—Se dice a
veces que el hecho más insignificante puede desencadenar una reacción de
consecuencias imprevisibles. Antaño se llamó a esto “Efecto Mariposa”. Era una
curiosa y elegante forma de explicar, de manera comprensible, algo tan
retorcido como la Teoría Matemática del Caos a cualquier persona, aunque
careciese de formación al respecto. Se decía que el batir de las alas de una
inofensiva mariposa en un extremo del mundo podría provocar un huracán en el
otro. El ejemplo, evidentemente, es muy poco probable, pero la esencia de la
cuestión es que, en un sistema complejo, el más leve e intrascendente cambio en las condiciones iniciales
puede alterar completamente el resultado final.
“Esto, señoras y señores, es
lo que ocurrió hace dos semanas. Aunque no fue precisamente una alteración
insignificante. Los fantásticos hechos que rodearon la prueba de vuelo de Fénix
han revolucionado todo lo que creíamos saber. De hecho, algunos supuestos ha
habido que tirarlos directamente a la basura. Y otros ha habido que revisarlos
profundamente.
“El análisis de los datos
recogidos por la tripulación de la Lillihan durante la ya famosa prueba
aún están siendo analizados. De hecho, se tardará algunas semanas en sacar unas
conclusiones generales. Hay material para años de estudio concienzudo. Pero, a
la vista de los resultados preliminares, sí puedo asegurarles una cosa sin
ningún género de duda: hemos aprendido más en éstas dos últimas semanas que en
todos los años que hace que habitamos en la Colonia.
“Según el equipo dirigido
por el señor Max Andretti, nuestro amigo espacial nos ha abierto una fascinante
ventana al Universo, una que quizá habríamos tardado siglos en descubrir.
Andretti dice que el oberón le ha mostrado un camino de posibilidades
infinitas. De hecho, ya están trabajando en unos doce proyectos distintos,
desarrollados a partir de los datos analizados. No ha querido anticipar ninguna
información al respecto pero, ante mi insistencia personal, me ha facilitado
una pequeña exclusiva: al parecer, uno de los dispositivos que está
desarrollando permitiría, por fin, cartografiar los límites de la Barrera. Y
con apenas unos metros de margen de error.
Un fuerte murmullo de
asombro e incredulidad recorrió el auditorio, en silencio hasta aquel momento. Todo
el mundo sabe que la Barrera es indetectable para cualquier sensor conocido.
Absorbe por completo cualquier energía incidente y no emite nada. Tan sólo irradia
una débil luz azul que le da una apariencia nebulosa. Como no se puede
detectar, no es posible establecer la distancia que separa a una nave de ella,
por lo que siempre hay que actuar con mucha cautela en sus proximidades.
A
simple vista, en el espacio no se tienen referencias de distancia, por lo que
un jirón de Barrera que sea visto ante una nave, podría estar situado a mil
metros o a cien mil kilómetros. Y, con solo rozarla, la nave queda varada
sin remedio. Si una embarcación que navega por el Hiperespacio la atraviesa por
error, el túnel se rompe y la embarcación vuelve al espacio normal, dentro de
la nebulosidad azul. Queda atrapada en el interior del Muro sin energía y sin
poder enviar ni siquiera una transmisión de socorro. Sus tripulantes mueren en
muy poco tiempo, a menos que la inercia y la suerte saquen la nave de allí en pocas horas.
Por tanto, un sensor capaz
de mostrar la Barrera y establecer las distancias hasta sus fronteras, sería
uno de los avances técnicos más importantes y valiosos de todos los tiempos.
Los murmullos fueron
cobrando intensidad entre los presentes, hasta que en algunos puntos de la sala
se empezaron a producir acaloradas discusiones. La persona que ocupaba el
estrado guardaba silencio, pues no podía proseguir en aquellas condiciones. El
moderador de la sala de conferencias trataba inútilmente de llamar al orden a
los allí reunidos. Poco a poco, la situación empezó a salirse completamente
fuera de control.
Entonces se oyeron dos
potentes detonaciones y, simultáneamente, dos destellos iluminaron fugazmente
la sala. En el techo de la estancia habían aparecido dos grandes marcas
ennegrecidas y varios trozos de mamparo cayeron al suelo. La concurrencia
enmudeció al instante.
Un espacio vacío se fue
formando lentamente alrededor de una persona, en medio del gentío. Cuando todos
miraron hacia allí, el asombrado silencio se volvió aún más denso y tirante.
Enfundada muy erguida en una
gabardina larga y ceñida de cuero negro, sin abrochar, con el largo pelo
castaño suelto sobre los hombros y la cara, las piernas tensas y algo separadas
y una pistola de impulsos aún humeante en su mano derecha apuntando al techo,
estaba la imponente figura de Catherine Branighan.
La comandante del Aries
alzó lentamente la cabeza, con los ojos brillantes de furia, a la vez
que bajaba la pistola. Con un rápido movimiento circular al más puro estilo Western la enfundó. A continuación
habló con una calma muy poco tranquilizadora.
—¿Qué les parece a todos
ustedes si mostramos un mínimo de respeto y dejamos que acabe su informe?
—dijo, señalando con un movimiento de la cabeza hacia el atril.
Poco a poco, con las miradas
desorbitadas por la sorpresa y el estupor, los presentes fueron volviendo a sus
asientos ordenadamente, lanzando fugaces miradas recelosas a la comandante.
Cuando todos estuvieron sentados, Catherine adoptó una postura más relajada y
miró sonriente hacia el estrado.
—Continúa, por favor.
—Gracias, Catherine.
—No se merecen. De vez en
cuando hay que recordar las buenas costumbres a la turba. —contestó con una sonrisilla sarcástica. Sus ojos destellaron
con severidad, como desafiando a los demás a que alguien volviese a perder la compostura.
La persona que ocupaba el
estrado se tomó unos instantes de respiro, se alisó la ropa y continuó con su
informe.
—Tras descubrir que los
oberones son capaces de detectar, estabilizar, controlar y utilizar los
agujeros de gusano, nos hemos volcado de lleno en el estudio de esas
habilidades para tratar de crear una tecnología capaz de emular lo que Fénix
sabe hacer de forma natural. También estamos tratando de desarrollar algún
método que atenúe o elimine el terrible dolor que siente cuando viaja por uno
de ésos túneles. Aunque realmente no es una investigación en apariencia
prioritaria, los miembros del equipo apostamos por ella con todo nuestro
corazón. Consideramos que, dado lo que Fénix nos ha mostrado y lo
muchísimo que todavía nos puede enseñar, estamos en deuda con él. Una deuda muy
grande. Y pagarla así sería una muy buena manera.
“Somos conscientes de que
algunos de ustedes pensarán que, con los dos años de cuidados tras su rescate y
la reconstrucción de sus extremidades, él sería quien debería estar en deuda
con nosotros. Pero, sinceramente, creemos que ayudarle fue un comportamiento humanitario,
algo que DEBERÍA ser inherente a la propia condición humana... al menos de
quienes quieran seguir considerándose como tales, después de todas las
dificultades por la que nuestra especie está pasando. —Hizo una pequeña pausa, apoyando las manos en el atril y bajando un momento la cabeza. Se irguió de nuevo.
—Además—continuó—, y siendo
totalmente sinceros, nuestra ayuda no fue del todo desinteresada: pretendíamos
aprender a la vez que lo asistíamos, sobre todo al analizar su coraza. —Elevó un poco más la voz, alzando la barbilla. —¿O no es
cierto que se presentó al comité una propuesta de investigación para obtener un
buen pedazo de armadura, con el fin de estudiarlo e intentar crear una nueva
clase de paneles para los cascos de las naves?
Un murmullo de consternación
y desaprobación recorrió la sala, aunque no fue muy multitudinario. Parecía que
no todo el mundo estaba en desacuerdo con la reprobable idea. La comandante
Branighan carraspeó levemente y el murmullo se detuvo en seco.
Haciendo un esfuerzo
sobrehumano por contener la risa, continuó su exposición.
—Creo que a veces no estaría
de más recordar que tuvimos que evacuar la Tierra precisamente por creer que
todo aquello que existía tan sólo estaba allí para nuestro propio beneficio.
Nos pasamos siglos diciendo: “sólo es un río... el mar es muy grande... son
animales, ni sienten ni padecen... el Progreso exige sacrificios... vamos a
acercar un gran asteroide a la órbita terrestre y ganaremos miles de
millones...”
"Y el resultado final todos lo hemos sufrido. —Otra pequeña pausa de efecto.
—Aún así no parece que
algunos hayan aprendido la lección, pues a nuestras manos llegaron propuestas
en las que se pretendía tratar a un ser tan extraordinario como Fénix
como un simple objeto al que diseccionar y desmontar. Pero no quiero desviarme
del tema que nos ocupa. La dudosa congruencia y falta de tacto de algunas
solicitudes de investigación no es un tema que deba ser discutido ni aquí, ni
ahora. Si hay que tomar medidas al respecto, no nos corresponde ni a mi equipo
ni a mí juzgar las propuestas ni aplicarles sanción alguna. Para eso hay
miembros de nuestra comunidad mucho más sabios y preparados que yo. Aunque mi
opinión personal ya la conocen.
“Siguiendo con el tema
principal de esta sesión informativa, ninguno de los equipos de investigadores
ha conseguido analizar por completo el inmenso volumen de datos de la Lillihan,
así que no podemos ofrecerles apenas conclusiones ni informaciones, digamos
espectaculares. Pero estamos convencidos de que muchas sorpresas increíbles
aguardan a ser descubiertas, ocultas en algún lugar de esos cristales de datos.
“En cuanto se acabe el
estudio, se convocará otra reunión para dar a conocer nuestras conclusiones definitivas.
“Pero sí puedo anticiparles
que hemos solicitado permiso para utilizar la Elcano, junto a Fénix,
en un viaje de exploración de la región circundante con el fin de cartografiar
los límites de la Barrera. Quizá, en un futuro próximo, incluso sea posible
balizar el entorno de los sistemas Boreas y Deméter para garantizar
definitivamente la seguridad de los vuelos interestelares.
"Asimismo, el Consejo
nos ha solicitado que vayamos hasta el Sistema Yun Thal, para tratar de
cartografiar el peligroso paso de Whania Rum. Eso, como saben, reduciría
notablemente el tiempo de vuelo al Sistema Tilán y evitaría, de paso, acercarse
al territorio naderio y a la amenaza que ello implica para los cargueros.
“Calculamos
que el viaje de reconocimiento tendrá una duración de entre cuatro y seis
semanas... siempre y cuando no nos encontremos con alguna sorpresa inesperada,
claro. El gobierno de Vian’har ha prometido poner a nuestra disposición a dos
de sus urisén, a los cuales todos conocen ya, pues han trabajado con nosotros
durante todo el proyecto de curación de Fénix. También se han ofrecido a
poner a nuestra disposición un caza Menloch
para prevenir problemas, aunque éste extremo aún debe ser discutido.
“Para cerrar ésta sesión
informativa, me gustaría transmitirles una apreciación personal de todo nuestro
equipo. Señoras… Señores… Estamos seguros que la prueba de vuelo de Fénix
de hace dos semanas ha marcado un punto de inflexión en la historia de la
exploración espacial y la astronáutica. Hay un antes y un después de ese día.
Creo firmemente que acabamos de entrar en una nueva Era, tan fascinante y llena
de descubrimientos increíbles, que perdurará para siempre en la Historia.
“Muchas gracias a todos por
su tiempo y su paciencia. Buenas tardes.
Arropada por el aplauso
espontáneo del público y por la ovación que poco a poco fue creciendo en la sala,
Mónica Llanos recogió su tableta de pantalla táctil y bajó del estrado con un
sugerente contoneo de caderas. El ajustado mono de trabajo del laboratorio se
adaptaba a su escultural figura resaltando todos sus movimientos. Aunque la
chica no tenía ninguna intención de resultar sensual en aquella ocasión, su
cuerpo se movía de la única manera que sabía hacerlo, y buena parte de la
concurrencia masculina no pudo evitar fijarse en sus movimientos al bajar la
escalera. Y también algunas mujeres.
En el pasillo, en la sombra,
estaban Alexia, Li y todo el resto de su equipo de investigación, que la
abrazaron y felicitaron. Eran momentos muy felices e intensos en sus vidas, que
ninguno de ellos olvidaría jamás.
*
—Desactivando hipermotor...
¡ahora! Regresando a espacio normal —confirmó Mónica, que, como siempre,
pilotaba la fiable embarcación.
Con un intenso destello
luminoso, los tres objetos salieron del hiperespacio como una exhalación, decelerando
instantáneamente. La Elcano, Fénix y el Ereun, el caza
asignado por los vianhios a la expedición, volaban en perfecta formación. Como
en aquella región los campos magnéticos eran débiles, la nave exploradora mantenía
sus rayos tractores focalizados sobre el oberón, remolcándolo con suavidad.
—Hipersalto concluido con
éxito. Según el programa de Cartografía Estelar, estamos justo en la posición
deseada—indicó Li.
—¿A qué distancia estamos de
la Barrera?—preguntó Annevar mientras se levantaba y miraba por una de las
ventanas.
—A unos quince mil kilómetros,
a estribor. Vamos a acercarnos tanto como podamos, para calibrar el
sensor.
En apenas una hora las
dos naves, guiadas por el oberón, se acercaron todo lo posible a la Barrera, frenando su avance hasta casi detenerse en relación a la
trémula nebulosidad azul, que desde tan cerca se perdía de vista en todas las direcciones.
—¿Qué dice Fénix? ¿Estamos cerca? —preguntó Luar.
—Según él, a unos
trescientos metros.
—Buf… Eso sí que es rozar el
peligro. Espero que no estemos forzando mucho nuestra suerte.
—Confío plenamente en él. Y
en el aparato de Max. Vamos con las pruebas. —Mónica se sentía pletórica. Estar
allí, tan cerca del peligroso muro azulado, con Fénix, sus amigos y con la oportunidad de hacer historia… Era algo
que no tenía precio.
—A ver… Trescientos metros…Y
nos separan de él otros cincuenta metros, más su grosor... calculo que nos
encontramos a trescientos setenta y cinco metros del Muro —terció Li. —A ver si
Max ha hecho los deberes y su sensor experimental funciona.
—Iniciando el programa de
control del SRB[1].
Carga finalizada. Sensores reseteándose y calibrándose. Fase completada. El sistema
está operativo y todos los indicadores en verde. Listos para la prueba—fue
indicando Klaus, desde el puesto de Navegación.
Era un joven de veintisite
años, alto y corpulento. Se mantenía en muy buena forma física y había sido un
excelente estudiante. Las sondas que llevaba la Elcano para aquella
misión habían sido diseñadas por él. Tenía el cabello castaño y largo, y en sus
ojos de color miel brillaban una viva inteligencia y una integridad
indestructible. Era un muchacho risueño, generoso y amable, aunque su mandíbula cuadrada
y sus grandes manos daban una cierta sensación de dureza, producto quizá de su
ascendencia germana.
—Activa el sistema de
rastreo y dame lectura de distancia, por favor —pidió Mónica.
En el casco de la nave,
sobre la cabina, el equipo de Max había instalado un contenedor fusiforme de
unos dos metros de largo. Las dos compuertas que poseía se deslizaron hacia los
lados y dejaron a la vista un complejo aparato. Una parte del artilugio,
vagamente parecida a una seta con espinas, se elevó medio metro por encima del
contenedor y una leve luminosidad rojiza lo envolvió. El equipo sensor estaba
activo.
Klaus, sentado ante las
pantallas del puesto de Navegación, centraba toda su atención en el monitor que
mostraba los datos recogidos por el SRB. Tres segundos después de haber
activado el sistema, llegó el resultado. Según el dispositivo la Elcano
se encontraba a trescientos sesenta y ocho metros del punto más cercano a la
Barrera. Pero el aparato no servía sólo para medir distancias. El barrido del
sensor, que funcionaba de una manera parecida al radar, había generado una
imagen de la zona próxima del Muro de cincuenta por cincuenta kilómetros. En la
pantalla aparecía una vista esquemática tridimensional, con tres triángulos
verdes sobre fondo negro que simbolizaban las dos naves y el oberón, y una
superficie vertical muy irregular de color azulado que representaba la Barrera.
Un grito de triunfo brotó de
las gargantas de los seis ocupantes de la cabina de la Elcano. El piloto
del Ereun también se sumó a la alegría general.
—Bien. Parece que funciona,
pero vamos a calmarnos un poco. Hemos de sondear la zona para tratar de
calibrar mejor el sensor —apuntó Mónica con los ojos brillantes de emoción.
El caza se colocó cerca del
oberón y ambos permanecieron a la espera. Entretanto, la Elcano se
acercaba lentamente, usando sus propulsores de actitud, a unos cien metros de la posición de la Barrera marcada por el sensor.
De la bodega del costado de estribor salieron tres sondas, de un metro de
diámetro, unidas a la nave mediante cables. Se colocaron en vertical junto al
casco. Un fino haz de repulsión las mantenía separadas entre sí, de forma que
el movimiento de la nave no variase su posición.
La embarcación se desplazó
paralelamente a la nebulosidad azulada del Muro, mientras las sondas se
desplegaban. En realidad, cada sonda contenía un largo cable con unas bolas del
tamaño de una ciruela cada medio metro, como un collar de perlas. En el extremo
había un pequeño módulo de propulsión, que mantenía el cable tenso y lo
obligaba a desplazarse a la misma velocidad que la nave. Cada bolita emitía una
señal de radio continua y característica. Una vez extendida, cada sonda medía
unos cien metros de longitud y tenía el aspecto de una larga antena rígida.
Los módulos impulsores
equilibraron las tres sondas de forma que quedaron perfectamente
perpendiculares a la Elcano. La embarcación se encontraba a setenta
metros del límite teórico de la Barrera. A simple vista no podía distinguirse
nada especial. Sólo se veía una trémula luminosidad azulada, uniforme y sin
ningún rasgo distintivo. Pero según el SRB el horizonte era fuertemente
irregular; presentaba hondonadas, salientes, grietas, picos afilados y
proyecciones deshilachadas.
Los módulos de impulsión
estiraron de las sondas mientras los cabestrantes se soltaban a la misma
velocidad. Empezaron el mapeo en lo que el sensor de Max había catalogado como
una depresión de unos veinte metros de profundidad, tomando como referencia la
distancia media al horizonte, el llamado nivel cero de aquella exploración, según consenso. Cada sonda se situó de
manera que el punto medio del rosario de bolitas coincidiera con el nivel cero
marcado por el sensor. Entonces, el SRB empezó a efectuar un nuevo barrido,
pero restringido a un haz en forma de abanico de tres metros de ancho y cien
metros de alto.
Simultáneamente, la Elcano
se puso en marcha a una velocidad muy reducida y los módulos de impulsión de
las sondas equilibraron el movimiento. Acto seguido, se apagaron todos los
motores de la nave y de los dispositivos de sondeo.
La embarcación avanzó
llevada por su propia inercia, al igual que las tres sondas, que parecían largas
varillas rígidas de cien metros adheridas al costado de estribor. La depresión
detectada por el SRB se terminó y las sondas se sumergieron en la Barrera. Sus
puntos centrales deberían haber coincidido matemáticamente con la distancia
media al Muro, pero los datos de los dispositivos detectaron un error de unos
siete metros.
—Bien, hay que recalibrar el
sensor. Desplazaré la nave lateralmente esos siete metros. Ereun, aquí
la Elcano. ¿Me recibes? —llamó Mónica.
—Afirmativo. Te escucho con
claridad —confirmó Naler, el piloto del caza vianhio.
—Te necesitamos. Quiero que
te coloques en paralelo a nuestro lado, por la banda de babor, a cincuenta
metros exactos. Voy a mover la nave lateralmente siete metros hacia ti y
necesito que midas nuestra separación con la máxima precisión—explicó la
joven.
—Recibido. Inicio la
maniobra.
—Luar, preparado para
recalibrar el SRB según los datos suministrados por las sondas.
—Ningún problema. Lleva la
nave a su posición y yo me encargo del resto—afirmó Luar.
El caza activó su propulsor
central y el piloto, con una gran demostración de habilidad, trazó una elegante
curva y se colocó justo en el punto deseado, al lado de la nave exploradora.
Tan sólo tuvo que corregir levemente su posición con los motores de maniobra y
las dos naves navegaron en paralelo, a la misma velocidad y con una separación
entre ellas de cincuenta metros exactamente, según el radar.
Acto seguido, Mónica inició
su maniobra. Manejando los mandos con una suavidad y precisión asombrosas, la
gran nave se fue desplazando de costado uniformemente, centímetro a centímetro.
—Cuarenta y seis metros,
Mónica. Faltan tres —informó Naler.
—Recibido.
—Cuarenta y cinco metros...
—dijo el piloto del caza al cabo de unos momentos. Mónica no contestó.
—Cuarenta y tres metros y
medio.
—Retroimpulsión.
Equilibrando posición. Los cables de las sondas no han perdido la tensión.
Naler, confirma la distancia.
—Cuarenta y tres metros y se
mantiene. Creo que lo has conseguido. Como siempre. Nunca he conocido un piloto
como tú, Mónica. —Su voz sonó sinceramente admirada.
—Gracias, hombre. Pero no
hace falta que seas condescendiente conmigo. No soy mejor que tú—respondió ella, un poco azorada.
—No era un halago galante,
sino un reconocimiento merecido, de piloto a piloto. Y tú no te hagas la
modesta, que sé que te gusta que te digan esas cosas.
—Tienes razón. Gracias, de
verdad. Sigamos con lo nuestro, anda. Luego te invito a algo a bordo para darte
las gracias.
—Acepto. Te lo recordaré, no
lo olvides. —El tono de su voz a través de la radio sonó divertido. Mónica sonrió levemente.
Durante las siguientes horas
las dos naves y el oberón recorrieron unos cinco mil kilómetros de la Barrera.
Tuvieron que efectuar algunas correcciones, pero en general la navegación fue
tranquila. El SRB recalibrado coincidía con las lecturas de las sondas con
apenas medio metro de margen de error, el mismo que separaba cada emisor en los
cables.
El sistema de sondeo era muy
sencillo. Cuando cualquier aparato entra en la Barrera, queda muerto, y se
reactiva inmediatamente cuando sale de ella. Como los emisores esféricos eran
independientes unos de otros, sólo se desactivaban los que se sumergían en la
nebulosidad azul. Sabiendo cuáles quedaban momentáneamente fuera de servicio,
se sabía la cantidad de sonda que permanecía sumergida en la Barrera en cada
momento. Conociendo la longitud de la sonda y la longitud del cable de
arrastre, era muy fácil saber a qué distancia se encontraba en cada instante el
horizonte del Muro de fuerza.
Fénix, por su parte, también
captaba las múltiples señales de las sondas y las emisiones del SRB, tan
parecidas a las que él utilizaba. De ésta manera, comparando sus capacidades
con las de la tecnología usada por los Pequeños, aprendió a afinar mucho más en
su valoración de las distancias. De hecho se volvió tan preciso como los
sistemas artificiales de sus amigos.
—Entonces, estamos todos de
acuerdo.
—Sí. Creo que el SRB está
perfectamente calibrado. Pienso que deberíamos recoger las sondas y guardarlas.
—Erin, por favor, ¿te
encargas tú de recogerlas y revisarlas?
—Ningún problema —dijo ésta alegremente,
levantándose de un salto y desapareciendo por el pasillo de acceso a la
cubierta inferior.
Erin Stevens era una muchacha menuda y delgada, de
cara ovalada suavemente enmarcada por un fino cabello rubio y liso, cortado en media melena un poco asimétrica, y ojos
infinitamente verdes. Era una joven muy atractiva, que transmitía una
apariencia de fragilidad y delicadeza. Pero era tan sólo una ilusión, pues
poseía una rapidez y agilidad felinas y una resistencia física increíble. Era
muy buena en artes marciales, que practicaba desde niña.
Nadie lo sabía, pero
podría llegar a ser fría y letal si se encontrase en una situación desesperada.
En el trato diario era una joven alegre, noble y activa, un terremoto de
alegría y optimismo. Debido al inquebrantable sentido del honor con que había
sido educada, todavía no había nacido la persona que pudiese pisarla
impunemente. Sabía reconocer sus errores sin ningún reparo pero, cuando tenía
razón o se merecía algo, nadie podía interponerse. Si veía una injusticia se
convertía en una indomable fuerza de la Naturaleza, capaz de agitar los
cimientos mismos de la Ssociedad si no se reparaba el agravio inmediatamente.
—Fénix ha adquirido
una notable precisión en su forma de medir las distancias, así que podríamos
pedirle que controlase nuestros datos. Es posible que, al aumentar la
velocidad, las lecturas sufran alguna distorsión. Es un sistema experimental y
puede sufrir muchos fallos todavía. Habrá que realizar muchas pruebas antes de
que se pueda instalar ésta tecnología en todas las naves —razonó Li.
—Está bien. Hablaré con él a
ver qué le parece. La nave es tuya, Annevar—dijo Mónica, sonriendo al vianhio y dirigiéndose hacia la
consola de comunicaciones.
—Gracias. Siempre había
querido pilotar la mítica Elcano.
—Conozco de memoria cada
desconchón en la pintura. No quiero ver ni un solo arañazo de más, o lo
lamentarás de veras —lo amenazó Mónica mirándolo de soslayo y amenazándolo con un dedo. Pero su divertida sonrisa desmentía sus
palabras.
La joven se sentó en el
puesto de comunicaciones y habló con el oberón. El ordenador tenía instalado un
programa que transformaba las palabras, la entonación y la cadencia de la voz
en impulsos de radio codificados en el lenguaje común, a la vez que el operador
podía emitir unas señales especiales que copiaban las transmisiones de
emociones del oberón. En sentido contrario, el sistema descifraba las señales
emitidas por Fénix, transformándolas en palabras habladas a través del
altavoz.
Por supuesto, el lenguaje que usaban para comunicarse había sido
creado artificialmente y se debía hablar de una forma sencilla, pues aún era un
poco limitado. Pero con la interacción diaria, se volvía más rico y extenso por
momentos. El oberón no podía entender el habla humana en toda su complejidad, y
los humanos no habían podido descifrar completamente la forma natural de comunicarse del
animal. Así que crearon entre todos un lenguaje intermedio que sirviese a
ambos, con ayuda de la tecnología. Para evitar errores y malentendidos, las
comunicaciones entre naves se realizaban en una frecuencia distinta a las que
se mantenían con el oberón, aunque éste podía llamar a las naves en la
frecuencia acordada para sus comunicaciones. Si lo hacía, el programa se activava automáticamente y se podía hablar con él.
Pulsó el botón especial de
la consola que indicaba al ordenador que el operador deseaba establecer
comunicación con el animal. Erin acababa de regresar a la cabina, y se acercó a
Mónica para ver cómo lo hacia. La joven empezó a hablar.
—Hola Fénix, cariño—dijo Mónica alegremente, a la vez que emitía la señal de entusiasmo.
—Hola, Mónica. ¿Bien? ¿Pruebas bien? (Jovialidad)
—Sí, va todo bien, sobre todo gracias a tu ayuda. Oye, necesito que nos hagas un pequeño favor. (Esperanza)
—Dime. ¿Qué es?(Expectación)
—Mira, vamos a recoger las sondas y a medir la Barrera sólo con el sensor de Max. Pero no sabemos si
funcionará bien con la velocidad o los cambios de energía de aquí. Necesitamos
un punto fijo para comparar. Y tú eres perfecto para eso... (Orgullo)
—Comprendo. Haré todo que pueda. Yo ayuda lo
que ser necesario, ya sabes. (Satisfacción)
—Esto es lo que vamos a hacer. Mantendré la nave en
un rumbo fijo a lo largo de la Barrera. Quiero que te pongas un poco por
delante de la nave, y que mantengas nuestra velocidad y distancia en todo
momento. Mide la distancia entre la Barrera y tú tantas veces como puedas, lo
mejor que puedas. Y me transmites los datos tan rápido como puedas. ¿Lo has
entendido? (Anhelo, Ilusión)
—Creo sí. Quieres comparar lo que yo siento
con lo que siente la máquina. Para funcione bien. (Ligera Inseguridad).
—Eres increíble, cielo.
Estoy segura de que lo harás muy bien. (Confianza)
—Gracias. Vamos.
—Voy a prepararlo todo. ¿Sabes que te quiero muchísimo? (Cariño)
—Sí. Esa es emoción muy compleja. En los
Oberones hay, pero sencilla. Yo también quiero tú. (Ternura, Compenetración)
—Lo sé. Vamos a ello. —Había que seguir puliendo el
sistema de traducción. La gramática de las frases no acababa de ser muy
adecuada. El ordenador no podía interpretar todas las sutilezas de las
transmisiones de Fénix y, por ello, a
veces daba resultados poco elegantes.
—Adelante. (Determinación)
Mónica abandonó la consola
de comunicaciones y se dirigió hacia el puesto de pilotaje. Annevar le cedió amablemente
el asiento cuando la chica le puso suavemente la mano en el hombro. El joven
vianhio no pudo evitar que su mirada se deslizase, durante un momento, por el
pecho y las caderas de la humana cuando ella pasó a su lado. Aunque pertenecían
a especies diferentes, las formas corporales de ambas eran lo suficientemente
próximas como para ser compatibles y provocar atracción. Y Mónica era una mujer
tan bella y deseable para un vianhio como lo podía ser para un humano. Más aún
por la característica única de las humanas de poseer pechos permanentemente
plenos. Apartó la mirada rápidamente, avergonzado.
“Es una mujer casada y madre de familia. Mi interés no es correcto”,
pensó.
Volvió a su asiento
sonriendo, tratando que nadie notase su turbación. Como no percibió ninguna
reacción de las personas que lo rodeaban, dio por hecho que nadie se había dado
cuenta de su mirada furtiva. Su órgano empático no pudo captar ninguna emoción
dirigida a él. Se equivocaba. Erin se había percatado de todo pero,
acostumbrada a controlar sus emociones cuando practicaba artes marciales, se
mantuvo impasible. De esa manera, Annevar no fue consciente de la perspicacia
de la muchacha.
Y el sexto sentido de
Mónica, ése que toda mujer posee, también la avisó del momentáneo interés del
joven y de su posterior turbación. Pero ella no le dio ninguna importancia y no
hizo el menor gesto que delatara que había sentido los ojos de Annevar
recorriendo su cuerpo. Le tenía un gran cariño al joven vianhio y no sería ella
quien lo avergonzase aún más. De todas formas, aunque un poco a su pesar por su
personalidad sencilla, estaba más que acostumbrada a que los hombres se girasen
al verla. Le halagaba la admiración limpia y sincera, pues era muy consciente
de su atractivo, pero a veces se sentía sucia y disgustada cuando algún
indeseable la desnudaba lascivamente con la mirada. En aquellos casos adoptaba
involuntariamente una postura erguida y rígida que transmitía dignidad y
desprecio a partes iguales.
Como no era el caso, sonrió
para sus adentros y no dijo nada. Se limitó a sentarse en su asiento, comprobó
rápidamente los indicadores y las pantallas de datos y cogió los dos mandos que
controlaban el vuelo de la nave. Cuando se colocaba en su puesto y sentía en
sus manos las palancas de control, Mónica experimentaba un cambio sutil pero perceptible en su interior. Le
encantaba la sensación. Su mente funcionaba con una precisión exquisita, su
concentración aumentaba notablemente y sus sentidos se afinaban. Podía sentir
la nave en toda su longitud, cada pieza, cada reacción, como si se fundiesen en
una sola entidad. La Elcano y ella eran perfectas la una para la otra.
La estrecha sincronización que lograban ambas no se había observado en ninguna otra combinación
de naves y pilotos.
Comprobó la posición de Fénix.
Una sonrisa asomó a sus labios. Estaba justamente en el lugar en que debía
estar. La pantalla de Klaus mostraba un enorme volumen de datos. La inteligente
criatura estaba realizando un trabajo excelente. La navicomputadora se ocupaba de
procesar las mediciones del SRB y de contrastarlas con las lecturas enviadas
por el oberón, mientras Mónica mantenía la nave en un rumbo rectilíneo sin
ninguna desviación. El Ereun se situó a diez kilómetros por detrás de la
Elcano y mantuvo la posición todo el tiempo.
Se desplazaban paralelamente
a la Barrera, variando la velocidad y anotando los cambios energéticos y de
radiación en el ambiente. También monitorizaban el funcionamiento de los
sistemas del sensor, para detectar incoherencias. Mantuvieron aquella forma de
proceder durante unas dos horas. Entonces, llamaron a Fénix para
informarle de que aquella parte de la prueba había finalizado. Era el momento
de comparar los datos recibidos y ver si el sensor sufría alguna alteración.
La nave exploradora, el caza
y el oberón se acercaron entre sí. Según el programa de Cartografía Estelar, se
hallaban a un minuto luz de un pequeño campo de asteroides. Decidieron
desplazarse hasta allí para que Fénix se relajase un rato, mientras
hacían las comprobaciones. Además, les serviría para llevar a cabo la siguiente
parte de la prueba.
El caza vianhio se acopló al
anillo de atraque ventral de la Elcano y los anclajes lo inmovilizaron
contra el casco, mientras se conectaba a la red principal de abastecimiento de
la nave exploradora y optimizaba sus reservas.
El oberón, por su parte, se
situó tras ella. El rayo tractor lo atrapó y la nave cambió su rumbo hasta
orientarse en la dirección deseada. A una velocidad máxima de mil kilómetros
por segundo, tardarían unas cinco horas en llegar. No podían acelerar más
porque no había suficiente distancia para ello, ni para frenar después. No
valía la pena gastar tanto combustible y arriesgarse a recibir algún impacto
inesperado. Un cortísimo y preciso hipersalto y estarían allí en segundos. Tras
hacer unos cuantos cálculos, Mónica activó el hipermotor y la pequeña comitiva
desapareció de la zona a través del desgarrón de oscuridad.
*
—¡Ya tenemos los resultados
de la comparación de datos, chicos! —gritó eufórica Erin. Con aquella muchacha
alocada era imposible aburrirse.
—Pues vamos a verlos, ¿no?
—preguntó Luar.
—Klaus, pasa la información
a la pantalla principal, por favor—pidió Mónica con una sonrisa.
—Enseguida, guapa —la
piropeó, mirando de reojo a Li con una sonrisa burlesca en los labios.
—Algún día me voy a tener
que poner serio con todos estos jovenzuelos. Habrá que darle a alguno un
toquecito de atención. Eso sí, con educación, con suavidad y con garrote—dijo
éste, riéndose... aunque sus ojos sonreían un poquito menos.
—Menos mal que ha dicho con
suavidad. No quisiera ver qué usaría si se enfadase de verdad—le susurró Klaus
a Annevar al oído. Luego ambos estallaron en carcajadas.
—¿Se puede saber qué os hace
tanta gracia?—preguntó Li, suspicaz pero divertido.
—¡Oh, nada en particular!
Tan sólo comentábamos tu exótica manera de entender la delicadeza... De todos
modos, estarás de acuerdo conmigo en que las dos mujeres de ésta tripulación
son dos auténticas bellezas. No rendir culto a esa hermosura sería casi un
insulto—argumentó Annevar alzando la cabeza con dignidad.
—¡Eh! A mí me dejáis de
rollos. Tengo mucha faena como para, encima, preocuparme en mantener vuestras
galantes intenciones alejadas de mí—se rió Erin. Pero su lenguaje corporal
dejaba claro que se sentía muy halagada.
—No iban a ser precisamente
mis “intenciones” lo que te preocuparía mantener alejadas de ti… —murmuró Klaus
para sí. Pero su grave voz lo traicionó en uno de esos indiscretos momentos de
silencio, y todos lo oyeron, rompiendo a reír sin control. Erin lo miró
fijamente entornando los ojos, con expresión de querer matarlo y sin decir nada. Pero el ligero
rubor de sus mejillas y el brillo complacido de su mirada no pasaron
desapercibidos para el joven. Luego también se unió a la carcajada general.
En aquel momento entró Naler
en la cabina. Había estado un rato descansando y, cuando regresó, se encontró a
las seis personas que la ocupaban riéndose a mandíbula batiente. Las risas se
interrumpieron precariamente durante un instante, cuando el joven apareció en
el umbral. Pero su expresión de sorpresa y su total inmovilidad no consiguieron
sino empeorar la situación. Al cabo de un momento, siete personas se
desternillaban en la cabina de mando de la nave. Y una no sabía ni porqué se
estaba riendo.
Cuando los ánimos se
serenaron y las lágrimas se secaron, se reunieron todos tras los asientos de
Mónica y Luar. La joven tecleó unas órdenes y el parabrisas delantero se
oscureció de repente, volviéndose totalmente opaco. En lugar de verse el
exterior, el cristal se convirtió en una gran pantalla, que empezó a mostrar
columnas de datos, esquemas y un mapa extraño.
Según el ordenador, la recalibración
del SRB había sido todo un éxito. El margen de error era inferior a un metro. Una
tolerancia más que aceptable, pues Fénix no era un instrumento de
precisión, sino un animal con notables habilidades. Era lógico que hubiese una
cierta discrepancia entre las dos lecturas, pero, aun así, los resultados eran
increíblemente próximos.
Un grito de triunfo se
escapó de las siete gargantas. La prueba había sido un rotundo éxito. Y Max era
un auténtico genio. Su sensor era un aparato excepcional, de una precisión
asombrosa. No habían afectado a sus mediciones ni la velocidad, ni los cambios
energéticos ambientales. Tampoco las radiaciones o las variaciones de rumbo. En
todo momento había mostrado un comportamiento excelente.
Se felicitaron entre todos y
mandaron un mensaje a la Colonia, a Max, para elogiarlo y comunicarle las
excelentes noticias. Mónica, por su parte, agradeció a Fénix su
inestimable ayuda. También lo felicitó, sorprendida por la increíble precisión
de sus sentidos.
El oberón se sintió muy
bien, aunque su mente no estaba especialmente preparada para entender los
halagos. Entre su especie existía el agradecimiento, por supuesto, pero no se
acostumbraba a felicitar a nadie por hacer algo bien. Las cosas se hacían como
se hacían, y salían como salían. Las habilidades de cada individuo estaban
puestas al servicio de la supervivencia, no del reconocimiento personal. A
veces, le costaba mucho comprender el funcionamiento de la mente de los
Pequeños. Era vagamente consciente de que, aunque las dos especies eran muy inteligentes,
sus valores y sus procesos mentales diferían notablemente. Tenía la nebulosa impresión que las experiencias y desafíos vitales de cada especie a lo largo del
tiempo condicionaban su forma de pensar. En aquellas que podían pensar con
cierta claridad, por supuesto.
Lo único que podía hacer era
seguir observando y aprendiendo. Confiaba plenamente en su capacidad para
comprender las cosas. Y tenía una firme voluntad de entender a sus amigos. Al
mismo tiempo era perfectamente consciente de que éstos también aprendían
paulatinamente a comprenderlo a él.
Alejó todas aquellas
cavilaciones de su mente y decidió dar una vuelta entre las dispersas rocas del
campo de asteroides. Su olfato captó la presencia de algunos minerales
interesantes por la zona, así que se puso a buscarlos. Mónica le había dicho
que se relajase. No iban a necesitar su ayuda durante un rato, así que lo mejor
era que se divirtiese. Y eso mismo pensaba hacer.
Mientras tanto, a bordo de
la Elcano la actividad era incesante. La tripulación se dedicaba a
tareas diversas. Klaus, Erin y Annevar preparaban informes y ordenaban los
datos de la prueba. Luar y Li se fueron con Naler al anillo de acoplamiento
ventral, para aprender más cosas del caza que estaba atracado allí. Vyla, la navicomputadora, organizaba los terabytes de datos recogidos y los comprimía para su transmisión a la Colonia, mientras mantenía bajo control los sistemas de la nave. Mónica, por
su parte, decidió dar una vuelta para comprobar que todo seguía en
orden. Confiaba ciegamente en la noble embarcación, pero nunca estaba de más
echar un vistazo, por si acaso. Era muy meticulosa en cuanto al mantenimiento
de su nave, pues era perfectamente consciente de que la vida de todos los que
estaban a bordo dependía de ello.
Paseó por la cubierta
principal, la más larga de las tres, sin entrar en los camarotes. Aunque era la
comandante de la Elcano, respetaba la intimidad de los demás. Que cada
uno tuviese su habitación como le diera la gana. No era algo que comprometiese
la seguridad de la navegación. Mientras paseaba, su ojo experto recorría las
conducciones del techo y las juntas de las planchas. Todo estaba bien. No se
apreciaban torsiones ni cambios en las juntas. Las naves se diseñaban de forma
que tolerasen cierta flexibilidad en todas direcciones pues, de lo contrario,
podrían desgajarse ante un esfuerzo intenso. Pero no apreció ninguna alteración.
Si la nave había sufrido alguna torsión, había vuelto dócilmente a su posición
inicial. Sonrió satisfecha. Cada día que pasaba amaba más aquel montón de
metal. La sonrisa se congeló en sus labios al pensar en el amor. Echaba
muchísimo de menos a su niña. Hacía casi tres semanas que no la veía. Cada día
se comunicaban con la Colonia por la onda subespacial. Pero ver a su hija en un
monitor no era ni de lejos lo mismo que abrazarla. La misión aún duraría dos o
tres semanas más, si todo iba bien. Aunque en un principio estuvo tentada en
llevarse a Alexia con ella en la nave, al final decidió, con todo el dolor de
su corazón, no hacerlo. Se acercarían al territorio Naderio y podían surgir
complicaciones. Por nada del mundo se le ocurriría poner en peligro a su hija.
Pero el tiempo pasaba más lentamente de lo que había pensado. Cada día le dolía
más el alma por la separación. Así que trataba de distraerse revisando la nave
y hablando con Fénix, al que quería casi tanto como a un hijo. Un frío
incómodo inundó su corazón y se abrazó a sí misma, mientras seguía caminando
pausadamente.
Llegó al final de la
cubierta principal. Estaba en la precámara de la esclusa de popa. Desde allí
podía subir a la sección de ingeniería o bajar a la cubierta inferior. Decidió
que iría a echar un ojo a los sistemas del hipermotor, pero no usó el ascensor,
sino que subió por la escalerilla del túnel de servicio. Llegó a Ingeniería sin
ver nada raro y se dispuso a comprobar la maquinaria. Aquello estaba lleno de
generadores, bombas de refrigerante, grupos de presión hidráulica...
Pero dos aparatos llamaban
especialmente la atención, uno en cada extremo de la estrecha sala de casi treinta
metros de longitud. Hacia proa había un gran cilindro metálico que se hundía en
el suelo y el techo. Su pared curva estaba fuertemente blindada y de ella
salían multitud de tuberías y cables. Estaba rodeado de sistemas de
estabilización, control y apoyo. Producía un grave y constante zumbido muy suave.
Era el núcleo
principal de energía, un modelo de fusión por sonoluminiscencia.
Estaba lleno
de agua ultrapura muy enriquecida con helio-3 y deuterio, a altísima presión y rodeada por un intenso y complejísimo
campo magnético rotatorio. Una gran cantidad de emisores sónicos de cavitación provocaba
la aparición continua de millones de burbujas en el líquido, que implosionaban menos de un nanosegundo después con fuerza demoledora. Al hacerlo, en el lugar que había
ocupado la burbuja se producía un intenso destello luminoso. La temperatura en
el centro del destello alcanzaba cientos de millones de grados y la presión alcanzaba varios millones de atmósferas, pero todo sucedía durante una minúscula
fracción de segundo. No obstante, era tiempo más que suficiente para que, en
más del sesenta por ciento de las implosiones, se produjera una fusión de núcleos de deuterio y helio-3 o de dos núcleos de helio-3 entre sí (menos del diez por ciento de las veces).
La energía que se liberaba era de dos tipos: una parte era energía
eléctrica pura procedente de la excitación de los electrones de las moléculas
de agua colindantes al destello; la otra procedía de la fusión nuclear
propiamente dicha, y la transportaba un rayo gamma y un neutrino. También se producía un protón libre.
El campo magnético
rotatorio se encargaba de absorber y canalizar el primer tipo de energía y los protones y llevarlos hasta
el convertidor. La electricidad se usaba directamente a través de un sistema de
estabilización y transformación.
Los rayos gamma, por su parte, se conducían mediante complejos sistemas de minúsculos espejos de berilio orientables individualmente, dispuestos en la cara interior de la armadura del núcleo, hasta otro
dispositivo que transformaba aproximadamente la tercera parte en simples
fotones de luz visible, de una energía mucho menor. La diferencia de potencia se
convertía directamente en electricidad de alto voltaje. Una parte importante de los fotones gamma atravesaban los espejos y eran detenidos por el blindaje, que se calentaba. Complejos tubos de refrigerante insertados en la coraza recolectaban ese calor y lo convertían en electricidad en una turbina de gas de ciclo cerrado.
El resto de la energía
gamma viajaba, a través de un conducto blindado y altamente magnetizado, hasta
los grandes condensadores del sistema de alta capacidad, compuestos por una
aleación exótica capaz de almacenar ese tipo de energía sin apenas pérdidas. El
sistema se encargaba de alimentar todos los campos magnéticos de confinamiento,
los escudos, el amortiguador de inercia, el compensador de aceleración, el
campo de integridad y el hipermotor.
Y los protones libres, por último, se usaban también directamente: al ser partículas cargadas, se podían canalizar con campos magnéticos y convertir su carga en electricidad directa, o almacenarlos como materia para su uso en el escudo o la propulsión.
Justo tras el núcleo había dos pequeñas cúpulas, de un metro y medio de alto, fuertemente acorazadas. Eran dos
reactores compactos de fisión nuclear, rodeados por gruesas tuberías de
refrigerante de sal fundida y conectados a una turbina de vapor. Era el sistema de Núcleo Secundario de la
nave, capaz de alimentar sus sistemas principales (exceptuando la
hiperpropulsión) mientras no le faltase materia fisible, normalmente torio. Se usaba en caso de
emergencia, por si el núcleo de fusión sufriese alguna avería, para arrancar los sistemas del núcleo principal tras una parada por cualquier causa o como potencia auxiliar extra.
La embarcación disponía,
aún, de un tercer sistema de alimentación, compuesto por la captación solar del
casco y por las células de energía de la cubierta inferior. Este sistema podía
mantener por sí mismo el soporte vital, durante un tiempo variable. Si la nave
recibía una gran cantidad de luz solar, podía mantener la vida de quince
personas de forma prácticamente ilimitada, siempre y cuando los escudos no se
tuviesen que reforzar. Si dependía sólo de las células, el tiempo oscilaba
entre una y seis semanas, según el estado de carga de las baterías. Pero en la Elcano,
las células de energía siempre se encontraban cargadas al máximo y sometidas a
un estricto programa de mantenimiento. Mónica se encargaba personalmente de
comprobarlas casi a diario.
El otro dispositivo que
llamaba la atención en la cubierta de Ingeniería estaba situado en el extremo
opuesto al núcleo, hacia popa: el hipermotor. Era un aparato de un diseño
extremadamente complejo, rodeado por los grandes condensadores del sistema
generador de ventanas. Éstos recibían la energía directamente de la red de alta
capacidad, la acumulaban y la volcaban en las bobinas primarias,
incrementándola de forma exponencial. Después, cuando era necesaria, esta
energía se liberaba de golpe en el núcleo de hiperpropulsión. La enorme
potencia era concentrada y convertida por el complejo dispositivo en una intensa emisión de
taquiones y se proyectaba alrededor y ante la nave, de forma que el espacio, literalmente,
se desgarraba. De ésa forma se abría una ventana.
El hipermotor en sí era una
complejísima aglomeración de planos de carga verticales, rejillas de
compensación, canales de efecto y varias decenas de cristales de regulación
energética de diversos tamaños. Destacaba en su centro un gran cristal esférico
que emitía una delicada luz violácea. La verdad era que todo el aparato tenía un
aspecto impresionante e incluso bello. No se podía distinguir ni una sola
sección lisa en toda su superficie. Todos los planos estaban recorridos por
intrincados circuitos de cristal. Pero por ellos no corría electricidad, sino energía
gamma pura. El hipermotor estaba rodeado por un grueso cilindro transparente polarizado,
levitando en su interior sin tocar las paredes. Unos imanes superconductores
colocados estratégicamente lo mantenían en su lugar en cualquier situación,
como si estuviese anclado con vigas de acero. En cada extremo del cilindro
había dos dispositivos. El de abajo transfería la energía al centro mismo del
hipermotor, al gran cristal esférico. El de arriba recogía el torrente de
taquiones de alta energía y lo conducía hasta los dos proyectores de ventana.
Un conjunto de estabilizadores, compensadores y canalizadores de carga se
encontraban repartidos por todo el casco para controlar la intensa energía
liberada y, con ella, la deformación del túnel a través del hiperespacio.
*
La necesidad de mantener el
hipermotor en suspensión no es, en absoluto, un capricho o un recurso estético.
La especial naturaleza de la energía creada y emitida por éste dispositivo hace
que no pueda entrar en contacto con la materia convencional de nuestro espacio,
pues no pertenecen a la misma dimensión. A efectos prácticos sería casi como
mezclar materia y antimateria. Tan sólo los cristales de control pueden ser
atravesados por el chorro de taquiones. Su exótica composición y su perfecta
estructura molecular canalizan las hiperpartículas a través de ellos sin que se
produzcan apenas colisiones con los átomos que los forman. Estas colisiones,
que sufren aproximadamente uno de cada cincuenta millones de taquiones, no son
importantes en sí mismas, pues los reguladores se encargan de compensar los
picos de energía producidos, pero provocan una continua e irreparable merma en
la calidad del cristal, y lo va volviendo cada vez más radiactivo. Éste es el motivo por el cual hay que sustituirlos cada
cierto tiempo.
Se lleva un control exhaustivo de cada uno de los casi cien
cristales del hipermotor. Los más pequeños se acostumbran a cambiar cada
doscientas horas de vuelo por el hiperespacio. Los medianos duran entre
trescientas y quinientas. Y los grandes pueden llegar a las ochocientas. El
cristal esférico central es el más importante y el más complejo. Su
extraordinaria calidad lo lleva a soportar, en algunos casos, hasta cinco mil
horas. Sustituirlo es un proceso muy delicado que llevan a cabo robots
especializados. Ni en la Colonia ni en Vian’har hay instalaciones capaces de
realizar esa tarea. Los hipermotores de gran tamaño se fabrican actualmente en
Megger, en el Sistema Tilán, y también se sustituyen allí los cristales
esféricos. Vian’har posee fábricas de núcleos de hiperpropulsión para embarcaciones
pequeñas y medianas, aunque su producción es muy limitada.
Sin embargo, todos los
cristales de gran calidad se fabrican en la enorme instalación orbital de Nerilnia. Es una estación fuertemente blindada que orbita muy cerca
de la estrella Millhan, la rutilante gigante azul del Sistema Keun Hal. La
fábrica usa el abundante material del vasto disco protoplanetario que rodea la
estrella, y la enorme energía que ésta emite, obteniendo así las condiciones
necesarias para la compleja producción de los cristales. Está envuelta por un
potente campo de fuerza que se alimenta directamente con la luz solar de la
gigante azul. Por tanto, la fuente de energía de la estación es ilimitada. El
campo de fuerza se extiende unos cinco mil kilómetros por detrás de la
instalación, para que las naves de transporte dispongan de un entorno seguro en
el que salir del hiperespacio. De otra manera, tanto las tripulaciones como las
embarcaciones podrían sufrir graves daños, tanto por impactos como por la monstruosa radiación del entorno.
La fábrica fue diseñada por
los Amos y construida por los vianhios y por los meggios. Pero fue durante la
Edad de la Esclavitud, bajo el yugo de los invasores y para provecho de éstos. Decenas de miles de personas murieron durante su montaje y puesta en marcha. Tras la
liberación, la instalación fue aprovechada y reacondicionada. Ahora funciona
con personal mínimo, pues está muy automatizada. Las tripulaciones se rotan
cada dos semanas, para que puedan eliminar el estrés que produce estar tan
cerca de una fuerza tan indómita y letal como una estrella gigante azul.
La Confederación también ha construido algunas instalaciones de investigación y manufactura de hipercristales. Pero su calidad es muy inferior a los de Nerilnia, y sólo aguantan pequeños saltos de emergencia.
*
La joven sonrió satisfecha.
Todo parecía en orden. No pudo localizar nada que la preocupase, ni ningún
ruido extraño. A pesar de los años que la nave llevaba en el espacio, estaba en
perfecto estado. Era una de las embarcaciones más veteranas que había
actualmente en la Colonia. Había sido construida en la Tierra, antes de la
evacuación. Estaba formada por las partes de diversos vehículos, ensamblados
entre sí. La totalidad de la cubierta de mando pertenecía al tercio anterior
del fuselaje de un Boeing 7117X, un avión suborbital hipersónico construido en 2.029. El
cuerpo central provenía de un barco militar, un navío de doble casco
sumergible. La parte trasera había sido construida desde cero. Y los cuatro motores
principales no eran los originales. Al principio la Elcano equipaba
cuatro motores cohete fijos. Los actuales habían sido instalados hacía treinta
y cinco años, así como el compensador y los sistemas de hiperpropulsión. La
nave había sido fuertemente modificada desde su construcción original, pues
muchos sistemas no se conocían hasta que se establecieron relaciones con los vianhios.
La Elcano había transportado a casi cien personas durante la evacuación.
Fue la primera que atravesó el gigantesco agujero de gusano que los transportó
hasta la Gran Nebulosa de Orión.
“Ahora tiene mejor aspecto que cuando la construyeron, desde luego”,
pensó Mónica. “La primera vez que vi una
foto suya parecía el producto caótico de un accidente entre varios vehículos
distintos. Ahora no es bonita, en comparación con las embarcaciones más
modernas, pero se parece mucho más a una nave. Y tiene encanto, carisma. Me
encanta.”
Abandonó Ingeniería y bajó a
la cubierta principal. Esta vez usó el ascensor. Mientras bajaba deslizó su
mano por el metal, acariciándolo. Sentía algo muy especial por aquella nave.
Inspeccionó la rotonda de popa y se metió en la esclusa de aire. Comprobó los
dos trajes ST-99 que había allí, las herramientas y todos los sistemas. Lo
encontró todo a su gusto. En cada una de las tres esclusas de aire había dos
ST-99. Mónica, además, había hecho instalar en las zonas clave de la nave unos
armarios en los que había guardados varios trajes espaciales convencionales,
además de una unidad de propulsión personal. La medida se le ocurrió un día en
que se dio cuenta de que las cápsulas de salvamento y las esclusas quedaban
lejos de la cubierta de mando, donde generalmente estaba todo el mundo, y en la
que no había ningún traje disponible. En caso de accidente o ataque, si se
abría una brecha en el casco, no había modo de protegerse. Y si fallaba la separación del resto de la nave, podría pasar
que alguien no llegase hasta los trajes de las esclusas o hasta las cápsulas,
sobre todo si estaba herido. Así que había decidido remediarlo. También había
escondido varias burbujas de salvamento hinchables. Ocupaban poco y podían
mantener viva y a salvo a una persona durante unos días… siempre y cuando se
abandonase la nave en una zona del espacio de riesgo moderado. En una zona peligrosa,
nada inferior a una cápsula de salvamento podía garantizar la supervivencia más
allá de un par de horas.
Bajó a la cubierta inferior
por la escalerilla. El ascensor, de hecho, era en realidad un montacargas. Ella
siempre prefería buscar cualquier excusa para realizar actividades físicas y
limitar, así, el tiempo en el gimnasio. Como la aburrían soberanamente las
máquinas de ejercicios, había programado la computadora para que aumentase
temporalmente la gravedad en las secciones en las que ella estuviese, mientras
realizaba sus rondas. Actualmente estaba a un G y medio. Li siempre le decía
que no se pasase, que podía sufrir una lesión, pero ella estaba muy segura de
sí misma y de todo lo que su marido le había enseñado en los años que llevaban
juntos. La meditación, el tantra y las artes marciales mantenían equilibrados su mente y su
cuerpo. Conocía perfectamente sus límites y sus capacidades, aunque debía
reconocer que a veces se exigía demasiado. Y ahora tenía una hija. No podía hacer
tonterías.
Pensar en la niña volvió a
dolerle. Tenía que regresar a la Colonia lo más pronto posible.
Caminaba por la cubierta
inferior, comprobando las cápsulas de salvamento, las células de energía, los
mecanismos de los trenes de aterrizaje y los repulsores planetarios (que hacía más de veinte
años que no se usaban, al contrario que los repulsores de control fino para estacionamiento en hangar) y, en general, todo lo que veía. Llegó al final de la
cubierta. Estaba justo ante el puesto técnico de sensores y comunicaciones. Más
allá había una pared con una compuerta de seguridad y, tras ella, la cámara
donde se acumulaban todos los complejos aparatos que usaba la nave para sus
comunicaciones y para la navegación. No se podía entrar allí sin un traje
adecuado, que se encontraba en un armario, a la derecha del panel de control.
La temperatura era de casi doscientos cuarenta grados centígrados bajo cero constantes. Los equipos
allí instalados estaban constituidos básicamente por aleaciones
superconductoras específicas, que precisaban de aquellas temperaturas para funcionar
perfectamente. Por suerte, el resto de superconductores que se usaban en la nave lo eran a temperatura ambiente. Pero para las comunicaciones subespaciales, sólo servían ciertas aleaciones de materiales.
Se colocó delante del
teclado y comprobó los sistemas en la pantalla. Mientras lo hacía cavilaba en
la manera de reducir el tiempo de las pruebas. Querían probar el SRB a larga
distancia en varios escenarios. Y luego irían al Sistema Yun Thal, a
cartografiar el paso que atajaba hacia el Sistema Tilán. Se le ocurrió que podían
ir directamente allí y realizar simultáneamente las pruebas y la cartografía.
Aquello podría ahorrarles una semana. En las condiciones anímicas en que se
encontraba, era una eternidad. Decidió comentárselo a los demás, a ver qué les
parecía. No quería influir en ellos, pero quería ver a Alexia con todo su
corazón. Y sabía que a Li le pasaba lo mismo, aunque él no dejaba que sus
sentimientos le afectasen con tanta facilidad. Quizá era por ser mujer, y
porque el vínculo entre madres e hijos es más profundo y agudo que entre padres
e hijos, pero sus emociones se intensificaban a cada momento que pasaba y cada
día le resultaba más difícil controlarse.
Regresaba del panel de
sensores, satisfecha por el resultado de la inspección, pero con el alma
dolorida por la ausencia de Alexia, cuando se encontró de repente con Naler. El
joven piloto había decidido dar una vuelta por la nave y conocerla, pues era
una embarcación famosa y, antes de aquella misión, nunca había estado en ella.
Aunque el diseño era antiguo y algo caótico, la nave penetró en su corazón con
fuerza. Tenía algo especial, como si fuese algo más que metal y energía... como
si tuviese espíritu y voluntad propia. Y el mantenimiento rozaba lo exquisito.
Todo estaba en perfecto estado, limpio y ordenado.
Salía de detrás de uno de
los tubos de lanzamiento de las cápsulas, preguntándose por qué la gravedad
artificial era tan intensa en aquella sección, cuando se tropezó de frente con
Mónica. La joven andaba ligera y silenciosa, como siempre. Pero cada uno iba
pensando en sus cosas y no percibió la presencia del otro hasta que chocaron.
Rebotaron entre sí y cayeron al suelo, cada uno hacia un lado. Mónica cayó de
culo. Se hizo algo de daño con aquella gravedad. Naler, por su parte, aunque
sorprendido por el encontronazo, se retorció ágilmente y cayó con las manos. El
impacto fue más fuerte de lo esperado, pero no sufrió ningún daño. Aunque
Mónica estaba acostumbrada a las exigencias de las artes marciales, tenía la
mente dispersa pensando en su hija. En otras condiciones ni siquiera hubiese
caído al suelo. Naler se levantó como un gato y miró sorprendido a la joven
humana. Inmediatamente le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Ella lo
miró un instante, algo ruborizada por lo ridículo de la situación, y cogió la
mano que se le ofrecía.
—¿Te has hecho daño? —preguntó
el piloto.
—Sólo en mi orgullo—Se frotó
el trasero con cara de incomodidad —. Y en mis posaderas. Como la gravedad está
intensificada, he caído más fuerte de lo que debería. —Sonrió y añadió:— Y eso
que tengo un culo abundante. Debería haberme amortiguado un poco...
—¿Y puedo preguntar porqué
la gravedad artificial de esta sección está tan elevada?¿Acaso el generador
falla? Porque eso es algo que me extrañaría mucho, después de haber visto el
excelente estado de mantenimiento de esta nave...
—No, no falla nada. Hago una
o dos inspecciones diarias, según mi estado de ánimo, y tengo convenido con Vyla que eleve la gravedad en los sectores en que yo me encuentre—explicó
ella.
—¿Y eso?
—Es que odio el gimnasio… —respondió
sonriendo.
—Te comprendo.
—Vyla, por favor: restaura la
gravedad normal en toda la nave.
—Gravedad
restablecida. Valor, un G.
—Gracias.
—De
nada, comandante Llanos.
—¿Volvemos arriba? —preguntó,
dirigiéndose a Naler.
—De acuerdo, pero... —respondió
él, indeciso y clavó su mirada en los ojos de ella.
—¿Pero...? —Sentía la
intensidad de aquella mirada y no sabía muy bien cómo reaccionar. No estaba
segura de por dónde le iba a salir el piloto. Su corazón se aceleró levemente.
—Verás, no quisiera
inmiscuirme donde no me llaman. Sabes que los de nuestra especie tenemos una...
habilidad para sentir las emociones de los demás y...
—Sí, lo sé... ¿y? —insistió ella, en
ascuas.
Naler dudó un momento y
disparó.
—Te encuentras mal. Puedo
sentirlo con toda claridad. Hay algo que corroe tu alma y te desconcentra. —La
miró con más intensidad. A ella casi le pareció que realmente podía ver el
interior de su corazón—. Sientes dolor, pero no es físico.
Ella no respondió. Se sentía
como fuera de su cuerpo.
—Es un dolor agudo,
íntimo... Un dolor que aumenta cada día... Algo te falta... —El joven frunció el ceño, sus ojos convertidos en apenas dos ranuras. —No, no es algo. Es
alguien...
Permanecieron un instante en
silencio, inmóviles, atados cada uno en la mirada del otro. Entonces Naler
abrió mucho los ojos. Lo acababa de comprender.
—¡Tu hija! Es tu hija lo que
te duele. No puedes soportar esta larga separación y deseas verla con todo tu
corazón.
—Sí —dijo ella, apenas con
un hilo de voz. Bajó la mirada, sintiendo un picor lloroso en sus ojos.
—Te entiendo muy bien,
Mónica. Para mí, cada vez que me tengo que separar un tiempo de mis dos hijos,
se me forma un nudo en el alma que no se deshace hasta que vuelvo a verlos. Yo
puedo controlarlo. Pero a mi mujer se le haría insoportable. Siempre he sabido
que nada iguala el vínculo entre una madre y sus hijos. Nada. Sin embargo, en
nuestro trabajo, esto es lo que hay. O resistes o te retiras. —Puso ambas manos sobre sus hombros. En su rostro había una expresión reconfortante y comprensiva.
—No sabía que tuvieras
hijos—comentó ella con un hilo de voz.
—Un niño de nueve años y una
niña de seis.
—Me alegro. —Lo miró a los ojos. —Escucha. Iba a
proponeros a todos comprimir el tiempo de vuelo para llegar antes a la Colonia.
Seguro que no soy la única que quiere llegar cuanto antes a casa. Había pensado
en realizar las pruebas de larga distancia del SRB al mismo tiempo que
cartografiamos Whania Rum. ¿Qué te parece?
Naler pensó un instante,
mirándola.
—Creo que tengo una idea
mejor, al menos para ti.
—¿Sí? ¿Y cuál es?
—Te lo contaré arriba, con
tu marido—dijo, dándole la espalda.
—Pero...
—¡Ah! Por cierto, no creo
que tu culo sea abundante. A mí me parece realmente fantástico. Una auténtica
belleza... —Sonrió pícaramente y empezó a subir la escalerilla.
Mónica se quedó plantada
allí, boquiabierta. La había pillado con la guardia completamente baja y no
pudo reaccionar. Al momento empezó a subir, aunque sentía que le ardían las
orejas. No sabía si aquella había sido la intención del joven piloto, pero la
verdad es que una parte de su malestar se había disipado.
Subió a la cubierta
principal y caminó hacia la escalerilla que daba acceso a la cubierta de
mando. Al pie de ésta encontró a Naler y a Li hablando. Cuando ella llegó, los
dos se giraron y callaron. En los ojos de Li pudo ver una profunda pena. Pena
por ella.
—Naler me ha explicado cómo
te sientes, cariño. No sabía que te había afectado tanto, lo siento. Estos
vianhios tienen un sentido empático muy desarrollado. Aunque, comparado con el
mío, hasta una cucaracha se hubiese dado cuenta de tu estado...
Ella se acercó rápidamente
en dos pasos, lo agarró de las solapas del chaleco y le dio un fuerte e intenso
beso. Se apartó de él con los ojos chispeantes.
—No es culpa tuya, ¿me oyes?
No debería haberme guardado mis sentimientos para mí en lugar de compartirlos
contigo. Sé que tú también lo pasas mal. Y en lugar de hablarlo, me he
encerrado en mi mundo. Quizá no tendría este pesar en el alma si hubiésemos
llevado la carga entre los dos. No hay nada que deba perdonarte, al contrario,
mi amor. —Lo estrechó con fuerza contra su pecho.
Se hizo un silencio cargado
de una intensidad emocional que podía palparse en el aire, aun sin ser un
vianhio. Entonces Naler habló.
—Creo que tengo una solución
provisional, al menos para ella, Li. A ver qué te parece.
—Dispara —dijo éste. Mónica
escuchaba con atención.
—Ponemos rumbo a Deméter
hasta pasar el cabo que forma la Barrera. Allí subiremos a mi nave Mónica y yo,
y saltaremos hasta la Colonia. Vosotros pondréis rumbo a Yun Thal, hacia la
Estación de Tránsito Noralín, que es
la que se encuentra más cercana en estos momentos. Allí nos esperáis, vosotros
y Fénix. Estaremos dos días enteros en la Colonia y luego volaremos a Noralín. Mientras Mónica está con
vuestra hija, podéis realizar las pruebas de larga distancia del SRB.
—Me parece bien —dijo Li en
el acto, mirando a su mujer. Ella estaba muda, pero sus ojos brillaban.
—Me gustaría dejaros el caza
a los dos, pero soy responsable de él y no lo puedo prestar así como así, máxime siendo equipamiento militar. No me
malinterpretes. Os lo dejaría con los ojos cerrados, completamente seguro de
que no le pasaría nada, pero...
—No te justifiques. Lo
entiendo —lo interrumpió Li, poniéndole la mano en el hombro y mirándolo con
infinita gratitud.
—Gracias, Naler. Esto no lo
olvidaré nunca—dijo ella. En sus ojos brillaba un agradecimiento y una ilusión
como hacía tiempo que no sentía. El joven vianhio pudo sentir la intensidad y
la profundidad de las emociones de la chica.
Acto seguido subieron a la
cabina y comentaron la situación con los demás. Todos se mostraron de acuerdo,
sin excepción y sin ninguna duda. Luar y Annevar eran conscientes del estado
emocional de la joven, pero no habían dicho nada, aún, por respeto a su
intimidad.
*
—Bueno, nos vemos pasado mañana, cariño —dijo Mónica a
través de la radio.
—Hasta pasado mañana, mi vida. Dale
un besazo de mi parte a mi pequeñaja—le respondió Li.
—Tanta dulzura me va a
provocar un ataque de diabetes. Largaos de una vez ya—cortó riendo Erin.
—Cuidaos mucho.
—Y vosotros. ¡Adiós!
—dijeron todos los de la Elcano.
—Hasta dentro de dos días, Fénix,
cielo—emitió Mónica en la frecuencia especial de comunicación con el oberón.
Era una frase sencilla, que no necesitaba del programa traductor.
Él la entendió sin problemas
y, en vez de emitir una respuesta, giró sobre sí mismo unos grados. Entonces todos sus órganos bioluminescentes y los bordes de las aletas empezaron a brillar. Despidió a su amiga con un impresionante
juego de destellos y luces móviles que maravilló a todos.
La Elcano proyectó su
rayo tractor sobre el oberón y el núcleo principal empezó a volcar enormes
cantidades de energía al hipermotor. La nave y el animal quedaron envueltos por
el campo de integridad.
A bordo del Ereun, la
situación se repitió al mismo tiempo, aunque a menor escala. Las dos naves se
alejaron entre sí para mantener una mínima distancia de seguridad. Aparecieron
dos ventanas al Hiperespacio casi a la vez, aunque en distinto ángulo, y los
tres objetos se precipitaron por ellas a una velocidad abrumadora.
Las dos ventanas se cerraron
tras las naves y el oberón simultáneamente, produciendo dos intensos destellos
de energía.
*
—¡Hola, mi amor!—gritó
Mónica al ver que la niña corría hacia ella a través del muelle de atraque. La
sonrisa que la joven lucía en la cara era la más radiante y luminosa que Naler
había visto en toda su vida.
—¡¡MAMA, MAMAAA!!—chillaba
la pequeña, corriendo hacia su madre con los brazos abiertos. Sus extraordinarios
ojos violetas chispeaban de felicidad.
Mónica saltó ágilmente de la
cabina del caza hasta el suelo. Eran casi tres metros, pero eso no la detuvo.
La necesidad de abrazar a su pequeña y mirarla a los ojos era tan intensa, que
hubiese saltado desde una altura diez veces superior sin dudarlo ni un
instante. Salió corriendo hacia su hija, que se encontraba en aquel momento a
unos treinta metros de distancia. Cuando estaba a punto de llegar hasta ella,
se tiró al suelo de espalda. De esa guisa resbaló por el pulido suelo un par de
metros. Se detuvo justo delante de la niña, que giró rápidamente y saltó encima
de su madre. Mónica la abrazó con fuerza, sintiendo que las lágrimas asomaban a
sus ojos, mientras la pequeña no hacía otra cosa que darle besos.
Toda la gente que había en
la cubierta de aterrizaje en aquel momento dejó a medias lo que estaba
haciendo. Ver a la madre y a la hija revolcándose por el suelo abrazadas,
acariciándose y dándose besos, era tan emotivo que a más de uno le empezaron a
picar los ojos. Pero ellas eran completamente ajenas a la expectación que
causaban. No existía nada más. En su mundo tan sólo estaban ellas dos.
Al poco Mónica se puso de
pie y cogió a la pequeña de la mano, encaminándose sonrientes hacia la
compuerta en la que las esperaban conmovidas Vanesa y Yuan, las dos abuelas de
Alexia. Cuando llegó a su altura, las cuatro se fundieron en un emocionado
abrazo.
—La niña te ha echado
muchísimo de menos. No dejaba de preguntar por ti y por su padre—le contó Yuan.
—Qué lástima que Li no haya
podido venir... —dijo Vanesa. La tristeza empañaba su mirada.
—Sí, me da mucha pena.
Insistió en que lo hiciésemos así. No me gusta admitirlo, pero mi estado de ánimo
era pésimo. Y él lo sabía—explicó la joven con cierto pesar.
—Bueno, vamos a casa. Hemos
preparado comida como para un regimiento. Luego nos explicas como va todo ahí
fuera—Vanesa cogió a su hija del brazo, que llevaba a Alexia agarrada en su
pecho, y empezó a caminar por el túnel.
—Está bien. ¿A ti que te parece,
cariño? ¿Tienes hambre?—preguntó a la pequeña con dulzura.
—¡Siiiiií! —La sonrisa de la
niña iluminó a las tres adultas.
—Pues vamos entonces—Se giró
hacia el hangar—. ¡Naler, ¿piensas quedarte ahí hasta mañana, o vas a venir con
nosotras?!—gritó.
—Eso, anímate, que hay
comida de sobras—corroboró Yuan.
—Está bien. Será un placer—accedió
él tras unos instantes de duda.
—Pues muévete, no vamos a
esperarte todo el día. —Mónica se dio la vuelta sonriente y empezó a caminar,
sin apartar la vista de su hija.
Naler se encogió de hombros
y caminó tras las mujeres a paso rápido. Definitivamente, no estaba seguro de lograr
entender el sentido del humor de los humanos algún día. Comprobó una vez más los
indicadores del traje de aislamiento biológico. Ya no estaban en la Elcano y allí no había sistema
neutralizador.
Para estar todos cómodos, la
madre y la suegra de Mónica habían tenido la gran idea de preparar una especie de picnic en un local
abierto a la pradera inferior de la Nueva
Esperanza. El sistema neutralizador de mayor potencia de la Confederación
está instalado en la antigua nave convertida en cúpula invernadero. Así,
sus bosques, riachuelos, jardines, lagos y cascadas pueden ser disfrutados sin
riesgo por todo el mundo, sean de la especie que sean. Allí, Naler no necesitaba
el traje de contención, cosa que agradeció sobremanera.
Por tanto, la cena fue amena
y divertida. Y abundante. Naler aprendió que las madres humanas son unas
anfitrionas especialmente atentas... e insistentes. Por educación y por no
saber decir que no, se comió todo lo que le pusieron en el plato, ante la
mirada complacida de las dos mujeres. Mónica se compadeció del pobre chico.
Ahora, el vianhio se sentía como si pesase una tonelada. Iba a ser una de las
digestiones más difíciles de su vida. Aunque debía reconocer que pocas veces
había probado una comida tan sabrosa y variada, máxime teniendo en cuenta las limitaciones de compatibilidad bioquímica, aun con la proximidad de ésta entre ambas especies. No es que su mujer cocinase
mal, todo lo contrario. Pero aquellas humanas tenían un instinto especial para
la cocina. Era innegable. Se dispuso a salir fuera un momento, a pasear para
airearse, mientras las dos anfitrionas recogían todo. No habían dejado que
ninguno de los dos jóvenes las ayudasen, pese a haberse ofrecido. Estarían allí
sólo un par de días y debían pasarlo bien. De lo demás se ocupaban ellas.
Caminó unos minutos,
descalzo, cerca del grueso cristal de la gigantesca cúpula. Admiró cómo se curvaba por encima de él y a los lados, describiendo una enorme y grácil parábola. Sus titánicas dimensiones le impresionaron. Pudo sentir la
fresca hierba bajo sus pies. Después se dirigió hacia el centro de la nave, a
un kilómetro de distancia. En principio, no tenía intención de llegar allí,
sólo paseaba. Estaba a pocos metros de la orilla de una tranquila laguna cuando
una voz lo llamó suavemente.
—Deberías aprender a decir
que no de vez en cuando. No se iban a ofender. Si les haces caso, acabarás
reventando.
—¡Uf! Me siento como un
linerol... —Se masajeó el estómago.
—¿Un qué? —preguntó ella,
saliendo de la sombra de un gran árbol.
—Un linerol. Es un animal del
sur de Vian’har, acuático. Se parece vagamente a un hipopótamo de la Tierra,
por lo que he visto en vuestros documentales, pero tiene una cola palmeada y el
cuerpo cubierto de pelo. Además... —Se interrumpió. Aquello no llevaba a
ninguna parte—. Déjate de bichos. ¿Qué hacías ahí, a oscuras?
—La niña está durmiendo y mi
madre y mi suegra se han puesto a recoger. No toleran que nadie se meta en eso
cuando están ellas. Y menos si ha estado fuera de casa tanto tiempo. Por mi
parte, sólo estaba pensando. Un rato de intimidad conmigo misma. —Cruzó los
brazos sobre el pecho y se acercó a él.
—Yo... iba a tomar el fresco
—balbuceó.
—Si no te importa, te
acompaño. A mí también me sentará bien el aire de esta cúpula. El aire filtrado
y presurizado de las naves no se puede comparar con este.
—Desde luego que no. A mí me
pasa lo mismo cuando estoy en casa. El aire fresco y perfumado de mi pueblo es
imposible de imitar por ningún sistema artificial. Aunque aquí también se
respira muy bien.
—No deja de ser curioso que
podamos respirar la misma mezcla de gases viniendo de mundos diferentes…
—No es tan extraño. Tu
especie y la mía son bioquímica y fisiológicamente tan similares que, perfectamente, podrían compartir un ancestro común. Y Vian’har y la Tierra son muy parecidos en su composición química
atmosférica… Bueno, quiero decir… cuando la Tierra era… estaba… ya me
entiendes.
Una sombra cruzó el
semblante de Mónica. Naler percibió un cóctel de emociones nada agradables.
Pero sólo fue un instante.
Caminaron unos metros en
silencio. Empezó a percibir una mezcla indefinida de sentimientos en la joven
que no supo como interpretar. Podía notar que la inundaba una gran alegría y
una ternura inmensa, pero también albergaba un profundo pesar en su corazón. Unas
eran fáciles de comprender. Sin embargo había también un gran número de otras
emociones más sutiles y variadas tras las principales. El resultado era una
amalgama que para él se hacía indescifrable. ¿Cómo era posible que los humanos
pudiesen sentir tal cantidad de emociones distintas, incluso contradictorias,
al mismo tiempo?
Mónica, por su parte,
caminaba con la mente dispersa. Pensaba en su hija con alegría e ilusión.
Sentía que la vida había vuelto a su corazón al abrazarla. El frío que
atenazaba su alma había desaparecido por completo. Pero también le dolía que su
marido no hubiese estado allí con ellas, que aun hubiese de esperar dos semanas
más para ver a su niña… Y luego estaba aquella otra cosa, aquello que le pasaba
cada vez que pensaba en su antiguo mundo…
—Gracias, Naler—dijo de
pronto.
—¿Por qué?
—Por este regalo. Nunca
olvidaré lo que has hecho por mí.
—Tonterías. —Agitó la mano
con indiferencia.
—Me has devuelto la alegría
al traerme a ver a Alexia. No infravalores tu responsabilidad en ello, por
favor. —Lo miró con los ojos brillantes de felicidad y gratitud.
—Es lo mínimo. Estabas muy
mal. —Aquella mirada lo turbaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Llegaron al lago central. Se
quedaron en la orilla, en silencio. Mónica tocó distraídamente una enorme hoja
de plátano. Él la miró a un par de pasos de distancia. Una parte de su ser se
sentía enormemente atraído por la chica. Costaba mucho resistirse a sus
encantos, y eso que ella no mostraba ninguna intención al respecto. Era su
naturaleza. Como el color del cabello o de sus ojos. Entonces recordó algo que
le había dicho inocentemente en la cubierta inferior de la Elcano.
—Mónica.
—¿Sí?
—Creo que debo pedirte disculpas.
—¿Y por qué crees eso? —Lo
miró con curiosidad.
—Lo que te dije cuando
tuvimos el encontronazo en la nave. —Ante la mirada interrogativa de ella,
continuó—. Ya sabes. Lo de tu... eh... lo de tu trasero, que era bonito. No fue
apropiado. —Bajó la mirada.
Ella se acercó lentamente,
con una leve sonrisa divertida y un brillo de ternura en sus ojos. Se detuvo a
un paso de él. Lo notó temblar y aquello la enterneció aún más.
—No tienes por qué
preocuparte. Me gustó el piropo. Más de lo que crees. Mira, no sé cómo funciona
la cosa entre las mujeres de tu especie, pero a las humanas, generalmente, nos encantan los
halagos bienintencionados. Debes tener en cuenta que nuestra esperanza de vida
es bastante inferior a la vuestra. Yo voy a cumplir treinta y cinco años dentro
de siete meses. Es decir, me estoy acercando a la mitad de mi vida teórica. Ya
no soy ninguna jovencita, aunque tampoco me puedo considerar madura. Soy
consciente que mi cuerpo provoca deseo en los hombres. Las mujeres de mi edad
en adelante nunca despreciamos un piropo ajeno, no nos molesta que nos digan cosas
bonitas, cuando son sinceras y sin intenciones lascivas detrás. De alguna manera, una mujer que se acerca a la madurez necesita
sentirse atractiva. Necesitamos saber que aún gustamos. Es una absurda cuestión
psicológica, lo sé. Pero nos alimenta la autoestima de una manera que no puedes
llegar a imaginar. Así que, mientras te mantengas en el terreno de la elegancia
y, por qué no, de la picardía divertida, nunca me ofenderás. En serio. Me
encanta saber que aún soy atractiva a los ojos de un joven como tú. —Se acercó
un poco más y le dio un beso suave en la mejilla. Luego se separó un paso y lo
miró intensamente a los ojos.
—Nunca entenderé a las
mujeres. Las de mi mundo son iguales que vosotras. Gracias por la lección.
—Quizá sea cierto lo de la
Civilización Original... —murmuró.
—Deberíamos volver a casa de
tu madre, antes de que a alguien se le ocurran conjeturas sin fundamento.
—Sonrió.
Ella no dijo nada. Se cogió
de su brazo y empezaron a caminar hacia la salida. Sentir el cálido cuerpo de
la joven tan cerca del suyo lo puso algo nervioso, pero sabía perfectamente que
no era, en absoluto, un gesto íntimo, sino de profunda amistad.
—Ahora que nos hemos
sincerado, quiero que sepas una cosa. No tengo ninguna doble intención, pero
debo decírtelo para quitarme un peso de encima.
—Déjate de rodeos y suéltalo
ya. —Su intuición se disparó. Estaba casi segura de por dónde le iba a salir su
amigo.
—Quiero que sepas que
siempre te he admirado, tanto por tu calidad como persona, como por tu valía
como profesional. Pero, además, siempre me has parecido una de las dos mujeres
más bellas, interesantes y sensuales que he conocido en toda mi vida. Eres
hermosa en todos los sentidos, al margen de la edad que tengas. Yo, de mayor,
quiero ser como tú. Dicho queda, Mónica Llanos.
Bajó la mirada hacia ella.
La chica levantó los ojos y sus miradas se cruzaron. Pero en ellas no había
lujuria ni deseo, sino un profundo reconocimiento y una enorme gratitud.
—A ver si ahora te vas a
pasar todo el tiempo diciéndome cosas bonitas. Que no he abierto la veda... —dijo
suavemente, con expresión divertida, a la vez que un ligero rubor se deslizaba
por sus mejillas.
Los dos se miraron durante
un momento. Después, incapaces de aguantar más, se echaron a reír. En unos
segundos se estaban riendo con tal intensidad, que todos sus problemas y todas
sus penas se disiparon en las carcajadas que se alejaban perdiéndose entre los
árboles. Se abrazaron con más fuerza y siguieron caminando hasta llegar al
elevador que llevaba a la Zona Residencial. Naler cogió su traje de contención
y se lo enfundó hábilmente. Luego le abrió la puerta a su amiga y le cedió el
paso galantemente. Ella entró sonriendo y a él se le fue la vista hacia sus
nalgas en movimiento durante un instante.
“Desde luego que es un hermoso trasero”, pensó sonriendo. Suspiró y
cerró la puerta tras él.
*
El día siguiente fue inolvidable para todos. Apenas
se despertaron, desayunaron y se asearon, se fueron todos, otra vez, a la Nueva Esperanza, al Nivel Tres, que
acogía un ecosistema de bosque mediterráneo, con una zona infantil de juegos.
Vanesa, Yuan y Antonio, que no había podido estar la noche anterior con su hija
y su nieta, por encontrarse en su puesto de trabajo, se sentaron junto con
Naler en un banco soleado. Helia brillaba intensamente, iluminando con su luz
blanca toda la bóveda.
Mientras veían jugar
alegremente a Mónica y Alexia, bombardearon a preguntas al joven piloto,
respecto a la misión actual y al estado de todos los miembros de la
tripulación. Los humanos que había en la Elcano en aquel momento
llevaban más de ocho años trabajando juntos. Los otros dos puestos, que
ocupaban Luar y Annevar actualmente, eran temporales y cada vez se sentaba en
ellos alguien distinto. O nadie. Los cuatro tripulantes habituales, Mónica,
Erin, Li y Klaus, se habían convertido en una pequeña y compenetrada familia. Y
ésa relación se extendió inevitablemente a las familias de cada uno de ellos,
de manera que todos se conocían y se preocupaban los unos por los otros.
Mónica, por su parte,
disfrutaba cada minuto con su hija como si fuese a ser el último. Le parecía
mentira que la niña ya tuviese casi dos años y medio. El tiempo había pasado a
una velocidad increíble. Pero había tenido la suerte de poderlo compartir en
gran medida con ella. El trabajo con Fénix la había mantenido en la
Colonia la mayor parte del tiempo, lo cual había propiciado que estuviesen
juntas largas temporadas. No había realizado demasiados vuelos fuera del
asentamiento, aunque habían durado bastante. Pero, en general, había logrado
mantener el compromiso que había adquirido consigo misma aquel día de hacía casi
dos años.
La misión de prueba del SRB
había sido la quinta separación realmente larga desde que Alexia nació. Pero,
por alguna razón, aquella vez la había afectado más profundamente. Así que,
allí, en aquel parque rodeado de pinos, bajo la luz de la pequeña estrella,
tomó otra firme decisión.
No volvería a realizar
ninguna misión de larga duración si la niña no podía ir con ella. No aceptaría
de ningún modo estar más de una semana separada de la pequeña. Y, como dentro
de poco iba a empezar la escuela, sería más difícil que los pudiese acompañar
en sus vuelos. Cuando viese a Li se lo diría y, acto seguido, se lo comunicaría
a la Comandancia de Navegación. Ahora era madre y tenía una responsabilidad más
importante con su hija que con la Colonia.
Era consciente de que
seguramente le quitarían el mando de la Elcano, la nave que tanto amaba.
Y que, posiblemente, no volvería a salir al espacio en misiones oficiales. Pero
el amor que sentía por Alexia estaba tan arraigado en su corazón, que era capaz
de sacrificar cualquier cosa con tal de estar con ella.
Incluso la Elcano...
Sacudió la cabeza y alejó
aquellos pensamientos de su mente. Estaba allí para disfrutar de la compañía de
la pequeña, no para preocuparse por el futuro. Tenía todo el tiempo del mundo
para eso.
La mañana pasó y llegó la
hora de comer. Era perfectamente consciente de que a la mañana siguiente debían regresar
a la misión del SRB Comieron y se echaron la siesta juntas. Después jugaron un
rato más y le dio la merienda a la pequeña. Por la tarde fueron al cine y a uno de los parques infantiles, hasta las nueve de la noche. Cenaron otra vez (Naler, de nuevo, fue incapaz de negarse a comer más) y se acostaron las dos juntas, madre e hija. Mónica se pasó parte de la noche viendo dormir a la pequeña y acariciando su cabecita y su pecho. Cuando sonó el despertador, a las ocho de la mañana, la noche se le había hecho lastimosamente corta. Despertó a Alexia con dulzura, se asearon, desayunaron y pasaron un ratito juntas, mientras Mónica se preparaba para el vuelo.
Eran casi las diez de la mañana, en
el horario oficial, cuando llegó el momento de la despedida.
Aunque todavía era muy
pequeña, Alexia pareció comprender que su mamá debía irse de nuevo, pero que
estaría de vuelta poco tiempo después. La viva inteligencia de la niña estuvo a
la altura y se despidió alegremente de Mónica, en vez de ponerse a llorar. Si
su hija hubiese llorado, Mónica no habría tenido fuerzas para irse y habría
presentado su dimisión en aquel mismo instante.
A las once estaban de nuevo
todos en la cubierta de aterrizaje B-2, la más cercana a la Zona Residencial.
La nave de combate estaba repostada y lista para partir. Naler había realizado
la última inspección y ya estaba en su puesto con el traje de vuelo. Mónica se
arrodilló ante la niña y le besó la frente. Luego la abrazó fuerte.
—Te quiero mucho. Volveré
pronto.
—Yo también te quiero, mami.
—Adiós, mi cielo.
—Adiós, mami. Ten cuidado—dijo,
agitando su manita.
Se levantó, reticente a
dejar a Alexia. Necesitó toda su fuerza de voluntad para girarse y caminar
hacia la nave. Sus ojos se humedecieron.
Apenas había dado dos pasos
cuando percibió movimiento por el rabillo del ojo. Giró la cabeza y vio a un
grupo de gente caminando hacia ella rápidamente. La comitiva estaba encabezada
por la Consejera Vala Ruano. Justo tras ella, siguiendo su paso enérgico y
decidido, caminaban Kyle Kidman y “Scotty”. El instinto de Mónica se disparó.
“Pero qué demonios…”, pensó. “¿Qué
hacen aquí los tres Consejeros? ¿Y por qué vienen hacia mí…?”
De pronto, un pensamiento
atenazó su corazón. Se puso rígida.
“¿Le ha pasado algo a la Elcano? ¿Están bien Li y los demás?”
Pero algo en la expresión de
la Consejera la tranquilizó. No tenía la mirada de alguien que trae una mala
noticia. Relajó un poco los hombros, pero su corazón seguía latiendo a toda
máquina. Naler, percibiendo sus emociones, se acercó a un paso de la joven.
La Consejera llegó hasta
ella, seguida por los demás. La finísima perspicacia de la mujer taladró el
corazón de Mónica. Fiel a su carácter enérgico y algo brusco, le espetó:
—Tranquila, Mónica. A tu
nave no le ha pasado nada. Todos están perfectamente. No hemos venido por eso.
La joven abrió mucho los
ojos. Nunca dejaba de sorprenderla la habilidad de Vala para adivinar los
pensamientos de la gente. La Consejera agitó la mano con indiferencia.
—Muchos años lidiando con
las reacciones de la gente y con sus intenciones ocultas. Tu nobleza de
carácter es como un libro abierto para mí. No le des más vueltas.
Mónica no supo ni qué decir.
“Scotty” sonreía. Y lo que la sorprendió todavía más: Kyle Kidman también
sonreía.
—En fin. A lo que importa.
Íbamos a esperar a que volvieseis de Whania Rum para daros la noticia, pero
como tú has decidido visitarnos antes de tiempo, hemos venido a decírtelo en persona.
¡Chica! Casi te nos escapas… —Rió con ganas. A Mónica la devoraba la
curiosidad.
—¿Y… y qué me tenéis que
decir? —Casi no se atrevía a preguntar.
Vala, por extraño que
pareciese, no dijo nada. Se limitó a erguirse con orgullo y guardó silencio.
—Algo que estamos seguros
que te alegrará—dijo “Scotty”—. Kyle, por favor.
—Te informo que el Consejo
de la Colonia, a fecha de hoy, 2 de diciembre del 51 del Éxodo, siendo las… once y treinta y siete minutos de la mañana, y tras haberlo acordado con
anterioridad a este anuncio… —pausa dramática—, hemos decidido otorgarte a ti,
Mónica Llanos, la plena propiedad, total e indiscutible, de la nave estelar
de exploración J. S. Elcano, como
reconocimiento por la dedicación, la profesionalidad, el sacrificio y los
servicios prestados a la Confederación durante todos estos años. Que quede
constancia y registro.
Mónica casi se desmayó de la
impresión. Naler reaccionó rápido y la abrazó con fuerza, felicitándola.
Sus padres, su suegra y la niña hicieron lo mismo. La joven no pudo contener
las lágrimas. El mejor regalo, el mejor reconocimiento que podía esperar.
Aquello era algo que sólo se hacía con las mejores personas. Y nunca, nunca antes, el
Consejo había cedido la propiedad de una embarcación tan valiosa como la Elcano.
Incluso Vala Ruano, tan dura
y pragmática, tuvo que esforzarse de lo lindo en evitar que los demás viesen lo
emocionada que estaba.
“Scotty” se acercó a Mónica
y le cogió la mano cariñosamente.
—El Argos siempre estará abierto para ti, sea lo que sea lo que
necesites. Pero como no me cuides esa vieja joya, me vas a oír—le dijo,
conmovido.
Ella lo miró a los ojos.
Luego a Vala. Y a Kyle a continuación.
—¡A la mierda el protocolo!—soltó, con la voz rota de emoción. Abrió los brazos y sacudió las manos, con un mohín emocionado en sus labios—. Venid aquí.
Los cogió a los tres y se
abrazó a ellos con fuerza, llorando sin contenerse. Los Consejeros respondieron
al abrazo espontáneo de la joven sin tapujos, con sinceridad.
—Gracias… Gracias a todos.
Contad conmigo para lo que sea—dijo entre sollozos.
—Eso es algo que nadie
duda—contestó Vala—. Lo has demostrado durante años. Ahora puedes explotar tu
increíble potencial sin limitaciones y sin rendir cuentas a nadie. Sabemos que
la nave queda en manos de alguien con una talla moral incuestionable, que la
cuidará y que contribuirá a la historia de la Confederación con honor y con
absoluta dignidad. ¡Y deja ya de llorar, que me vas a poner en un compromiso y
no quiero sentar precedentes!
Todos se echaron a reír y la
tensión emocional se relajó.
Mónica, eufórica, sin poder
apenas contenerse, abrazó a Alexia con fuerza. Luego la dejó en el suelo y tras
despedirse de ella, fue hacia el caza de Naler, que la esperaba para reunirse
con los demás en Noralín.
Subió a la nave. Justo antes
de sentarse en el asiento del artillero, detrás del de Naler, se giró y le
lanzó un beso con la mano a su pequeña. Luego miró a sus padres, a su suegra y
a los Consejeros y, con una sonrisa emocionada, les dijo adiós.
Naler creyó oportuno no
dilatar la despedida, por el bien de su amiga. Entre la pena por dejar a Alexia
y la emoción por la donación de la Elcano,
el corazón de la joven estaba a punto de explotar. Así que, apenas estuvo sentada, cerró la
cabina y activó los sistemas. Los repulsores del caza lo elevaron suavemente
mientras recogía los trenes de aterrizaje. Luego, flotando a dos metros escasos
del suelo del hangar, se propulsó un instante con los motores de maniobra
traseros y se desplazó con elegancia hacia la compuerta de salida. Los abuelos
saludaron con la mano y se retiraron un poco. Con un nuevo impulso, la nave
atravesó limpiamente el campo de contención atmosférica y flotó en el espacio.
Acto seguido, el piloto activó sólo el motor central y se alejaron de la
Colonia en dirección al acceso principal.
Las intensas emociones de
Mónica taladraron el órgano empático del vianhio, rozando el umbral del dolor.
Pero él estaba tan contento por su amiga, por lo bien que le estaban saliendo
las cosas, que ni se inmutó.
Pasaron los tres anillos de
instalaciones que orbitaban el enorme asteroide y Naler activó los otros dos
propulsores principales de su nave, que empezó a desplazarse cada vez a mayor
velocidad. El joven piloto tenía la costumbre de realizar las maniobras de
vuelo en zonas transitadas y los vuelos a baja velocidad con un solo motor. Así
ahorraba combustible y controlaba mejor la nave, además de reducir el desgaste
de los otros dos propulsores.
En la vertical del Aries
saludaron a Catherine, que felicitó a Mónica por la donación de la nave (¿cómo
lo hacía para enterarse siempre de todo antes que nadie?), y Naler pidió
permiso para usar los anillos de hiperlanzamiento hacia Vian’har.
—¿Para qué quieres usar los
anillos? —preguntó ella distraída.
—Muy sencillo. La Elcano
está en el Sistema Yun Thal. Si viajamos hacia allí directamente, con la
hiperpropulsión del Ereun, tardaremos más de tres horas en llegar a la
vertical de la estrella Darun. Sabes que no hay una línea visual directa entre
Deméter y Yun Thal, por lo que habría que salir del Hiperespacio, esperar en
medio del espacio a que los cristales del motor drenasen la radiación al menos durante
una hora y después efectuar otro salto hasta la estación Noralín. En total, más
de cuatro horas y media.
—Pero usando los anillos,
llegaremos a Vian’har en unos veinte minutos. Y desde allí sólo hay dos años
luz y medio hasta Noralín, en un solo salto. Es decir, a la potencia máxima de
esta nave, dos horas. Es una idea excelente, Naler. Recuérdame que te dé un
beso cuando lleguemos a Yun Thal.
—Eso. Ves repartiendo besos
y luego pide que no me ponga nervioso a tu lado. —Se puso a reír y maniobró la
nave hasta situarse en la ruta de acceso al anillo que estaba libre.
—Hombres... da igual de qué
planeta provengan; todos sois iguales —murmuró divertida.
El grueso y complejísimo anillo metálico de
ciento setenta metros de diámetro empezó a acumular energía y en pocos segundos
se formó un luminoso horizonte semiesférico estable. Al contrario que en los saltos
realizados en el espacio abierto, la ventana de hiperespacio no tenía un
aspecto irregular y deshilachado, sino que estaba confinada en los límites del
anillo. Eso concentraba la energía mucho más. El túnel formado entre el
dispositivo de la Colonia y el que orbitaba el planeta Vian’har era más estable
y seguro. Y las naves que viajaban a través del lanzador de anillos lo hacían
más rápido que por sus propios medios.
Los anillos sacrificaban la
posibilidad de elegir el destino, pero, a cambio, se viajaba por ellos
invariablemente a través del cuarto nivel. Además, estaban diseñados para
vehículos sin hipermotor y otros objetos que ni siquiera eran naves, como
contenedores y otros aparatos. Al formar un túnel más estable, controlado y
restringido, el campo de integridad no debía ser emitido por los objetos en
desplazamiento, sino que lo generaban los mismos anillos. De hecho, el campo
protector se extendía como una fina película en toda la longitud del túnel, lo
que lo hacía más eficaz y estable. Al caza de Naler y Mónica ni siquiera le
hacía falta usar sus protecciones, aunque, por seguridad, las mantenían activas.
Sólo tenían que entrar allí y el dispositivo los transportaría hasta su destino
con total seguridad y sin gastar ni una gota de energía. La única obligación
era la de mantener el sistema de soporte vital en funcionamiento.
Las luces indicadoras
del enorme anillo se pusieron en verde. El túnel hasta Vian’har estaba formado
y estable. Naler empujó la palanca de impulsión y el caza atravesó veloz el
etéreo horizonte oscuro. La nave fue violentamente absorbida en una fracción de segundo y
desapareció rumbo a su mundo de origen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
El contenido de esta historia está abierto a toda persona que desee disfrutar de su trama. Se admite cualquier comentario relacionado y críticas constructivas, en tanto en cuanto estos se mantengan dentro de unos límites adecuados de corrección.
Todo comentario ofensivo (hacia cualquier persona o colectivo), inapropiado o fuera de lugar será inmediatamente suprimido.
El contenido está protegido por Derechos de Autor, con todo lo que ello implica.
Espero que disfrutéis de la historia y que realicéis buenos aportes en ella.
Saludos!