((SEGUNDA PARTE DE "EL PASO DE WHANIA RUM. AQUÍ SE RINDE UN SINCERO HOMENAJE A UN HOMBRE EXTRAORDINARIO))
—Pues yo no sé qué decirte...
No me lo acabo de creer. —Tras su desahogo en la ducha, se sentía mucho mejor.
Había comentado con los demás lo de la avería del rayo tractor. Llegaron a la
conclusión de que, como no podían hacer nada por el momento, no valía la pena
preocuparse por ello hasta llegar a Tilán. Así que ella no tuvo más remedio que
tomárselo con filosofía y tragarse su mal humor.
—Es un poco fantástico, ¿no?
Muy como de ciencia-ficción, muy peliculero —apostilló Erin, haciendo rodar una
albóndiga con el tenedor.
—Chicas, chicas... Parece
mentira que, precisamente en los tiempos que estamos viviendo, seáis tan
escépticas—las regañó Li sonriente.
—De ser cierto sería un gran
avance—opinó pensativo Luar—. Las raciones así procesadas ocuparían mucho menos
espacio que las actuales, con la ventaja de ser prácticamente tan sabrosas y
aromáticas como la comida recién hecha. No como éstas latas precocinadas, los
sobres de sopa liofilizada y demás inventos...
—Es cierto, pero estoy con
Erin y Mónica—opinó Naler—. A mí también me parece un poco difícil de creer.
Pienso que habrán conseguido algún tipo de avance al respecto y los rumores han
hecho el resto. Ha pasado otras veces.
—Sí, la verdad es que sí.
Antes de que nos demos cuenta alguien estará anunciando que ha conseguido crear
los famosos replicadores que aparecían en aquella serie... ¿Cómo se llamaba? —preguntó
Erin.
—Se llamaba Star Trek. En realidad fueron varias
series, con varias temporadas cada una. Y más de diez películas, creo —precisó Klaus,
mirando su plato casi vacío.
Guardó un instante de
silencio, levantó la mirada y prosiguió:
—La creó en la década de
1.960 el genial escritor de ciencia-ficción Gene Roddenberry. Con el tiempo su
creación se volvió una leyenda. Decena de millones de personas en todo el mundo
seguían cada nueva entrega, compraban todo aquello que salía al mercado relacionado
con Star Trek, asistían a congresos,
organizaban encuentros, creaban foros en Internet, jugaban a videojuegos... Era todo un universo
aparte. Sabían que era una fantasía, pero la ilusión de toda aquella gente
hacía que pareciese existir en realidad.
“De hecho, la increíble
imaginación de Roddenberry creó tal cantidad de tecnología, mundos, fenómenos
espaciales, especies, civilizaciones y culturas que necesitaríamos siglos para
conocerlas todas, si realmente existiesen. Había una Federación de Planetas
Unidos, con cientos de especies que convivían, colaboraban y coexistían. En la
nave protagonista de la serie, y en todas las de la Federación, la tripulación
estaba compuesta por personas originarias de muchos planetas distintos. Cada
individuo aportaba sus habilidades y sus conocimientos por el bien de todos. La
serie mostraba una maravillosa forma de convivir sin importar la procedencia,
el aspecto, la cuna o el dinero. Una forma de vida tan deseable como alejada de
la realidad de nuestro mundo en aquel tiempo.
“Decenas de personas de
nuestra civilización se inspiraron en las tecnologías y en las aventuras que
aparecían en la serie. Algunos se hicieron astronautas, convirtiéndose en
pioneros en el espacio. Otros trataron de copiar aquellos aparatos increíbles
que la inagotable visión de futuro de aquel hombre, y sus posteriores guionistas y directores, nos mostró. Y lo
consiguieron, en parte. Desarrollaron los terminales de telefonía móvil, los
ordenadores de mano, dispositivos de análisis revolucionarios, los escáneres
médicos, la holografía... Una simple serie de televisión se convirtió en un
motor que impulsó todos los campos del saber y todos los sueños.
“Cuando Roddenberry murió,
millones de personas lo lloraron en todo el mundo. Grandes personajes de todos
los ámbitos revelaron que Star Trek
había sido el pistoletazo de salida de sus carreras, sus investigaciones y sus
logros. Y, por fin, la NASA lo convirtió en el primer hombre enterrado en el
espacio: sus cenizas fueron lanzadas en una urna hacia las profundidades del
cosmos, para que, en la muerte, siguiese guiando nuestros sueños e ilusiones
como consiguió hacer en vida.
“Al parecer, al final lo
consiguió…
Una furtiva lágrima resbaló
por la mejilla de Erin. Todos los demás guardaron un solemne y respetuoso
silencio. Más de uno sintió que le picaban los ojos. En aquel momento, en
aquella nave, el sueño de Roddenberry parecía cumplirse, pues las pequeñas
diferencias que humanos y vianhios pudiesen percibir entre sus dos especies
desaparecieron como una voluta de humo en medio de una ventisca.
—Siempre me habéis parecido
unos seres peculiares, los humanos. Y me parece que aún vais tras los sueños de
aquel hombre tan especial—dijo Luar tras unos momentos en que miró intensamente
a Klaus.
Todas las cabezas se giraron
hacia el vianhio.
—Aún en la derrota
encontrasteis la manera de sobrevivir. Lleváis casi cincuenta años conviviendo
con nosotros, una especie distinta. Os habéis integrado en nuestra cultura y
nosotros en la vuestra. Es posible que, con el correr de los años, las dos se
fusionen en una, más fuerte y rica. Surcáis el espacio como él imaginó. E
incluso firmamos juntos aquel tratado por el cual quedaba instituida la
Confederación de Mundos. Una idea que vuestros representantes propusieron y que
nosotros aceptamos encantados. Ahora sé dónde y de quién nació esa bella idea.
Tan sólo sentiré eternamente una cosa...
—¿Y cuál es? —preguntó Erin,
cuyos ojos húmedos revelaban la profunda emoción que sentía.
—Que me hubiese gustado
conocer a un humano tan especial.
—Ninguno de nosotros lo llegó
a conocer, Luar. Murió en 1991, muchos años antes de que naciese el más anciano de
nosotros—Mónica le cogió la mano con dulzura y se la apretó, compartiendo con
él sus sentimientos—. Pero tampoco fue el único. Hubo decenas de grandísimos autores de Ciencia Ficción, como Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, Phillip K. Dick... Todos ellos crearon Universos enteros que, durante muchas décadas, alimentaron los sueños de la Humanidad. Pero Roddemberry fue algo especial, con todo lo que consiguió con "Star Trek", ya que además fue la primera gran serie televisada de ese tema.
Casi habían acabado de
comer. Fuera, a través de los ventanales del comedor, la Barrera brillaba con
aquel tenue y nebuloso azul que les resultaba ya tan familiar. Era su compañero
de viaje desde hacía casi siete días. Durante aquel tiempo no habían visto otra
cosa que aquel azul fantasmagórico por todas partes.
—Tengo algunas preguntas, si
no te importa—soltó Annevar dirigiéndose a Klaus.
—En absoluto. Tú dirás.
—Verás. Me gustaría conocer
algo más de esas tecnologías que comentabas.
—Ya sabes que me encanta el
tema de la ciencia-ficción, pero no soy experto en chismes extraños…
—Con unas ideas generales me
basta.
—De acuerdo. Algunas de las
más famosas eran los transportadores, los replicadores y las holocubiertas.
—¿Y qué era cada una?
—Los transportadores eran
dispositivos de teletransporte de materia. Se usaban básicamente para desplazar
personas o cosas entre la nave y otro lugar, como la superficie de un planeta.
Convertían la materia en energía y la volvían a reintegrar en materia en el
punto de destino. Aunque hay que decir que esta tecnología se la sacaron de la
manga los productores de la serie, porque salían muy caros los efectos
especiales necesarios para mostrar una lanzadera aterrizando cada semana...
—Comprendo. Pero esa
tecnología no me parece tan fantasiosa como crees.
Li lo miró
interrogativamente. Klaus prosiguió.
—Los replicadores son
aparatos capaces de crear cualquier cosa de la nada. Usan un principio similar
al transportador. En la memoria del ordenador se almacena la estructura atómica
exacta de lo que sea y, con la suficiente energía, se reintegra donde, cuando y
cuantas veces se quiera. Lo usaban para obtener comida, agua, ropa o cualquier
otra cosa que necesitasen. Era muy útil, porque no hacía falta acarrear miles
de toneladas de equipamiento y accesorios a través del espacio. ¿Que se
necesitaba una cápsula de estasis? Se creaba, se usaba y se volvía a
desintegrar, recuperando gran parte de la energía. ¿Un depósito para agua? Lo mismo. ¿Armas, ropa, aparatos,
instrumentos musicales, objetos para reuniones diplomáticas, recambios? Sólo
había que pedírselo al replicador y, si estaba en su memoria, lo materializaba. Por ejemplo, no habríamos tenido que cargar con centenares de boyas, sino sólo irlas replicando según se necesitasen.
—Me conformaría con replicar una
nueva base de control del rayo tractor... —masculló Mónica para sí, con
evidente malhumor.
—También se podían programar
nuevos objetos y crearlos de cero. Incluso, en un capítulo, se recrearon un par de pulmones en el pecho de alguien a quién se los acababan de arrancar, usando como matriz la información del último teletransporte realizado—siguió
Klaus, mirándola divertido de reojo.
—Realmente impresionante. Y
muy interesante también.
Ahora fueron todos los que
miraron al joven vianhio con suspicacia y curiosidad. Allí se estaba cociendo
algo.
—Y las holocubiertas eran
salas dotadas de avanzadas tecnologías holográficas y de replicación. Lo que se
mostraba en ellas se basaba en materia replicada y hologramas contenidos por
campos magnéticos, de tal forma que parecían objetos sólidos. Podía recrearse
en ellas cualquier cosa. Y eran totalmente interactivas. Uno podía vivir una
aventura en un barco del siglo XVIII, caerse al agua y salir empapado de la
sala. O hablar con personajes famosos ya fallecidos, pasear por la selva,
revivir acontecimientos históricos, participar en miles de historias y juegos o
simplemente dedicarse a algún hobby. Las simulaciones eran tan reales que tenían
una serie de protocolos de seguridad. Sin ellos, un cuchillo o una bala
holográfica podía perfectamente herir e incluso matar. También se usaban para
representar visualmente información científica, cálculos del ordenador central
o teorías de diversa índole.
—¿Por ejemplo? —Se le veía
vivamente interesado.
—Pues, teniendo en cuenta
los conocimientos acumulados a lo largo de siglos y civilizaciones, averiguar
qué aspecto concreto podría presentar, probablemente, una especie dentro de
cinco millones de años.
—Me empieza a parecer muy
interesante todo esto —apuntó Luar con los ojos entrecerrados.
—Y a mí —secundó Naler.
Los demás permanecieron en
silencio. Excepto Erin, a la que no le interesaban demasiado las viejas series,
Mónica, Li y Klaus sí conocían los detalles y los argumentos. Pero siempre les
habían parecido muy alejadas de la realidad. Pasase lo que pasase, la
tripulación protagonista siempre salía airosa de cualquier situación, por
irreversible que pareciese. Lo cual, por otra parte, era normal. Si los
protagonistas desaparecían, desaparecía la serie. Pero la vida real, el espacio
de verdad, no era así. Aquí, un fallo podía significar la muerte. Sin
salvamentos milagrosos. Sin ideas alocadas de última hora. Sin ingenieros
brillantes ni médicos milagrosos. Sin el "remedio curalotodo" de invertir la
polaridad. Aquí, si algo fallaba, dejabas de existir. Así de simple. Así de
crudo.
—¿Y qué más?
—Disponían de traductores
integrados en los uniformes que permitían entenderse con cualquier especie.
Comunicadores del tamaño de una uña, capaces de poner en contacto a una persona
con una nave a más de cincuenta mil kilómetros. Un aparato de mano que servía
prácticamente para todo, desde escanear muestras y realizar lecturas de
energía, a reproducir todo tipo de formatos de audio, video y holografía. Lo
llamaban “Tricorder”. Usaban armas de mano del tamaño de un mando a distancia
que emitían rayos fáser. Se podían graduar en varios niveles de potencia, desde
el que producía una pérdida de conciencia hasta el que ocasionaba la muerte.
Además estaban los sensores de espacio profundo, cientos de sistemas
auxiliares, los torpedos de fotones...
—Esas cosas si que parecen
estar condicionadas por un cierto grado de imaginación—comentó Luar—. Aunque,
por otro lado, no las veo imposibles en absoluto. Excepto el arma. Además, esos
rayos... “fáser”... no tengo ni idea de cuál puede ser su naturaleza.
—Una invención, pura y dura,
del autor. Es una variación de rayo láser. Quizá lo hizo por diferenciarse o
por no tener que pagar derechos. Quién sabe. Si hacemos caso a la denominación,
debería ser un rayo creado por estimulación de frecuencias amplificadas, no de
luz como el láser. Lo mismo que los torpedos de fotones… Si fuesen de protones,
aún sería creíble, pero… ¿de fotones?
—Entiendo. Prosigue, por
favor.
Aquí, Klaus hizo una pequeña
pausa de efecto, para añadir emoción a la conversación. Sonrió con complicidad.
—Pero lo mejor, lo que
posibilitó todo el universo creado por Roddenberry y todas las maravillas que
imaginó, fue la nave. En particular, sus sistemas principales.
Los vianhios estaban en
silencio, expectantes. Y Erin, a su pesar, también empezaba a interesarse por
el tema. Al fin y al cabo, estaba a bordo de una nave espacial…
—En primer lugar, obtenía la
enorme energía que alimentaba sus máquinas de un reactor de antimateria, la
cual era creada por la propia nave, en un potente acelerador de partículas
alojado en la barquilla central. Luego se hacía colisionar con materia, y la energía resultante se enfocaba con cristales de dilitio en el
reactor. Así se conseguía una cantidad prácticamente ilimitada de potencia.
—Perdona. ¿Dilitio? No
conozco ese material.
—Es otro invento. Como el
litio se usa para producir electricidad y había que darle un nombre a un compuesto que se desconocía por completo, ése era tan bueno como cualquier
otro.
—Comprendido.
—Después estaban los
escudos, mucho más completos y potentes que los nuestros. Se podía hacer mil
cosas con ellos, siempre siguiendo las exigencias del guión, claro. —Como nadie
dijo nada, siguió hablando.
—Y, por último, los
hipermotores.
Aquí todos prestaron
atención. La alta velocidad era un tema apasionante para todos los que vivían y
trabajaban en el espacio. Para los pilotos y los ingenieros, además, era objeto
de las más encendidas pasiones.
—La nave tenía dos motores
gemelos, uno a cada lado, posicionados de tal forma que empujaban
longitudinalmente justo sobre el centro de masas. Cuando se activaban, la nave
se estiraba de atrás hacia delante, como pasa cuando entras en una ventana de
salto. Los dos debían funcionar completamente sincronizados en todos los
aspectos, sin diferencias en la salida y el control de la energía. De no ser
así, la nave podía perder el delicado equilibrio de fuerzas y adentrarse sin
control en un túnel sin fin que acababa desintegrándola.
—¿Y por qué dos motores? Con
uno basta para entrar en el hiperespacio... —apuntó Erin.
—Porque las naves de Star Trek no usan el hiperespacio, sino
otro tipo de impulsión, llamada WARP, que se mide en grados de factor. Es una
curva exponencial. El factor diez es inalcanzable. En un
capítulo lograban sobrepasarlo con el sistema de Trans-WARP, pero la lanzadera experimental casi se destruye
y su ocupante sufre horribles mutaciones.
—Qué desagradable, por dios—masculló
la joven.
—Lo interesante de los
motores de curvatura, porque ese es su nombre, es que usan el subespacio para
generar la impulsión, pero la nave no abandona el espacio convencional. Es como
si los motores creasen una burbuja de subespacio alrededor de la embarcación,
incrustándola en nuestra dimensión, y ésta se impulsase por el espacio normal
siguiendo las leyes del subespacio. A factor nueve punto nueve, la nave viajaba
a casi un millar de veces la velocidad de la luz. Es decir, recorría un año luz
en unas cinco horas. Tenía la desventaja de no poder atravesar estrellas y
planetas. Pero tenía dos características excepcionales. A velocidad de
curvatura se podía seguir monitorizando el espacio normal con los sensores y...
se podía girar. Incluso ir marcha atrás.
—Eso sería fantástico. Poder
modificar el rumbo a hipervelocidad. Un auténtico sueño —manifestó Naler,
melancólico.
—De todas formas sólo es una
fantasía. Además, de ser real, habría un inconveniente. Por lo que dice Klaus,
a máxima velocidad de curvatura se tarda dos veces y media más tiempo en
recorrer un año luz que en el primer nivel de hiperespacio. No saldría a
cuenta. Al fin y al cabo, las rutas son bastante rectas, excepto para ir a
Tilán. No compensaría poder llegar de Yun Thal a Tilán, por ejemplo, en una
sola etapa, bordeando la Barrera y el Territorio Naderio, si se tardase casi
cincuenta horas en completar el recorrido —razonó Luar.
Klaus sonreía de oreja a
oreja. Aún guardaba un as en la manga.
—¿Y a ti qué te pasa? ¿Por
qué sonríes así? —preguntó Li, que no había abierto la boca en todo el rato.
Entonces miró a su compañero a los ojos y le sonrió con complicidad. Lo acababa
de entender...
—¡Oh, por nada! Sólo pensaba
que, según las premisas de la serie, los motores de curvatura no necesitan tiempos
de regeneración para eliminar las radiaciones de taquión de sus sistemas.
Pueden volver a viajar en modo WARP inmediatamente después de haber salido de
él. Es decir, pueden saltar a hipervelocidad, bajar a propulsión subluz y
regresar de nuevo a impulso de curvatura en unos instantes. Y lo mejor no es
eso. Lo más interesante es que ese tipo de motores podría impulsar una nave a
un factor elevado de velocidad... durante semanas. Además, sus ciclos de
mantenimiento se situaban en la serie en más de un millón de horas.
—¡Eso sí que sería
extraordinario! Se podría volar hasta sistemas muy alejados. Y sin preocuparse
del periódico y complejo mantenimiento de los hipermotores. —Naler parecía
entusiasmado.
—Se usaría la
hiperpropulsión para desplazamientos inferiores a veinticinco años luz y la
impulsión de curvatura para el resto de trayectos. Sería genial... si no fuese
una invención. Aunque quién sabe… —comentó Li.
—¿A qué te refieres? Eso es
sólo una fantasía…—saltó Erin.
—El Subespacio y el
Hiperespacio —replicó Mónica—, sólo eran fantasías de escritores que buscaban
la manera de hacer factibles las historias que explicaban en sus novelas o en
sus películas. La velocidad de la luz era muy lenta y la relatividad un
fastidio. Y la ciencia de entonces defendía a capa y espada que la hipervelocidad era una quimera, un imaginativo recurso literario, aunque claramente
imposible, producto de mentes calenturientas alejadas de la realidad de las
leyes físicas del Universo. Incluso se hicieron intentos serios por caracterizar las necesidades de un auténtico motor de curvatura, como por ejemplo las soluciones a la Relatividad de Miguel Alcubierre.
"Pero, aunque en el mejor de los casos, se parecen
poco a lo que aquellos visionarios imaginaron, la hipervelocidad es posible, el Subespacio y el Hiperespacio
existen, y las leyes físicas en ellos no son iguales a las del Espaciotiempo normal. Incluso se puede violar, aparentemente, la relatividad sin salir del Espacio.
“Una vez más, la ciencia-ficción,
apoyada por una minoría de investigadores para los que la palabra “imposible”
no tenía ningún sentido, se rebeló contra los postulados inmovilistas de la
Ciencia y, cogiéndola de la mano, le reveló los nuevos horizontes que el
corazón había descubierto antes que la razón.
Un emocionado silencio
siguió a las bellas palabras de Mónica.
—Sí, es cierto. La Ciencia
acostumbra a fijar como principios inmutables teorías aparentemente lógicas. Se
hace un esquema del mundo y acoge con agrado todos los descubrimientos y
suposiciones que refuerzan ese modelo. Pero, contraviniendo y pervirtiendo la
esencia misma de la Ciencia, es decir, la búsqueda de la verdad y el
conocimiento con absoluta objetividad, cuando aparece algo que contradice ese
modelo tiende a rechazarlo en vez de investigarlo. En ese aspecto la Ciencia... o mejor dicho, los científicos, pueden ser
inmovilistas y ultraconservadores. A menos que un hecho irrefutable lo demuestre,
no cambian fácilmente su punto de vista, y sólo tras estudios exhaustivos en los que no
debe aparecer el menor fallo. Con los hechos afines no es tan estricta y
metódica. —La voz de Luar era como una pátina de sabiduría que lo recubría todo
a su paso.
—Estoy de acuerdo. Es la
típica paradoja de la excepción. Se consigue explicar una parte del
funcionamiento del mundo con una ley. Pero aparece un cierto número de
situaciones en las que esa ley deja de tener validez. Entonces, como para el
resto de supuestos la ley funciona, se dice invariablemente que: “es la excepción que confirma la regla”.
La Ciencia funciona igual con sus postulados; con las ideas afines, todas las
excepciones confirman su regla. Con las ideas revolucionarias, todas las
excepciones desvirtúan la regla a la que pretenden apoyar. —Los allí reunidos
fueron de pronto conscientes de que la joven Erin era un peso pesado en cuanto
a integridad y capacidad de racionalización.
—No deja de ser curiosa y
triste la capacidad de la ciencia ortodoxa para aceptar sin remilgos cualquier
teoría que se adapte al modelo estándar y, en cambio, luchar acérrimamente
contra otras teorías que lo contradigan —comentó Annevar con una sonrisa
triste.
—Los científicos no somos
objetivos y nos revienta reconocer que estamos equivocados. Si se admite e
investiga una teoría que, por definición, es una idea indemostrable por el
momento, objetivamente también se tiene que admitir e investigar cualquier
teoría contraria a ella. Lo que cuentan son los resultados, no la conveniencia
de cada uno. No se puede aceptar lo que conjuga con las ideas oficiales y
rechazar el resto. Eso no es propio de la Ciencia auténtica, sino de las
religiones y los fanatismos—expuso Erin con su ácida y sarcástica forma de ver
las cosas.
—Parece que humanos y
vianhios nos parecemos mucho más de lo que estamos dispuestos a reconocer...—El comentario de Naler caló hondo en todos ellos.
Aquellas palabras les
hicieron reflexionar durante un rato.
—¿Y cómo se llamaba aquella
nave? —Fue Luar quien rompió el silencio.
Los demás salieron de su
ensimismamiento y miraron al veterano investigador sin comprender. Los había
pillado completamente descolocados.
—Me refiero a la que
protagonizaba la serie de la que hablabas antes —se explicó ante las miradas de
confusión de sus compañeros.
—Las protagonistas de las últimas series se
llamaban Voyager y Discovery. Pero la leyenda la crearon las que llevaban el nombre
original pensado por Gene Roddenberry, numeradas de la A a la E.
—¿Y...?
—Enterprise. El
nombre era U.S.S. Enterprise.
*
—¿Estás bien?
—Sí. Solo un poco cansada.
¿Que te parece si nos damos un respiro cuando acabemos de instalar esta boya?
—De acuerdo. No hace falta
matarse a trabajar. No viene de un día.
—Eres un sol, Annevar. —A
pesar de las leves interferencias, la radio del traje transportó la suave voz
de Erin teñida de agradecimiento.
—Va, concentrémonos y
acabemos rápido. En esta zona parece como si la Barrera ejerciese algo más de
influencia, porque yo también me estoy cansando.
—¡Eh! ¿Va todo bien ahí? Me
tenéis preocupado. —Klaus, conectado en la misma frecuencia que ellos, no se
perdía detalle de la conversación. El vínculo de radio se mantenía para toda la
nave, por precaución. Estaba en la bodega, con el traje y sin el casco. La
gravedad en aquella sección era del treinta por ciento, para facilitar el
manejo de las boyas. El campo de contención del umbral evitaba que el aire escapase
al espacio.
—Va todo bien, mi amor. Es
solo que estamos más cansados de lo habitual.
—Sí, “mi amor” —Annevar parecía
estar de muy buen humor—. Vaya… Qué raro…
—¿Qué ocurre? —Preguntó
Klaus.
—Que mi ordenador, ahora,
acaba de marcar un pequeño pico de radiación, pero está bastante por debajo del
límite de tolerancia… No creo que haya ningún problema.
—¿Radiación? ¿De la Barrera?
—No, hombre, no… ¿Cómo va a
ser de la Barrera, si no emite nada?
—Pues por eso mismo lo digo.
Curioso… Si queréis os echo una mano ahí afuera.
—Pues mira, no te diremos
que no. Así acabamos antes y volvemos a la nave. Esta chica está ansiosa por
verse rodeada de unos brazos fuertes. —Erin le dio un codazo.
—Ya me estoy colocando el
casco. Voy para allá.
—Id con cuidado. No me gusta
todo eso de las lecturas de Annevar. Al mínimo problema lo dejáis y volvéis
aquí de inmediato, sin excusas. ¿Entendido?—advirtió Mónica por radio.
—Entendido—respondieron los
tres.
Annevar volvió a mirar los
datos del ordenador. Era radiación convencional, estaba seguro. No era nada
exótico o desconocido… pero había algo extraño. No parecía radiación natural…
Más bien parecía la que escaparía de un núcleo de energía arruinado y
abandonado, como un residuo. Miró instintivamente hacia la Elcano. Pero desechó la idea. La nave estaba en perfecto estado de
revista. Si fuese una fuga del reactor, las alarmas habrían saltado. Y, además,
el núcleo estaba en marcha. Por pequeña que fuese una fuga, las lecturas serían
mucho más elevadas que las que veía en la pantalla en aquel momento. Miró en
derredor, buscando una posible causa. Pero no vio absolutamente nada. Sacudió
la cabeza y volvió a lo que estaba haciendo.
Klaus se aseguró el casco,
enganchó el cable y, con un potente salto, aumentado por los amplificadores del
traje, se precipitó fuera de la nave, hacia sus amigos. Usó el impulsor del
antebrazo para afinar la trayectoria. Luego frenó suavemente y se colocó entre
sus compañeros. Siempre le aturdía el ominoso silencio del espacio. No se oía
otra cosa que los sistemas de soporte vital del traje, su respiración, los
latidos de su corazón y el crepitar de la radio. A todos los astronautas les
ocurría lo mismo. Por eso siempre se intentaba trabajar en pareja y no se
dejaba de conversar en todo el tiempo. La sensación de soledad en aquella
inmensidad acababa por sobrepasar al más sereno. Cuando alguien debía salir
sólo allí fuera por cualquier circunstancia, desde la nave no dejaban de hablar
con él. La simple voz de otra persona en el auricular y saber que, solamente
con girar la cabeza, se la podía ver cerca, era el tratamiento más eficaz
contra aquella angustiosa sensación. Se habían inventado multitud de técnicas
psicológicas, pruebas, entrenamientos y demás para luchar y contener aquel
síndrome. No habían servido casi para nada. Solo un reducidísimo grupo de
personas con una mente muy especial conseguía algún resultado de cierta
relevancia. En los demás apenas lograba aumentar su fortaleza psíquica.
La compañía había demostrado
ser el único antídoto fiable y efectivo contra “La Soledad”, como la
llamaban entre ellos. Y, además, era el más simple y versátil. Un programa de
entrenamiento o una técnica psicológica no podía agarrarte si te soltabas por
accidente, ni lanzarse tras de ti antes de perderte en la inmensidad. Las
personas que trabajaban en el espacio sabían lo que los comités, los estudiosos
y los científicos no parecían comprender. Las tres únicas verdades válidas allí
fuera:
Sólo una persona sustituye a
otra persona.
La herramienta más fiable de
todas es otro compañero.
La Soledad sólo se vence
no estando solo.
A Klaus no le preocupaba el
síndrome en aquella misión. Había seis personas más a su alrededor, dos naves y
multitud de medios. Todos sabían que ninguno de ellos abandonaría jamás a uno
de sus compañeros, ni siquiera aunque hubiese muerto. Aquella unión y aquella
entrega eran más que suficientes para todos ellos. Era el único equipaje que
necesitaban para lanzarse a lo desconocido, con seguridad, orgullo y arrojo.
Diez minutos después habían
terminado. La boya de tránsito estaba colocada y en marcha. Según el SRB debían
posicionar otras seis en los próximos diez millones de kilómetros. Si todo iba
bien y no había sorpresas inesperadas, la siguiente boya de salto que
instalasen sería la última del interior del paso. Allí dentro no recibían
telemetría de la red subespacial de satélites de navegación y no veían las
estrellas. Era imposible conocer la posición exacta en que se encontraban.
Habían deducido sus coordenadas por aproximación, teniendo en cuenta los
movimientos de la nave, pero no sabían exactamente a qué distancia se
encontraban del otro extremo del túnel, pues no podían verlo aún.
Los tres se apartaron con
cuidado de la boya, procurando no darle un golpe fortuito que habría
significado volver a tener que posicionarla para evitar su deriva. Las balizas
poseían un giroscopio y unos pequeños motores químicos para compensar cualquier
alteración en su posición. Dada su extraordinaria ligereza, el depósito de
combustible podía durarles varios años.
Mónica encendió los motores
y la nave aceleró intensamente mientras recogía el brazo. El efecto del
compensador de aceleración englobaba también al manipulador robotizado y a los
tres compañeros. Allí, dentro de Whania Rum, no había peligro de chocar con
nada. De todas formas, Mónica había modificado la geometría de los escudos, de
manera que formaban una especie de paraguas de ciento veinte metros de diámetro
en la proa de la nave, fijados a su máxima potencia. Así quedaba protegido el
radio de acción del manipulador, ante el impacto fortuito de cualquier objeto
que colisionase con la nave por delante, mientras ésta se estaba desplazando. Un
blindaje de menor intensidad recubría el resto de la nave a apenas dos metros
de ésta.
Arrancar o parar a la vez
que se operaba el brazo permitía ahorrar unos treinta minutos por boya. No es
que tuvieran prisa, pero tampoco querían malgastar el tiempo sin más. Además,
se acercaban al final después de casi veintiún días allí dentro. Ya tenían ganas de
salir. Eran perfectamente conscientes de que las prisas no eran nada
aconsejables pero, ¿quién no se empieza a impacientar cuando se comienza a ver
una meta hasta entonces lejana? Si añadían el hecho de que no parecía haber
ningún riesgo de colisión, aparte de los grumos y los filamentos, se podían
permitir aquellas pequeñas licencias.
—Es una suerte que aquí
dentro no nos afecte la gravedad de los sistemas cercanos. Aún no entiendo cómo
es posible. Pero se eliminan las distorsiones y las desviaciones. La verdad es
que el trabajo se simplifica mucho. ¿En cuantos lugares podrías detener
completamente una nave y colocar un objeto de forma que quede totalmente
inmóvil, como si estuviese pegado a algo?—dijo Klaus animadamente.
—Sí, no deja de ser curioso.
Las ondas gravitatorias no atraviesan la Barrera ni afectan a lo que queda
rodeado por ella, como las boyas o la Elcano. Pero, sin embargo, el Muro
mantiene su posición respecto a las estrellas circundantes. Se comporta como un
objeto sólido, atrapado entre las estructuras que la rodean. —En la voz de
Annevar se apreciaba una profunda curiosidad.
—Es como si la gravedad de
las estrellas próximas “rebotase” de algún modo en la Barrera manteniéndola...
—La joven se interrumpió de repente.
—¿Manteniéndola...?
—preguntó Klaus tras unos segundos. No hubo respuesta. Los dos se giraron
rápidamente hacia ella, con el corazón encogido. ¿Y si le había pasado algo de
repente...?
—¡Erin, contesta! —Annevar
se temía lo peor. Quizá un pequeño objeto errante había perforado el traje. O
había sufrido un ataque. O, a lo peor...
La joven estaba de espaldas
a ellos. Bajo la cúpula transparente del casco se veía la cabeza, pero no su
cara. No parecía haber ningún desperfecto en el traje. Y ella parecía estar
bien. Lo único anormal era que miraba fijamente hacia la muralla azul.
Los dos jóvenes se situaron
al lado de la chica, con evidente preocupación. Klaus fue a decir algo y ella
lo silenció con un brusco movimiento de la mano izquierda. Sin apartar la
mirada del lugar en que la había fijado, extendió lentamente el brazo izquierdo
y señaló hacia delante con el índice. Trató de hablar, pero no pudo articular
palabra. Sus bonitos ojos tenían una expresión de profundo asombro e
incredulidad.
Klaus y Annevar miraron
hacia el lugar que señalaba Erin. Al principio no vieron nada. Después apareció
una sombra oscura e indefinida en la nebulosidad azul. Durante unos segundos la
sombra fluctuó, difuminándose y aclarándose alternativamente. El objeto salió,
por fin, de detrás del filamento que lo había estado cubriendo y quedó expuesto
a sus ojos con toda claridad. Los dos jóvenes enmudecieron, estupefactos.
La primera que consiguió decir
algo fue Erin. Sentía un nudo en la garganta que deformó su voz de forma
extraña. Cuando logró pronunciar las palabras, le pareció que hablaba otra
persona por su boca.
—Ahí dentro hay una nave...
Los que permanecían a bordo
de la Elcano cruzaron miradas de incredulidad y confusión. Se
precipitaron sobre la pantalla principal y orientaron las cámaras disponibles
sobre el punto que había señalado Erin. El ordenador superpuso las imágenes en
una sola que ocupaba toda la pantalla, creando un efecto de tridimensionalidad
muy útil.
Era cierto. Allí delante
había un objeto oscuro y anguloso que rotaba sobre sí mismo a cierta velocidad.
Era una nave, sin duda, pero parecía destrozada e iba claramente a la deriva.
Estaba tan dañada que no pudieron identificar de qué tipo era o a qué Flota
pertenecía. Ni siquiera si era de la Confederación. De hecho, a lo largo de los
años, varias naves habían desaparecido dentro de la Barrera, por averías,
fallos de cálculo o, simplemente, negligencia o falta de sentido común.
Naler calculó el rumbo
mientras Mónica aceleraba para no perderla. Se encontraban en aquellos momentos
prácticamente pegados a la pared de un gran ensanchamiento del paso, de casi veinte millones de kilómetros de diámetro, en su mayor parte ocupado por grandes
cantidades de filamentos y grumos. La pared ligeramente curva que tenían a su
derecha giraba abruptamente a la izquierda a unos pocos cientos de miles de kilómetros. Si
igualaban la elevada velocidad de la nave naufragada, dispondrían de unos once
minutos antes de verse obligados a virar. Entonces, el objeto penetraría en la
Barrera siguiendo su trayectoria rectilínea y lo perderían definitivamente.
—El ordenador muestra que la
nave ha trazado un rumbo casi paralelo al paso durante varios años, dentro de
la Barrera, y ha salido de ella brevemente, en éste ensanchamiento y en otros
dos más atrás. A saber de dónde viene. Pero tiene tanto polvo y detritos
acumulados que no consigo ver de qué tipo de nave se trata. Lo que sí sé es que
cruzarnos con ella ha sido una casualidad increíble —dijo Naler, pensativo.
—Aunque estoy firmemente seguro de
que nada es casual, tengo que reconocer que en esto estoy tentado de darte la
razón.
—Gracias… supongo…
—De seguir el rumbo actual
—prosiguió Li—, saldrá de la Barrera a través del paso, por el acceso de Tilán,
dentro de pocos años. Podría suponer un peligro para la navegación. Debemos
recuperarla de inmediato.
—Acercadme todo lo posible y
la amarraré —propuso Klaus por radio.
—Yo voto por desviar su
trayectoria con una pequeña explosión. Es más seguro para todos. —Naler dejaba
aflorar su formación militar.
—Negativo—dijo Annevar—.
Recuerda que estamos en el Saliente de Nader. La deriva la acabaría sacando de
aquí y la llevaría a las cercanías de Tilán. Podría ocasionar un grave
accidente allí. Y destruirla tampoco es una opción. Cabe la posibilidad de que
los residuos impactasen contra alguna boya en el futuro.
—Además, nadie ha pensado en
lo más importante—apuntó Erin.
—¿Y es...? —preguntó Luar.
—Pues que lo más probable es
que haya uno o varios cuerpos ahí dentro. Y, no sé... quizá alguien esté interesado
en recuperarlos... —Su voz, incluso a través del canal de comunicación, estaba
teñida con el habitual tonillo sarcástico que la caracterizaba cuando su ágil
mente iba más rápido que las de los demás.
Todos callaron ante la
obviedad y la lógica aplastante de lo que acababa de exponer la muchacha.
—¡Eh, despertaos!—gritó
Klaus por radio—. Si seguimos charlando, ni habrá rescate, ni funerales, ni
nada. Vosotros dos, regresad a la nave. Mónica, extiende el brazo y acércame a
esa chatarra sucia. ¡Pero ya!
Se pusieron en movimiento de
golpe, sin decir una palabra, e hicieron lo que el joven les había pedido a
toda prisa.
—Yo controlaré el brazo
articulado. No voy a usar el Ereun porque no dispone de cabestrantes ni rayos de tracción. Mónica, tú eres la más indicada para maniobrar la Elcano en una operación así. Conoces la
nave mejor que nadie y eres el mejor piloto a bordo—dijo Naler con decisión
mientras ocupaba el sillón del copiloto. Su tono no admitía réplica.
—De acuerdo. Klaus,
prepárate. A esta velocidad llegaremos al final del ensanchamiento en unos nueve minutos. Tienes cinco para amarrar la nave y regresar aquí, o no podremos
disminuir la velocidad con la suficiente suavidad como para que ese chisme no
nos arranque el brazo. —La voz de Mónica había adoptado el tono firme y
eficiente que le era habitual en situaciones delicadas. La joven se concentró
por completo en lo que tenía que hacer. Su mente permanecía fría mientras
trabajaba a pleno rendimiento; sus sentidos se habían expandido hasta fundirse
con la nave como si fuese una extensión de su propio cuerpo.
La chica maldijo por lo
bajo. En buen momento habían perdido el rayo tractor. La inefable Ley de Murphy
volvía al ataque. No podía faltar. Les rompían el emisor del rayo tractor de
proa, el más versátil de los dos, en una misión en la que no debería usarse
para nada. ¿Y qué pasaba? Que aparecía una nave a la deriva, a la que había que
rescatar. Así que, una cosa tan sencilla como activar el sistema de tracción y
capturar la presa se iba a convertir en un rescate a la antigua, con el brazo
articulado y un astronauta en su extremo para asegurar la nave a mano.
“¡Pues qué bien!”, pensó, furiosa.
La Elcano se desplazó
de costado, con suavidad pero con firmeza. El brazo estaba completamente
extendido, pero avanzado hacia proa en un ángulo de unos cuarenta y cinco grados, de forma que Mónica pudiese ver cómodamente la punta del mismo. Perdían algo de alcance lateral, pero merecía mucho la pena por seguridad y visión directa. Naler, por su parte, había modificado de nuevo la geometría del escudo de
protección. Ahora formaba una alargada lágrima, que se extendía casi noventa
metros desde la proa hacia estribor. Aquella configuración obligaba a forzar
mucho los proyectores. No podrían soportarlo más de cinco o seis minutos.
Emitir y mantener un blindaje irregular era una dura prueba para los
generadores de una nave. Y en aquel caso, el escudo era extremadamente
asimétrico.
Mónica y Naler se
repartieron automáticamente las tareas sin decir palabra. No hacía ninguna
falta. Los dos eran excelentes pilotos y sabían perfectamente qué necesitaba el
otro en cada momento. Ella se concentró exclusivamente en pilotar la nave. Él
se encargaba de los escudos, del manejo del brazo y de facilitarle a ella los
datos que suministraba el radar, aunque Mónica podía verlos en pantalla
perfectamente.
Klaus, a su vez, se
había situado en el extremo del brazo, que había alcanzado su extensión máxima.
El joven podía sentir una desagradable vibración, pues el efecto protector del
amortiguador de inercia disminuía con la distancia. Justo por encima del
portaherramientas, que el manipulador llevaba instalado en la punta, había una
abrazadera con cuatro extintores pequeños conectados a un sistema de válvulas,
por si ocurría una emergencia. Estaban llenos con unos cinco kilos de mezcla
gaseosa a alta presión. Se podían separar del brazo individualmente o usar éste
como manga de extinción automática. Klaus cogió uno de los pequeños
recipientes, lo sujetó magnéticamente en el portaobjetos adaptable de su pierna
izquierda y calculó la distancia que le separaba de la nave accidentada.
—Ochenta metros. Cuatro
minutos y veintiocho segundos para punto de frenado. Escudos al ochenta y nueve
por ciento.
Mónica asintió levemente con
la cabeza. No veía las pantallas. Estaba ligeramente incorporada en el asiento,
con la cabeza girada un poco hacia la derecha, mirando a través de las amplias
ventanillas de la cabina, hacia la punta del largo brazo mecánico. Prefería ver lo que estaba haciendo directamente, en
vez de fiarse de un esquema en una pantalla. Era una maniobra muy arriesgada y
Klaus podía perder la vida si ella cometía un error. Quería poder reaccionar al
instante ante cualquier imprevisto.
Klaus estaba atento a las
indicaciones que Naler le proporcionaba a Mónica, a través de la radio. Había
asegurado el cable retráctil de su espalda al extremo del brazo articulado,
para aumentar su alcance.
—Setenta metros. Cuatro
minutos para punto de frenado.
Iban muy justos de tiempo.
Klaus no estaba seguro de que lo consiguiesen. Mónica era un piloto
excepcional, pero la maniobra era muy difícil. Necesitaba proporcionarle más
tiempo. Así que tomó una decisión.
—A la mierda. Mónica, sigue
acercándote cuanto puedas. Voy a abordar el objetivo.
—Negativo, Klaus. No te
sueltes del brazo—le conminó Li.
—No hay tiempo. Para cuando
hagamos contacto con esa nave, casi no quedará tiempo para asegurarla y frenar.
—Lo lograré, Klaus,
tranquilo. Confía en mí.
—Confío ciegamente en ti,
Mónica. Pero hasta tú puedes necesitar ayuda y hay muy poco margen. Deseadme
suerte.
—Klaus... ¡Klaus! Joder,
este muchacho me va a matar de un disgusto.
—Klaus, cariño. No te hagas
el gallito. Ya me impresionas lo suficiente por las noches. No es necesario que
te arriesgues—la voz de Erin temblaba.
El joven apoyó los pies en
el extremo del brazo y flexionó las piernas. Tecleó en la consola del antebrazo
para que los amplificadores de fuerza del traje diesen lo máximo de sí.
—Cincuenta metros. Tres
minutos.
Extendió las piernas de
golpe y se lanzó hacia delante. Los amplificadores multiplicaron casi por seis
la potencia de sus músculos, haciendo que el joven volase como una flecha hacia
su objetivo.
—Cuarenta metros. Dos
minutos treinta y seis segundos.
Mónica sudaba. Trataba de
acercarse a la otra nave lo más rápido posible, pero a aquella velocidad en un
lugar tan angosto, el rescate era casi una maniobra suicida. Un ligero fallo y
podían sufrir un accidente grave. Y, encima, ahora estaba preocupada por su
impulsivo amigo. No dudaba de la capacidad de Klaus para enfrentarse a
situaciones como aquella. Era un hombre de recursos, con mucha experiencia.
Pero a veces tenía más valor que seso.
—Se parece mucho a mi hermano—murmuró
Naler, adivinando los pensamientos de su compañera.
—Esperemos que no acabe
igual que él—masculló Mónica apenas era un susurro.
—Treinta metros. Dos minutos
ocho segundos. Vas muy bien. Tranquila. Lo vas a conseguir. Incluso estás
ganando tiempo. Y el arrojo de nuestro impulsivo amigo nos va a facilitar mucho
las cosas.
—He contactado. Estoy sobre
la nave—comunicó Klaus.
Erin se había abrazado a
Annevar. Incluso a través de los voluminosos trajes, él pudo sentir como la
joven se estremecía. Era la primera vez que veía a aquella valiente y alegre
muchacha tan preocupada. Y tuvo que reconocer que él lo estaba también.
Klaus se agarró a un trozo
de metal retorcido que salía del casco de la nave. Había calculado su salto
para contactar con ella en el punto que menos se movía, es decir, en el lugar
sobre el que la embarcación giraba sobre sí misma. A bordo de un ST-99 podía
permitirse el lujo de ignorar los cantos afilados. El blindaje metálico del
traje no se rasgaría con tan poca cosa. Como mucho arañaría la pintura. Usando manos
y pies se desplazó rápidamente hacia un extremo de la nave. La rotación, cada
vez mayor según se alejaba del centro, le hizo sentirse incómodamente grávido.
Debía darse prisa, pues el cable se estaba retorciendo y la Elcano se
acercaba rápidamente. Llegó al extremo de popa y se movió hacia la cara
superior. Los amplificadores eran una bendición en aquel caso. De no haber sido
por ellos se hubiese tenido que esforzar de lo lindo para conseguirlo.
Sacó el extintor del soporte
de la pierna y lo encajó en un agujero, entre unos hierros retorcidos. No era
una obra de arte, pero serviría. A continuación, arrancó un trozo de metal
alargado de la arruinada maquinaria que había bajo el fuselaje. Se agarró bien
con la mano izquierda y hundió los pies en sendos agujeros. Acto seguido
descargó un tremendo golpe sobre la válvula del extintor con la barra metálica.
La boquilla saltó a consecuencia del impacto y el gas a presión se precipitó al
vacío espacial con una fuerza terrible. Se formó un penacho blanco de vapor
congelado de longitud considerable. Pero la intención de Klaus no era llenar el
espacio de gas helado, sino usar la presión producida por el escape para
convertir el extintor en un improvisado motor a reacción.
Y funcionó. La rotación de
la nave se ralentizó rápidamente. Con la mano, Klaus trataba de dirigir
mínimamente el chorro de gas, intentando evitar desviaciones desagradables.
Como el extintor era pequeño, no tardó en quedarse sin “combustible”. La nave
casi había frenado por completo. No le costaría nada detener la débil rotación
con los propulsores de su traje, así que se puso manos a la obra. Se incorporó
rápidamente sobre la cara superior de aquel pedazo de chatarra retorcida y
activó las suelas magnéticas de las botas. Quedó sólidamente anclado. Entonces
usó el propulsor del antebrazo para estabilizar la nave definitivamente. No
tardó ni diez segundos. Miró hacia delante. La pared azulada de la Barrera se
percibía inquietantemente cerca. La Elcano se acercaba resueltamente
hacia él.
—Diez metros. Un minuto
catorce segundos. Escudos al cuarenta y seis por ciento.
Klaus desactivó los cierres
magnéticos y se desplazó hacia el lugar en el que el brazo haría contacto con
la nave. El portaherramientas de su extremo desplegó una robusta pinza con una
pequeña cámara en su parte superior. Naler la guiaba con delicadeza, asistido
por la imagen de la pantalla. Su intención era morder una fuerte viga
estructural que veía a través de un desgarrón en las planchas del fuselaje.
—Cinco metros... Cuatro...
Tres... Dos Metros. Un poco más... ¡La tengo! Estabiliza la nave, Mónica.
—Tiempo.
—Cuarenta y nueve segundos.
—Klaus...
—Lo he oído. Acabo enseguida
—respondió él con gravedad.
Sus movimientos eran
precisos y fluidos. Con el portaherramientas de su antebrazo, cortó cuatro
pedazos de cable de arrastre, delgado pero de tremenda resistencia, del
cabestrante del brazo articulado.
—Treinta y cinco segundos.
Cambió de herramienta y
seleccionó la lanceta láser de soldar. Soldó una punta de cada cable a la
gruesa placa del extremo del brazo.
—Veinticinco segundos.
Klaus...
Las otras cuatro las fusionó
con la estructura de la nave, lo más alejadas posible entre sí.
—Quince segundos. Regresa
inmediatamente.
Colocó manos y pies contra
el fuselaje y se impulsó de espaldas con toda su fuerza. Giró con el impulsor
del antebrazo hasta quedar enfrentado al costado de estribor de la Elcano.
—Ocho segundos.
—Motores principales a
ciento ochenta grados. Presión estable.
—Cuatro segundos... tres...
dos... ¡Ahora!
Pero Mónica no activó la
ignición. Miraba fijamente la imagen que mostraba una de las cámaras de
estribor. Klaus se encontraba todavía a veinte metros del casco y se acercaba
veloz.
—Vamos, Klaus, vamos...
—murmuró para sí la joven, preocupada.
—Más dos segundos... Más tres... Mónica, por favor.
—Espera un instante.
Klaus impactó violentamente
contra las planchas metálicas. El sonido de la colisión se oyó claramente en
toda la embarcación. Pero consiguió agarrarse a los pasamanos con fuerza y
empezó a moverse hacia la compuerta de la bodega.
Mónica pulsó inmediatamente,
en la pantalla táctil, el comando de ignición, siete segundos más tarde de lo
calculado. Los cuatro poderosos motores cobraron vida con un destello azulado.
La nave empezó a perder velocidad de forma sostenida pero firme. Los sensores
del brazo de carga indicaban que estaba cerca del límite de su resistencia.
Naler manejaba los controles del amortiguador de inercia, tratando de reforzar
su acción en el brazo y en la nave adherida a él. Era una tarea compleja,
porque el campo del compensador tendía a adoptar una forma ahusada a lo largo
de la Elcano. No era tan sencillo deformar el campo de amortiguación
como el blindaje. La nave poseía cuatro emisores de escudos, pero sólo un
compensador de aceleración. Era mucho más difícil generar asimetrías con un emisor
que con cuatro...
Pero modificar el campo del
amortiguador tenía un efecto secundario importante: si se reforzaba en una
sección se debilitaba en las otras. Para la nave no era un problema serio. Su
estructura podía soportar perfectamente las tensiones. La función del
amortiguador era, básicamente, proteger a los tripulantes.
Y aquello era, precisamente,
lo que no estaba haciendo con Klaus.
El joven se acercaba
lentamente a la bodega de estribor. Cuando la nave empezó a frenar, la enorme
fuerza de deceleración tiró de él hacia proa con gran violencia. A diez metros
de la compuerta de la bodega sentía como si cada parte de su cuerpo pesase
toneladas. Le costaba mucho moverse. Tuvo que recurrir a toda la fuerza de sus
músculos y a toda la capacidad de amplificación del traje para ir arañando
centímetros a la distancia que lo separaba de la salvación.
Erin y Annevar le hacían
señas insistentemente para que continuase, mientras le animaban por radio. Pero
él casi no les entendía. La sangre escapaba desde la cabeza hacia los pies, aún a pesar del sistema de presión oscilante interna del traje, diseñado precisamente para compensar eso hasta cierto grado. Se
sentía embotado, incapaz de pensar. Los bordes de su visión se habían vuelto
negros. Tenía la impresión de estar mirando a través de un túnel estrecho. Lo
único que lo movía hacia la compuerta de la bodega, a siete metros de
distancia, era su instinto de supervivencia y la necesidad primitiva de llegar
a su destino. Los años de entrenamiento funcionaban, sin duda. Una de las
lecciones más importantes era aprender a programar el propio cerebro para
obligarlo a llevar a cabo acciones primarias a toda costa. Nunca se sabía qué
le podía ocurrir a uno en el espacio. Y había cosas que el cerebro hacía de
manera automática pasara lo que pasase, como respirar, por ejemplo. Pero
también era posible enseñarle a realizar otras tareas distintas con la misma
perseverancia. La más básica era: “llegar ahí”.
Y era lo que el cerebro de Klaus
hacía en aquel momento, pues debido a la falta de sangre en su cabeza, su mente
funcionaba de manera inconexa y nebulosa. Automáticamente, paso a paso,
avanzaba hacia la bodega, con la vista fija en el umbral iluminado por el campo
de contención atmosférica.
—Dos minutos treinta y tres
segundos para punto de giro. Deceleración al setecientos sesenta por ciento de
la velocidad óptima de giro.
Naler miró a Mónica de
soslayo. La joven agarraba las palancas de control con toda la fuerza de sus
manos. Tenía los nudillos blancos. Pasaba la mirada rápidamente de una pantalla
de datos a otra. Era consciente de que no podía aumentar la potencia de los
motores o el brazo sería arrancado de su soporte. Y la pared de la Barrera se
les echaba encima a una velocidad aterradora. Sólo disponía de dos minutos y
veintiocho segundos para frenar lo suficiente para poder girar. Si lo conseguía
en ese límite de tiempo, tendría tan sólo veinte segundos de margen para virar
antes de incrustar la proa en la muralla azul.
La Elcano no podría virar hasta perder suficiente velocidad porque la
masa sujeta al otro extremo del brazo era demasiado grande y éste no soportaría
la tensión. Podía partirlo y desestabilizarles gravemente. Si no tenía otra
opción, volaría los pernos explosivos que sujetaban el portaherramientas al
extremo del manipulador. Pero tenía la firme intención de lograr el rescate.
Era una cuestión de orgullo. Ya habían llegado hasta allí. Klaus se había
arriesgado mucho para conseguir atrapar el pecio. No iba a ser ella la que lo
perdiese. Sus compañeros siempre decían que era la mejor piloto de la flota.
“Pues es hora de saber si realmente tienen razón.”
Naler, por su parte, seguía
recogiendo el brazo, tratando de no sobrepasar los límites de tolerancia que
indicaban los sensores. Cuanto más cerca estuviese la nave accidentada de la Elcano,
más margen de seguridad tendrían. Además, el campo del amortiguador aumentaría
progresivamente su acción, extendiéndose a toda la embarcación.
Klaus se encontraba a unos
escasos cinco metros de las manos extendidas de Erin y Annevar. Ellos no podían
salir de la bodega, porque ésta se hallaba fuera del efecto del compensador de
aceleración y los dos estaban literalmente pegados al borde del umbral a causa
de la fuerza de frenado. Aunque querían, no podían moverse. Tenían la impresión
de que pesaban tres toneladas.
La voluntad de Klaus estaba
llegando al límite de su resistencia. Y sus fuerzas también. Los amplificadores
no podían funcionar por sí mismos. Aumentaban la potencia muscular del ocupante
del traje. Pero si éste realizaba movimientos débiles, la amplificación también
era débil. Una parte aún consciente de su cerebro comprendió que no lo
lograría. No solo no llegaría al umbral, sino que tampoco podría quedarse allí
agarrado hasta que terminase la secuencia de frenado. Antes le fallarían las
fuerzas. Sabía que sus manos se soltarían y colisionaría con el brazo a una
velocidad tremenda. Moriría en el acto. Así que, en un último acto de lucidez
mental, tuvo una idea descabellada.
Erin y Annevar vieron como
el joven soltaba la mano derecha y la llevaba al ordenador del antebrazo
izquierdo. Tecleó una serie de instrucciones en la pantalla táctil. Después
levantó la cabeza y los miró, con una sonrisa sesgada. No supieron interpretar
si les estaba diciendo adiós o les preparaba una sorpresa inesperada. Salieron
de dudas inmediatamente.
Klaus se soltó de los
estribos a los que estaba agarrado. Simultáneamente, los impulsores principales
de su traje, situados en la parte inferior de la mochila, se pusieron en marcha
a toda potencia. Por un momento el joven se alejó de la bodega, a causa del
frenado de la nave. Erin gritó algo que él no llegó a entender. Pero, cuando
los impulsores del traje desarrollaron el máximo empuje, el muchacho pareció
detenerse y empezó a avanzar hacia el umbral iluminado, lentamente, metro a
metro. Klaus flotaba al lado de la Elcano como si fuese una nave
minúscula. El joven trataba de concentrar su mente en permanecer atento a la
reserva de combustible. Se agotaría en pocos segundos. Apenas tendría tiempo.
Extendió los brazos. Estaba a sólo dos metros de las manos de sus amigos. En la
pantalla del casco aparecía el tiempo restante durante el cual los impulsores
mantendrían la ignición. No era muy alentador. A aquel ritmo sólo funcionarían
durante nueve segundos más.
Un metro. Seis segundos de
impulso.
Rozó los dedos de Annevar. Tres
segundos.
Sus manos se cogieron por
fin, justo cuando el combustible se agotó y los propulsores murieron.
Annevar trató de aguantar a
su amigo. Apretó la mano con toda su alma. Pero se le escurría. La fuerza
provocada por el frenado de la nave era tan grande que amenazaba con arrancarle
el brazo. Estaba a punto de perderlo. Una mezcla de furia y desesperación lo
inundó. Apretó los dientes y tensó sus músculos más allá de lo que nunca habría
creído posible.
“No te voy a soltar… no te voy a soltar…”, se repetía a sí mismo.
De repente, un voluminoso
objeto pasó por su campo de visión.
Erin.
La joven, presa de una ira
incontenible y acongojada por la idea de perder a Klaus, había logrado
arrastrarse fuera del umbral. Logró pasar el brazo izquierdo por la abrazadera
del fuselaje, sujetándose a ella con la parte interior del codo, mientras las
suelas magnéticas se mantenían pegadas al casco de la nave. El dolor era
desgarrador. Llegó a creer que se le partiría el brazo por la mitad. En la mano
derecha llevaba el extremo del cable retráctil alojado en la mochila. Lo había
pasado por una argolla instalada en el suelo de la bodega. Acercó
trabajosamente la mano hasta la parte superior de la mochila de Klaus y
consiguió anclar el mosquetón en la anilla soldada allí, que normalmente se
usaba para elevar el traje en el taller de mantenimiento. Soltó el mosquetón y
alargó la mano hacia la que tenía libre Klaus, asiéndola con toda su alma.
Así, entre los dos, lograron
sostener al valeroso joven mientras la Elcano seguía adelante con la
crítica maniobra de frenado. Los tres sufrían terriblemente, pero ninguno
pensaba dejar escapar la presa. Klaus consiguió apoyar un pie en un estribo, lo
que suavizó un poco el esfuerzo que hacían sus amigos. Poco a poco, de una forma
muy gradual, empezaron a notar que disminuía la intensidad de la fuerza de
deceleración que soportaban. Annevar miró hacia proa y comprendió. El brazo
articulado ya se había recogido hasta la mitad de su longitud. Por tanto, el
campo de amortiguación los envolvía cada vez con más eficacia. Sólo tenían que
aguantar un poco más...
—Cincuenta y cuatro segundos
para punto de giro. Avance al cuatrocientos cincuenta por ciento de la
velocidad máxima para virar.
—¿Y el brazo? —Mónica no
levantó la mirada de las pantallas.
—Más de la mitad ya está
recogido.
—Entonces voy a arriesgar un
poco. —Su mano se desplazó a las palancas de control de impulsión.
Delicadamente, con gran suavidad, las empujó milímetro a milímetro hacia
delante, atenta a la pantalla de sensores del brazo. Cuando una de las lecturas
se puso en rojo, soltó las palancas.
—Has ganado un tres por
ciento de potencia. Muy bien. Ánimo. Si lo consigues, lo de hoy entrará a
formar parte de la historia de la navegación espacial—Naler le mostró su mejor sonrisa.
Ella no lo miró, pero las comisuras de sus labios se elevaron. Había captado el
gesto en el rostro de su amigo sin verlo.
Entonces asió el volante de
la timonera con firmeza y lo giró levemente a babor. Sentía cada reacción, cada
tensión de la nave. La hizo virar muy delicadamente, trazando una curva apenas
perceptible. Dos lecturas más del brazo se pusieron en rojo. El leve cambio de
rumbo no les llevaría a esquivar la pared azul, pero les haría ganar algún
segundo más.
—Doscientos setenta por ciento.
Cuarenta segundos. Has ganado seis al girar.
—Y conseguiré arañar algunos
más—dijo con aplomo. Su voz era firme y segura. Confiaba plenamente en sí misma
y en la nave.
—Estoy seguro de ello—admitió
Naler.
—Y nosotros—apuntaron Luar y
Li.
—Yo sé… que lo lograrás...
Mónica. —La voz de Klaus la sobresaltó. Era débil y denotaba un tremendo
esfuerzo. Estaba tan concentrada en controlar la nave que no había pensado que
sus tres compañeros pudiesen tener problemas. Cuando vio a Klaus agarrarse al
fuselaje de la nave, antes de la ignición, respiró tranquila y se centró en
pilotar. Ignoraba que estuviesen en peligro, pues no había vuelto a mirar las
pantallas de las cámaras exteriores.
—Klaus, Erin, Annevar,
¿estáis bien?
—A punto de partirnos por la
mitad. Pero no te preocupes. Aguantaremos. El campo del amortiguador se va
intensificando paulatinamente. —Fue Erin la que habló, con la voz distorsionada
por la tensión a la que estaba sometiendo a su cuerpo. Pero también había
determinación en ella.
—Aguantad un poco más, por favor.
Ya falta muy poco. No me falléis ahora, chicos. Jamás me perdonaría que os
pasase algo.
“Como yo me encuentre cara a cara con el imbécil que rompió el cristal
del rayo tractor...”, pensó, consumida por la furia.
—Calla y concéntrate en
parar este trasto. No creas que te vas a librar tan fácilmente de hablar
conmigo de tus arrebatos pasionales con tu marido. —A pesar del esfuerzo que
denotaba su voz, había diversión en sus palabras.
Mónica abrió mucho los ojos
y jadeó incrédula, a la vez que se sentía enrojecer hasta las orejas. Y la
expresión de estupor de Li hubiese merecido una foto. A pesar de lo delicado de
la situación, Luar y Naler no pudieron reprimir la risa.
—Si sales de ésta, te juro
que te mato yo misma—masculló con los dientes apretados; pero no había amenaza
en su voz.
—Pues entonces más vale que
consigas virar antes de que nos incrustemos en esa enorme nube azul.
Lo había hecho otra vez.
Aquella pequeña bocazas había logrado eliminar, de un plumazo, la insoportable
tensión que se respiraba un instante antes en la cabina con su lengua
incontenible. Mónica sintió que la preocupación desaparecía. En su lugar sólo
había determinación.
Se reafirmó en las palancas de
control y se concentró inmediatamente en la nave y en el entorno. Pero la
expresión de su cara había cambiado. Ya no mostraba una grave seriedad, sino
una sonrisa placentera y firme. Estaba disfrutando.
—Dieciocho segundos. Avance
al ciento noventa por ciento de la velocidad de giro. Vamos muy justos.
Por toda respuesta, Mónica
aumentó otro dos por ciento la potencia de los motores e inclinó la timonera
dos grados más a babor. El brazo estaba recogido hasta donde era posible. Como
no estaba alojado en sus anclajes debido a la carga que llevaba acoplada, no se
podía forzar demasiado, pues todas las articulaciones estaban en suspensión.
Metió otro grado el timón y
aumentó un uno por ciento más la potencia. Hizo aparecer el esquema principal
de energía en la pantalla táctil de la derecha. Bajo ésta estaba el control de
simetría del compensador de aceleración.
—Ocho segundos. Avance al
ciento cincuenta por ciento. Mónica, por el amor de tu madre...
La pared azulada parecía a
punto de devorarlos. El mapa virtual trazado por el SRB indicaba que la Barrera
estaba desesperantemente cerca. Habían logrado ganar otros seis segundos según
el ordenador.
—Seis segundos—la voz de
Naler temblaba de nerviosismo. Instintivamente, pisó fuerte con los pies y se
apretó contra el respaldo del asiento, como si así pudiese evitar la colisión—.
Ciento veintidós por ciento.
Mónica sonrió maliciosamente
y miró al joven de soslayo. El vianhio se estremeció. Su compañera preparaba
algo. Y gordo. La chica metió dos grados más a babor a la vez que tecleaba
rápidamente en la consola derecha; derivó la electricidad de uno de los reactores nucleares
auxiliares al circuito de alimentación del compensador. Hubo una brusca y puntual
subida de potencia en el sistema. El campo se reforzó de golpe. Al mismo tiempo,
ella lo deformó violentamente hacia estribor. Durante cuatro o cinco segundos
envolvería el brazo, la nave rescatada y a sus amigos con toda la potencia que
podía desarrollar.
Metió la timonera a fondo a
babor, contando tres segundos. La nave, impulsada por los pequeños y potentes propulsores RCS, respondió con bravura, virando
bruscamente. Cuando contó tres, devolvió el volante del timón a la posición
central. En el mismo momento en que la Elcano recuperaba su rumbo
rectilíneo, la deformación del campo de amortiguación desapareció. Habían
virado diecinueve grados.
—Cero segundos. Avance
igualado a velocidad óptima de virada—apuntó Naler con un hilo de voz. Mónica
puso en pantalla el cálculo de trayectoria de la navicomputadora.
—Estamos justo en el punto
límite para iniciar la virada a una velocidad segura, pero hemos ganado casi
treinta grados a babor, lo cual aumenta el margen de tiempo de giro de veinte a
cincuenta segundos. No ha salido tan mal, ¿no? —Su bella y radiante sonrisa
iluminó el semblante pálido de Naler.
Los ojos del joven,
desorbitados por la tensión (y el miedo…) de los últimos segundos, brillaban de
admiración por el valor y la pericia de su amiga.
Nunca, en toda su vida como
piloto, había visto una forma de volar tan precisa, exquisita y compenetrada
con la nave como la que Mónica Llanos acababa de exhibir. Había sido una
demostración de pilotaje en toda regla. Le hizo una reverencia, con una
expresión de inmenso orgullo.
La joven acabó la virada a
babor, volando paralelamente a la pared de la Barrera. Ya había pasado el
peligro. Ni siquiera habían rozado la nebulosidad azul. Y el amortiguador de
inercia, aunque con algunos indicadores en ámbar, volvía a funcionar con aparente
normalidad, por lo que sus tres compañeros ya habrían regresado al interior de la bodega.
Conectó el piloto automático y programó a Vyla para una detención total de la nave
dentro del margen de seguridad. Miró la pantalla y vio que la navicomputadora
estimaba en siete minutos el tiempo necesario para frenar por completo la Elcano.
Se levantó del asiento de un salto, agitando los brazos y las piernas para
descargar la tensión acumulada en las últimas... ¿horas? Miró incrédula su
reloj. ¡Todo había durado menos de diez minutos! Enmudeció de estupor. ¡Diez
minutos tan sólo! Si parecía que había pasado una eternidad desde que
detectaron la nave hasta que se había levantado del sillón... Nunca se
acostumbraría a la forma en que se alteraba la percepción del tiempo en
situaciones de tensión.
Sacudió la cabeza y se
encaminó hacia la bodega. Trató de disimular el temblor de sus piernas. Aunque
se dejaría matar antes de admitirlo, ella también había pasado miedo.
—¿Vais a venir o esperaréis
a que os lo explique?—preguntó alegremente. Los demás, tras un instante de
indecisión, se levantaron y la siguieron.
Llegaron rápidamente a la
bodega de estribor. Erin, Klaus y Annevar estaban de pie, enfundados en los
trajes. En sus caras se veían claramente los efectos del cansancio, el
sufrimiento y la preocupación que habían soportado, pero los tres mostraban
unas sonrisas abiertas y francas. Estaban orgullosos de haberlo conseguido a
pesar de las dificultades.
Se abrazaron y se
felicitaron entre todos. Habían realizado un rescate excepcional, de una
dificultad abrumadora, y habían salido airosos y sin un rasguño. Luar maniobró el brazo articulado con la consola de su brazo. Lo manejó hasta que la
arruinada nave quedó frente a la compuerta de la bodega. Era demasiado grande
para introducirla allí dentro. Deberían salir para inspeccionarla.
A primera vista, estaba
terriblemente dañada. Casi todo el costado de babor, excepto la cabina, había
desaparecido. Y estaba completamente cubierta por una masa de aspecto esponjoso de polvo y
detritos. Casi parecía que algo orgánico hubiese recubierto la nave. Era
posible que algún tipo de bacteria hubiese formado una colonia usando la nave
como base y aglomerando sobre ella todo lo que iban encontrando en su camino.
En aquellas circunstancias,
el tipo, el modelo y la manufactura eran imposibles de determinar. Tanto podía
ser un vehículo vianhio, como humano o, incluso, naderio. O quizá de ninguno de
ellos.
Erin, que era la que menos
acusaba la fatiga del rescate, se colocó de nuevo el casco y se lanzó ágilmente
hacia la nave, que flotaba a unos escasos siete metros. Agarrándose a los
salientes y los hierros retorcidos, avanzó hasta la parte frontal. Había
lugares en los que apenas se había formado aquella extraña costra. En otros, en
cambio, había crecido hasta alcanzar casi medio metro de grosor. Se arrodilló y
arrancó unos pedazos de aquel curioso material, dejando a la vista un
polvoriento trozo del panel central de la cabina.
Colocó un pie sobre el marco metálico a cada lado
del cristal, completamente cubierto de polvo, y activó las suelas magnéticas.
No iba a correr más riesgos aquel día. Se inclinó, convencida y mentalizada de
que se iba a encontrar cara a cara, por lo menos, con un cadáver.
Pasó el guante por la pulida
superficie, retirando el polvo añejo, que se alejó flotando perezosamente en el
vacío. Dentro pudo ver un cuerpo congelado, humanoide, vestido con un uniforme de vuelo y
el casco colocado. El visor era oscuro, por lo que no le podía ver la cara. En
parte lo agradeció. El uniforme le resultó vagamente familiar. Iba a comentarlo
cuando reparó en una banda con caracteres extraños en la chaqueta, sobre el
pectoral izquierdo. Comprendió apesadumbrada que eran letras vianhias. Y un
segundo después sabía qué decían. El impacto emocional que le causó la
revelación del escueto texto fue devastador. La muchacha enmudeció y, de
repente, empezó a llorar inconteniblemente. Los demás la oyeron sollozar a
través de la radio.
—Erin. Pero... ¿Qué te pasa?
—Contesta, chiquilla. ¿Qué
ocurre ahí?
Pasaron los segundos. La
oyeron sorber por la nariz. Trataba de hablar, pero, por alguna razón, no
podía. Sus compañeros estaban cada vez más preocupados. ¿Qué había visto la
joven allí dentro para que la hubiese afectado de aquella manera? ¿Tan mal
estaba el cuerpo?
—Oh, dios mío... —consiguió
articular con la garganta atenazada de tristeza. Pero al momento volvía a
llorar desconsolada.
—Erin, cariño—la voz de
Mónica la acariciaba con dulzura—, ¿estás bien? ¿Qué pasa?
Incapaz todavía de hablar,
Erin activó la cámara de la escafandra e hizo zoom sobre la etiqueta del pecho
del cadáver. La imagen apareció en un monitor de la bodega. Las seis personas
tardaron escasamente dos segundos en comprender lo que veían. Y cinco de ellas
se giraron hacia la sexta, con los ojos anegados de tristeza y dolor.
—Lo siento. Dios mío, lo
siento de veras... —murmuró Erin a través de la radio, con un hilo de voz.
—Ennabilon, S. —balbució
Naler con la mirada fija en el monitor y los ojos desorbitados—. Es Selar...
Es... mi hermano...
Fascinante historia, pero...¿Y la continuación? Parece ser que este capítulo fue publicado en noviembre del 2012..hace casi 5 años, siendo que todos los capítulos fueron publicados en un lapso de sólo 10 meses. Aún no conocemos la relación entre las historias paralelas del grupo de Mónica y Li, con la del grupo de Oberones vinculados a Luchadora y Destello, ni la relación de ambos grupos con la jugada del gran anciano, ni cuál era el secreto durante tanto tiempo guardado por el anciano vianho
ResponderEliminarLa historia llevo años escribiéndola... pero no años seguidos, pues por mi trabajo hasta hace 6 meses, con jornadas de hasta 17 horas al día, sin fines de semana ni apenas festivos, he estado largas temporadas sin escribir. Ahora tengo tiempo y estoy escribiendo y haciendo ilustraciones, pero tengo que revisar, publicar y tal. En breve espero poder seguir subiendo contenido.
EliminarSiento la espera. De todos modos, como apenas tenía nadie que me presionase, pues me lo tomaba con calma, jajaja. Por esa parte, gracias, Carlos.
Salu2!
Esperaré ansioso las continuaciones entonces.
EliminarSaludos