La pantalla
flotante seguía mostrando expedientes. El anciano vianhio se masajeó las sienes
y los ojos.
Estaba
cansado… muy cansado… Llevaba varios días revisando secretamente los informes
académicos y de logros todos los jóvenes del planeta que cumplían los criterios de selección, tratando de encontrar a
un candidato o candidata digno del peso que quería colocar sobre sus hombros. Y
no era una tarea nada sencilla.
Después
vendrían las entrevistas, las pruebas, las charlas, las confidencias… Quedaban
muchas cosas por hacer y no sabía cuánto tiempo más aguantaría su cuerpo viejo
y cansado.
Alzó la
vista. El ordenador seguía comparando y buscando en la inmensa base de datos,
según la escrupulosa matriz de búsqueda que el anciano había programado. Las
imágenes de chicos y chicas jóvenes, junto a sus respectivos datos, seguían
desfilando, mientras la máquina continuaba comparando y calibrando probabilidades,
referencias cruzadas y más de un centenar de variables.
Se levantó
con dificultad. Los años pesaban como una losa. Lentamente se estiró con
dignidad y caminó a paso lento, pero decidido, hacia la pared oriental de la
amplia sala. Allí había una pequeña instalación para tomar pequeños
refrigerios. En los estantes de la derecha, pulcramente ordenadas, había
diversas cajitas con sobres de infusiones a base de plantas vianhias y de
algunos de los mundos circundantes.
Introdujo
una taza de porcelana primorosamente decorada en el calentador de microondas
concentradas. La llenó de agua y activó el aparato. Un fino rayo anaranjado
impactó contra la superficie del agua y, apenas dos segundos después, ésta
arrancó a hervir. El rayo se desconectó automáticamente y el anciano retiró la
taza. Tuvo buen cuidado de cogerla por el asa, pues la porcelana estaba
bastante caliente.
Sacó de su
bolsillo una pequeña cajita metálica. En su interior, perfectamente ordenadas,
había varias bolsitas de infusión con una planta que no existía en la
Confederación. Era un regalo de los humanos. Por supuesto, tras comprobar que
sus componentes no eran nocivos o tóxicos para los vianhios. Escogió uno de los
envoltorios. Ya era el cuarto que usaba, de los veinte que contenía la cajita.
Sumergió la
bolsita de té verde en el agua caliente, presionándola suavemente con la
cucharilla. El líquido se tiñó de un precioso tono esmeralda, que exhalaba un
suave aroma.
Bebió un
sorbo, deleitándose con el curioso sabor.
Sabía de
las magníficas propiedades antioxidantes y bioquímicas de aquella planta, pues
tenía acceso total a los bancos de datos que los humanos habían salvado de su
mundo muerto.
En aquel
momento, el ordenador emitió una suave señal acústica. Había terminado su
último análisis.
El anciano
caminó hacia la pantalla. Bebió otro sorbo, mientras miraba los tres resultados
que el computador le ofrecía.
Uno era un
jovenzuelo de apenas 16 años. Sorprendente, cuando menos. Siendo tan jóven, que
reuniese una serie de características tan específicas como las que él buscaba…
Pero era demasiado joven, demasiado proclive a hablar inconscientemente más de
la cuenta.
La segunda
era una chica de 23 años. Acababa de terminar con una nota excepcional sus
estudios en Sociología y Psicología.
El tercer
candidato era un joven de 22 años, cuya foto transmitía dinamismo y prudencia a
partes iguales. Le gustó inmediatamente.
Pero, por
supuesto, no se iba a dejar llevar por la primera impresión. Les haría la
entrevista a los tres, sin juicios previos y sin la menor subjetividad. Estaba
acostumbrado a ello, pues su cargo exigía saber mantener una total neutralidad
en los conflictos. Seguramente, en algo le ayudaría la experiencia acumulada…
*
Estaba
satisfecho. Tras varios meses de pruebas, creía firmemente haber encontrado al
candidato perfecto. Al parecer, su primera impresión había sido la acertada.
El joven
caminaba a su lado. Lo miró de reojo. Sonrió para sus adentros. A pesar de los
intentos del chico por disimular, era perfectamente patente la curiosidad que
lo devoraba.
Era una
persona muy inteligente y estaba seguro de que no se había creído ninguna de
sus excusas en cuanto al motivo de su selección y su posterior adiestramiento.
No tenía la menor idea de qué estaba a punto de revelarle, por supuesto. Pero
tampoco había logrado engañarlo lo más mínimo.
“Bien”, pensó. “Eso significa que, cuando le explique la Verdad, sabrá reconocerla”.
Caminaron
en silencio por el largo pasillo de techos abovedados. En el lugar sólo se oía
el sonido de sus pisadas. No había nadie más en los alrededores.
Al cabo de
cinco minutos llegaron a la gran fuente conmemorativa del Vestíbulo Sur, la
misma ante la que el anciano había decidido romper su juramento, dos años
atrás.
Se
detuvieron ante la preciosa fuente. El frescor del agua derramándose desde
arriba los envolvió, aliviando sus corazones. El murmullo del líquido elemento,
saltando entre las esculturas y los juegos móviles, los arrulló suavemente.
El anciano
se irguió, adoptando un porte majestuoso, con las manos unidas en la espalda.
Levantó la vista hacia la estatua que coronaba la fuente.
El joven,
siguiendo su mirada, hizo lo mismo.
—Déjame
explicarte una historia… una historia que desconoces por completo—empezó a
decir el anciano. —La verdadera historia de la Liberación…
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