((PRIMERA PARTE DE ESTE CAPÍTULO. VOY A TENER QUE IR HACIÉNDOLOS MÁS CORTOS, PUES A LA QUE PASO DE VEINTIPICO PÁGINAS, TENGO QUE PARTIRLOS...))
—Estamos llegando al otro extremo —le comunicó
Naler.
—Entendido. Ajustaré el
filtro de la carlinga para compensar la luminosidad de los dos soles. Vian’har
está ahora en la Estación de la Luz, ¿no? —Pulsó el icono de la carlinga en el esquema de la nave de su consola táctil, bajó la barra deslizante y
el cristal se oscureció.
—Sí, en efecto. No se hace
de noche durante meses. El planeta se encuentra en este momento entre las dos
estrellas. Se debe estar registrando un rosario de pequeños temblores en todo
el mundo, por la interacción gravitatoria a la que está sometido.
—¿Y es seguro? Quiero decir
que, con tanto terremoto, ¿no hay problemas?
—En absoluto. Vian’har es un
planeta geológicamente muy estable. Hay un continente y un vasto archipiélago.
Pero la corteza es gruesa y sólo está compuesta por seis enormes placas
tectónicas, así que las fricciones entre ellas son suaves. El núcleo es mayor
que el de la Tierra, según los datos que tengo de ella, pero es ligeramente más
frío. Nuestro planeta es más antiguo que el vuestro. Hace algunos millones de
años había casi mil volcanes activos, la mayoría bajo el mar. Hoy quedan menos
de doscientos.
—Tengo una duda. Si Viráh,
la estrella amarilla, y todo su sistema planetario son más viejos que el
Sistema Solar de la Tierra, ¿cómo es posible que a la vez exista Merak, la
semigigante blancoazulada? Por lo que yo sé de astrofísica, las estrellas más grandes
“viven” menos que las pequeñas. Debería haber colapsado hace miles de millones
de años...
La nave atravesó en aquel
momento el horizonte del anillo de destino, regresando al espacio normal.
Pudieron ver el hermoso espectáculo del planeta completamente iluminado por las
dos estrellas, la amarilla a la izquierda y la lejana blanquiazul a la derecha. El
dispositivo de transporte que conectaba la Colonia con Vian’har orbitaba a
doscientos mil kilómetros de altitud, por lo que se exhibía ante sus ojos una
vista espectacular del mundo azul rodeado de grandes nubes blancas. No poseía
casquetes polares a causa de su inclinación respecto al plano orbital. El
ángulo era de casi noventa grados, es decir, el planeta estaba tumbado y
parecía rodar a lo largo de su ruta de traslación. Al contrario que en la
Tierra, el ecuador era el lugar más frío de forma estacional, dependiendo de en
qué punto de la órbita se encontrase el planeta.
El único satélite, Anilam,
giraba con treinta y seis grados menos de inclinación que Vian’har, a medio
millón de kilómetros de éste. Era algo mayor que la Luna, pero de color gris
azulado. En su áspera y estéril superficie podían entreverse las luces de varias
ciudades construidas en el último siglo, al amparo de las antiguas
instalaciones industriales y defensivas de los Amos. Se habían descubierto
enormes depósitos de gases en la corteza que, quizá algún día, podrían servir
para dotar a aquella luna de atmósfera, aunque su baja gravedad comprometía
dicho proyecto.
—Se ha discutido mucho
acerca de eso —explicó Naler—. La teoría más aceptada por nuestros urisén,
contempla que en algún momento de hace unos trescientos millones de años se
produjo en esta región una colisión entre dos sistemas solares. Uno de ellos se
echó encima del otro por causas desconocidas. No es nada fácil mover una
estrella de su posición. Por tanto, tuvo que ocurrir algo de proporciones
cataclísmicas para ocasionar algo así. No sabemos a ciencia cierta cuál de los
dos sistemas colisionó con el otro.
“Pero el hecho de que Viráh
sea mucho más antigua que Merak, que gire alrededor de ésta y la presencia de
Rakul, Telun y Fiora, los tres planetas gigantes gaseosos, en las últimas
órbitas, nos llevan a pensar que fue Merak la que invadió nuestro sistema—. Maniobró
la nave para rodear el planeta y tener el camino despejado hacia el Sistema Yun
Thal.
—Yo también creo que fue así—razonó
ella tras unos instantes de reflexión—. Merak es una estrella demasiado joven
como para haber tenido tiempo de formar planetas propios, por lo que no creo
que los tres mundos gaseosos exteriores fuesen originalmente suyos. Además creo
que hay que tener en cuenta la enorme distancia que los separa del centro del sistema.
Si existe algún fenómeno cósmico lo bastante salvaje como para arrancar a una
estrella como Merak de su posición original, no cabe ninguna duda que
destruiría o, como poco, barrería cualquier planeta que orbitase esa estrella.
Por tanto, estoy segura de que el Sistema Vian’har original pertenecía a la
pequeña Viráh.
—Pensamos que Merak atacó en
una línea muy oblicua y a una velocidad relativamente baja, porque sino, dada
su gran masa, no se hubiese integrado en el sistema. Seguramente habría destruido
una gran parte de éste y habría seguido su camino. O lo habría arrastrado tras
de sí. Hay otro dato. Cada cien millones de años, los planetas se alinean. Si
Merak realizó su incursión entonces, y si lo hizo con el ángulo adecuado, la
fuerza gravitatoria conjunta de todos los planetas, sumada a la de Viráh, debió
frenar a la estrella forastera lo suficiente como para detener su rumbo de
deriva, atrapándola. La interacción gravitatoria de los sistemas circundantes
hizo el resto y las dos estrellas se consolidaron en la posición actual. Aunque como Merak es
mucho más masiva que Viráh, ésta perdió su posición central en el sistema y fue
obligada a orbitar a la estrella mayor.
—Pero un choque de esa
magnitud debió tener consecuencias importantes en el resto del sistema.
—Desde luego. Analizando las
distancias y las órbitas de todos los planetas, creemos que Merak destruyó al
menos dos mundos. Puede que tres. Provocó asimismo la inclinación actual de
Vian’har y las alteraciones orbitales en los demás planetas, sobretodo la de
Sati’u, el tercer cuerpo que gira alrededor de Viráh. Su órbita se alarga hasta
casi tocar el denso anillo gaseoso que rodea a la semigigante. Parece ser
que Rakul, Telun y Fiora fueron empujados a órbitas más lejanas. Y estamos casi
seguros de que Tem, el mundo abrasado que gira sobre Merak a tan corta
distancia, es una antigua luna de uno de los planetas destruidos. Su órbita no
es estable en absoluto. El planeta sufre una continua y notable fricción con la
cromosfera de la estrella. No tiene una trayectoria elíptica, sino que describe
una espiral descendente. Calculamos que no tardará ni diez millones de años en
precipitarse sobre Merak.
“De lo que no estamos tan
seguros es del origen del anillo de gas.
—Yo tengo una teoría para la
existencia de Jum. ¿Quieres oírla? —Le sonrió dulcemente, aunque en sus ojos
destellaba un cierto desafío.
—Por supuesto que sí
—respondió él con evidente curiosidad.
Ella se acomodó en el
asiento y se arregló la parte frontal del traje de vuelo, que cubría su pecho y
su vientre. Estaba perdiendo el tiempo intencionadamente, para tratar de crear un
poco de suspense. Naler estaba a punto de decirle que hablase de una vez. Pero
no le dio tiempo. Sonrió y empezó a explicar su punto de vista.
—Creo que los planetas que
Merak destrozó podían ser gigantes gaseosos. Y muy grandes. Del tamaño de
Júpiter o Saturno. Puede que incluso mayores.
—Esos dos son los astros más
grandes de vuestro Sistema Solar, ¿no es cierto? —Preguntó el joven.
—En efecto —contestó ella,
ligeramente sorprendida. —Veo que no soy la única que estudia los mundos de los
demás...
—Continúa, por favor.
—Júpiter tiene un volumen unas mil veces
mayor que la Tierra, que, como sabes, tiene un tamaño similar a tu planeta.
Rakul, Telun y Fiora son gigantes gaseosos pequeños. Son entre nueve y veinte
veces mayores que Vian’har. Como también sabrás, en nuestro antiguo sistema hay
otros dos planetas gaseosos, Urano y Neptuno, de un tamaño notablemente
inferior al de Júpiter.
—Sí, lo sé. —Ella lo notó
muy interesado. Así que siguió complaciendo su curiosidad.
—Todo apunta a que el
primitivo sistema de Viráh y el del Sol se parecían bastante, creo yo. Así que,
teniendo en cuenta la distancia entre las dos estrellas, es posible que Merak
destruyera los planetas más grandes. Eso justificaría, a mi modo de ver, la
existencia del anillo Jum. Si aquellos planetas se parecían a Júpiter, debían
ser poco más que una enorme burbuja de gas con núcleo difuso, rodeado éste por un profundo océano de gas licuado por la presión.
“Al no ser mundos sólidos,
el choque de fuerzas debió desintegrarlos rápidamente, antes de poder acercarse
a la estrella lo suficiente como para que ésta absorbiese el gas que los
formaba. El viento solar de Merak mantenía los vapores alejados de ella,
contrarrestando así a su propia gravedad. Si hubiesen sido planetas rocosos,
habrían soportado las fuerzas de marea más tiempo y habrían acabado
estrellándose contra la estrella. Y hoy no quedaría ningún testimonio de
su existencia. De hecho, si fueron tres los planetas afectados, me inclino a
pensar que el tercero quizá era del tamaño de Rakul, por lo que Tem no sería
una luna, sino el núcleo sólido de éste tercer cuerpo.
—Es un buen razonamiento
—concedió él, sorprendido—. A ver si puedes explicar por qué Jum no se disipa en
el espacio —la desafió sonriente.
—Debería, porque el viento
solar y la presión de luz de Merak son bastante intensos, como corresponde a
una estrella de su tamaño...
Puso cara de concentración,
mientras jugueteaba con un mechón de su oscura cabellera.
—Sólo le encuentro una
explicación—dijo de repente. Naler pudo ver la viva inteligencia que brillaba
en sus ojos de ébano.
—¿Y es...? —Estaba
impaciente.
—Verás —contestó ella tras
una pequeña pausa—, tal y como yo lo veo, hay tres causas relacionadas entre
sí. Una: Jum es una formación relativamente joven, muy aplanada y extensa y su borde interior
no está especialmente cerca de Merak. Dos: Tem es un planeta relativamente
grande que gira muy rápido. Completa una revolución alrededor de la semigigante cada cinco días. Es posible que su gravedad contrarreste en parte la
acción del viento estelar, como si pastorease el anillo. Y tres: Viráh orbita a
Merak cada cuatro años, a una media de ochocientos millones de kilómetros. Su
propio viento solar debe empujar a Jum hacia dentro, hacia la estrella azul,
provocando un efecto de contención.
Naler no dijo nada. Se
limitó a mirarla con orgullo.
—Ahí tienes mi teoría
—prosiguió ella—. Me apoyo también en el hecho de que el disco de gas es más
grueso y denso en los extremos que en el centro, como si estuviese sufriendo un
choque de fuerzas contrarias y esto provocase una acumulación de materia en los
bordes. Creo que Jum acabará dispersándose en el espacio, sin duda, pero el
proceso se ve ralentizado por esas tres causas principalmente. En condiciones
normales seguro que ya habría desaparecido hace millones de años. —Calló un
momento, a la espera de la opinión del joven—. ¿Qué te parece?
Él se mantuvo en silencio.
Pero en sus ojos se podía ver una enorme satisfacción y una gran admiración.
Poco a poco se formó una sonrisa en sus labios.
—Estoy realmente
impresionado—dijo, por fin—. Hace apenas cuarenta años que se discutió la
existencia del anillo de Jum en la Belorén, el equivalente de vuestras
universidades. Sería como la Universidad de universidades, de hecho. Los
investigadores tardaron meses en ponerse de acuerdo. Y tú has llegado a la
misma conclusión que ellos en unos minutos. —Entrecerró los ojos con
suspicacia, hasta que sólo fueron dos estrechas ranuras en el rostro—. ¿No
habrás hecho trampa, no? Mira que como me estés tomando el pelo...
—No he hecho trampa, te doy
mi palabra. Pero no lo he solucionado en unos minutos, como tú crees. Hace
tiempo que me intriga la peculiar mecánica celeste de tu sistema solar. Cada
vez que me he acordado he especulado acerca de él. Hoy sólo te he explicado la
conclusión a la que he llegado con el tiempo. Aunque debo reconocer que tengo
una ventaja sobre vuestros Urisén.
—¿Ah, sí? ¿Y cuál es, si me
permites la pregunta?
—El Sistema Solar de la
Tierra. Vuestros investigadores no tenían con qué comparar. Yo tengo a Júpiter
y a Saturno.
—Chica lista... —Sonrió y se
concentró de nuevo en los mandos.
Comprobó los datos de
navegación. Estaban a punto de salir de detrás del planeta. El camino estaba
despejado hasta Yun Thal.
—En unos minutos iniciaremos
el salto.
Ella no contestó. Se limitó
a emitir un sonido afirmativo con los labios cerrados y miró hacia el planeta.
Vian’har era un mundo
precioso. Los océanos destellaban como diamantes allá abajo, iluminados por la lejana pero radiante estrella
mayor. Un precioso muestrario de azules profundos y turquesas brillantes,
enmarcados por las nubes blancas y sus sombras. El continente, estrecho y
alargado, se extendía casi de polo a polo. En aquel momento la masa de tierra
se encontraba al otro lado del planeta, por lo que Mónica podía ver un inmenso
océano sin fin, salpicado por millares de islas de todos los tamaños. Si no
conociese aquel mundo, hubiese pensado que su superficie estaba formada
enteramente por agua.
Naler podía sentir la
admiración que el planeta despertaba en su compañera, pero también la nostalgia
que la oprimía.
—La Tierra era muy parecida
a tu mundo, antes de la Catástrofe... aunque con más tierra emergida—susurró con tristeza.
—Debía ser un planeta
precioso.
—Yo ni siquiera llegué a
conocerla. Cuando mi madre nació era un páramo estéril y abrasado por mares de lava. La atmósfera era un infierno ácido que aumentaba su
presión cada año. Y los océanos, antaño llenos de vida, se habían convertido en
un caldo cenagoso que en el ecuador llegaba incluso a hervir. El mundo que mi
madre conoció no se parecía en nada a las bellas fotos que vi en los libros.
Menos de un siglo atrás era tan hermoso como el tuyo. Cuando evacuamos la
Tierra con la flota, mi madre tenía casi siete años. Sólo recuerda una bola
ocre y abrasada, recorrida por ríos rojizos de lava que iluminaban la cara
nocturna como venas inmundas. —Una furtiva lágrima rodó por su mejilla. Sentía
el corazón atenazado por la tristeza. Naler no pudo evitar notarlo.
—Es una auténtica lástima.
Pero a veces pasan cosas y no se puede hacer nada para impedirlo. Sufristeis
una catástrofe terrible. Pero estáis empezando de nuevo y...
—Naler —lo interrumpió.
Había un deje de ira en su voz—. No hables de lo que desconoces. No quiero
ofenderte. En serio. Pero no tienes ni puñetera idea. No sabes lo que ocurrió.
—Perdona. Yo no quería... Lo
siento.
—¿Quieres saber lo que
sufrimos? ¿En serio? ¿Quieres saber por qué la Tierra es un infierno? ¿Por qué
murieron seis mil millones de personas en un instante y otros dos mil millones
en los cinco meses siguientes? —La furia inundó su alma como una destructiva
marea. El joven sintió cómo crecía dentro de su amiga, cómo desbordaba su
corazón. Se asustó.
Los ojos de Mónica brillaban
como si un fuego abrasador ardiese en su interior. Su cólera crecía sin límite,
pero lo hacía hacia dentro. Hacia ella y hacia toda su raza. Miraba por la
ventana cuando habló.
—La Tierra fue destruida por
nuestra maldita culpa. Por nuestra avaricia, nuestro egoísmo sin límite,
nuestra intolerancia y nuestro cinismo. Antes de la Catástrofe esquilmábamos
los recursos del planeta sin medida y sin vergüenza. Nos fingíamos preocupados
por la degradación del medio ambiente, pero nadie quería renunciar a las
comodidades de su nivel de vida que disfrutaban en los países “civilizados”. Si
morían niños de hambre, era en otro rincón olvidado del mundo; si subía el mar
por el deshielo, amenazaba a islas desconocidas; si se perdían selvas enteras
por las talas incontroladas, no era problema de nadie; si la basura flotante
anegaba la mitad de un océano[1],
¿qué importaba? Sólo molestaba a los peces. Así que, ¿por qué preocuparse? La
situación era insostenible tanto para la biosfera como para miles de millones
de personas. El equilibrio se había roto y sólo hacia falta un empujón para
precipitar el final.
“Siguiendo la misma
filosofía, unos imbéciles podridos de dinero pensaron tan sólo en obtener aún
más beneficios, no en los riesgos y las consecuencias de sus actos. Paralelamente,
una caterva de iluminados vieron la oportunidad de provocar un desastre de tal
magnitud que sumiese al mundo en el caos. Creyeron que ellos surgirían de las
cenizas para instaurar un nuevo orden y ostentar el poder en nombre de sus
dioses y de sus estómagos. Pero, ciegos a todo excepto a su propia gloria, no
calcularon el alcance de sus acciones.
“La Tierra se convirtió en
un infierno porque el dinero y el poder eran más valiosos que la vida. La
extraordinaria biodiversidad que albergaba fue barrida de un plumazo por un
margen empresarial, por obtener fabulosos dividendos. La humanidad fue aniquilada
por la intolerancia de un grupo de fanáticos, tan obcecados por conseguir ser
adorados sin vacilación, que para ellos el resto de la gente sólo era la masa
obediente puesta en el mundo para servirles. ¡Un grupo que aprovechó la total
falta de escrúpulos y de respeto de otro grupo al que sólo le importaba el
beneficio que iban a obtener, al que sólo le interesaban las personas por lo
que se podía sacar de ellas! ¡A aquellas sabandijas sólo les movía el dinero,
el poder y la veneración a sí mismos…!
“… y las plantas,
los animales y la gente lo pagaron con sus vidas… el planeta entero lo pagó. —Se le escapó un sollozo.
Naler se giró. Mónica tenía
los ojos arrasados en lágrimas. Lágrimas de furia. La emoción era tan clara,
tan intensa que el joven casi no pudo soportarla. Los humanos podían sentir con
una fuerza tal que incluso llegaba a causar dolor a un vianhio. Su órgano
empático, aun con su sensibilidad mitigada por la máscara respiratoria, no estaba diseñado para soportar aquella intensidad emocional. Mónica
giró la cabeza hacia él. En sus ojos seguía brillando la furia, pero había algo
más. En medio de las llamas que ardían en su mirada había un vacío negro, un
pozo que emanaba algo oscuro y desgraciado. Algo que la joven siempre había
mantenido a raya en el fondo de su mente. Pero, con las emociones a flor de
piel por los acontecimientos recientes, el muro mental no pudo aguantar más y
volcó su desagradable contenido.
Naler tardó sólo un instante
en identificarlo. Y su corazón se encogió.
Culpa. Y desesperación.
—Por dinero y por poder...
—susurró ella con un hilo de voz.
En aquel instante sus ojos
se apagaron. Sólo quedaron las lágrimas que bañaban su rostro y una profunda
tristeza. De repente parecía haber envejecido veinte años.
—No lo sabía... —Calló un
instante. Entonces se irguió en el asiento. Usó toda su capacidad para
proyectar emociones y la concentró en una sola: una inquebrantable
determinación. Se giró hacia ella y la obligó a mirarlo. Su órgano empático taladró la mente de la joven, mareándolo de dolor a él al mismo tiempo.
—Pero no voy a permitir que
sigas sintiéndote así. Tú no tienes la culpa de nada. No voy a dejar que esa
tristeza inmensa que sientes, esa desesperación, siga consumiendo tu alma. Tú
eres una persona íntegra y noble. No puedes culparte de las acciones de otros,
por cínicas que fuesen. No te lo voy a consentir. ¡Te lo prohíbo! ¿Me oyes?
¡Pero si faltaban décadas para que nacieses! —Ahora eran los ojos del joven los
que destellaban de coraje. La chica no pudo abstraerse a aquella mirada. La
había agarrado y atenazaba su alma. Estaba haciendo que hasta la más íntima
fibra de su ser se removiese y reaccionase.
—Nadie tiene derecho a
culparse a sí mismo de la responsabilidad de otro, por el mero hecho de
pertenecer al mismo bando.
“No fuisteis vosotros los
que destruisteis la Tierra, sino algunos de vosotros. No fue la humanidad la
responsable, sino algunos humanos. Y es posible que aún queden de ésos entre
vosotros y algún día ocasionen problemas. Como podría pasar también entre
nosotros. Pero, pase lo que pase, no serán los humanos o los vianhios los
culpables. Serán algunos humanos o algunos vianhios. No lo olvides. A nosotros
nos costó siete mil años aprenderlo. Y tuvo que ser un forastero quien viniese
a enseñárnoslo.
—Pero es que…
—¡Pero nada! ¿A qué viene
ese sentimiento de culpa? ¡Es absurdo! ¡Es… estúpido! ¡Tú ni siquiera has
nacido en la Tierra, por favor! ¿Porqué arrastras esa carga que no te
corresponde?
—Porque soy humana. Y
porque soy... soy... responsable—masculló ella, llorando inconteniblemente.
—¿Responsable? ¿De qué
puedes ser tú responsable? ¿De la Catástrofe, que ocurrió un siglo antes de que
nacieses? ¡Por favor, Mónica! ¡No seas estúpida! ¿Por qué dices que eres
responsable?—Naler estaba realmente enfadado. No podía entender las palabras de
su amiga.
Pero Mónica no contestó. Se
contenía a duras penas. Algo ocultaba.
—¡Contesta! ¡Dímelo!
Ella aguantó. Pero él sintió
que estaba a punto de ceder. La presión de sus emociones crecía sin medida.
Naler forzó al máximo su órgano empático. El dolor que eso le provocó hizo que
su cabeza pareciese a punto de estallar.
—¡DÍMELO!
—¡PORQUE LO SOY,
JODER!—explotó Mónica, dando puñetazos contra el asiento—. ¡PORQUE ARRASTRO LA
RESPONSABILIDAD DE LA CATÁSTROFE! ¡PORQUE MI FAMILIA ES LA CULPABLE! ¡MI… MI
MALDITO BISABUELO LO PROVOCÓ! ¡SU EMPRESA, SU AVARICIA Y SU FALTA DE ESCRÚPULOS
MATARON A OCHO MIL MILLONES DE PERSONAS! ¿CREES QUE SE PUEDE VIVIR CON ESA
CARGA? ¿CREES QUE ES POSIBLE OLVIDAR ALGO TAN ATERRADOR? ¿YA ESTÁS
CONTENTO?—Lloraba sin control.
Naler enmudeció. Aquello sí
que era completamente nuevo. Pero la puerta ya se había abierto. Era el momento
de tirar del hilo y vaciar aquel agujero negro que habitaba el corazón de su
amiga. No habría otra oportunidad. A pesar del dolor, se mantuvo firme.
—¿Tu bisabuelo? ¿Qué me
estás diciendo?
Ella se secó los ojos con la
manga, incapaz de contener el llanto.
—Mi bisabuelo era uno de los
tres dueños y fundadores de una empresa de tecnología aeroespacial—contó entre
sollozos—. Era un genio, que se graduó con notas excepcionales dos años antes
de lo normal. Consiguió financiación y dos socios. Ganaron dos concursos
promovidos por agencias espaciales y consiguieron suculentos contratos. En
apenas diez años pasaron de trabajar en un viejo taller industrial de alquiler
a poseer la segunda corporación de operaciones espaciales más avanzada y poderosa del mundo, justo detrás de su rival SpaceX. Los
mejores ingenieros y científicos se peleaban por un contrato en aquellas
dos empresas.
“Un día se descubrió un
asteroide, especialmente rico en elementos raros, que iba a pasar muy cerca de
la Tierra. Pese a las prohibiciones internacionales al respecto, pese al
riesgo, pese a las advertencias, decidieron desviarlo a una órbita terrestre y
explotar sus recursos.
“A escondidas de todo el
mundo, usando la avanzada tecnología que habían desarrollado, lo hicieron. Pero
en el momento más crítico de la operación, cuando la última explosión nuclear debía
estabilizar la órbita del asteroide, el puesto de control fue asaltado por un
grupo de terroristas religiosos. Un grupo que, irónicamente, mi bisabuelo había
contratado y financiado para conseguir los tres artefactos nucleares que
necesitaba. Los fanáticos mataron a los técnicos del control y dejaron que la
enorme roca se estrellase contra el planeta.
“Lo demás, ya lo conoces…
Naler sintió un gran cambio
en la joven. Tal y como esperaba, el hecho de contarlo la había aligerado.
Guardar aquel secreto emponzoñaba su alma como si una criatura inmunda
extendiese sus repugnantes tentáculos sobre ella.
—¿Y cómo averiguaste todo
eso? Porque eso es algo que estoy seguro que muy poca gente sabe.
Mónica hipó y negó con la
cabeza.
—Nadie lo sabe. Yo soy la
única. En uno de los objetos que mi familia salvó de la catástrofe, y que ha
ido pasando de generación en generación, encontré una vieja memoria USB oculta.
Nadie la había encontrado nunca. Tras muchos esfuerzos logré acceder a la
información que contenía. Sólo había un video, de mi bisabuelo explicándolo
todo. Destrozado por la culpa, la vergüenza y el arrepentimiento, pedía perdón
a los que pudiesen sobrevivir. Sus últimas frases se me clavaron en el corazón.
—¿Qué decían?
—“Mi pecado es tan horrible que maldita sea toda mi descendencia por
ello. Si alguien de mi sangre sobrevive, que lleve sobre su alma la
responsabilidad, la vergüenza y la culpa de mis actos para toda la eternidad,
porque algo así ya no tiene perdón…”—citó ella con un hilo de voz.
Naler se estremeció de
horror ante la condena que aquel mensaje llevaba implícito. No le extrañó lo
más mínimo que su amiga se sintiese así. Pero había ganado la batalla. Ya sabía
por qué. Y sabía cómo. Aquello acababa allí, en aquel momento, en aquel lugar.
—Mónica.
—¿Qué?
—La vergüenza de tu
bisabuelo es exclusivamente suya. Su culpa atenaza SU alma, no la de sus
descendientes. La maldición que lanzó era una forma de escapar al horror que
corroía su corazón. Una forma de escapar a su conciencia, de lastrar a los demás
con su carga. Un último acto de cobardía e irresponsabilidad. Pero no tenía ni la
talla moral ni la dignidad para poseer la potestad de determinar algo así. Ya
has soportado suficiente tiempo algo que no te corresponde. Y se acaba aquí,
hoy, ahora. Que cargue con su culpa por toda la Eternidad. Es su responsabilidad
y su maldición. Que se la quede... EN EXCLUSIVA.
—No puedo...
—Sí puedes.
—Naler… yo no…
—Que lleves su sangre no te
convierte en culpable.
—Pero es mi…
—¡No! Basta ya. Si tú eres
culpable también lo será Alexia. ¿Es eso lo que quieres para ella? ¿Quieres
cargar a tu hija con eso que llevas? ¿Acaso la ves a ella culpable de algo?
—¡No! ¡Jamás! Ella no sabrá
nunca nada. La culpa de mi bisabuelo morirá conmigo.
—La culpa de tu bisabuelo
sobrevivirá. Pero no en ti ni en nadie. Lo atormentará a él por toda la Eternidad. Por eso trató de cargarla en los demás. Porque sabía perfectamente
que jamás va a descansar en paz.
—Ojalá fuese tan fácil…
—Lo es. Y te lo voy a
demostrar.
—¿Cómo?
Por toda respuesta, Naler se
quitó la máscara respiratoria. Mónica se quedó lívida. Aquella acción podía
llegar a significar la muerte de su amigo. Se quedó congelada en el asiento, incapaz de
moverse, ni de pensar. Instintivamente aguantó la respiración, para no
contaminar el aire de la cabina. Intento fútil, pues llevaba casi una hora
allí, hablando y respirando. No podía creer que se estuviese jugando así la
vida por ella, por ayudarla. Las cadenas mentales de culpa que atenazaban su
corazón se resquebrajaron.
Naler se giró hacia ella. La
taladró con la mirada. Mientras inspiraba profundamente, para que no saliese
aire potencialmente contaminado de su boca, susurró tres palabras.
—Yo te perdono.
Aquella frase penetró en el
alma de la joven con tal ímpetu, con una fuerza tan desmesurada, que la inmunda
bestia de tentáculos pegajosos que la atenazaba fue arrancada sin piedad.
Mónica no pudo resistirse.
La nauseabunda sensación de culpa se disipó como si nunca hubiese existido,
dejando tan solo un punto de luz que fue creciendo y la sumergió por completo
en una paz suave y diáfana.
Naler, conteniendo la
respiración, se volvió a colocar la máscara.
Allí, en aquella pequeña
nave en medio del espacio, en aquella cabina estrecha, dos personas de dos
especies distintas acababan de compartir un vínculo tan intenso y tan íntimo que
sus almas se fundieron en una cálida unión. Los ojos de Mónica destellaron de alivio.
Naler observó de nuevo a
Mónica. Desprendía una luz especial, una especie de aura que cambió su rostro y
su cuerpo. La dignidad y el orgullo, reprimidos durante tanto tiempo se habían
liberado de pronto y la habían convertido en una persona completa. Su sonrisa
era en aquel momento más luminosa y franca que nunca. Mónica Llanos ya no era
la misma mujer que había sido hasta unos instantes antes. Era un nuevo ser, con
toda una vida de esperanza por delante.
Había conseguido hacer
saltar el último sello que le impedía estar en paz con su conciencia y con ella
misma.
*
—Estación de Tránsito Noralín.
Aquí la nave de la Confederación Ereun, caza estelar clase Menloch
de la Flota de Vian’har. Número de identificación 11/J15.277. Pido permiso para
aproximación de atraque. Cambio.
La radio crepitó levemente.
—Ereun, aquí Control de Vuelo Noralín. Identificación confirmada.
Tiene permiso para atracar en hangar dos siete. Sus compañeros de la J. S. Elcano, de la Flota Colonial de Deméter los esperan allí. Bienvenidos.
Cambio.
—Ereun, recibido. Muchas gracias.
Corto.
Mónica no dejaba de observar
a su amigo. El alivio de haberse deshecho de la culpa se veía ensombrecido por
la preocupación por su amigo.
—¿Te encuentras bien, Naler?
—Perfectamente.
—Eres un inconsciente. Mira
que quitarte la máscara…
—Era la única manera de
ayudarte.
—Pero podrías morir…
—Que así sea, pues. Yo sólo
corro un riesgo. Tú, en cambio, te estabas muriendo sin remedio. Y no podía permitirlo.
—Pero no puedes pensar así,
hacer las cosas de ese modo. Recuerda que tienes una familia. Una mujer que te
ama. Unos hijos que te esperan. ¿Con qué cara podría mirarlos yo? ¿Te imaginas
el sentimiento de culpa que tu muerte me ocasionaría? Todo habría sido en vano.
—A veces hay que hacer lo
que se debe hacer, sin pensar en nada más. Si haces algo correcto, los demás
encontrarán la manera de perdonarte. Créeme, experiencia de familia.
—En cuanto aterricemos te
quiero en la Enfermería de Noralín. Sin
discusiones. Recuerda que soy tu superior en esta misión.
—Sí, señora—respondió él,
con ironía.
—Naler… No me provoques.
—Está bien, está bien. Iré
en cuanto aterricemos.
Naler, sin embargo, no
estaba nada tranquilo. Por suerte, Mónica no era vianhia y no podía percibir el
miedo intenso que le atenazaba la boca del estómago. La imagen de su familia no
abandonó su mente ni por un segundo. Si él moría, ellos sufrirían. Ya había
sido muy duro superar la muerte de…
Sacudió la cabeza. No iba a
morir. Y punto. Las probabilidades, dada la compatibilidad bioquímica entre vianhios y humanos, eran de alrededor del diez por ciento. Eran suficientemente cercanas para infectarse, pero al mismo tiempo, suficientemente cercanas como para que sus sistemas inmunológicos los defendiesen.
Pilotó la nave hacia el
hangar asignado. Se encontraba al otro lado de la enorme estación de tránsito.
Habían tardado algo menos de dos horas en llegar desde Vian’har. Mónica estaba
visiblemente cambiada. Su rostro desprendía una nueva luz que la hacía aún más
hermosa. Para animarla, el vianhio le cedió los mandos. La joven se lo
agradeció y pilotó la ágil nave a través de los inmensos brazos que rodeaban la
estación como una corona de espinas.
Había dos grandes cargueros acoplados a los brazos, pues su tamaño
impedía que entrasen en los hangares. Eran dispositivos parecidos a los fingers de los antiguos aeropuertos terrestres, que conectaban la terminal con
los aviones para que los pasajeros pasasen de la una a los otros. Pero los de Noralín tenían un tamaño cincuenta veces
mayor. No sólo pasaban por ellos pasajeros. También se usaban para tareas de
carga y descarga y para repostar las enormes naves que atracaban en ellos.
Dio la vuelta a la estación, de tres kilómetros de diámetro, en menos
de un minuto. Se sentía pletórica. Las últimas cuarenta y ocho horas habían sido
un rosario de dichas. Y todo gracias a su buen amigo. Enseguida llegaron al
hangar veintisiete. La compuerta estaba abierta y el campo de contención
activado. Era una espaciosa sala de cuarenta metros de alto, cuatrocientos de
hondo y doscientos de ancho. Habrían cabido cómodamente casi treinta naves como
la Elcano.
Al acercarse la vieron
estacionada a su derecha. Había algunas naves de distintos tamaños en el
hangar, pero estaba casi vacío. La joven echó un vistazo a su querida
embarcación. Aunque su aspecto exterior era más parecido al de un montón de
chatarra, mezclada con cierta gracia, que al que debería presentar una de las
naves más robustas, fiables y eficaces de la flota, sentía verdadera pasión por
ella. Cada vez que se sentaba en el sillón del piloto y cogía los mandos en sus
manos la inundaba un orgullo indescriptible, casi tan intenso como el que
sentiría una madre por un buen hijo. Y ahora, además, era suya. Suya. Aún no se hacía
a la idea.
Mónica maniobró la pequeña
nave con elegancia y precisión y atravesó el campo de contención justo por el
centro. Activó rápidamente los repulsores para contrarrestar la gravedad
artificial y extendió los trenes de aterrizaje. Justo al lado de la nave
exploradora había un sitio reservado. Inclinó ligeramente el caza y éste se
desplazó suavemente de costado, sin usar los impulsores de maniobra. Efectuar
movimientos sólo con los repulsores requería una exquisita habilidad. No había
muchos pilotos capaces de ello. Naler sonrió complacido.
Cuando estuvo sobre el lugar deseado, redujo paulatinamente la potencia
del sistema repulsor y la nave se posó en el suelo metálico con la delicadeza
de una pluma. Mónica era un piloto excepcional, no cabía ninguna duda. Y con la
Elcano era aún mejor.
Naler abrió la carlinga y
extendió la escalerilla. Bajaron los dos de la nave y estiraron el cuerpo con
gran placer.
Un grupo de técnicos del personal de cubierta se acercó rápidamente
para realizar las tareas habituales en el caza, mientras el jefe de sección
hablaba con Naler, por si había algo que debían mirar con especial atención. Mónica
lo miró con severidad y él se despidió rápidamente del técnico y caminó
presuroso hacia la Enfermería.
Mientras tanto, todos los de la Elcano se acercaron a la carrera a ella. Se abrazaron a Mónica y le dieron la
bienvenida. Todos notaron algo raro en la joven, algo nuevo y positivo, pero lo
achacaron al hecho de haber visto a su hija. Sólo Li se dio cuenta de que había
algo más, algo que no sabía explicar. Lo que sí sabía era que ese “algo” nuevo hacía
que su mujer pareciese más bella, radiante y feliz que nunca. No la veía así
desde el día en que dio a luz y cogió a Alexia en brazos por primera vez.
—¿A dónde va Naler con tanta prisa?—preguntó Luar.
—No se encuentra muy bien. Y le he ordenado que vaya inmediatamente a
la enfermería. Quiero tenerlo al cien por cien cuando entremos en Whania Rum.
—¿Algo grave?
—No…—contestó ella, sintiendo que el nudo de preocupación de su
estómago se apretaba más. Como vio un brillo de suspicacia en los ojos del
veterano vianhio, desvió rápidamente la atención hacia otro tema—. ¿Habéis
cuidado bien de mi nave?
El descarado énfasis que imprimió a aquel “mi” no pasó desapercibido
para ninguno. La miraron risueños. Vale que ella amaba aquel cascarón… pero de
ahí a llamarla suya... Tal y como ella esperaba, Erin, tan burlona como
siempre, no dejó escapar la ocasión.
—¿Tu nave? ¿Te refieres a esa
nave DE la Confederación? —Siempre que Mónica usaba un pronombre posesivo con
la Elcano, ella se burlaba
amistosamente.
—No—contestó, aguantándose la risa—. Me refiero a esa nave que hace
tres horas la Confederación ME ha dado en propiedad.
Una foto de la cara de los cinco pasó, desde ese día, a incluirse en el
Diccionario, junto a las definiciones de “estupor”, “asombro” y
“estupefacción”. Incluso Erin, por primera vez desde que la conocía, no pudo
articular palabra.
Cuando por fin pudieron reaccionar, Mónica los puso al corriente de la
visita de los tres consejeros en el hangar de la Colonia. También les ofreció a
todos un puesto permanente en la tripulación. Nada de estar a las órdenes de la
burocracia. Por supuesto, aceptaron. Aunque con ciertas limitaciones. Li era el
responsable directo del Osiris. Y Luar
y Annevar tenían obligaciones en Vian’har. Pero se comprometieron a volar en la
Elcano siempre que Mónica los
requiriese y fuese posible. En cuanto a su marido, no hacían falta explicaciones. Sabía que
podía contar con él para lo que fuese. Klaus y Erin, por su parte, ni se lo
pensaron. No podían imaginar un lugar mejor en el que trabajar. Ni una jefa
mejor. Al ser Mónica la dueña de la nave, ya no serían tripulantes. Serían una
familia. No había sueño mejor. Los dos jóvenes se abrazaron, dando saltitos de
alegría.
La intuición de Mónica se disparó cuando captó una mirada fugaz entre
Erin y Klaus. Sonrió. Algo pasaba entre aquellos dos. Y se alegró. Erin se dio
cuenta de la mirada divertida de Mónica y enrojeció hasta las orejas, mientras
una bonita sonrisa aparecía en sus labios. Se encogió de hombros levantando un
poco las manos y ladeó la cabeza mientras sonreía. El gesto universal de “¿…y qué le vamos a hacer?”. Mónica no pudo por menos
que reírse, caminó hacia la joven, la abrazó y le susurró al oído:
—Me alegro mucho. De hecho
me preguntaba por qué tardabais tanto, atontados. Si se veía a un año luz que
os comíais con la mirada. Te deseo mucha suerte... La vas a necesitar con un
tío tan grande.
—No te preocupes. Soy
pequeña pero puedo dominarlo sin problemas. Aunque no lo parezca, soy más
peligrosa que él—contestó ella también al oído. Ambas se rieron de buena gana.
—¿Puedo preguntar a qué
responde ése buen humor, bellas damas? —dijo Klaus en ése momento. No se había
dado cuenta de nada, por supuesto. Estaba seguro de que su recién estrenada
relación con Erin había pasado desapercibida. Y casi tenía razón. Sólo lo
sabían dos: la Confederación y el resto del Universo.
—¡Oh, nada
trascendente!—exclamó divertida Erin.
—Eso. Sólo hablábamos de...
controlar fuerzas indomables—secundó Mónica aguantándose la risa.
—O tentáculos insistentes...
—murmuró la joven, lo suficientemente alto para que su amiga lo oyese, pero
nadie más. Las dos estallaron de nuevo en carcajadas, mientras Klaus se alejaba
con cara de suficiencia.
—Mujeres... Estáis todas
locas.
El resto de la tarde pasó entre las extensas explicaciones que tuvo que
dar Mónica de su escapada a la Colonia y de su hija, las risas que ocasionó la
aventura gastronómica de Naler, la donación de la Elcano y el vuelo a Noralín.
Por su parte, ellos le explicaron que la prueba de larga distancia del SRB
había sido un éxito. Estaban preparándolo todo para partir al día siguiente y
empezar la tan esperada cartografía del paso de Whania Rum. Las bodegas de la Elcano ya estaban cargadas con todo el material solicitado.
Fénix, por su parte, estaba en el Disco de Lemáh, la enorme y relativamente
densa formación gaseosa que rodeaba Darun, la estrella del sistema Yun Thal.
Mientras realizaban el mapa del paso, el oberón se quedaría tranquilamente
paseando por el sistema. También necesitaba su propio espacio e intimidad. Ante
la preocupación de Mónica a causa de los piratas Naderios, Luar le informó que
la Comandancia de la estación se había ofrecido con entusiasmo a velar por la
seguridad del extraordinario animal. Estaban encantados de tener a aquella
fascinante y famosa criatura tan cerca y de poder compartir experiencias con
él. Habían mandado una nave de hangares [2] para que estuviese lo más cerca posible
del oberón, sin molestarlo. También habían intensificado la vigilancia de los
satélites sensores para prevenir cualquier incursión no deseada. Ante la menor
amenaza, la nave de hangares lo recogería y saltaría con él a un lugar seguro. La
tripulación de la embarcación estaba compuesta por un piloto con una hoja de
servicios intachable, su copiloto y una científica que había trabajado con los
demás en la Colonia durante la recuperación de Fénix, y que también sabía comunicarse con él.
Con aquellas referencias,
Mónica se quedó mucho más tranquila. En aquel momento se le ocurrió otra de sus
ideas descabelladas. Pero no comentó nada. Quería madurarla y hablarlo con Max,
a ver si él lo consideraba factible. Aunque, en aquel caso, quizá sería rizar
demasiado el rizo…
Naler regresó justo después
de la cena. Ante la mirada interrogativa y preocupada de Mónica, aseguró que se
encontraba perfectamente.
Tras prepararlo todo, cenar
y efectuar las últimas revisiones, se fueron a dormir. Los siete tenían
habitaciones reservadas. Luar y Annevar dormirían en una; Klaus y Erin en otra,
si es que lograban dormir, claro; Mónica y Li compartirían una tercera. Y Naler
dormiría sólo. Aquello entristeció a la joven. Después de todo lo que había
hecho por ella, no le parecía justo que tuviese que dormir sólo, sin su
familia. Sabía por experiencia lo amargo que resultaba estar lejos de aquellos
a los que amabas. Pero ella no podía hacer nada al respecto.
Un problemático dilema se
asentó en su corazón. Deseaba con toda su alma estar con Li y hacer el amor con
él toda la noche. Era lo que le faltaba para sentir su vida completamente plena
aquel día. Pero una pequeña parte de ella también deseaba pasar la noche con
Naler, no para intimar, sino simplemente para hacerle compañía en
agradecimiento por toda la ayuda que le había prestado. No era que se estuviese
enamorando del joven, en absoluto. Eso lo tenía claro. Adoraba a Li. Pero el
reciente vínculo con el piloto era tan profundo, limpio y gratificante que la
perturbaba. Y verlo sólo encogía su corazón de pena. En aquel momento
comprendió que, de no haber estado casada con Li, podría haber caído sin
remedio en los brazos de su amigo.
Sacudió la cabeza para
apartar aquellos pensamientos de su mente, aunque no pudo evitar la
preocupación. En cuanto lo encontrase a solas, le preguntaría por su salud.
Se concentró en disfrutar
del agua caliente que corría por su cuerpo desnudo en la ducha. El cálido
líquido se llevó con él los últimos restos de su anterior desesperación,
haciendo que se sintiera definitivamente limpia, feliz y en paz.
Salió de la ducha, se secó y
se echó en el cuello dos gotas de un perfume tan suave y etéreo que apenas se
podía percibir. Asomó la cabeza por la puerta del baño con cautela. Li, que ya
se había duchado antes, estaba sentado al lado de la cama, vestido sólo con un
slip. Tenía una delgada tableta en las manos, mientras repasaba las acciones
del día siguiente. Mónica cruzó la puerta en silencio, desnuda, y caminó hacia
él sigilosamente. Li ni siquiera se dio cuenta de que su mujer estaba detrás de
él hasta que una mano apareció de la nada y le quitó la pantalla. Con la otra
mano la joven le tapó los labios. Dejó la pantalla sobre la mesa, cogió con
dulzura pero con firmeza la mano del sorprendido y sonriente hombre y lo tumbó
boca arriba en la cama.
Se colocó a horcajadas sobre
él, se quitó la cinta que amarraba su cabellera y se inclinó para besarlo. Su negro cabello, húmedo y brillante, se derramó por la almohada como una cascada
hecha de noche, mientras se besaban con avidez. Las manos de él recorrían la
piel de terciopelo de la joven, acariciándola con suavidad pero con vehemencia.
La chica pudo sentir claramente entre sus piernas la buena disposición de él.
Dejó de besarlo en la boca y empezó deslizar sus labios por el cuerpo de su
compañero, bajando lentamente por el cuello, el pecho y el vientre.
—Vaya... Te veo muy animada.
Te ha sentado bien ver a la niña... —jadeó él, dejando notar en su voz la
excitación que sentía.
Ella interrumpió un momento
su recorrido por el cuerpo de su marido y lo miró a los ojos. Pensó divertida
que Li no tenía ni la más remota idea de lo bien que le había sentado aquel
viaje con Naler. Una sonrisa traviesa asomó en sus labios. Sus ojos brillaban
de anticipación y picardía.
—No puedes ni imaginarte
hasta qué punto estoy animada —susurró con una voz peligrosamente sensual.
Y reanudó su exploración
labial por la piel de Li.
Él suspiró y se abandonó al
placer cuando ella le bajó el pequeño trozo de tela que cubría su pubis.
*
Al día siguiente, los siete
se reunieron puntualmente en la rampa de acceso a la nave. Luar, Annevar y
Naler tenían cara de haber descansado muy a gusto, aunque en los ojos de éste
último se podía adivinar una sutil nostalgia. Klaus y Li estaban de un humor
excelente. Sonreían, hacían chistes y trabajaban con alegría, aunque
presentaban unas sospechosas ojeras. Por su parte, Mónica y Erin, también algo
ojerosas, parecían flotar. Se miraban con una expresión divertida y descarada,
y se sonrojaban al momento, sonriendo con complicidad. Hacían verdaderos
esfuerzos por aguantar la carcajada cada vez que veían la cara de tontos de sus
parejas. O cuando las agujetas les jugaban una mala pasada. Por lo visto, la
noche anterior el ambiente había estado muy animado y se había dormido más bien
poco. Por casualidad, las habitaciones de las dos parejas eran contiguas y
parecía ser que la pasión desatada en ellas había podido con la insonorización
de las paredes.
En el momento en que las dos estuvieron a solas, en la cubierta
inferior de la Elcano, se miraron con
complicidad. Mónica levantó sonriente una ceja y Erin se encogió levemente de
hombros.
—Si sigues desplegando tanta
energía para controlar... fuerzas indomables —dijo suavemente Mónica con un tonillo
irónico en la voz—, vamos a tener que aumentar la ración de comida de Klaus...
y el aislamiento de las paredes.
Erin se sonrojó hasta las
orejas. No había sospechado hasta entonces que su amiga había escuchado la
alegría con que se habían entregado ella y Klaus a disfrutar el uno del otro.
Pero se recuperó enseguida. Tenía una carta escondida.
—Creo que anoche no fui la
única que puso a prueba el aislamiento... —Levantó las cejas con picardía y la
miró desafiante—. Por lo visto tienes un gran don de lenguas y una mano firme
para manejar situaciones que se vuelven cada vez más... rígidas.
Esta vez fue Mónica la que
sintió encenderse sus mejillas. La muchacha le había devuelto magistralmente su
pequeña burla. Ambas bajaron la mirada ligeramente avergonzadas y se dedicaron
durante unos momentos a lo que estaban haciendo, en silencio. Al poco, se
miraron de soslayo. Y ya no pudieron aguantar más. Rompieron a reír hasta que
les faltó el aire.
—¡Vaya con la pequeñita, la
energía que desata! —articuló Mónica a duras penas cuando recuperó
precariamente el aliento.
—¡Pues la mamá treintañera
parecía a punto de romper las láminas del somier! —respondió Erin, con la
misma dificultad. Y se rieron aún con más ganas.
—Creo que deberíamos velar
más por la seguridad de ésos dos pobres. Otro par de noches así y los
matamos... —La muchacha se secó los ojos y sacudió la cabeza. Se rodeó el
vientre con los brazos. Le dolían los músculos de tanto reír.
—Oye, cuando aprieta,
aprieta. ¿Qué le vamos a hacer? —Mónica se encogió de hombros y se apartó el
cabello de la cara tratando de mostrar un mínimo de dignidad.
Poco a poco se fueron
calmando. Acabaron su trabajo como pudieron y salieron de la nave para ultimar
los detalles. La pícara sonrisa que lucían en sus labios al salir de la
cubierta inferior no se borró de sus caras en todo el rato. Y así, con aquel
buen ambiente, las dos naves despegaron y abandonaron Noralín rumbo hacia el paso de Whania Rum. Rumbo a hacer historia.
*
—Ahí está el paso. Por fin.
—Sólo dos naves han
conseguido llegar al otro lado. Pero sus pilotos nunca han dicho cómo lo
hicieron.
—¿Y eso por qué? —preguntó
Erin sorprendida.
Por toda respuesta, Luar se
encogió de hombros.
—Bueno. Eso ya no importa.
Estamos aquí para hacer historia. Y es lo que vamos a hacer —afirmó Li con
aplomo.
—¡Adelante! —corearon todos
al unísono.
Erin y Mónica se dieron
cuenta de que Naler se había retirado un par de pasos. Tenía la vista fija en
el exterior, a través de la ventana de estribor. En su rostro había una
expresión indefinida. Las dos cruzaron una mirada de preocupación y se
acercaron a él. Erin se colocó a su izquierda y le cogió la mano. Mónica se
situó al otro lado y le pasó el brazo por la cintura. Sabían que algo
entristecía al joven, pero ninguna dijo nada. Se limitaron a mostrarle su apoyo
y amistad con el contacto físico. Él sonrió levemente, agradecido.
—Ahí dentro, en alguna parte, está
mi hermano... —La voz salía de su garganta con dificultad, como si un nudo la
atenazase.
Las dos mujeres se
estremecieron como si una mano helada oprimiese sus corazones. Aquellas ocho
palabras revelaban un hecho tan irreversible, tan definitivo, que enmudecieron.
—Fue hace varios años. Ya lo
he aceptado —siguió explicando. Su voz se volvió más serena—. Cuando decides
dedicar tu vida al espacio, aceptas que la muerte se convierte en tu más fiel
compañera de viaje. Todos conocemos los riesgos. Y los asumimos.
Sonrió con nostalgia. Soltó
la mano de Erin y estrechó a las dos chicas contra sí.
—Era dos años menor que yo.
Pero yo parecía el hermano pequeño. Selar era un gigantón alegre y bonachón.
Más alto y bastante más corpulento que yo. Siempre estaba de buen humor. Nunca
usaba su gran fuerza para intimidar a nadie, ni para imponer su voluntad, a
menos que alguien se pasase de la raya. Fuera donde fuese la gente siempre se
acercaba a él. Hacía amigos en todas partes, sin proponérselo. Y explicaba unos
chistes buenísimos —sonrió por el recuerdo—. En la Flota todos lo queríamos. Siempre veía el lado
positivo de las cosas.
“Pero también era un
testarudo integral. Varios compañeros le deben la vida. Cuando se trataba de
ayudar a alguien, no le importaba nada, ni su propia seguridad. Jamás abandonó
a nadie...
“Exactamente igual que alguien que yo me sé…”, pensó Mónica.
La emoción empezaba a
embargar al joven. Tuvo que callar un momento.
—¿Qué pasó?—preguntó Erin
con un hilo de voz. Mónica se estremeció. Naler miró a la muchacha con cariño.
Luego, giró la cabeza hacia la ventana y se irguió ligeramente. Su mirada
cambió. Dejó de ser triste y nostálgica. En sus ojos brillaba un profundo
orgullo.
—Estaban escoltando un
convoy de tres cargueros cerca de aquí. Los naderios aparecieron de repente y
atacaron, con unos diez cazas. Los nuestros disponían de seis cazas de escolta
y una nave de transporte de tropas. La batalla fue larga. Como sabéis, los naderios
son excelentes pilotos y bravos guerreros. Pero al final consiguieron ahuyentar
a los piratas. Ni ellos ni nosotros perdimos ninguna nave. En cuanto los
escudos caían, se retiraban.
“Mi hermano pilotaba uno de
los cazas. Protegía a la nave de transporte, que estaba sin escudos, de los dos
últimos Naderios. Consiguió que huyeran. Uno de los piratas disparó por última
vez, al parecer por error. Pero su pulso de plasma impactó contra la nave de transporte.
Aún no se sabe cómo, pero el sistema de navegación se bloqueó y los motores se
activaron a su máxima potencia. La embarcación se precipitó a toda velocidad
hacia Whania Rum. La tripulación no podía recuperar el control de la nave. Desesperados
e impotentes, vieron como se abalanzaban contra la Barrera.
“Selar no lo dudó ni un
instante. Aligeró el caza lanzando la munición y los depósitos principales, y se lanzó tras sus compañeros a aceleración máxima. Los demás trataron de seguirlo. Era
imposible que los alcanzaran. Habían ido en persecución del resto de piratas y
estaban demasiado lejos.
“La cuestión es que no se
sabe qué pasó exactamente, porque el momento crítico quedó oculto tras uno de los filamentos de la Barrera. Los ocupantes de la nave accidentada contaron que,
de repente, los motores de estribor volaron. Después recibieron un tremendo
impacto y la embarcación se dio la vuelta. Los motores de babor, que aún funcionaban, la empujaron fuera del paso, en una trayectoria de giro, de regreso al espacio abierto, donde la rescataron. Uno de los tripulantes, que logró levantarse y mirar por la
ventanilla, tuvo una fugaz visión del caza de mi hermano, prácticamente
destrozado. Se alejaba a gran velocidad girando sobre sí mismo sin control, a la
deriva, hacia el interior de Whania Rum.
“Nunca lo encontramos...
En aquel momento, Mónica
comprendió la críptica frase que el joven había pronunciado en el caza, al
llegar a Noralín.
“Créeme, experiencia de familia…”
Los tres permanecieron de
nuevo en silencio. Cuando Naler giró la cabeza, se percató de que todos los
demás lo miraban. Lo habían escuchado todo. Se acercaron al joven y lo
rodearon. Fue Luar quien rompió el hielo.
—Recuerdo que tu hermano recibió
honores de héroe. Toda la Flota le rindió homenaje en su funeral. Y recuerdo
también que sus compañeros os amotinásteis. Estábais dispuestos a peinar Whania
Rum al precio que fuera para encontrarlo. El comandante de la Flota habló
personalmente con vosotros. Consiguió convenceros a duras penas de que ya no se
podía hacer nada, que era inútil sacrificar más vidas.
—Sí que le costó... Pobre
hombre. Sentía la misma rabia e impotencia que los demás, pero no podía
permitir más muertes—confirmó Naler. Él había sido el primero en amotinarse
para ir a buscar a Selar.
—Pero hay algo que no sabes
—dijo Luar suavemente—. Mi hijo iba en la nave de transporte. Y nunca le podré
agradecer a tu hermano habérmelo devuelto con vida.
*
El SRB funcionaba a la
perfección. La Elcano navegaba por el interior del paso con total
seguridad. Whania Rum era una anomalía en la Barrera, un agujero insólito,
arremolinado y tortuoso que atravesaba una de las estribaciones del Muro.
El paso tenía una longitud
de casi tres años luz. Describía una trayectoria sinuosa que cambiaba
constantemente de grosor. Había varios túneles secundarios. Algunos regresaban
al paso principal, en tanto que otros estaban ciegos. Y, por si fuera poco, había
filamentos extendidos entre las paredes y grumos de distintos tamaños, todos de
la misma sustancia extraña que componía la Barrera, flotando por todas partes.
Era una auténtica carrera de obstáculos. Si se sumaba el hecho de que, hasta
entonces, no se podían obtener datos de las distancias, no era de extrañar que
fuese prácticamente imposible cruzarlo.
Cualquier nave que intentase
la ruta tenía dos posibilidades. Podía viajar con los motores subluz, navegando
a ojo. Sin tropezarse con ningún grumo o filamento y sin introducirse en ningún
túnel secundario, tardaría cuatro o cinco años en llegar al otro extremo. Eso
con mucha suerte. La otra opción era avanzar a base de saltos cortos en el
hiperespacio. Pero el problema es que durante un salto no se puede variar el
rumbo. Además, se está fuera del espacio normal y no se puede obtener ninguna
información de él. Navegando a hipervelocidad, una nave puede atravesar
cualquier astro, excepto los agujeros negros. Pero si roza la Barrera o alguna
de sus formaciones, aunque sea levemente, la embarcación es arrancada del
hiperespacio y devuelta a la dimensión normal, quedando a la deriva y sin
energía dentro de la tenue nebulosidad azul.
El sensor de Max acababa de
cambiar aquello para siempre.
La Elcano viajaba por
el paso sin apenas dificultades, realizando saltos cortos y precisos. El SRB
barría con su haz la Barrera por delante de la nave. Luego, el ordenador
interpretaba los datos del dispositivo y creaba una reproducción virtual
tridimensional de precisión exquisita hasta la siguiente curva. Hasta medio
millón de kilómetros de distancia, el sensor ofrecía una resolución de dos o
tres metros. A partir de aquel punto iba perdiendo gradualmente su precisión. A
diez millones de kilómetros era de unos trescientos metros. Y a cien millones,
subía hasta doscientos cincuenta kilómetros. Su alcance máximo era de medio año
luz, límite en el cual la resolución no bajaba de los treinta mil kilómetros.
A efectos prácticos de
navegación, la posibilidad de captar detalles de treinta mil kilómetros de
diámetro a medio año luz de distancia se podía considerar de una precisión
absoluta. Era una tolerancia casi despreciable.
Cuando el ordenador mostraba
en pantalla el mapa, con las paredes, los filamentos y los grumos excepcionalmente
detallados, sólo había que encontrar la línea recta más larga entre las
formaciones, llevar la nave hasta el punto de origen de la ruta con los motores
subluz, orientarla y efectuar un salto corto, de una duración calculada con
exactitud, para salir del hiperespacio en el punto de destino, con un buen
margen de seguridad. Luego, el SRB volvía a trazar otro mapa de otra sección
del paso y el proceso se repetía.
Aunque era mucho más corto
explicarlo que hacerlo. Incluso con el sensor, había muchos obstáculos y a
veces era difícil encontrar un rumbo adecuado. Además, la Elcano no sólo
trataba de llegar al otro lado de Whania Rum. La tripulación creaba mapas con
los datos del SRB, adaptaba la escala, realizaba observaciones y anotaciones en
ellos, hacía copias en todos los formatos oficiales, recababa información...
Y realizaban una última
tarea, una de suma importancia. Además de los mapas, buscaban los puntos
estratégicos dentro del paso y colocaban boyas de navegación. Las dos bodegas
principales de la nave contenían más de quinientas de aquellas boyas, de dos
metros de largo, alimentadas por un generador nuclear. Cada vez que
posicionaban una, la nave debía detenerse. Tardaban alrededor de dos horas en
preparar cada dispositivo. Había que asegurarse que no derivaba, calibrarla,
programarla y comprobar las señales. Programaron las balizas dividiéndolas en
dos clases. El primer tipo eran las Boyas de Salto, que emitían una señal subespacial de corto alcance,
específica para cada una. Esta señal transmitía el número de identificación y
diversos datos relativos a rumbos, distancias y tiempos. La idea era que,
cuando se llegaba a una de estas boyas, se sintonizaba la señal de la
siguiente. Así era posible conocer el rumbo a seguir y la distancia hasta la
nueva boya, lo que permitía calcular con precisión el siguiente salto.
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[1] En el Pacífico Norte, arrastrada por las corrientes marítimas mundiales, se ha ido acumulando una gigantesca cantidad de residuos flotantes (alrededor de 100 millones de toneladas), en su mayoría plásticos, procedentes de todos los continentes. La conocida como “Isla de Basura”, “Vórtice de Basura” o “Gran Parche de Basura del Pacífico”, en 2.009 tenía el tamaño de Australia. (N. del A.)
El
segundo tipo eran las Boyas de Tránsito, que emitían señales de radiofaro
convencionales y destellos luminosos, visibles a una distancia considerable.
Estas boyas se usaban para marcar una ruta segura a través de los grumos y los
filamentos. Debido a la peculiar morfología del gigantesco corredor, los tramos
en los que se podía navegar a hipervelocidad no estaban alineados entre sí.
Entre la boya final de un tramo y la inicial del siguiente podían mediar
algunas decenas de millones de kilómetros. Esa distancia debía cubrirse
navegando por el espacio convencional, esquivando los obstáculos formados por
los grumos y los filamentos. Y ahí entraban en escena las boyas de tránsito,
marcando con precisión el camino más seguro entre dos tramos de hipervelocidad.
Los tripulantes de la Elcano habían sido, además, lo suficientemente
cuidadosos como para instalar las boyas de salto en lugares que estuviesen
libres de obstáculos en, al menos, veinte millones de kilómetros a la redonda. De ése
modo se garantizaba un buen margen de maniobra para que las naves, que emergían de una ventana a muy alta velocidad, pudiesen maniobrar con tiempo y no se encontrasen con una sorpresa
inesperada.
Como la Elcano no
navegaba entre boyas, sino que era ella la que abría camino, el viaje se hizo
largo y pesado para la tripulación. Cuando el sistema estuviese comprobado y en
marcha, atravesar Whania Rum sería cuestión de ocho o nueve horas, volando en
todos los tramos en el nivel de energía más bajo e incluyendo los tiempos de
descanso de la maquinaria. Estos tiempos, además, no se perdían, sino que se
usaban en viajar de una Boya de Salto a la siguiente, guiados por las Boyas de Tránsito, con los motores subluz. Volando al diez por ciento de la velocidad de la luz, los tránsitos más
largo, de casi una UA de longitud, durarían una hora y media.
Rodear el saliente de la
Barrera en que se hallaba incrustado el paso, y el territorio Naderio, obligaba
a las naves a realizar al menos cuatro saltos, o tres si se alargaba el segundo hasta los puntos de descanso Alfa o Gamma. Desde Yun Thal, que era el sistema
más cercano a Tilán a éste lado de Whania Rum, el recorrido era de casi nueve
años luz en total en la ruta convencional de cuatro saltos por Anaulis y Beta. Es decir, un carguero grande que forzase al máximo su
sistema en los cuatro saltos, al nivel tres, y que respetase únicamente el tiempo mínimo de
regeneración del hipermotor tras el segundo salto tardaría entre nueve y diez horas en completar la
ruta. Eso si lograba llegar a su destino sin averiar gravemente la
hiperpropulsión, pues en esas condiciones de uso de tanta potencia durante tanto tiempo, era más que probable. A lo que
había que sumar la amenaza pirata durante buena parte del recorrido. Las naves acostumbraban a
recorrer la ruta Yun Thal—Tilán por Anaulis viajando al nivel más bajo en el primer,
tercer y cuarto saltos; el segundo impulso, de Anaulis a Beta, que los acercaba a las proximidades del
Sistema Nader, se realizaba en el segundo nivel, o pocas veces en el tercero. Ello, por supuesto, también incrementaba el tiempo de regeneración del hipermotor.
Y eso era porque, aunque la
tecnología militar naderia era en general inferior a la confederada, poseían algo que la
Confederación no tenía y contra lo que no había defensa conocida: unos
dispositivos de proyección gravitatoria capaces de detectar naves en el Hiperespacio y arrancarlas de allí
para poder asaltarlas.
Lo habitual era tardar unas veintiséis horas en cubrir el trayecto Yun Thal—Tilán por Anaulis y Beta en su totalidad, algo más de veintidós horas si se hacía en tres saltos por Alfa, que exponía la ruta a más tiempo cerca de los naderios, o treinta horas y media si se hacía por Anaulis y Gamma, que si bien más largo era mucho más seguro.
Algunos capitanes muy osados elegían a veces unas
peligrosas rutas desde Yun Thal o Anaulis, que los llevaban a través del Sistema Nader,
rozando la Barrera, hasta un punto en la misma frontera del territorio de la
Confederación. Allí aguardaban durante tres horas a que el hipermotor se
estabilizase y saltaban directamente hasta el Sistema Morganyr, donde
permanecían seguros y a cubierto. Después sólo era cuestión de efectuar el
último tramo hasta el Sistema Tilán, o dejar la carga en Morganyr para otra
nave, y emprender el viaje de regreso.
Quedaba patente la importancia de transformar el laberinto de Whania Rum en un
paso practicable. Se reducía notablemente el tiempo, la distancia y la amenaza de ataques
por parte de los naderios.
Así que allí estaban los
siete tripulantes de la Elcano, cartografiando, catalogando y balizando
el estratégico paso día tras día. Tardaron diez días en llegar a lo que suponían era la mitad del
túnel. La tarea era algo tediosa, pero el resultado de sus esfuerzos les
resultaba de lo más gratificante, pues eran conscientes de la importancia de lo
que estaban haciendo. Cuando acabasen, serían los primeros en probar los
recorridos balizados, en el viaje de vuelta, también para hacer los últimos ajustes necesarios.
Podrían haber trabajado por
turnos todo el tiempo y habrían acabado antes. Pero ellos no funcionaban así.
En aquel lugar desconocido y peligroso era mejor que estuviesen todos alerta.
Así que trabajaban con esmero durante diez o doce horas con descansos rotativos. Después detenían la nave
en un lugar seguro y descansaban todos juntos hasta el día siguiente. Bueno,
los que descansaban, porque había cierta pareja de recién enamorados que
dormir, lo que se dice dormir, dormían poco. Pero como al día siguiente no
disminuían su rendimiento, no había nada que reprocharles. De todas formas, en
caso de haber mostrado cansancio durante la jornada laboral, ¿quién se hubiese
atrevido a decirles que moderasen sus impulsos amorosos?
Mónica y Naler, como eran
los dos mejores pilotos a bordo, se alternaban para gobernar la nave. Luar y Li
se encargaban de gestionar el gran volumen de información que llegaba desde los
sensores de la nave y del SRB, del orden de varios cientos de gigabytes por día, con la inestimable ayuda de Vyla, que gracias a sus redes de aprendizaje profundo, cada vez era más eficiente en las tareas de cartografiado, organización y codificación. Por su parte, Erin, Klaus y Annevar, enfundados
en tres ST-99, se dedicaban a instalar, calibrar y programar las boyas. Lo
hacían por rotación, una pareja cada vez, de forma que, de cada tres balizas,
cada uno de ellos había participado en la instalación de dos.
Mónica, por fin, había
podido hablar con Naler sobre su visita a la Enfermería en Noralín. La alivió sobremanera saber que los médicos, tras las
pruebas y un tratamiento preventivo, habían descartado cualquier contaminación
biológica. Ella, gracias a la precaución de su amigo de no respirar mientras
estaba sin máscara, no se había visto expuesta.
Cuando Naler pilotaba,
Mónica se dedicaba a sus habituales rondas de inspección. Fue en una de esas
cuando reparó en algo que le había pasado por alto las veces anteriores. Al
entrar en la bodega de estribor, de la que ya habían retirado un gran número de
boyas, se percató que la tapa de un panel de control acoplado a la pared tenía
un agujero y estaba muy abollada. Antes no lo había visto porque los
dispositivos allí amontonados lo tapaban.
Se acercó al panel,
fastidiada. Seguro que algún idiota le había dado un golpe con algo en Noralín, mientras cargaban las boyas. Y,
en vez de avisar, se había callado y lo había escondido. Esperaba que no se
hubiese averiado nada.
Vana esperanza. Cuando
consiguió abrir la deformada tapa del panel soltó una maldición. Era una de las
tres bases de circuitería electroóptica que controlaban el emisor del rayo de
tracción de proa, que también cubría las bandas de babor y estribor. En el
centro de cada base había un cristal hexagonal alargado, de color rojo. A
través de él y de los otros dos circuitos, a babor y a proa, se canalizaba y
redirigía la potente energía que alimentaba al rayo tractor, concentrándola en
el cristal tetraédrico del centro del proyector de torreta, que era el que
emitía finalmente el rayo de fuerza.
Fuese lo que fuese lo que
había agujereado el panel, había penetrado lo suficiente como para hundir el
cristal en la base. La placa, formada por delgadas láminas cristalinas unidas
por un polímero orgánico, se había partido en tres trozos. Y el cristal estaba
rajado a lo largo. Tenían recambio para el cristal, pero no para la base.
Cerró la portilla con un
violento manotazo. Estaba muy irritada. Se habían quedado sin rayo tractor.
Sólo les quedaba el de popa, pero ése era fijo, sólo para remolcar. No lo
necesitaban para aquel trabajo. Pero esa no era la cuestión. El motivo de su
enfado era que ella procuraba mantener a la Elcano en perfecto estado,
con todos sus sistemas en funcionamiento y todas las revisiones
escrupulosamente al día.
Y entonces alguien rompía
algo, quien sabe si por accidente o por negligencia. Eso no la irritaba.
Cualquiera podía meter la pata. Lo que de verdad la enfurecía era que el muy
imbécil, en vez de avisar cuando se podía reparar la avería fácilmente y sin
mayores consecuencias, se había callado como si temiese que fueran a matarlo,
había escondido la avería y se largó tan tranquilo, dejando que la sorpresita
apareciese días después, en medio de la nada y sin posibilidad de reparación
inmediata. Estaba tan furiosa que, de haber tenido al responsable delante de
ella en aquel momento, le hubiese retorcido el cuello.
Airada y frustrada, salió de
la bodega como un ciclón y caminó hacia su camarote. Entró en la habitación,
sin ni siquiera el consuelo de poder dar un buen portazo tras de sí. Los
camarotes estaban equipados con compuertas automáticas de doble hoja.
Necesitaba desahogarse, liberar aquella cólera de alguna manera. Como romper
algo no solucionaría nada y, además, tendría que recoger luego los fragmentos,
se desnudó violentamente, arrojando encolerizada las piezas de ropa sobre la
cama. Luego se metió en la ducha y dejó que el agua caliente corriese por su
cuerpo. Al apoyar las manos en la pared curva, recordó que estaban hechas de un
material blando y elástico, para evitar accidentes. Una sonrisa maliciosa asomó
en sus labios. Entonces descargó toda su ira y su frustración a puñetazos
contra el esponjoso revestimiento. Veinte minutos después jadeaba de agotamiento,
pero se había calmado completamente. Se relajó bajo el chorro de agua cinco
minutos más, salió de la ducha, se envolvió en una toalla y se sentó en la
cama. Miró las prendas arrojadas de cualquier manera. Excepto la ropa interior,
se iba a vestir de nuevo con lo mismo, así que no se preocupó en recogerlo. En
vez de ello, miró por la ventana. Allí fuera estaban dos de sus compañeros
colocando otra boya más con la ayuda del manipulador mecánico.
La nave poseía un brazo
robótico, articulado y extensible hasta cincuenta metros. Estaba montado en un
soporte instalado en medio del casco, tras la torreta del láser de prospección.
Al igual que ésta, el soporte se desplazaba sobre un raíl que daba toda la
vuelta al fuselaje central, de forma que el brazo se podía situar en
cualquier punto y llegar a cualquier lugar de la embarcación. Con ayuda de este
dispositivo sacaban las boyas de las bodegas y las colocaban en su lugar. Luego
era el brazo el que les devolvía a la esclusa de aire más próxima. De aquella
manera no gastaban ni una gota del combustible que usaban los propulsores de
maniobra de los trajes. Había muchas boyas por colocar y hubiese sido un
fastidio y una verdadera pérdida de tiempo repostar los trajes tras cada
salida. Además, si había un accidente, el ocupante tenía a su disposición una
reserva completa de combustible para tratar de llegar a la nave por sus propios
medios, o para facilitar las tareas de rescate a sus compañeros. De todas
formas, Mónica había insistido en que se atasen al brazo articulado con un
cable retráctil adosado al anclaje de su espalda, por si acaso.
Cada dos o tres horas se
tomaban un respiro. Hacia lo que sería el mediodía, paraban alrededor de una
hora para comer. Aunque llevaban raciones preparadas, preferían cocinar ellos
su propia comida. Corrían rumores de que en una de las fábricas orbitales de
Megger, los científicos habían conseguido desarrollar una tecnología muy
novedosa para la alimentación en el espacio. No se conocían los detalles, pero
parecía ser que conseguía deshidratar completamente el alimento, reduciendo
increíblemente su tamaño. Esto no era en sí una novedad, pues ya se había
conseguido antes. Lo extraordinario era que podía invertir casi por completo el
proceso, rehidratando de nuevo la comida con una precisión de casi el cien por
cien. Es decir, que un filete deshidratado volvía a tener el mismo aspecto
jugoso y las mismas propiedades que el original, una vez rehidratado. Y se
podía usar tanto en alimentos crudos como en platos preparados.
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[1] En el Pacífico Norte, arrastrada por las corrientes marítimas mundiales, se ha ido acumulando una gigantesca cantidad de residuos flotantes (alrededor de 100 millones de toneladas), en su mayoría plásticos, procedentes de todos los continentes. La conocida como “Isla de Basura”, “Vórtice de Basura” o “Gran Parche de Basura del Pacífico”, en 2.009 tenía el tamaño de Australia. (N. del A.)
[2] Una nave de hangares es un tipo de nave de mantenimiento masivo de naves menores, dotada de múltiples hangares en dos grandes secciones a cada lado del casco principal. Tienen dos grandes hangares de 20 metros de lado por 100 de profundidad, y otros 8 de tamaño menor, para cazas y naves de operaciones. En cualquiera de los dos hangares principales, Fénix cabría con total comodidad. (N. del A.)
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