franja roja a todo lo largo del
casco.
*
Li la recorrió con la mirada,
una rutina que había adquirido tras tantos años de navegar por el espacio.
Aunque los sensores podían detectar cualquier daño, también podían fallar, así
que una exploración visual nunca estaba de más. Exceptuando algunos
desconchones en la pintura y un par de reparaciones del casco de poca
importancia, no presentaba el menor daño. Su estado de conservación era
realmente admirable, máxime si se tenía en cuenta que contaba casi sesenta
años. Li activó los impulsores del ST-99 y se dirigió hacia popa. Cuando llegó
avisó a Mónica. La joven activó uno de los cinco cabestrantes traseros,
equipado con un ligero y resistente cable eléctrico de mil quinientos metros. Li
enganchó el cable en uno de los soportes del traje, puso los pies en el casco
de la nave y se impulsó con todas sus fuerzas. Los amplificadores multiplicaron
por cinco la potencia de sus músculos y salió propulsado a gran velocidad hacia
el animal. Era una forma fácil de ahorrar el combustible del traje. A veinte
metros de la criatura, puso en marcha los retrocohetes y tomó contacto con ella
suavemente. Ahora que la veía tan de cerca, se maravilló.
El diseño de las placas de su
piel era muy complejo, con preciosos reflejos irisados. En los espacios entre
éstas, pudo distinguir un gran número de pequeñas protuberancias, como
verrugas. Aunque la piel del animal era aparentemente metálica, le sorprendió
mucho su flexibilidad. Se desplazó por encima de la "cabeza" hasta el
lomo, arrastrando tras de sí el cable. Poseía una serie de órganos con forma de
bulbo, de unos cuarenta centímetros de diámetro, colocados en línea a todo lo
largo del cuerpo. En el escáner realizado antes los había identificado como
órganos eléctricos, pero su instinto le dijo que se parecían más a sensores que
a generadores. Pasó un par de minutos pensando dónde conectar los terminales
del cable, y al final decidió hacerlo directamente sobre la piel, poniendo cada
ventosa en una placa. Dado que la forma del organismo era alargada, cabía
suponer que la electricidad se generaría por la diferencia de potencial entre
los dos extremos. Se había llevado dos regletas porta cables, con cinco
extensiones cada una. Las conectó al cable principal y las aseguró sobre la
parte superior del lomo. Tras comprobar que la criatura no se movía, estiró de
las cinco prolongaciones de una regleta y las conectó en la parte trasera,
donde el cuerpo se estrechaba para formar la "cola", tratando de
disponerlas en círculo. En ningún momento dejó de vigilar, atento a la menor señal
de peligro para alejarse. Volvió al centro del cuerpo y arrastró tras de sí los
otros cinco terminales, conectándolos alrededor de lo que sería el cuello si
tuviese cabeza. Comprobó que todo estuviese asegurado y en orden, apartándose
pocos metros. Se situó en el costado derecho, tomando como referencia la línea
con la nave, frente a una media esfera metálica de casi un metro de
diámetro. No tenía la menor idea de cuál podía ser su función...
—Mónica, ¿me recibes? Cambio.
—La estática crepitó levemente en sus oídos.
—Roger. Te recibo alto y claro,
cariño.
—Empieza a suministrar energía.
He estado pensado. Es posible que, dada su configuración física, sea más fácil
que acepte corriente continua que alterna. No creo que importe la polaridad. En
el espacio hay campos electromagnéticos terriblemente caóticos, ya lo sabes.
Estoy seguro de que su capacidad para adaptarse a ellos debe de ser increíble.
—Recibido. Empiezo suave e iré
incrementando los valores de voltaje e intensidad gradualmente —informó ella
según iba girando los potenciómetros del tablero de control.
—Muy bien. Vigila las
constantes. No vaya a ser que por intentar ayudarle, le hagamos daño.
—No creo que sea tan fácil dañar
a un animal tan extraordinario. Como tú mismo has dicho, debe estar acostumbrado
a manejar energías muchísimo más intensas. Solo hay que ver el medio ambiente
en el que vive —apuntó ella.
—Tengo una idea. Enciende los
reflectores de popa e ilumínalo con ellos. Seguro que ayuda —sugirió Li de
pronto.
—Enseguida. Ya están activados.
El cristal de la escafandra se
oscureció repentinamente, cuando la intensa luz de los reflectores bañó a Li y
al espécimen.
—Sigo aumentando voltaje e
intensidad—informó Mónica—. Ciento veinte voltios, un amperio. Un momento...
Parece que reacciona.
Li, que observaba atentamente la
gran criatura, vio que se movía ligeramente. Se estremeció y aparecieron unas
débiles trazas de luminosidad a lo largo de su cuerpo, en las juntas de las
placas metálicas. “Bioluminiscencia... pero de origen eléctrico”, pensó él,
fascinado. Giró la cabeza y vio que las aletas se movieron un poco, ondulando
suavemente. Entonces Li percibió algo por el rabillo del ojo. El objeto esférico
que había frente a él había temblado. Se giró hacia la curiosa
estructura y la miró fijamente. La forma esférica se separó por la mitad. Bajo
ella había una cúpula de material transparente, y detrás, otra media esfera
opaca, de aspecto blando y carnoso. Ésta también se separó por la mitad y se
abrió y cerró rápidamente dos o tres veces.
Tras ella había otra esfera azul pálido, con un ancho círculo azul de
textura filamentosa Tenía un agujero negro en el centro, que cambió de diámetro
súbitamente.
“Dios mío...” pensó Li,
temblando de emoción al comprender lo que estaba viendo.
“UN OJO”.
*
Notaba como la electricidad
recorría de nuevo su cuerpo, sacándolo del horrible estado de sopor en el que
se había encontrado inmerso hasta entonces. Era extraño. Una energía suave,
delicada, pero constante, que se iba incrementando lentamente. Y podía sentir
una potente luz que bañaba su lomo. Su mente empezó a despertar de las nieblas
del inconsciente, donde había quedado sumida tras rebajar su metabolismo al
mínimo, tratando de ahorrar recursos para sobrevivir, mientras intentaba curar
sus heridas.
Magtinó algo grande justo delante
de él. Sorprendentemente, también podía sargrarlo. Era un objeto el doble de
voluminoso que él mismo, pero demasiado pequeño para emitir una gravedad tan
intensa como la que percibía Una gravedad insólita y desconcertante, pues tenía
un alcance muy limitado. Además, lo rodeaba un campo de energía muy extraño. No
se parecía a nada que hubiese sentido antes. Así que hizo un gran esfuerzo y
abrió los ojos para mirarlo. Tuvo que parpadear dos o tres veces hasta que
consiguió enfocar la vista. Y lo primero que vio, cerca de su ojo derecho, fue
algo muy pequeño y alargado, con dos extremidades a los lados, otras dos abajo
y media bola brillante encima. Olió su composición y descubrió que era metálico
por fuera y su interior estaba vivo. También emitía una débil energía. Nunca
había visto un ser así, pero su configuración física se parecía a la del resto
de especies del Territorio.
Sintió una viva curiosidad por
aquella criatura a pesar del agudo dolor que atenazaba cada fibra de su cuerpo.
Tras la brillante esfera transparente había algo redondo que se movía y que
tenía dos ojillos diminutos. Aquel ser le miraba fijamente. Supo
instintivamente que no representaba ninguna amenaza. Miró hacia delante y vio
el otro objeto extraño, el que lo había desconcertado tanto. Tenía cuatro
grandes protuberancias en la parte trasera y un aspecto anguloso.
Una especie de hilo delgado iba desde aquella cosa hasta su lomo. Unas potentes
luces, situadas en la parte superior, entre las protuberancias, estaban
enfocadas directamente hacia él. Se quedó sorprendido. No tenía ni idea de qué
era aquello, pero de una cosa sí estaba completamente seguro: no estaba vivo.
Por un momento se inquietó. No obstante, daba la impresión de estar ayudándolo.
De todos modos, no tenía fuerzas ni medios para huir o luchar, así que se quedó
inmóvil, a la expectativa.
*
No se lo podía creer. Aquel
animal también tenía ojos. Y era unos ojos preciosos. Medía unos setenta
centímetros de diámetro bajo el grueso blindaje metálico del "párpado" exterior, con la esclerótica de un tono azul muy pálido y el
iris de un increíble color turquesa, con llamativas y vetas de zafiro. La pupila era
redonda. Se parecía notablemente a un ojo humano, sólo que muchísimo más grande. Se
acercó lentamente y acarició la piel de la “cara” con una mano. Entonces vio
que la pupila temblaba y el animal se alejó un par de metros, soltando unas cortas emisiones de gas a presión de unos orificios que no había visto antes. Li lo entendió.
Estaba demasiado cerca y el ojo no podía enfocarlo bien. Manipuló los mandos y
se separó del globo ocular algunos metros.
Era una mirada increíble. El
hombre pudo sentir la curiosidad y la inteligencia que emanaban de ella. Supo
que se encontraba ante una criatura mucho más extraordinaria de lo que había
supuesto en un principio. En aquel instante supo que su vida acababa de cambiar
para siempre.
Se separó lentamente del animal
y se dirigió hacia el otro costado, pasando por debajo. Se dio cuenta de que
poseía dos estructuras curiosas. Dos placas móviles justo en la parte ventral
delantera, que tal vez protegían algún tipo de boca, y lo que quedaba
de algo parecido a dos estiletes o cuernos horizontales a cada lado de ésta.
Quizá fueran algún tipo de colmillos, como los de los narvales. Rodeó el cuerpo
hacia el costado izquierdo, pasando por delante del otro ojo, que lo siguió con
la mirada. Se le encogió el corazón al ver la enorme herida que mutilaba el
lateral. Medía más de veinte metros de largo y unos tres metros en su parte más
ancha. Se había producido una gran pérdida de tejidos. Podía ver las distintas
capas de la piel, los músculos, algunos huesos astillados, nervios... todo. La
congelación producida por la exposición al frío del espacio había cauterizado
la herida, conservando intactos el resto de tejidos internos. No podía saber
qué le había pasado, pero tuvo que ser algo realmente terrible. Li se
compadeció. A menos que las terminaciones nerviosas hubiesen quedado
destruidas, el dolor debía ser atroz. “Pobre animal. Vaya destrozo. No creo
que se recupere nunca”, pensó, abatido.
De pronto, se le ocurrió algo.
—Cariño, ¿me oyes? —llamó Li por
radio.
—Sí, te recibo. ¿Qué tal va todo
por ahí detrás?
—Todo bien. Se ha despertado.
Pero la herida es realmente aterradora. He pensado una cosa...
—Un momento, un momento... ¿Has
dicho que se ha despertado? ¿Cómo que se ha despertado? —preguntó Mónica
con extrañeza.
—Luego te lo cuento. Ahora
escucha: aún tenemos dos o tres tanques de gel de silicona, ¿verdad? Los que se
usan para sellar grietas en el casco. Los de la etiqueta amarilla.
—Sí, sí, ya sé a los que te
refieres. Creo que nos quedan dos, pero voy a mirar. ¿Para qué los necesitas?
—Verás. Tal como suponíamos, la
congelación ha cauterizado temporalmente la herida. Al acercarme he observado
que la situación es más precaria de lo que parecía en un principio. Si el
costado izquierdo queda expuesto a la radiación solar, aunque sólo sea un
momento, se descongelará y empezará a sangrar... o lo que sea que tenga este
bicho en las venas... si es que tiene venas…
—... y has pensado que si
recubres la herida con el gel aislante, quedaría suficientemente protegida, al
menos hasta llegar a la Colonia, ¿no es así? Porque, si no me equivoco, tienes
intención de remolcarlo hasta casa... —terminó la frase ella.
—Sabía que esos preciosos ojos
que tienes no fueron el único motivo de que me casase contigo —bromeó,
devolviéndole la pulla que ella le había lanzado antes, en la cabina.
—Muy gracioso —respondió ella
sarcásticamente, caminando por el pasillo—. Voy hacia la bodega de babor. Un
momento. A ver... Sí, en efecto. Aquí están—dijo al cabo de algunos segundos.
—Déjalos en la esclusa de aire
de popa. Voy hacia allá.
Li activó los impulsores y se
dirigió hacia la nave, que flotaba majestuosamente ante él, sobre el fondo multicolor de la nebulosa.
Mónica se enfundó unas botas
magnéticas y manipuló los controles de gravedad artificial, para reducirla al
diez por ciento en la bodega y en el pasillo que llevaba hasta la esclusa de
popa. El corredor atravesaba la sección de ingeniería, pasando entre los
convertidores, los sistemas de apoyo y por debajo del vaso de contención del
núcleo de energía. A cada lado había compuertas que daban a puestos de control
o de mantenimiento de la maquinaria, un taller y un almacén de recambios. Tras
pasar bajo el núcleo, se llegaba a una sala más grande, en el extremo de popa
de la cual se encontraba la esclusa y las bocas de cuatro túneles en diagonal.
Cada uno llevaba a un motor. Un ascensor de plataforma comunicaba con la alargada cámara
superior, en la que se hallaban los sistemas de la hiperpropulsión y de energía principal. La chica llevaba los
contenedores, de noventa kilos cada uno, cogidos por el asa como si tal cosa.
Con la gravedad tan reducida, sólo pesaban unos nueve kilos. Pero ella caminaba
con soltura gracias a las botas, que la mantenían pegada al suelo metálico. La
suela magnética se desconectaba al levantar el pie y se volvía a activar al
bajarlo.
En menos de un minuto cubrió la
distancia que separaba la bodega de babor de la esclusa de popa. Llegó a la
compuerta y esperó. El testigo luminoso estaba en rojo. Eso quería decir que
las puertas exteriores se encontraban abiertas. Mónica miró por la ventanilla y
vio a su marido dentro del ST-99, en el centro de la cámara. El testigo cambió
a amarillo, señal que las compuertas se habían cerrado y el sistema estaba
restaurando la presión atmosférica. Se oía el siseo de las bombas al inyectar
aire en la esclusa. Un minuto después, la presión se equilibró y la luz cambió
a verde. La compuerta interior se abrió y Mónica entró en la estancia. Miró a Li
con una sonrisa. El hombre se dio la vuelta y ella le colocó un contenedor a
cada lado. Tuvo buen cuidado de no tocar el traje, pues estaba terriblemente
frío. Conectó la manguera que había en la parte superior de cada botellón a los
pulverizadores que se hallaban en los portaherramientas laterales. Cuando
estuvieron asegurados se apartó un par de pasos. Se volvieron a mirar.
—Ve con cuidado —dijo ella.
—Descuida —la tranquilizó.
Mónica salió de la esclusa y
cerró la compuerta interior. Pulsó los botones de control y se oyó el ruido de
las bombas al hacer el vacío. Cuando la presión fue nula, la compuerta exterior
se abrió y Li volvió a salir fuera. Se impulsó de nuevo con los pies y se
dirigió hacia el animal, hacia el costado izquierdo. Pasó por delante del ojo,
que volvió a seguirlo y frenó al tener la herida a la vista. Echó un vistazo a
los indicadores. Las reservas de combustible estaban por encima del setenta y
cinco por ciento. Se detuvo ante los graves daños que presentaba la criatura en
el lateral, se colocó en posición, abrió las válvulas y empezó a pulverizar
líquido sobre la herida. La composición del gel impedía que se congelase
inmediatamente, a la vez que lo mantenía extremadamente adhesivo. También
ayudaba el hecho de que los pulverizadores calentaban la mezcla antes de
proyectarla.
Fue cubriendo lenta y
metódicamente toda la herida, primero hacia la cola y luego hacia la cabeza,
hasta que los contenedores quedaron vacíos. El gel, al irse endureciendo,
aumentaba de volumen antes de helarse, con lo que reforzaba su acción aislante.
Además se volvía de un color blanco intenso, para reflejar el calor. Cuando
acabó, toda la herida había quedado cubierta por una gruesa y bulbosa capa
blanca helada, parecida a nata montada. Se retiró unos quince metros y comprobó
el resultado. Como quedó satisfecho, volvió lentamente a la nave. Se detuvo de
nuevo ante el ojo del animal y se sumergió otra vez en su profunda mirada.
Creyó ver un destello de agradecimiento en ella. Unos segundos después encendió
los propulsores y regresó a la esclusa, a casi cien metros de distancia. Sintió
la mirada de la criatura a su espalda, observándole mientras se alejaba. La
compuerta exterior se abrió y Li se giró un momento para volver a ver al ser
que flotaba suavemente a un centenar de metros de él. Se metió en la esclusa de
aire y la cerró.
*
Aquel minúsculo bicho había
entrado en la cosa grande que flotaba allí delante mismo y que le estaba
suministrando energía. Una pequeña parte se había abierto, emitiendo una luz
blanca. El ser se había metido dentro y, al cabo de unos momentos, volvió a
salir con dos cosas alargadas pegadas al lomo. Había podido captar cientos de
olores distintos, la mayoría desconocidos, cuando la Cosa Grande se había
abierto. Y también captó transmisiones complejas e indescifrables para él,
entre el Pequeño y la Cosa Grande.
No entendía nada de lo que
estaba pasando, pero la pequeña criatura se desplazó hacia su costado herido.
Al pasar ante su ojo izquierdo volvieron a cruzar sus miradas. Algo en los ojos
del aquel diminuto ser lo tranquilizó. Aunque no sabía qué motivaba su
comportamiento, supo que tan sólo intentaba ayudarlo.
Entonces pasó algo aún más
extraño: de las extremidades superiores del animalillo salieron unos chorros de
un líquido de olor desconocido, con el que fue recubriendo toda la herida hasta
que quedó tapada por una costra bulbosa y blanca. Era bastante fea, pero le
alivió mucho el dolor al aislar sus tejidos dañados del ambiente hostil del
espacio. Luego el ser regresó hacia la Cosa Grande, pero se paró de nuevo ante
su ojo. Él le intentó transmitir todo su agradecimiento, y le pareció que el
animalito lo comprendió. Sin duda era inteligente, de eso estaba seguro.
Incluso intuyó que, de algún modo, el gran objeto que tenía delante era algo
creado por la pequeña criatura. O quizá por muchos de ellos.
El ser se puso en movimiento, se
alejó y se metió en la Cosa, desapareciendo en su interior.
Al poco, unos rayos filamentosos
de luz anaranjada emanaron de una extraña estructura bajo la parte trasera del
objeto, iluminando su lomo. Sintió sobre sí algo parecido a la gravedad, pero
no logró identificar qué era.
Unos instantes después, las
cuatro grandes protuberancias alargadas en la cola de la Cosa giraron hacia
fuera. A continuación, sus extremos, que eran huecos, se iluminaron con una
intensa luz blancoazulada. Pudo oler perfectamente el hidrógeno a una temperatura
extrema, mucho mayor que la de la superficie de las estrellas. También magtinó
unos complejos y poderosos campos magnéticos en cada una de las cuatro
"extremidades". Supuso que serían algún tipo de propulsor para
la enorme Cosa. Como dándole la razón, en aquel instante sintió que se ponían
en movimiento.
*
—Haz de tracción fijado en el
objetivo. El enlace es estable. He modificado el ángulo de los motores treinta
grados hacia fuera. Así evitaremos que el flujo de plasma lo abrase. Perderemos
eficiencia, pero no importa —dijo Mónica, manipulando los controles.
—Secuencia de inicio de los
impulsores. Empieza a mover la nave suavemente, para reducir al mínimo el
estrés —recomendó Li.
—Tranquilo, cariño. Procuraré no
hacerle más daño. Ya está suficientemente débil.
—No tengo la menor duda —dijo
él, acariciándole la mano.
Los reguladores del núcleo volcaron
energía en los bobinados magnéticos de los motores. Simultáneamente, los
generadores de confinamiento proyectaron un campo de aislamiento, que protegería
las líneas de impulsión y las toberas del tremendo calor producido por el
torrente de plasma en que se iba a convertir el combustible.
Cuando el sistema estuvo cargado
y estable, la computadora procedió a inyectar combustible en las líneas de
ignición, un delicado y complejo proceso que requería un control constante y
rapidísimo. Un fallo y el motor podría llegar a explosionar. Los motores de la Elcano
eran impulsores de ignición de iones con contención magnética multicampo, llamados
popularmente Triple I, un tipo de propulsor de fusión que admitía cualquier
carburante que contuviese hidrógeno, con distinto grado de eficiencia según la
composición química de éste. Aunque el modelo ya estaba algo anticuado, eran
potentes, de bajo consumo y, sobretodo, fiables.
El amoniaco que había en los
tanques de la embarcación en aquella ocasión se incendió dentro de la cámara de
fusión, convirtiéndose en plasma a más de un millón de grados. El sistema
apartaba el nitrógeno a un ramal secundario y usaba el hidrógeno como fuente de
plasma principal, comprimiéndolo magnéticamente hasta alcanzar la fusión
nuclear. Fuertemente confinado por el intenso campo magnético para que no
tocase las partes del motor, pues las desintegraría instantáneamente, el torrente
de plasma de helio fusionado y rayos gamma era dirigido hacia las toberas del
motor. Un continuo y potente impulso empezó a mover la nave suavemente hacia
delante. Las toberas brillaban con la intensa luz azulada de los estrechos y
abrasadores haces de plasma.
La Elcano avanzó
majestuosamente sobre el fondo carmesí de la nebulosa, remolcando al magnífico
ser tras ella, y fue acelerando paulatinamente durante horas hasta adquirir la suficiente
velocidad para navegar por el espacio en línea recta, sin necesidad de seguir
los dictados de la navegación por gravedad.
*
Hasta que se descubrió el
principio de los motores de plasma, los de fusión y la navegación por el Hiperespacio,
todas las naves debían desplazarse describiendo multitud de trayectorias
curvas, siguiendo las leyes gravitatorias de Newton y Einstein. Para llegar de
un planeta a otro, por ejemplo, se usaba una trayectoria parabólica o
hiperbólica; para salir o entrar en
órbita, las naves describían espirales, aprovechando la gravedad para acelerar
o frenar según el caso. A veces, para ir a un lugar determinado, primero se
dirigía la nave en sentido contrario, hacia un cuerpo mayor (por ejemplo, un
sol) y así se podía aprovechar el fenómeno de la asistencia gravitatoria para
cambiar de dirección y acelerar, o frenar, sin gastar un gramo de combustible.
Pero claro, eso suponía un tiempo considerable, generalmente, meses o años, y
sólo se había aplicado a naves automatizadas y sondas. Las nuevas tecnologías
astronáuticas han superado esos escollos y, ahora, las naves viajan según sus propias
necesidades, surcando el espacio en líneas rectas, tal y como un barco lo hace
en el mar. La navegación espacial se ha hecho independiente de las leyes
gravitatorias, excepto en las órbitas, y el tiempo de viaje, sin contar los hiperpropulsores, se ha reducido a
horas o días.
*
Mónica había configurado el
escudo deflector de la nave de manera que formase una gran cúpula cónica
delante de ésta, como si de un paraguas gigante se tratase, para proteger a su
huésped de cualquier impacto. A la velocidad a la que se desplazaban, una partícula
del tamaño de un guisante podía destruirlos completamente sin los escudos.
Habían discutido sobre la
conveniencia o no de activar el hipermotor, pero llegaron a la conclusión de
que no era lo más adecuado. El desplazamiento por el Hiperespacio era muy
complejo y peligroso, y no sabían cómo afectaría al animal. Tras estudiar
detenidamente los datos e imágenes proporcionados por los sensores, nada en su
organismo sugería la capacidad de emplear las enormes energías requeridas para
abrir ventanas de salto.
Así que habían puesto rumbo a la
Colonia a la mitad de la velocidad de la luz, el límite máximo al que se podía volar
con relativa seguridad y el límite máximo que su nivel de combustible permitía. La Elcano, con
los amortiguadores de inercia, el compensador de aceleración y sus potentes
motores de fusión, podía acelerar hasta unos 150G y alcanzar más del 70% de la
velocidad luz con los depósitos llenos (aunque no tendría combustible para frenar de nuevo). Pero los efectos de la Relatividad, que
comprimen el Tiempo y el Espacio conforme aumenta la velocidad, hacen que ni
las computadoras ni las tripulaciones puedan reaccionar a tiempo en caso de
alerta de colisión con algún objeto errante. A 0,5c (el 50% de la luz), el
tiempo pasa un quince por ciento más despacio, lo cual es el margen máximo absoluto de seguridad
establecido por las normas de la Flota para vuelos subluz de emergencia, con una probabilidad de catástrofe de una entre veinte. Sería
un suicidio volar más rápido, pues no hay suficiente tiempo "real"
para reaccionar a un imprevisto, ni los escudos pueden bloquear efectivamente
las radiaciones letales producidas por el choque con los átomos del medio
interestelar, o las colisiones con pequeños detritos errantes.
Según los cálculos, cubrir los diez días-luz que
les separaban de la Colonia serían unos veintidós días de vuelo, pues les llevaría
unas veintiocho horas acelerar hasta 0,5c y otro tanto decelerar hasta velocidad orbital al llegar al destino.
Era un tiempo considerable... Llevaban tantos años realizando viajes fuera del
Espacio para llegar de un punto a otro, que habían olvidado lo lenta y
laboriosa que era la navegación tradicional.
*
Los días pasaban mientras la Elcano
volaba hacia el Sistema Deméter. A bordo, Mónica y Li no se aburrían en
absoluto. Aunque sólo eran dos, y la tripulación normal asignada a la nave
constaba de seis personas, lograron que "su" tiempo transcurriese de
forma amena. Anclados en los efectos de la Relatividad, para ellos el fluir del
tiempo no se había alterado en absoluto… pero bastaba un vistazo por una de las
ventanillas para observar sutiles efectos, como los etéreos tonos azulados a
proa y rojizos a popa de todo lo que les rodeaba, producidos por el efecto
Doppler.
Para mantenerse entretenidos, se ocuparon de
realizar todas aquellas tareas de mantenimiento que siempre quedaban
pospuestas. Pequeñas reparaciones, limpieza de rincones, pequeñas revisiones y
demás acciones de poca importancia para las que casi nunca había tiempo. Cada
cierto número de horas de servicio, la nave era revisada con detenimiento y
puesta en activo nuevamente. Entretanto, las pequeñas cosas, como un tapizado
un poco suelto, limpiar el fondo de los armarios, ordenar enseres o una bisagra
algo torcida, se iban acumulando si no se estaba por ellas con cierta
frecuencia.
Pero, al estar navegando a
velocidad subluz, tiempo era precisamente lo que les sobraba. Se habían puesto
en contacto con la Colonia a través de la Banda Subespacial, pues por la radio
convencional hubiese sido imposible mantener una conversación a causa de la
distancia. Informaron que remolcaban un objeto inusual y que no podían volar a
hipervelocidad, por temor a que se dañara. Como tenían reservas más que
suficientes, no representaba mayor problema. Enviaron todos los datos recogidos
durante la prospección y desde el Control de Vuelo se dio permiso a la Elcano
para regresar a su discreción. Una nave tanquera estaba completamente lista y a la espera, además de una escuadra de cazas y una cañonera, por si la nave exploradora necesitaba ayuda.
Se mantuvo una especial vigilancia
en su ruta de regreso, por si recibían visitas inesperadas. En el sector por el
que ellos estaban volando había pocos satélites de rastreo y comunicaciones, y
ninguna estación sensora. Era una zona casi inexplorada, razón por la cual la Elcano
había hecho acto de presencia allí. El puesto de vigilancia más cercano era una
pequeña instalación automatizada, la ESViR 12, a tres días luz de
distancia en dirección a Vian´har. Cubría el acceso a la región denominada
Bahía de Cólquide, un vasto espacio en forma de burbuja delimitado por la
extraña luminosidad azul de la Barrera. Otras tres estaciones, a cinco días luz
a proa, vigilaban el perímetro planetario exterior de Deméter.
Se habían detectado varios posibles
campos de asteroides y nubes de gas en Cólquide recientemente, por lo que habían
enviado a la Elcano a hacer un inventario. El amplio acceso se abría
hacia el Sistema Vian’har, varios millones de kilómetros por encima de la línea
visual entre éste y el Sistema Deméter, quedando separado de la Colonia por un
saliente de la Barrera. Por aquella razón, la Bahía de Cólquide no había sido
explorada oficialmente con anterioridad.
Mónica, que se encontraba en su
camarote descansando un poco, recordó sin proponérselo la conversación que
habían mantenido con el jefe del Control de Vuelo, Omar Kassim. Sonrió levemente.
Cuando dieron aviso de su
insólita situación, Omar les preguntó que qué era exactamente aquello que les
obligaba a regresar tan lentamente, y por qué no lo dejaban donde lo habían
encontrado para estudiarlo más tarde. Li le pidió que se ocupase de reunir a
los miembros del Gobierno con el nivel de acreditación más elevado. En una hora
volverían a comunicarse por el canal de alta seguridad, directamente a la Sala
de Audiencias del Consejo.
Una hora después, tal y como
habían prometido, Mónica y Li exponían la situación a las nueve personas que se
habían reunido en la sala con gesto grave y, en algunos casos, huraño, aunque
sin revelar nada de la naturaleza del objeto que remolcaban. La curiosidad y la
impaciencia devoraban a los nueve miembros del pequeño comité cuando el bueno
de Omar ya no pudo aguantar más. Se puso en pie de pronto, se acercó a la
pantalla y, con evidente malhumor, les conminó a dejarse de rodeos y a explicar
de una vez qué demonios era lo que habían encontrado. En la Elcano, la
pareja cruzó una traviesa mirada de complicidad y, por toda respuesta,
transmitieron una foto de altísima resolución de la criatura, junto a una
imagen de su interior obtenida por los sensores.
Cuando la imagen del increíble
ser espacial llenó la pantalla de la Sala de Audiencias, la estupefacción y la
incredulidad de las personas allí presentes fueron tales, que nadie pudo
articular palabra durante un rato. Miraban alternativamente las imágenes del
animal y los rostros divertidos de Mónica y Li en el monitor lateral, con los
ojos desorbitados por la sorpresa y las bocas abiertas como bobos.
“Tenéis permiso para regresar de la forma que consideréis más adecuada.
Sin restricciones...” fue todo lo que Omar logró balbucear. Acto seguido, Li
les dio las gracias, les dijo que los mantendrían informados y cortó la
comunicación.
Volvió a sonreír. Se acarició el
abultado abdomen, con ternura. “Pobre Omar”, pensó. “Nunca he visto a
nadie tan superado por las circunstancias. Otro susto así y se nos queda en el
sitio. Ya no tiene edad para estas cosas...” Salió de la habitación. Ya en
el pasillo miró hacia popa. Li estaba a unos veinte metros de distancia. Había
retirado un panel de registro de un mamparo de babor y estaba dando un vistazo
rutinario a una matriz de relés de alto voltaje. Mónica lo observó con dulzura,
recostada en la pared y con los brazos cruzados sobre el pecho.
Estaban perfectamente
compenetrados. Se repartían eficazmente las tareas en la nave y la vigilancia
del estado de salud del animal. No parecía haber ocurrido ningún cambio en él.
Se dejaba remolcar, simplemente. Según los sensores, su metabolismo estaba al
mínimo. Supuso que se había sumergido de nuevo en un estado de hibernación para
tratar de mantenerse con vida. Li había realizado dos salidas más con el ST-99
para verificar el aspecto de la costra de silicona que taponaba la herida. En
las dos ocasiones pudo comprobar que todo estaba en orden.
Caminó hacia proa, hacia la
cabina de mando, con las manos en la espalda y el cuerpo ligeramente echado hacia
atrás. Lo avanzado del embarazo la obligaba a descansar a menudo y le resultaba
muy fatigoso. Se sentó en la cómoda butaca del puesto de pilotaje, suspirando
aliviada. Como siempre, con un simple vistazo, repasó los paneles de mandos y
las pantallas de información. Todo estaba en orden.
Los sensores de navegación
suministraban una enorme cantidad de datos que permitían a Vyla guiar el vuelo
de regreso con seguridad. Su trayectoria les llevaba directamente hacia la ruta
balizada a través del Oort de Helia, que por su baja densidad era muy fácil de
atravesar. Al no tener que atender los mandos, disponían de todo su tiempo para
hacer lo que quisieran.
Desde que los supervivientes de
la humanidad se habían establecido en la Colonia, hacía ya cuarenta y nueve
años, los momentos de intimidad eran un bien escaso. La enormidad del trabajo
que suponía mantener la vida en la Colonia, y la poca gente que había para
realizarlo, absorbía casi todo el tiempo disponible. De no ser por la ayuda de
los vianhios...
En otras circunstancias, un
vuelo tan largo podría haber sido realmente entretenido para la pareja. Podría
haberse convertido en un viaje muy romántico... o tórrido. Dos enamorados,
solos, con tiempo, en una nave que volaba a través de un entorno de ensueño...
No hacía falta mucha imaginación, desde luego. Una desconexión de la gravedad
artificial en alguna estancia y... a jugar. Pero con el embarazo tan
avanzado...
Programó una reducción de
gravidez en la primera sección del pasillo, ajustándola al setenta por ciento
de la normal. Así caminaría más cómoda. Debía andar regularmente para evitar
que se le formasen varices en las piernas, a causa de los problemas
circulatorios que ocasionaba el embarazo en cualquier mujer. Ya que no podía
realizar ejercicios más enérgicos, pasaba su tiempo libre paseando arriba y
abajo por la nave. Por propia iniciativa, procuraba evitar las secciones de
Ingeniería y de Transmisiones. Aunque estaban perfectamente aisladas y
protegidas, siempre había un pequeño riesgo de irradiación, y no quería exponer
a su bebé a aquello sin un motivo justificado. Llegó a la intersección central.
El pasillo se abría allí, formando una estancia levemente hexagonal, con dos
lados más alargados. De cada una de las paredes laterales partía un corto túnel
que llevaba a las esclusas de aire de babor y estribor. Las cápsulas de escape,
una a cada lado formando un ángulo de cuarenta y cinco grados hacia abajo,
flanqueaban el lugar en el que Li estaba arrodillado, comprobando unas juntas.
Levantó la cabeza y miró a su
esposa, que había apoyado el hombro izquierdo en el acolchado que protegía el
grueso arco estructural en el que se unían el pasillo y la intersección. Se
sujetaba el vientre con las dos manos. Su larga melena se derramaba como ébano
líquido sobre sus hombros. Y en su mirada brillaba una infinita ternura. La
encontraba realmente excitante. Giró de nuevo la cabeza y se concentró en el
cableado tras el panel, aunque no pudo evitar sentir un cálido hormigueo en la
ingle. Hacía unos días que no dejaban de asaltarle imágenes eróticas de ellos
dos en diversos lugares... y posturas. Como buen descendiente de orientales,
tenía una actitud hacia el sexo mucho más profunda y espiritual que los
occidentales. Aunque las fronteras entre culturas estaban prácticamente
diluidas tras varias décadas de estrecha interrelación y trabajo en común (y de
la destrucción de la Tierra y todos sus países), aún se adivinaban ciertas
diferencias en la actitud de las personas respecto a diversas cuestiones,
incluidos los placeres de la intimidad.
Ella, por su parte, sensual y
ardiente debido a sus profundas raíces mediterráneas, mantenía una actitud
abierta y traviesa que a veces chocaba fuertemente con la de él. Por tanto, en
su vida íntima había un nivel de creatividad y de improvisación tan alto que
sabían cuándo empezaban, pero no cuándo y cómo acabarían. Nunca se ponían
límites ni tabúes. Hacían lo que les apetecía, cuando les apetecía… o podían. Li
sacudió la cabeza, intentando despejar su mente de aquellos pensamientos, pues
le desconcentraban. Sabía que el sexo en el avanzado estado de gestación de
Mónica no era aconsejable, y eso no hacía sino aumentar su necesidad de ella.
La chica suspiró y sus miradas se cruzaron. Ella sonrió de aquella manera tan
encantadora. No hicieron falta palabras. Sabía qué estaba pensando su marido.
Él bajó la mirada ruborizado y siguió con lo que estaba haciendo.
Entonces sucedió algo extraño.
Sintió que no pesaba. Las herramientas empezaron a levitar perezosamente a su
alrededor. En la pared, el indicador de gravedad artificial marcaba cero. Miró
a Mónica interrogativamente y se quedó estupefacto.
La joven se estaba desnudando
lenta y sensualmente y se dirigía flotando hacia él. Cuando sus manos se
rozaron, las braguitas pasaron volando suavemente ante sus ojos.
—Cariño, escucha... No creo que
sea acons... —balbuceó él, absorto.
Por toda respuesta, ella le
colocó un dedo en los labios. Lo miró con infinita dulzura y se fundieron en un
húmedo y apasionado beso.
*
Mónica miró el reloj de la
consola, mientras recogía su traje de ambiente. Tres horas habían pasado en un
instante. Que corto se hacía el tiempo cuando se disfrutaba... Li descansaba a
su lado, desnudo y exhausto. Ella cogió una toalla y se secó el sudor de la
frente y la nuca. Pequeñas gotitas resbalaban por su espalda y entre sus senos.
Se sentía estupendamente. “Gracias a la Evolución por inventar algo tan
entretenido...”, pensó sonriendo. Fue hacia el lavabo y se dio una
relajante ducha. Al salir se sintió fresca y descansada, se perfumó, se recogió
el cabello en una cola de caballo y se vistió.
Li entró en el baño cuando ella
salía. Se dieron un cariñoso beso y la chica se dirigió hacia proa, caminando
muy erguida y contoneando sus caderas descaradamente. El suave olor de su
perfume se derramó lánguidamente a su alrededor, quedando suspendido en una
delicada estela tras ella mientras se alejaba por el pasillo. Li se quedó
mirando el atractivo trasero de su mujer hasta que la compuerta se cerró a su
espalda. Suspiró y se metió en el baño. Estaba a punto de entrar en la ducha
cuando se quedó inmóvil. Había escuchado algo. Parecía...
Volvió a sonar. No había duda.
Un grito.
Mónica lo llamaba. Y parecía
asustada...
Salió corriendo, desnudo como
estaba, en busca de su esposa. Resbaló con los pies mojados y a punto estuvo de
partirse la cabeza contra el suelo. Pero mantuvo el equilibrio y corrió hacia
la compuerta del pasillo. Ésta se abrió rápidamente cuando Li se acercó a ella.
Quedó paralizado. Mónica estaba en medio del pasillo central, de pie y con las
piernas algo separadas, mirando al suelo.
Tenía la entrepierna y el
pantalón completamente empapados y un pequeño charco de líquido transparente a
sus pies.
La chica levantó la cabeza y su
mirada se clavó en la de su marido.
—No puede ser. Todavía faltan
casi dos semanas... —El tono de su voz era suplicante. Volvió a bajar la cabeza
y se miró las piernas. “Aún no es el momento, joder. Es demasiado pronto...”,
pensó.
Li miró al suelo de nuevo, como
atontado.
Había roto aguas. Antes de
tiempo.
El parto había empezado… en
medio del espacio.
[1] Aún con los sistemas de gravedad artificial, la vida en el espacio
exige mantenerse en forma para evitar la aparición de problemas de salud muy
severos, tales como osteoporosis, anemia, inmunodeficiencias, o incluso
esterilidad. (N. del A.)
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