Los
miembros del equipo se sentían abrumados por la emoción. Después de tanto
tiempo, de tanto esfuerzo e investigación, estaban a punto de comprobar si sus
desvelos habían dado fruto. Se oyó un apagado siseo y el suelo se conmovió levemente
mientras las enormes compuertas se abrían al vacío del espacio. El perímetro
del umbral brillaba con una intensa luz azulada debido a la actividad del
escudo de contención atmosférica. Todas las personas que habían participado en
el proyecto, varios cientos, estaban situadas a ambos lados del carril de
salida, formando un pasillo de honor. Las hojas de la gruesa compuerta llegaron
al final de su recorrido y se detuvieron con un golpe sordo y un
estremecimiento. Las luces se apagaron en toda la cúpula, excepto las que
iluminaban directamente el carril. Mónica, Li, la pequeña Alexia, que se
estiraba tratando de ver mejor dominada por la curiosidad y la impaciencia,
Annevar, Luar, Max, Cynthia, Claudia, Ouram, Luca... Todos estaban allí,
sonrientes y nerviosos. Incluso Vassili había dejado sus obligaciones en el Argos por un rato y había acudido.
Tenían la mirada fija en el centro de la gran instalación, desde donde él se
acercaba lentamente.
Los
implantes de metal bruñido resplandecían en su costado con un brillo plateado,
igual que su piel. Pasó por entre las dos filas de personas majestuosamente,
flotando sin dificultad a medida que se iban desconectando emisores de gravedad
delante de él. Miró con infinita gratitud a sus peculiares amigos. Su ojo izquierdo
se detuvo apenas unos segundos en la niña, que le devolvió la mirada con sus
increíbles iris violetas, sonriente y feliz.
Se
encogió levemente al acercarse al rectángulo luminoso, pues recordaba bien la primera vez que lo cruzó y la experiencia no había sido precisamente
agradable. Pero ahora se sentía fuerte, poderoso. En realidad, se sentía más
fuerte que nunca. Con un leve movimiento se dirigió hacia el umbral y lo
atravesó limpiamente. La desagradable sensación que esperaba sentir no se produjo,
lo cual lo sorprendió. Quizá, el lamentable estado en que se encontraba cuando
llegó al hogar de los Pequeños había afectado a su umbral de sensibilidad.
Emanaba
de él una sensación de fortaleza y dignidad difícil de describir con palabras.
Salió al exterior y flotó en el espacio, en su añorado medio ambiente. Había
esperado más de una Gran Revolución para volver a su hábitat. Los Ciclos
posteriores a la instalación de los implantes los había pasado entrenando y
ejercitándose. Extendió las aletas del lado derecho, aleteando con vigor para
desentumecerlas. Acto seguido desplegó las extremidades cibernéticas
reconstruidas de su costado izquierdo. Las movió de diversas formas. Los
implantes reaccionaron con prontitud y precisión. Una mirada satisfecha e
incrédula a la vez brilló en los ojos de la criatura. Aunque no eran tan
eficaces y versátiles como su aletas originales, su comportamiento era
realmente asombroso.
Los
humanos y vianhios observaron extasiados, desde el interior de la cúpula, la imponente
estampa del enorme oberón suspendido entre las estrellas. Fénix volvía
de nuevo a ser un animal libre. Todos vitorearon a Max y a su equipo por el
excelente trabajo realizado con las aletas artificiales.
“Hoy hace dos años que te trajimos aquí...”, pensó Mónica con
un nudo de nostalgia en el estómago.
Li la
empujó suavemente hacia el cristal, pues todos se habían ido hacia allí. Se
aseguró que la niña no se soltase de su mano y se puso a caminar lentamente. La
pequeña levantó la cabeza hacia su madre, con sus ojos violetas brillando de
felicidad. Ella le correspondió con una luminosa sonrisa, a la vez que un
mechón de pelo se cruzaba en su cara. La niña pensó que su mamá era muy guapa y
buena. Llegaron al grueso cristal de la bóveda y miraron hacia fuera. Mónica
cogió a Alexia en brazos, para que la pequeña pudiese verlo todo.
Por fin
había llegado el momento de probar las extremidades artificiales desarrolladas
por el equipo de Max. Les había costado un mes de trabajo crearlas, y otros
cinco meses perfeccionarlas y ajustarlas a su usuario. Todos los investigadores
de la “Dragonera” se habían empleado a fondo para adaptar los soportes
metálicos a las articulaciones regeneradas del animal, de forma que se evitase
el rechazo. Pero la fisiología del oberón no sólo no rechazó los implantes,
sino que los asimiló con extraordinaria rapidez y eficacia. La piel había
crecido sobre unos cuarenta centímetros alrededor del punto de unión de los
implantes al cuerpo. No se veían los lugares de anclaje, ni las cicatrices, ni
ningún testimonio de la intervención.
Parecía
que aquellas cuatro extremidades siempre habían estado allí... si no hubiesen
tenido un aspecto exterior tan diferente a las otras cuatro, claro...
Max
habría querido tapizarlas por fuera de manera que no se notase la diferencia,
pero no pudo dar con un sistema lo suficientemente eficaz. Los materiales que
servían para imitar el patrón de colores de la piel del oberón, no aguantaban
mucho en el espacio. Y los que aguantaban, limitaban la operatividad del
implante o su precisa capacidad de control de la energía. Al final decidió
dejarlas como estaban. Sólo les aplicó una delgada capa de aluminio de unas
micras de grosor, con un cañón de partículas. El aparato bombardeaba átomos del
material elegido sobre un objetivo y, capa a capa, lo iba recubriendo[1].
Las aletas no necesitaban protección adicional, pero tras pulirlas a mano,
brillaban como cromo bruñido.
Al verlo
allí, flotando en medio del espacio, escoltado por dos cazas y una nave algo
mayor que lo monitorizaría constantemente, a Mónica le volvió a la mente la
pregunta de siempre: ¿cómo lo hacían los miembros de su especie para realizar
viajes a grandes distancias? Durante sus conversaciones con los demás
investigadores, habían discutido mucho acerca de aquello. Tenía reservas para
mantener su organismo durante años, sobre todo si podía entrar en estado de animación suspendida o, incluso, criptobiosis. Cuando lo rescataron no estaba en coma, sino en un estado muy
cercano, para ahorrar recursos y regenerarse. Su cuerpo podía asimilarse
parcialmente a sí mismo, podía nutrirse de las algas de sus pétalos o usar los
campos electromagnéticos ambientales para producir energía útil con la que sobrevivir.
Pero sus
propulsores sólo podían desarrollar una velocidad limitada, muy por debajo de
la necesaria para viajes interestelares. Y su capacidad de navegación
electromagnética tampoco lo podía acelerar más que a una pequeña fracción de la
velocidad de la luz. En aquellas condiciones podía tardar siglos o milenios en viajar de
una estrella a otra. Y, según los análisis de su ADN, su esperanza de vida
estaba situada entre ciento veinte y ciento cincuenta años. Tras muchos viajes
de exploración, quedó patente que se podía encontrar animales de aquellos, y de
muchas otras especies, en cualquier punto del espacio, en vez de mantenerse
cerca de los sistemas estelares, como sería lógico. Estaba claro que realizaban
migraciones espectaculares. Y que, de algún modo incompresible, podían
atravesar la Barrera, algo que ninguna nave había logrado aún.
El
estudio exhaustivo de su organismo descartaba por completo que pudiese generar
ni canalizar la suficiente potencia como para abrir una ventana de Hiperespacio.
Y mucho menos crear un campo de integridad a su alrededor. Aquella capacidad
era exclusiva de la tecnología. Por muy extraordinarias que fuesen sus
adaptaciones, el Hiperespacio quedaba completamente fuera de su alcance.
Claro
que, también era posible que no tuviesen mucha prisa. A lo mejor tardaban
generaciones en hacer grandes desplazamientos. O sólo lo hacían una vez en la
vida, para reproducirse por ejemplo, y luego morían.
En
cualquier caso, era un misterio cómo realizaban sus viajes interestelares.
Los dos
cazas se situaron por delante del oberón y la nave de control se posicionó a su
cola. Iban a empezar las pruebas. Fénix
ya sabía lo que se esperaba de él, pues la comunicación con los humanos era muy
fluida.
El campo
de fuerza de la Colonia había sido modificado para la prueba, de forma que se
había creado un anillo de energía magnética que la rodeaba. El oberón navegaría en su
seno, para probar su nueva capacidad de navegación y ver cómo respondían los
implantes.
Fénix se
sumergió en la corriente de fuerza con un ligero movimiento de las aletas,
sorprendiendo a sus acompañantes. Habían pensado que necesitaría un breve
encendido para llegar hasta su objetivo, pero comprobaron que su capacidad de
navegación electromagnética podía aprovechar fuerzas muy débiles. El oberón
había usado la fuerza residual que impregnaba todo el ambiente alrededor del
asteroide para impulsarse hasta el anillo de energía sin gastar ni una gota de
combustible.
Dieron
varias vueltas a la Colonia inmersos en la corriente electromagnética. Fénix
se desenvolvía de maravilla, realizando maniobras de todo tipo. Subía y bajaba,
aceleraba y frenaba, hacía piruetas... Era increíble verlo volar con aquella
soltura y elegancia en las pantallas que retransmitían sus evoluciones a toda la Colonia. Parecía imposible que un ser de su tamaño pudiese moverse
con tanta facilidad. Definitivamente, no se parecía a ninguna otra criatura
conocida con anterioridad.
La prueba
de vuelo entró en la Fase Dos. Se alejarían de la Colonia para probar los
impulsores químicos en el espacio abierto. Se dirigieron hacia Helia a través
del campo de asteroides. Las tres naves tenían los rayos de tracción activados
pero en modo de espera, por si el animal necesitaba ayuda para esquivar las
rocas. No hizo falta, pues el oberón volvió a sorprender a todo el mundo con su
exquisita navegación. Usaba los asteroides, ricos en hierro, como puntales en
su ruta. Enviaba potentes pulsos eléctricos hacia ellos de forma que se
acercaba o alejaba a voluntad de las rocas temporalmente magnetizadas. Así fue
esquivando los obstáculos, con gran elegancia, hasta que salieron al espacio
abierto media hora después. El animal navegaba a una velocidad sorprendente por
entre las rocas. A las tres naves les había costado bastante mantenerse a su
lado e igualar su rapidez de maniobra, sobre todo a la Lillihan.
Fénix magtinó
el ambiente y pudo ver las líneas de fuerza magnética que emanaban de la
pequeña estrella y que bañaban todo el sistema. Sus sentidos se desplegaron en
toda su capacidad. Era un sistema estelar pequeño. Una estrella muerta de color
blanco en el centro, tres anillos de asteroides en las tres primeras órbitas y
dos grandes planetas gaseosos más allá, con varios satélites cada uno. Y,
después, el espacio abierto. Los niveles de radiación eran bajos y la nebulosa
lo envolvía. Observó que el sistema estaba muy cerca de la azulada y peligrosa
Nube-Sin-Nada, al otro lado del Territorio.
Se sentía
contrariado. Hacía más de una Gran Revolución que lo habían rescatado y aún no
recordaba nada anterior al encuentro con la nave de aquellas criaturas. No
sabía por qué estaba a éste lado de la Nube, ni por qué había sufrido aquella
tremenda herida en su costado y había perdido las aletas.
Pensó en
los Pequeños. Les había cogido cariño. Lo habían salvado, curado, alimentado y habían
aprendido mutuamente a comunicarse. Pero su corazón le decía que debía volver a
donde pertenecía. Su alma se encontraba dividida. Por un lado no quería dejar
la compañía de sus nuevos amigos, de los que tanto había aprendido. Por otro,
el Territorio y la libertad lo llamaban con fuerza. Pensó de repente que, quizá,
lo mejor para todos fuese ir alternando periodos de independencia con largas
visitas a los Pequeños.
La nave
de monitorización le mandó una señal. No dejaban de sorprenderle aquellas cosas
para navegar por el espacio. “Naves” las llamaban. Eran fenomenales, con
capacidades que él no podía ni imaginar antes de conocerlas. Le gustaba navegar
en compañía de aquellas naves. Era el momento. Los Pequeños querían ver sus
propulsores en acción, así que, como tenía las reservas al máximo, les iba a
mostrar todo su poder. Era un magnífico ejemplar entre los de su especie, a
pesar del largo periodo de inactividad que se había visto obligado a afrontar.
Sus capacidades estaban completamente desarrolladas y su potencia era muy
elevada.
En apenas
un latido inundó las cámaras de ignición con una explosiva mezcla de gases
licuados, generó un pulso eléctrico entre los extremos de su cuerpo y lo liberó
en los propulsores. Éstos se encendieron con furia, propulsando al oberón a
gran velocidad hacia delante. Aprovechó para expulsar a través de ellos una
gran cantidad de residuos que se habían ido acumulando en su organismo, durante
todo el tiempo que había pasado inmóvil. No los había podido eliminar antes y
tampoco había podido usarlos para alimentar con ellos las algas de sus pétalos.
En aquel momento tenía la oportunidad de deshacerse de buena parte de los
residuos, así que la aprovechó. Restringió la salida de plasma por las toberas
de forma que aumentasen la presión y la velocidad hasta el máximo. Se mantuvo
atento a la temperatura que soportaban sus propulsores, no se fuese a dar el
caso de que aumentase demasiado y provocase la fusión de alguna placa. Si eso
pasaba, era una lesión grave y dolorosa de curación lenta, que inutilizaba el
impulsor durante muchos Ciclos.
Tras
tanto tiempo convaleciente, su alma se inundó de felicidad al sentir de nuevo
la sensación que causaba la aceleración en su cuerpo. Volvía a navegar libre y
poderoso, tan formidable como siempre había sido. Sus aletas nuevas, aunque
extrañas, eran magníficas y respondían casi tan bien como las originales. Y le
gustaba su aspecto rudo y brillante, aunque echaba de menos los bordes
afilados. Los Pequeños, pese a sus esfuerzos, no habían podido reproducirlos
con suficiente eficacia. Pero no le preocupó. De no ser por ellos, ni tan
siquiera tendría aletas. Ni siquiera seguiría vivo.
También
le habían reconstruido los dos colmillos delanteros. En éste caso sí era
notable la pericia de sus amigos. Eran perfectos.
Las naves
se situaron a su lado sin dificultad. En aquella ocasión el sorprendido fue el
oberón. Había creído que les costaría igualar su potencia, pero las embarcaciones
lo habían alcanzado sin ningún esfuerzo. Pudo ver las caras sonrientes de los
pilotos en las cabinas de sus cazas. El orgullo pudo con él y volvió a encender
los impulsores. Empezó a realizar maniobras cada vez más arriesgadas, usando
las salidas de gas repartidas estratégicamente por su cuerpo para modificar la
posición. Estaba yendo al límite de sus capacidades de vuelo pero, para su
consternación, los dos cazas se mantuvieron a su lado todo el tiempo, en
perfecta formación. Decidió dejarlo y volver a navegar normalmente, pues estaba
convencido de que no los había conseguido impresionar demasiado.
Pero lo cierto
era que los humanos estaban completamente asombrados con las capacidades del
oberón. Superaba ampliamente todas sus expectativas.
Uno de los
pilotos era Cortés. Ordenó al otro caza y a la Lillihan que mantuviesen la formación y decidió enseñarle de lo que
era capaz un caza en sus manos. El animal pudo entonces observar la habilidad
de un piloto humano y el poder real de aquel tipo de naves. Las maniobras que
realizó, y la velocidad con que lo hizo, eran más que notables, aunque, en un
ambiente adecuado, como la Zona de Cría, estaba seguro que habría podido superarlas sin dificultad. Su aguda
visión le permitió ver al hombre en la cabina manejando los mandos de la ágil
embarcación, y tuvo que reconocer que aquellas criaturas eran mucho más hábiles
de lo que ya le habían demostrado.
Se
encontraban en el límite del anillo de asteroides, a punto de abandonarlo, y
Cortés quiso mostrarle al oberón otra capacidad de su caza. Encuadró en la
pantalla de objetivos un pequeño trozo de roca solitaria, de un metro de
diámetro, y disparó uno de los cañones de plasma contra ella. El pulso azulado
partió como una exhalación y, apenas una fracción de segundo después, la roca
se vaporizó con una brillante explosión. Fénix no salía de su asombro.
Nunca, en toda su vida, había visto algo así. Ni tampoco había tenido noticia
de que algún congénere lo hubiese presenciado. Los machos de su especie estaban
orgullosos de sus armas, capaces de destrozar a un Ensartador con facilidad. Y
les impresionaban aún más las defensas que poseían otras especies, como los
Tembladores. Pero lo que la nave de los Pequeños acababa de hacer iba más allá
de su imaginación. Si él tuviese esa capacidad, ningún Ensartador se atrevería a acercarse a una manada.
En la Lillihan
todos estaban entusiasmados. Las constantes vitales del oberón eran perfectas,
su organismo funcionaba a pleno rendimiento y sus capacidades eran increíbles.
Decidieron entrar en la Fase Tres de la prueba. Ésta consistía en dar la vuelta
por detrás de la estrella y volver a la órbita de la Colonia. Volaban a una
velocidad lineal de casi doscientos mil kilómetros por hora. A aquel ritmo
tardarían más de tres meses en completar el recorrido, lo cual, por supuesto,
no era aceptable. La escolta cambió de configuración. La nave de control se situó
delante de Fénix y los cazas, detrás. Acto seguido, la Lillihan
activó el rayo tractor y amarró al oberón y a los dos cazas. Las tres naves
empezaron a acelerar a toda potencia, protegidas por el efecto del compensador de aceleración, cuyo campo se extendió hasta el animal. Pudo sentir cómo la
curiosa comitiva quedó envuelta en un vaporoso y ondulante campo de energía, que él podía magtir de
color malva brillante. La aceleración del convoy aumentó drásticamente, hasta
alcanzar la tercera parte de la velocidad de la luz apenas unas horas después.
Fénix estaba
impresionado; las naves habían acelerado, sin ninguna ayuda externa, hasta una
velocidad parecida a la que él experimentaba cada vez que surcaba los anillos
de energía de la Zona de Cría. Por sus propios medios, jamás podría igualar
aquella potencia.
Excepto
si navegaba por el Otro Lado, claro. De pronto se preguntó si los Pequeños
conocerían aquella dimensión exótica y si sus naves tenían la capacidad de
viajar por allí como él.
*
Habían
recorrido un tercio de la ruta, a una distancia estable de setenta millones de
kilómetros de Helia. La luz y la radiación de la estrella en aquella zona eran
más potentes que en la Colonia, pero no lo suficiente como para dañar los
pétalos de su lomo, así que los extendió en toda su longitud y bombeó hacia
ellos el resto de los residuos que permanecían aún en su organismo. Por primera
vez en mucho tiempo las delicadas estructuras se vieron bañadas por la
vivificante energía lumínica y dispusieron de gran cantidad de alimento. Las
algas que habitaban en ellas salieron de su letargo y su metabolismo se
disparó. Los pétalos pasaron del marrón desvaído a un tono esmeralda brillante
en un minuto escaso. El organismo del oberón eliminó rápidamente todos los
desechos almacenados y todo el dióxido de carbono contenido en una de sus
vejigas, a la vez que sus tejidos se saturaban de glucosa y oxígeno fresco. En
unos minutos todo el ciclo estaba completo y su cuerpo volvía a funcionar con
la eficiencia de siempre. Los humanos, por su parte, asistieron maravillados a
la maniobra de despliegue de los pétalos y a su fascinante y rapidísimo cambio
de color. El tono era precioso. En la Lillihan repasaron las constantes
y pudieron ver los cambios metabólicos en el organismo del oberón. Concluyeron
que el animal estaba mejor que nunca.
Mientras
daban la vuelta por detrás de la estrella, mantuvieron la comunicación con la
Colonia todo el tiempo, excepto cuando la masa del astro lo impidió. Estuvieron
fuera de cobertura durante treinta segundos. Tras salir de detrás de Helia
decidieron llevar a cabo la última fase de la prueba de vuelo: ver si Fénix
podía soportar un salto corto en el Hiperespacio. Todo el equipo había tratado
de explicar al oberón lo que pretendían hacer durante semanas, pero no estaban
seguros de que la criatura los hubiese podido comprender. No parecía conocer
aquel ambiente exótico, lo que confirmaba los estudios previos.
Según
todos los datos analizados, no debería pasarle nada. Además, iría protegido por
el campo de integridad de la nave de control. En aquellas condiciones, un ser
humano equipado con un traje espacial convencional, fuera del casco de la nave,
no sufriría ningún daño. Una situación que se había comprobado de forma casual
tres años atrás, cuando el capitán de la Calixto se arriesgó a salir al
exterior mientras la nave navegaba a hipervelocidad. Una avería en uno de los integradores
impedía a la embarcación regresar al espacio normal, comprometiendo gravemente
su seguridad. Si un frágil humano podía soportarlo, para un oberón no debería representar
ningún problema.
El salto
duraría veintisiete segundos, de los cuales algo más de veintitrés
transcurrirían en el Hiperespacio propiamente dicho, en la capa energética más
baja. Recorrerían los últimos cien millones de kilómetros hasta la Colonia en
unos momentos. Se prepararon y avisaron a Fénix. Para que no se pusiese
más nervioso de lo necesario, los cazas saltarían primero, de forma que el
oberón viese a qué se iba a enfrentar.
Cuando
llegaron al punto establecido, un poco más tarde, las dos naves de combate
adelantaron a la Lillihan y se alejaron unos cincuenta kilómetros. Acto
seguido activaron los generadores de ventana y apareció una rotura en el
espacio, delante de ellas. Tenía el aspecto de un rasgón multicolor de bordes
deshilachados. En el centro de la manifestación había un vórtice hecho de una
oscuridad viscosa y turbulenta, perfilada por una extraña luz rojiza de
apariencia líquida. En un instante, las dos naves quedaron envueltas en una
nebulosidad blanquecina y se precipitaron hacia la anomalía, absorbidas a una
velocidad tremenda. El embudo se cerró violentamente tras ellas con un
estallido de luz gamma.
Fénix estaba
anonadado. Nunca había presenciado un fenómeno así. La información que sus
sentidos le proporcionaban era tan confusa que no supo interpretarla. Una
enorme energía se había liberado desde las dos naves y se había abierto un
agujero extraño ante ellas, que no tenía nada que ver con los que se abrían por
el Otro Lado, los que él conocía tan bien. La dimensión que adivinó tras el
oscuro y viscoso torbellino era también muy extraña, como si todo estuviese del
revés. Las fuerzas se comportaban de manera caótica y desorganizada. La
curiosidad y la aprensión se mezclaron en su mente a partes iguales, al pensar
que en breves momentos iba a entrar allí. Cuando navegaba por el Otro Lado,
dolía. Dolía muchísimo. No tenía ni idea de qué iba a sentir en aquella
dimensión desconocida. Entonces notó una nueva alteración en la esencia del
espacio, a gran distancia, en dirección a la Colonia. Dedujo que las dos naves
de combate habían salido del Hiperespacio y habían vuelto al familiar espacio
normal. No pudo sentir nada raro, así que supuso que todo había salido bien.
Tenía plena confianza en los Pequeños, pero no podía dejar de sentir un cierto
desasosiego.
En la Lillihan
comprobaron las constantes del oberón, le transmitieron mensajes de
tranquilidad y confianza y le preguntaron si estaba preparado. Tras unos
segundos de duda, Fénix emitió una señal afirmativa, aunque lo hizo con
poca potencia.
La nave
de control activó su campo de integridad, imprescindible para navegar por el Hiperespacio.
La corriente de energía formaba una burbuja protectora alrededor de la
embarcación que la aislaba del ambiente reinante en aquel entorno exótico, en
el que las leyes físicas eran completamente distintas. Sin el campo de
integridad, la nave y sus ocupantes se volatilizarían. Las fuerzas de la
naturaleza en aquel ambiente eran más intensas, caóticas y variadas que en el
espacio normal. Otras ni siquiera existían o estaban completamente retorcidas.
Así que,
para evitar sorpresas desagradables, la tripulación de la Lillihan forzó el campo de energía, envolviendo al animal con total
seguridad. Arrancaron el hipermotor y el torbellino oscuro volvió a aparecer. Un
instante después ambos eran absorbidos hacia su interior con una fuerza
monstruosa.
Fénix no sintió
ningún dolor. La verdad, lo agradeció. El escudo de la nave lo protegía pero
también menguaba mucho sus sentidos. Aún así, pudo sentir las energías que
reinaban en aquella dimensión caótica. No podía vibsar nada. Aquello,
definitivamente, no era el Otro Lado. Según podía ver se encontraba en el
interior de un túnel rectilíneo, perfilado por rápidas bandas luminosas que
aparecían al azar. Más allá de las aparentemente poco sólidas paredes del
túnel, se veía una infinita extensión iluminada por una extraña oscuridad (así
lo interpretó), de una intensidad hiriente. La región aparecía limitada arriba
y abajo por una especie de nubes densas de colores ocres y marrones. Las dos
capas se conectaban entre sí por incontables columnas, constituidas por algo similar a lo que
fuese que formaba las dos capas nubosas.
Por doquier
destellaban inmensos relámpagos oscuros. Algunos recorrían las capas de nubes.
Otros se desplazaban por las columnas. Y otros se descargaban entre capa y
capa, libremente. Pero aquello no era electricidad. Pudo observar que algún
rayo ocasional se precipitaba contra el túnel que recorrían. Entonces, el campo
de fuerza que los envolvía se resentía. Captaba olores extrañísimos, de cosas
que nunca había conocido. El ambiente estaba lleno de aquella “luz” oscura que
no podía identificar. Había mucha radiación incomprensible de alta energía y
fuerzas completamente desconocidas para él. No podía magtir nada. No había
fuerzas electromagnéticas. Y con la gravedad aún era peor. Pudo sentir hasta
tres tipos distintos (o quizá era uno solo pero retorcido), aunque no podía comprender ninguno de ellos. El límite del
escudo se desgajaba y ondulaba, allí donde la energía de la nave luchaba con
las tremendas fuerzas del Hiperespacio. Estaba seguro de que, si el campo de
energía hubiese sido un ser vivo, habría sufrido inimaginablemente.
Apenas
había empezado a explorar aquel ambiente extraño y estimulante, sintió la ya
familiar alteración que delataba la apertura de una ventana. Justo antes de
salir, pudo ver que las bandas se intensificaban y el túnel aumentaba de
diámetro. La visión del resto de la dimensión se enturbió y se dirigieron a una
pared de luz arremolinada. Un instante después la atravesaban y regresaban al
espacio normal. La verdad, se alegró. Por mucha curiosidad que sintiese
respecto al desconcertante entorno por el que acababa de viajar, sintió alivio
al encontrarse en un lugar conocido, en el que podía entender lo que ocurría a
su alrededor. Aparentemente, la deceleración fue brutal. Pero no sintió ninguna
molestia. De haber frenado de forma tan drástica en condiciones normales, la nave
y él se habrían vaporizado[2].
La ventana se cerró tras ellos con un fuerte destello.
Fénix, al
fijarse en lo que tenía enfrente, se asombró. La Colonia brillaba frente a él a varias Líneas de distancia. Miró hacia atrás. La estrella se veía tan pequeña
y lejana como de costumbre. Volvían a estar en el espacio libre de asteroides
que rodeaba al asentamiento de los Pequeños.
Por aquel ambiente extraño se viajaba muy
rápido, aunque no tanto como por el Otro Lado. Habían recorrido una gran
distancia en muy poco tiempo. Y sin ningún dolor. Una traviesa excitación
empezó a embargarlo. Se moría de ganas por repetir la experiencia. Ya se las
arreglaría para hacerse entender. Tenía que reconocer que había disfrutado como
un cachorro
La nave
desactivó el rayo de tracción, el campo de integridad y todos los vínculos que
la unían al oberón, exceptuando los enlaces de monitorización. Los tripulantes
comprobaron los datos. El animal había soportado perfectamente el vuelo por el Hiperespacio.
No había sufrido el menor daño, ni tampoco ningún estrés. Habían registrado un
comprensible nerviosismo y una gran actividad cerebral, en especial las áreas
de la memoria y la visión. Aquello confirmó que el oberón nunca había volado a
hipervelocidad. El misterio de los viajes a larga distancia seguía intacto.
Se fueron
acercando a la Colonia, la Lillihan precediendo al oberón. Entonces, Fénix tomó una decisión. Había vibsado
que se iba a formar un pequeño túnel del Otro Lado a muy poca distancia. Con determinación,
adelantó a la nave de control. Cuando pasó por su lado utilizó las glándulas de
hilo de su hocico, lanzando unas fuertes y pegajosas hebras a la proa de la
embarcación. Siguió lanzando hilos durante unos segundos, rotando sobre sí
mismo, hasta que consideró que la presa era lo suficientemente fuerte.
Entonces, maniobró para pasar la maroma de filamentos bajo su cuerpo y encendió
los impulsores. Con un fuerte tirón, la Lillihan se vio arrastrada tras
el animal. La tripulación asistió sorprendida a la maniobra de Fénix.
Apenas había tardado unos instantes en atrapar la nave y desviarla. Al
principio pensaron en resistirse, pero algo en la actitud del animal los
tranquilizó. Éste emitía expectación, anticipación. Hacía meses que los
científicos habían aprendido que una parte importante de las comunicaciones del
oberón eran transmisiones de emociones. Les estaba preparando una sorpresa
inesperada, no cabía duda.
Fénix pidió a los humanos energía. Mucha
energía. Y que reactivasen el campo de integridad. Usaron el proyector de
tracción delantero de la nave para emitir un rayo de electricidad pura que se
expandió por el cuerpo del oberón. Pudieron observar cómo las aletas orgánicas empezaban
a brillar. Según los sensores biométricos, la energía se acumulaba en su
organismo de una manera completamente distinta a la habitual. Los tripulantes
levantaron de nuevo el campo de fuerza, envolviendo con él también a Fénix.
Éste los
llevó hasta un punto aparentemente anodino del espacio. El oberón, alimentado
por el generador de la Lillihan,
emitió un haz de energía tan grueso como su cuerpo, perfectamente focalizado en
un punto concreto. Mudos de asombro, los tripulantes asistieron a la formación
de un pequeño agujero de gusano de brillantes paredes acuosas. Sabían que el
campo de integridad no era necesario para viajar por el Subespacio, así que lo
desactivaron y suministraron más potencia al oberón. Éste captó el cambio y no
pudo evitar preocuparse. Conocía perfectamente las alteraciones que padecía él
cuando usaba los pasillos, aunque éste era muy corto y de una intensidad muy
baja. No sabía cómo reaccionarían la nave y sus pasajeros allí dentro y no
quería que sufriesen ningún daño. Sin embargo, tuvo la sensación de que los
Pequeños sabían lo que hacían. Decidió confiar en ellos y seguir con el
proceso.
El
agujero de gusano estaba perfectamente formado y estable. En condiciones
normales su duración dependería de la cantidad de energía que uno o varios Navegantes
pudiesen generar. Pero como era la Lillihan, con su poderoso reactor
de fusión, la que alimentaba al oberón, el tiempo no era ningún problema para
éste. Fénix aleteó vigorosamente y se acercó al horizonte del agujero.
Apenas tocó la etérea membrana transparente de energía, tras la cual se podía
ver con toda claridad el otro horizonte y el torbellino de luz líquida que los conectaba, fue violentamente absorbido. Su cuerpo pareció alargarse de manera infinita y desapareció en el
interior del túnel, arrastrando tras de sí a la Lillihan y a su
asombrada tripulación. Desde el salto protagonizado por la Nueva Esperanza
y el resto de la flota tras abandonar la Tierra, medio siglo atrás, nunca se
había logrado abrir ningún otro agujero de gusano. No había tecnología para
detectarlos en la naturaleza. Ni para crearlos artificialmente. En la
Confederación poseían generadores capaces de suministrar la suficiente energía
a un agujero para estabilizarlo, pero no sistemas ni sensores para localizarlo,
estabilizarlo y controlar sus fluctuaciones. Un agujero de gusano natural tiene
un tamaño microscópico y existe durante una fracción minúscula de tiempo.
Los sensores de los laboratorios de investigación habían conseguido captar la
formación de alguno en situación controlada, pero sólo eso. Las escasas
millonésimas de segundo que tardaba la señal en llegar desde el sensor al
ordenador, suponía un tiempo que excedía en miles de veces la vida del agujero.
No había tiempo material para hacer nada.
Y, de
repente, por increíble que pareciese, un animal extraordinario podía hacer de
forma natural lo que a su avanzada tecnología le era poco menos que imposible.
Había anticipado la formación del agujero de gusano con notable antelación. Lo había abierto y lo había aumentado de escala cientos de órdenes de magnitud. Lo
alimentaba, lo estabilizaba y lo controlaba con total precisión. Aunque no
podían confirmarlo, todos en la Lillihan
estaban convencidos de que Fénix sabía perfectamente dónde conducía
aquel túnel de energía.
El espectáculo era sobrecogedor y maravilloso.
Se desplazaban por un conducto ondulante de energía líquida, de luminosos tonos
azules y blancos, como agua pura y turbulenta bajo el sol. El oberón los
precedía. Una temblorosa y arremolinada envoltura luminosa de un delicado tono
blanquecino lo rodeaba. Etéreas hebras de energía se desprendían de su cuerpo y
se fundían con las paredes acuosas del agujero de gusano. Lo hacían con una
rapidez y una precisión increíbles. El oberón controlaba completamente el ambiente a su
alrededor. Las monstruosas fluctuaciones gravitacionales, que aplastarían sin compasión al animal y a la Lillihan, las compensaba al instante con pulsos de energía de precisión quirúrgica, que las disipaban. Hacía eso cientos de veces por segundo, a docenas de puntos distintos del túnel simultáneamente.
Al
fijarse en los monitores de la nave, los tripulantes pudieron constatar con
preocupación que Fénix sufría unos altísimos niveles de dolor y estrés.
Por suerte, acabó enseguida. Apenas diez segundos después de haber entrado,
vieron un círculo rojizo y azulado tachonado de estrellas frente a ellos, que
crecía con pasmosa rapidez. Volvieron al espacio normal y experimentaron un brutal
frenado. Sin embargo, no notaron ninguna fuerza de deceleración. El agujero,
con un gran destello luminoso, se cerró tras ellos.
El oberón
se encontraba casi en estado de shock. El intenso dolor había entumecido su cerebro,
pero comprobaron que se iba recuperando lentamente. Le siguieron suministrando
energía, para acelerar su retorno a la normalidad, a la vez que transmitían
emociones positivas y mensajes de ánimo. Todos estaban muy sorprendidos por lo
que acababan de presenciar. El misterio de los viajes interestelares de
aquellos animales había quedado resuelto de una forma que nadie podía imaginar. Y los cristales de memoria estaban a
rebosar de datos almacenados antes, durante y después del fantástico viaje.
Llevaría semanas analizarlos con detenimiento.
Acto
seguido, el capitán pidió al ordenador de la Lillihan que calculase la posición actual según los datos de
cartografía estelar, pues no tenían ni idea de dónde estaban. El resultado los
dejó atónitos. En 12,96 segundos habían recorrido 1,46 años luz. Su posición
formaba un triángulo con los sistemas Boreas y Deméter en el lado derecho.
Entre éstos mediaban unos dos años luz y la nave se encontraba a otro medio año
luz del Sistema Boreas, unos treinta y ocho grados por encima del plano orbital
de éste. Para llegar a aquel lugar con un hipersalto del nivel más bajo de
energía, como el que habían usado en la prueba, se hubiese requerido un tiempo
de algo más de dos horas y media. Forzando la nave hasta su capacidad máxima,
se podía reducir el tiempo a menos de dieciocho minutos.
En
cambio, el agujero de gusano los había transportado a una velocidad increíble.
Una velocidad mucho más elevada que la que se había logrado alcanzar con la Diablo Rojo, la nave prototipo más avanzada de la Confederación hasta la
fecha. Diseñada para llevar a cabo investigaciones de propulsión en el Hiperespacio,
había conseguido adentrarse unos segundos en el quinto nivel energético.
A bordo
de la Lillihan todos estaban
eufóricos. Ni en sus más locos sueños habrían creído posible lo que acababa de
suceder. Ninguno de ellos había esperado vivir lo suficiente como para ver un
agujero de gusano con sus propios ojos. Decidieron esperar a que Fénix
se recuperase del todo y después volverían a casa con un nuevo hipersalto.
Tardó
casi cinco minutos en volver a ser el mismo. Y eso que lo estaban ayudando
desde la nave. Supusieron que los oberones no usaban aquel sistema de viaje
alegremente, sino que tan sólo lo hacían en caso de estricta necesidad. No sólo
les exigía un enorme esfuerzo energético; además les provocaba un dolor atroz y
los dejaba “para el arrastre” durante bastante tiempo. En aquellas condiciones
eran vulnerables a cualquier ataque, aunque los humanos ignoraban si un ser de
aquellas características tenía depredadores naturales.
Emocionados,
le enviaron una transmisión cargada de gratitud por el regalo que les había
hecho y por el esfuerzo que le había costado.
Cuando
estuvieron seguros de que el oberón volvía a estar en plena forma, encendieron
motores y trazaron un nuevo rumbo, arrastrándolo con su propia seda, que aún
permanecía adherida a la proa de la nave y al hocico del animal. Éste se dejó
hacer dócilmente. Sintió que la Lillihan volvía a abrir una ventana a
través de aquella dimensión exótica que había conocido un rato antes. Sin
embargo, percibió que ésta vez la energía generada por la nave era mucho mayor,
y se preparó para disfrutar de la sensación.
Se sentía
feliz. Había experimentado un montón de cosas nuevas y conocía mejor que nunca
a sus pequeños amigos. Y ahora, iba a volver a pasar por aquel ambiente extraño
que tanto lo había sorprendido y entusiasmado. Forzó sus sentidos al máximo,
pues sabía que iba a permanecer allí dentro bastante más tiempo que antes.
Esta vez
no se iba a perder ni el más mínimo detalle.
[1] Ese procedimiento se usó con el telescopio espacial Hubble, lanzado a la
órbita a finales del siglo XX, para recubrir y proteger su delicadísimo espejo
primario. Otros telescopios espaciales posteriores también han recibido ese
tratamiento, como el Chandra, el Spitzer o el Kepler. (N. del A.)
[2]
Cuando
se entra o sale por una ventana de Hiperespacio se experimentan unas
aceleraciones titánicas. Pero como una pequeña parte del espacio normal,
delimitada por el campo de integridad, también viaja con la nave, las fuerzas
dinámicas no afectan al contenido de la burbuja. Realmente, la aceleración sólo
es un efecto óptico, pues lo que se interna en una ventana hiperespacial sale
exactamente a la misma velocidad a la que entró. De ésta manera se soportan
energías cinéticas que sería imposible controlar en condiciones normales y que
vaporizarían la embarcación instantáneamente (N. del A.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
El contenido de esta historia está abierto a toda persona que desee disfrutar de su trama. Se admite cualquier comentario relacionado y críticas constructivas, en tanto en cuanto estos se mantengan dentro de unos límites adecuados de corrección.
Todo comentario ofensivo (hacia cualquier persona o colectivo), inapropiado o fuera de lugar será inmediatamente suprimido.
El contenido está protegido por Derechos de Autor, con todo lo que ello implica.
Espero que disfrutéis de la historia y que realicéis buenos aportes en ella.
Saludos!